GRITOS EN SILENCIO María Vanegas María Vanegas Gritos en Siencio PRIMER ABISMO Miré detenidamente el cielo, la única luz provenía de la luna, iluminaba la mitad de mi rostro, miré a mi alrededor cansada de que todo pareciera igual. Busqué de nuevo en los bolsillos de la sudadera, para encontrar lo mismo, nada, ¿Cómo fui tan estúpida? Me pregunté, no tenía idea cuanto tiempo había estado caminando en círculos, caminado, para encontrarme lo mismo, espesos árboles y hiervas. Me había alejado del grupo en el campamento de verano. El campamento de verano lo habíamos planeado por más de dos meses, nuestro primer encuentro antes de comienzo de clases, mi amiga Samia convenció a mamá de que me dejara venir, según ella sería una excelente oportunidad para flirtear con los chicos, claro que ella tuvo éxito, gozaba de una excelente cabellera de color castaña, un par de ojos azules, podían brillar como el diamante. Y su cuerpo posee una armonía que cualquiera chica de la escuela envidiaría, por el contrario yo carezco de ojos llamativos y en vez de esos tengo ojos de un negro azabache, cabello de color zanahoria con reflejos rojos, y un cuerpo flacucho y sin muchos atributos excéntricos. No debería de estar pensado en eso ahora. Estaba perdida en medio del bosque, no era un momento para pensar en lo desafortunada que era en mi aspecto. ¡Qué distraída eres Sara! Chilló mamá en mi mente, siempre me decía eso. Y no era mentira había perdido mi brújula, GPS, móvil y solo tenía una sudadera y una blusa de algodón delgada, que no me cubrían demasiado en la fría noche. Tenía que salir del lugar, estaba perdida pero eso no me detendría, necesitaba buscar a los demás, llegar de nuevo hasta las tiendas donde habíamos acampado. Caminé tropezándome los pies con algunas ramitas, estaba tan asustada que casi quería llorar, pero no podía. ¡Sara cuidado, ten cuidado hija! Mamá hablaba de nuevo en mi mente, solo era un recuerdo de la niñez. Un vago recuerdo. Caminé en busca de una salida, me detuve cuando una pared transparente me golpeó la vista. Quedé con los ojos abiertos, no parecía ver nada, pero podía María Vanegas sentir la superficie chocar. Puse mi mano, parecía como si estuviese una fuente de agua de pie delante de mí, la pared hizo una onda al movimiento, pero no hubo ninguna clase de reflejo. Era como el agua, pero sin el reflejo. ¿Qué es esto? Me pregunté, pero mi cerebro no respondió, no hubo ninguna clase de respuesta, no parecía una salida, pero no me importó, nada me importó. Metí un pie, y traspasó, no se sentía mojado ni nada, y no pude verlo, no veía nada en absoluto. Terminé de meter mi cuerpo, pese a que no sabía lo que me esperaba lo hice, y luego tuve que parpadear varias veces para convérseme de lo que veía. No había visto algo así nunca, ¿podía ser real? Todo parecía como si estuviese soñando, puse mis pies en el suelo, y caminé, todo estaba lleno de plumas, plumas de todos los colores y había un cielo resplandeciente, parecía de día, quise caminar más, y así lo hice, tomé una pluma entre mis pálidos y largos dedos. Era una pluma plateada tan hermosa, que parecía de un Ángel, ¿Ángel? Imposible. Los ángeles solo eran una historia Celestial. Tomé la pluma y me apoderé de ella. Seguí caminando, todo era de un verde intenso. No sabía porque me adentraba más en el bosque, solo sabía que necesitaba seguirlo. Necesitaba seguir caminando. Encontré una fuente de agua y me di cuenta que sentía sed. Bebí agua con mis manos, se sentía bien el agua en mi garganta, y ya saciada mí sed, tomé más solo para deleitarme, mi boca se quedó abierta y dejé el agua escaparse cuando la imagen reflejada en el agua, me hizo voltearme. Era casi una locura creer que lo veía, me había atormentado durante las tres últimas semanas y estaba aquí, ¿cómo se había salido de mi sueño? al ver mi mandíbula temblar, me sonrió y tenía esa misma sonrisa, su mismo cabello de color oscuro, pero ahora aquí, parecía con bisos de color avellana, y sus grandes ojos eran azules, de un azul diferente, no se parecía a