CASI CIUDADANOS: el caso de las minorías sexuales Quienes pertenecen a una minoría sexual en Colombia y en el mundo se ven representados por la comunidad LGTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales). Esta sigla concentra y visibiliza la lucha de las personas que en su diario vivir enfrentan un mundo que los desprecia y discrimina, porque lastimosamente para el Estado, y para muchos de los que integran este país tan diverso en etnias, culturas y tradiciones, sólo existe una tendencia sexual digna de respeto y protección jurídica. Para nadie es desconocido el constante trato discriminatorio que han padecido y padecen quienes integran las tendencias sexuales minoritarias. Las formas en que se visibiliza este maltrato son diversas; van desde los rechazos explícitos, hasta aquellos más sutiles, pero no por eso menos excluyentes. En Colombia, un ejemplo del primer tipo de circunstancias lo encontramos en lo ocurrido en abril de este año (2008), con la pareja de niñas del colegio Leonardo Da Vinci de Manizales, quienes sufrieron un recibimiento humillante por parte de directivos, profesores y compañeras, después de ganar una tutela en la que se ordenaba al colegio su readmisión. Entre las segundas, se encuentra el silencioso trato discriminatorio que le da nuestro ordenamiento jurídico a las parejas del mismo sexo, al no reconocerles el derecho a unirse en matrimonio, entre otras prerrogativas contempladas en el derecho de familia, destinadas exclusivamente para las parejas heterosexuales. Tenemos entonces que las minorías sexuales se encuentran en un escalón inferior al de la mayoría heterosexual. No alcanzan a ser titulares de todo el abanico de derechos y garantías que despliegan las personas heterosexuales. Si la ciudadanía se define como la capacidad de ejercer derechos civiles, políticos, sociales y culturales, los miembros de la comunidad LGTBI son “casi ciudadanos” o ciudadanos a medias; pues no se les permite desarrollar un proyecto de vida con las opciones de las que puede disponer cualquiera de sus compatriotas heterosexuales. Su libertad se ve condicionada por las decisiones de una mayoría sexual en la que no encuentran representación, a pesar de que los derechos civiles y políticos precisan de una defensa y protección que no dependa de los intereses y creencias mayoritarias. Esta situación de semi-ciudadanía o incluso semi-dignidad la podemos encontrar en diferentes sucesos a lo largo de la historia, cuando diversos grupos minoritarios discriminados han conservado una lista de derechos significativamente desigual a la de una mayoría más influyente. Mujeres, minorías religiosas, étnicas, políticas y raciales se han comprometido con luchas similares. ¿Las razones de esta realidad? Podría mencionar varias: nuestra arraigada educación religiosa, nuestra cultura patriarcal y machista, la tendencia hacia el conservadurismo en materia política, la definición jurídica tradicional de la familia como la unión entre un hombre y una mujer, etc. Otra razón de este escenario se podría atribuir al silencio y al temor de quienes integran las minorías sexuales. El mutismo ha contribuido a que el sector LGTB permaneciera como blanco cardinal de fundamentalistas, radicales de derecha y “seudo-moralistas”; y ha permitido también la degradación de sus integrantes en el ámbito jurídico hasta su inexistencia. Al mantenerse dispersos y en las sombras, el Estado podía desentenderse de su situación, en el mejor de los casos, para hacerse “el de los oídos sordos” ante el desconocimiento y la desprotección sociales. Gracias a la movilización y visibilización que ha logrado esta comunidad en los últimos años, el nivel de discriminación y desprotección por parte del Estado y de los particulares ha disminuido. La colectividad LGTBI ha forjado una identidad que conforma elementos tanto individuales como sociales. Y esta formación de identidad le ha sido útil para reclamar la reivindicación de derechos clásicos como la igualdad, y derechos más contemporáneos como el libre desarrollo de la personalidad. Pero sobre todo, el principal de sus logros es haber exteriorizado el debate, desde los ámbitos personales y grupales, hacia las audiencias de discusión política. Acción sin la cual no se habría podido capturar la atención del Estado. A dicha exteriorización, es decir, a la denuncia que presenta la comunidad LGTBI de su problemática ante la sociedad y los entes Estatales, se deben los grandes logros que ha obtenido en la última década, al menos en términos jurídicos. Además de las ya famosas conquistas en lo judicial, en materia de tutelas y de sentencias que declaran la inconstitucionalidad de normas abiertamente discriminatorias, se ha avanzado considerablemente en políticas públicas locales y departamentales más incluyentes. En Bogotá se estableció que las parejas del mismo sexo pueden ser beneficiarias del subsidio de vivienda a través del Acuerdo No. 35 de 2007. El Concejo de Medellín acogió, por medio del Acuerdo No. 9 de 2006, la política pública de promoción y protección de los derechos humanos, sexuales y reproductivos, en la que hace “especial énfasis” a la diversidad sexual. En el Valle del Cauca, la gobernación anterior firmó el 27 de Septiembre de 2006 un Acuerdo de Voluntades con las organizaciones LGTB del departamento, para implementar la política departamental de equidad, reconocimiento e inclusión social, donde se comprometió a proteger y promover la confluencia en la región. Es ahora cuando el papel del derecho se hace más significativo en el ámbito de lo sexual, ya que no puede resguardarse en la cómoda neutralidad o ignorancia de una comunidad que se ocultaba y reprimía. Los tribunales y representantes políticos, legislativos y ejecutivos, deben optar finalmente entre continuar relegando a toda una comunidad, -grupo decisivo en la toma de decisiones políticas y sociales-, a ciudadanos de segunda categoría, o por el contrario reconocerlos como ciudadanos con plenos derechos. Por último, es importante recordar que mantenerse “neutral” o ajeno al debate sobre la equiparación de derechos entre las diferentes opciones sexuales, también significa adoptar una posición que suele constituirse en indiferencia y aceptación de la situación discriminatoria. El “no actuar” y “no expresar” no significa “no afectar, no causar, no generar”. Los invito entonces a aprovechar este medio y tomar partido, y aportar con argumentos a la problemática que se cuestiona. Diana Marcela Estudiante de Derecho de la Universidad Icesi Solano Gómez