SOBERANÍA Y EDUCACIÓN Francisco Torres, Secretario de Prensa de ASEDAR, Arauca Septiembre 10 de 2012 pachotorresm@gmail.com Dos sustantivos que en apariencia no tienen relación estrecha. Es más, quienes gobiernan este atribulado país consideran –o fingen considerar- que nada tiene que ver una magnífica educación con el afianzamiento de la soberanía nacional y viceversa. No obstante, la historia, tanto la mundial como la nacional, desmiente la supuesta independencia entre educación y soberanía. Y los ejemplos abundan desde la época en que se conformaron las naciones estado en Europa a partir del siglo XV y en nuestra América, comenzando en el siglo XVIII con Estados Unidos y Haití y continuando con toda la América Española en los comienzos del siglo XIX. Veamos algunos pocos ejemplos. Prusia. De un principado insignificante devino en el núcleo de la nación alemana. Su secreto, la conformación de un moderno y disciplinado ejército basado en el servicio militar obligatorio, que preservara y engrandeciera su poder ante sus vecinos que habían favorecido con la política y las armas la balcanización del centro de Europa, y la educación pública gratuita y obligatoria, establecidos por los reyes Federico I y Federico II. Cien años después el pueblo alemán era el más culto del mundo y en camino de unificarse para constituirse en una gran nación. Si se hubiera mantenido dividida en minúsculos principados al arbitrio de las potencias circundantes y con una población inculta, su suerte hubiera sido muy otra. Japón. Cuando el Comodoro norteamericano Perry –en 1853-, por la amenaza de sus cañones obligó al Shogunato a abrir el país al comercio occidental, la élite dominante se halló ante la disyuntiva de permitir que subyugaran totalmente al país y lo relegaran a la miseria -como estaba ocurriendo con China- o hacer un esfuerzo extraordinario. Y lo hizo, abolió el sistema feudal, reformó la economía, el sistema jurídico, el ejército y envió a miles de jóvenes a las mejores universidades europeas para poner su economía y su aparato educativo a la altura del desafío. Los resultados fueron tan extraordinarios como el esfuerzo hecho. Un solo ejemplo, cuenta el fundador de Sony, Akio Morito, que al terminar la Segunda Guerra Mundial la industria japonesa se encontraba en ruinas y el país destruido, pero la mano de obra era de primera calidad. Un tercio de ella tenía título profesional. La reconstrucción del país, el milagro japonés, no hubiera sido posible sin una soberbia educación. Estados Unidos. Terminada la primera Guerra Mundial se encontró siendo la primera potencia del mundo no sólo en lo económico –que ya lo era desde finales del siglo XIX- sino también en lo político y lo militar, pero su sistema educativo estaba rezagado frente a Europa y por ende su capacidad científica no estaba en condiciones de dirimir la batalla, que continuaba con Alemania, mejor preparada en ese terreno, con los mejores científicos y las mejores universidades del mundo. Pues bien, a la magnífica educación pública en lo que nosotros conocemos como básica y media le agregaron, con increíble vuelo, un multimillonario apoyo a universidades como Harvard, MIT, Princeton, entre otras. En Una Mente Brillante, la gran novela de Sylvia Nasar sobre John Nash, podemos conocer como las universidades de Estados Unidos, dotadas de fondos millonarios, fueron a Europa a seducir, bien con el dinero, bien con la magia de la democracia, a los mejores científicos. Tarea en la que no les ayudó poco el fascismo, que obligó a huir a sabios como Einstein. Sin esa agresiva política educativa la batalla que ya se avizoraba contra Hitler hubiera estado en mayores dificultades. Gran Bretaña. El gran historiador británico, Eric Hobsbawm, tratando las causas del desplome del otro hora imperio universal, halla una explicación, entre otras, en su tendencia al empirismo, que tanto le sirvió en la revolución industrial donde los hombres hechos por sí mismos inventaron las máquinas que cambiaron al mundo, y tanto la perjudicaría en la feroz competencia científica que se disparó con el imperio napoleónico y el subsecuente renacer de Alemania. Así, en tanto Francia y Alemania se disputaban las palmas de construir los mejores sistemas educativos y tener a los mejores científicos, la vieja Albión dormía en el sueño aletargado de sus principales centros de estudios universitarios –Cambridge y Oxford-. China. La victoriosa revolución de 1949 encabezada por Mao se planteó recuperar la independencia nacional, impulsar el desarrollo económico y resolver acuciantes problemas sociales. La educación fue una palanca de primera importancia. Si bien es cierto la orientación política del estado chino cambio en la década de los ochenta el impulso a la educación y la defensa de la soberanía continuaron. El vertiginoso ascenso económico y científico de la nación china son prueba sobrada de lo acertado de la receta. Colombia. Sumido el antiguo virreinato de la Nueva Granada en los miasmas del oscurantismo medioeval tuvo un rayo de luz en la Expedición Botánica. La expedición sentó las bases para una visión científica y, a la par, sustentó las potencialidades económicas de la nueva nación. Santander con los colegios nacionales, los radicales con la reforma instruccionista que crearía las escuelas normales buscaron darle a Colombia un aparato educativo para su desarrollo. La Ley General de Educación de finales del siglo XX apuntaría a una educación científica, democrática y al servicio de la nación y sus habitantes. No obstante esos excepcionales esfuerzos, prevalece en la actualidad la tendencia neoliberal que, además de vender el absurdo histórico de que el desarrollo soberano de la nación y una educación científica y democrática no tienen relación, añade a este ignorante desprecio la cruzada de demoler hasta sus cimientos lo poco que queda de independencia de Colombia y de liquidar cualquier atisbo de desarrollo educativo. Huelga señalar que en todos los países que han triunfado en preservar su soberanía y en estar a la cabeza de la educación –y por ende de la ciencia-, esta última se ha basado principalmente en cuatro principios, pública – prestada directamente por el Estado y financiada adecuada, cuando no abundantemente por este-, científica –con lo más avanzado del conocimiento-, democrática –con autonomía verdadera de la comunidad para determinar, dentro de unos parámetros generales, que y como se enseña- y nacional –al servicio del desarrollo del país-.