ninguno que yo hubiese visto, con algún contraste verdoso, sacudí mi cabeza. Aquí estaba él, su piel era más oscura que los demás recuerdos, su cuerpo podía atraer a cualquier chica, Grandes piernas, y brazos musculosos, podía ver sus músculos contraerse cuando se movía, un nudo se formó en mi garganta, verlo aquí, real, en mis sueños, solo era una silueta, un chico lejano, que me hacía querer seguirlo, pero al mismo tiempo, me daba pavor. Tragué saliva, y me nació una esperanza si él estaba aquí era porque yo estaba soñando y no estaba perdida. Gritos en Siencio ― ¿Qué haces aquí? ―dijo con rudeza su mandíbula estaba tensionada. ― ¿Cómo llegaste? ¿nunca mencioné esté lugar? ―negué con la cabeza, quería seguirle el juego, era la primera vez que lo escuchaba hablar de una manera clara, y tan cercano. Y no quería perdérmelo. ― ¿Dónde Estoy? ―pregunté y mi voz sonó débil. Se partía. ―En la Ciudad de los Caídos ―dijo como si fuese obvio. ― ¿Sara cómo me encontraste? ¿Cómo sabía mi nombre?, ¿Quién era él? A caso, no, no le había dicho mi nombre, todo era posible, estaba soñando, estaba soñando. ― ¿Quién eres tú? ―Pregunté. ―Un día te lo dije. ―hizo una pausa. ―Trata de recordarlo. ―negué con la cabeza. ―Tú puedes hacerlo, confía en ti. ― él también jugaba conmigo. Jugaba con mi mente, traté de buscarlo en mi mente, pero su nombre, no salió, no había nada en ella sobre él. ―Sara. No debiste venir ―frotó sus dedos en la frente ―no sabes lo que sucederá ahora. ―dijo trayendo en sus palabras problemas ―No debiste venir ante los Caídos. María Vanegas CAPITULO 1 ―Fuera de la cama en cinco minutos – sonó la voz de mi mejor amiga en el móvil que no cansaba de sonar hace cinco minutos. Odiaba la intensidad en la que se ponía, para conseguir su propósito y como siempre ella lo conseguía. ― ¿Qué hora es? – dije todavía con sueño, puse la almohada en mi cabeza. ―Ocho de la mañana – puse mi peor cara. ¿Ocho de la mañana? Si la estuviese cerca la golpearía. ― ¡Por Dios! Hoy es Domingo no merezco que me hagas esto, se supone que eres mi mejor amiga. ¿Podrías ser más considerada? ―Claro que lo soy, es por eso que quiero que levantes el trasero y dejes la cama, llego en cinco minutos. Cinco minutos Sara. Cerré de nuevo mis ojos, no quería pensar en mi amiga. No quería pensar en nada que no fuera dormir un poco más. Me hacía falta, las últimas tres semanas habían sido demasiado tormentosas. Todo cambió cuando sentí dos pares de manos jaloneando de mis pies. Traté de aguantarme, pero fue imposible. ― ¡Sara! – Gritó Samia – deja de ser perezosa. ¡Levántate! ―Deja de ser intensa ― me tapé de nuevo con las sabanas. Tengo demasiado sueño. – Samia quitó las sabanas de mi rostro, aplaqué mi cabello con las manos. Tenía más cabello del deseado, y en las mañanas era tan rebelde, que sería mejor estar calvo bueno eso sería exagerar, pero algo de esa manera seria mejor. ― ¿Qué día es hoy? – preguntó, no me tomé la molestia de contestarle, las dos sabíamos a perfección que día era hoy- ¿Entonces? – chilló. ―Samia son las ocho de la mañana – dije sentándome en mi cama – el bus pasa a las diez. ―A mi favor, tenemos el tiempo justo. – Samia como siempre lucía como salida de un salón de belleza, su cabello negro. Bien aplacado. Perfectamente adornados con una cinta azul, que además es su color favorito. Comenzó abrir el closet. Miró detenidamente la ropa. Gritos en Siencio ―Ese no es mi vestidor – dije tranquila. Y bostezando. ―Obvio, sé que no es tu vestidor, conozco mejor tu ropa que tú misma. – Rodeé los ojos. ―Entonces ¿Qué haces ahí? – dije. ―No piensas ir con tu ropa al campamento. – Fruncí el ceño. ¿Por qué no iba a ir al campamento con mi ropa? ― ¿Con cuál más? – pregunté. Me metí en el baño a cepillar mis dientes. ―Tu hermana tendrá algo que te queda – pensé en ella de inmediato negué con la cabeza, si alguien era opuesto a mí, era mi hermana, sus cabellos eran rubios casi como el oro, una réplica del de mi madre, sus ojos del mismo color de una esfera azul. Era el tipo de chica sensual que cualquier chico deseaba. ―Ni lo pienses, jamás he compartido ropa con ella, y conoces a perfección las razones. ―Samia, conocía aspectos de mi vida en la forma en que nadie lo hacía. Y es que era mi mejor amiga, desde hacía mucho tiempo, y la quería de una forma en que no me encariñaba con nadie. Samia comenzó a sacar ropa de mi hermana, me levanté y comencé acomodarla. No quería que Cecilia lo notara. A ella le molestaría que estuviese hurgando entre sus cosas. ― ¡Espera! ¿Esto te quedará? – miré la blusa de color oliva, negué con la cabeza de inmediato. – claro que no. – dijo. ―Cecilia es dos talla más que yo – dije mirándome, mis pechos, eran un poco más grande que hace dos años. ―Hablando de tu hermana ¿Dónde está? – la cama de Cecilia estaba perfectamente. ―Se quedó en casa de Casandra anoche, mamá la dejó. – eso fue lo que había dicho mi madre en la cena. Aunque no estaba demasiado segura de que eso fuese cierto. ― ¿Segura? – preguntó Samia alzando una ceja. La observadora Samia. Puse los ojos en blanco. No quería pensar en los romances de mi hermana mayor, eso sería como una gran cadena de amor, entonces seguí la mirada de Samia que se metió en mi closet de color blanco. Miró con desdén mis cosas. No la culpaba, no había nada allí, que fuese de su interés. María Vanegas ―No entiendo cómo has sobrevivido. – dijo mirando una blusa, se mordió el labio. ―primera razón por la que nunca sales con nadie. ― ¿segunda razón? – bromeé. No me molestaba que ella dijera eso. Siempre había considerado que lo mío no eran las salidas con los chicos. ― ¿Cuántas veces saliste este verano a un café? ―Me miré en el espejo para ver mis ojos cansados. Me había desvelado anoche. ―Dos veces – dije recordándolas a perfección. Todas habían sido con ella. ― ¿Cuántos libros leíste en las vacaciones? – meneé la cabeza. ―No sé, tal vez diez. ―dije no muy segura y comencé a recordarlos. Aunque todos estaban en mi mente, suspiré profundo ante las muecas de decepción en el rostro de Samia. ―Sara, lamento decirte que los chicos no se mezclan con chicas que se pasan el resto de sus días leyendo. ¿Mira esto? – dijo tirando un suéter de color gris al suelo. ― ¿Qué pasa con eso? – pregunté indignada. ―Es lo más anti moda que he visto durante mucho tiempo. Así no vas a conquistar a nadie en el campamento. ―estaba arrugando mi frente. ¿Chicos? ― ¿Esa es la verdadera razón de este campamento, conseguir un chico? ―no me interesaba nada de eso. ―No es un chico para mí, es un chico para ti. – fruncí el ceño. Ella odiaba mi actitud. ―Paula está saliendo con Eric. ―Busqué en mi cabeza a Paula, si la chica de ese acné pesado, ella pasaba todo el tiempo con una cantidad de maquillaje y cremas para ocultarlo, no podía creer que ella estuviese saliendo con alguien. ―Sí y mírate no sales con nadie, el campamento es la oportunidad perfecta. Puedes salir con un chico. ―Llevas diciendo eso desde los catorce y no ha sucedido nada. ―me puse en la cama. Y doblé la blusa que me había tirado. ―Vivian tiene razón, no tienes nada que hacer en tu vida. ―Desde cuando mi mejor amiga, por no decir única, habla con mi madre de chicos. Ni yo misma hablaba con mi madre, de nada que no fuera la escuela. Media hora más tarde estábamos en la terraza de mi casa esperando el autobús para el campamento, mi cabello estaba recogido en una trenza, con la que mi amiga había peleado, era el primer campamento del año. Cuando el autobús Gritos en Siencio aterrizó en mi casa, hizo un ruido nauseabundo. Debía ser el más barato en el mundo. No habían recogido demasiado en la campaña pro – campamento. Subí a uno de los asientos de atrás con mi morral encima y una sudadera de color negro, no había nada mejor en mi guarda ropas. Puse los auriculares mientras mi amiga habla con un nuevo chico del que no tenía idea como se llamaba. Era rubio y con los ojos verdes, color esmeralda. El campamento era el típico sitio lleno de toda clase de insectos, las piernas de Samia estaban llenas de moscos. Habíamos realizados recorridos, personas perdidas besándose, chicos buscando aves exóticas, nada que fuese importante para mí. Y comiendo, comida chatarra. Los profesores, habían decidido darle rienda a la diversión. Y me temía que ellos también querían quitarnos de encima. ―No fue lo que planee – dijo comiendo galletas. Me miró esperando que dijera algo, pero los planes de Samia me eran indiferentes ―los chicos no están tan interesantes, pensé que había algo mejor ¿Qué conseguiste? ―por un momento pensé que hablaba de comida, pero me di cuenta que se refería a los chicos. Hablaba de ellos como si fueran un pedazo de carne, aunque en ocasiones la carne podía ser mucho más interesante que un chico. ―Eres tú la chica estraples – le dije mirando su estraple de color negro pegado a su cuerpo que resaltaba sus pechos. Con razón tenía el cuerpo salpicado, nada la protegía de los insectos, pero ella parecía muy cómoda, no podía culparla, ella contaba con un autoestima lo suficientemente alta para lucirlos con orgullo. ―Que irónica te has vuelto. ―Solté de una cantidad de aire contenida en los pulmones. ―Voy por algo de tomar ¿quieres una soda? ―negué con la cabeza y miré mi ropa, solo por no tener nada que hacer, salí caminando, viendo las llamas en la candela. No sabía cómo era que Samia había convencido a mi madre de dejarme venir hasta aquí, este no era mi lugar, rodeada de personas que no conocía, personas que parecían unos completos estúpidos, personas besándose como si el mundo se fuese acabar. Como si les acabara la vida en ellos, que gracia tenia mezclar la saliva de uno con la de otras personas. Me senté en el piso, y pensé en Romeo, fue el primer amor que tuve, quiero decir, el primer amor literario, y que otro tipo de amor podía tener yo. las cosas serían tan fáciles con él, demasiado romántico, el amor que siempre María Vanegas hubiese querido, pero las cosas no eran así de fácil en el siglo XXI, donde no había chicos reales, solo consumistas, acostumbrados al sexo, yo no puedo sacar a Romeo del libro y obviamente yo no soy el tipo de mujer como Julieta. ― ¿Qué haces ahí? ―gritó Samia. ¿Tenía que gritarme? Odiaba que las personas me gritaran, me parecía una falta de respeto gravísima conmigo. ―Pensando en Romeo – dije, Samia odiaba todo lo que tenía que ver con tomar un libro en sus manos. ― ¿De qué libro es? ―si había alguien que me conocía esa era la chica morena de ojos azules que se encontraba a mi alrededor con una sonrisa. ―Romeo y Julieta. ¿Ensayo de literatura? ―alcé una ceja. ―Claro, obtuve un cinco en ese trabajo amiga, gracias a ti. ―no pude evitar sonreír. ―Lo recuerdo perfectamente. ―le dije y ella golpeó mi brazo, comenzamos a caminar, Samia no dejaba de parlotear sobre un chico. Supuse que era el chico de cabellos rubios, y de ojos esmeralda. Pero después me dio la impresión de que se refería a alguien más. Alguien a quien no conocía. Y que no me daban ganas de conocer, el prototipo de chico hipócrita que saluda a la fea amiga de su novia. ― ¿Te gusta? – le pregunté. Ella abrió los ojos. Se detuvo y me miró. ―A mí me gustan todos los chicos, excepto los que te gusten a ti. ―y a mí no me gustaba ningún chico en particular. ―Gracias – dije. Caminé mirando hacia abajo, mientras Samia se relacionaba, rasqué mi brazo varias veces. Saludos iban y saludos venían, ninguno provenía de mí, y mucho menos hacia a mí. No era la chica más popular en todo el universo. ―Hola ―fue extraño escuchar esa voz, porque me parecía conocida, un tono sensual, fuerte, pero sin dejar de ser autoritario y autosuficiente. ¿Cómo identifiqué ese tono? Era claro que era la voz de un chico. De un chico que no había escuchado, o a quien no le había prestado atención antes. Mi curiosidad carcomió, alcé la vista mientras Samia tenía una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos brillaban de esa manera en que lo hacía cuando estaba delante de una oportunidad importante. ―Hola ―respondió mi amiga, cuando lo miré no pude quitar mi vista de su rostro, ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo se había escapado? ¿Estaba soñando? No,