LOS ROMANCES DE GARCÍA LORCA Rosa Navarro Durán Universitad de Barcelona Federico García Lorca, al elegir el romance como molde estrófico de los poemas que forman su Romancero gitano (1924-1927), era consciente de la herencia que conllevaba tal forma poética. Como dice Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, "las relaciones piden los romances". En sus orígenes está la estrofa épica, de la que se desgajan, y los poetas siguen "contando" en esa forma abierta, sucesión de octosílabos con rima asonante en los pares —con un paréntesis a finales del siglo XV y principios del XVI de rima consonante—. En una conferencia que García Lorca dio sobre su Romancero gitano, lo subrayaba: "El romance típico había sido siempre una narración y era lo narrativo lo que daba encanto a su fisonomía porque, cuando se hacía lírico, sin eco de anécdota, se convertía en canción." Y manifestaba su voluntad de unir ambas modalidades: " Yo quise fundir el romance narrativo con el lírico sin que perdieran ninguna calidad, y este esfuerzo se ve conseguido en algunos poemas del Romancero como el llamado Romance sonámbulo, donde hay una gran sensación de anécdota, un agudo ambiente dramático y nadie sabe lo que pasa ni aun yo, porque el misterio poético es también misterio para el poeta que lo comunica, pero que muchas veces lo ignora". Lirismo y narración, pero también dramatismo. Alguno de sus romances podría ser, en efecto, el germen de una obra dramática: el dramaturgo se asoma, por ejemplo, en los octosílabos de "Reyerta". Desde su "Casada infiel", que él mismo califica como "popular hasta la desesperación[...], lo más primario, lo más halagador de sensualidades", a los espléndidos "Romance de la pena negra" o el "Romance sonámbulo", hay una gradación de matices, de forma de relatos más o menos empapados de lirismo, con raíces dramáticas más o menos hondas. El análisis de tres de sus romances permitirá ver esa gradación. El "Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla" y la "Muerte de Antoñito el Camborio" (García Lorca, 1987: 417-20), que forman una unidad, responden al tipo esencialmente narrativo. En el primero, se cuenta cómo la guardia civil coge al gitano y, en el segundo, cómo lo matan sus cuatro primos. El retrato del bello gitano se recorta sobre el fondo tranquilo de su caminar hacia Sevilla "a ver los toros" y, en un segundo momento, en la antesala de la muerte, cuando llama por su nombre a García Lorca y le formula ese ruego impensable: "Ay, Federico García, / llama a la Guardia Civil!". Las recurrencias traban los romances. El lector une esos "limones redondos" que corta el gitano y va tirando al agua, con la limonada que beben los guardias civiles; ahí queda esa inmarcesible agua de oro antes de que llegue el prendimiento. La repetición abre y cierra el poema de la "Muerte" con lírico estribillo: "Voces de muerte sonaron/ cerca del Guadalquivir [...] voces de muerte cesaron/ cerca del Guadalquivir". En medio, el ataque, la lucha brava —se capta su desesperado movimiento—, bellísima, y la muerte. El romance esencialmente cuenta, narra. En el "Romance de la luna, luna" el poeta se instala el dramatismo. En él se inventa un mito, así lo dice el propio poeta: "El libro empieza con dos mitos inventados. La luna 1 como bailarina mortal y el viento como sátiro. Mito de la luna sobre tierras de danza dramática, Andalucía interior concentrada y religiosa...". La impresionante escena de la seducción de la luna-muerte sucede ante los ojos del lector que ve la mirada del niño al baile lúbrico y puro de la luna, oye cómo ansía protegerla de los gitanos ¡a ella!, asiste a la indiferencia aparente de ella, la seductora, que sabe muy bien el futuro: "Cuando vengan los gitanos,/ te encontrarán sobre el yunque/ con los ojillos cerrados". Queda el contrapunto de esa escena intensísima, ¡en donde el elegido quiere defender de los hombres a la muerte! : el lector ve cómo se acercan los gitanos cabalgando al lugar de seducción y muerte, oye los cascos de sus caballos, oye el canto de la zumaya y, por último, los gritos de dolor del coro de gitanos: Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando. Las dos estrofas finales remiten a "El niño la mira mira./El niño la está mirando" del comienzo, y la luna resplandece con su atractivo fatal coronando la escena. Un tercer poema, el "Romance sonámbulo", nos pone en contacto con el profundo misterio del más hondo lirismo. Parece que se cuenta la muerte de un gitano y de la gitana que lo esperó vanamente. Una tercera figura, el padre de la muchacha, es el interlocutor del gitano herido, y ha perdido ya su identidad y su circunstancia: "Pero yo ya no soy yo,/ ni mi casa es ya mi casa". ¿Ha muerto? La senda "hacia las altas barandas" la toman ambos "dejando un rastro de sangre./ Dejando un rastro de lágrimas". Pero García Lorca, en su citada conferencia, nada dijo de este romance que pudiera parecerse a lo que el lector parece entender; habló así de él: "Después aparece el Romance sonámbulo, uno de los más misteriosos del libro, interpretado por mucha gente como un romance que expresa el ansia de Granada por el mar, la angustia de una ciudad que no oye las olas y las busca en sus juegos de agua subterránea y en las nieblas onduladas con que cubre sus montes. Está bien. Es así, pero también es otra cosa. Es un hecho poético puro del fondo andaluz, y siempre tendrá luces cambiantes, aun para el hombre que lo ha comunicado que soy yo. Si me preguntan ustedes por qué digo yo: "Mil panderos de cristal herían la madrugada" les diré que los he visto en manos de ángeles y de árboles, pero no sabré decir más, ni mucho menos explicar su significado". La anécdota ha desaparecido, lo que parece que se cuenta puede ser algo totalmente distinto. El dramatismo se mantiene con la fuerza del diálogo, pero se ha producido la absoluta invasión del lirismo, de la más honda poesía con sus aguas oscuras, misteriosas, profundamente sugestiva. El lector no se acerca al romance para oír lo que le cuentan, ni para contemplar una tragedia, sólo para sentir, para empaparse de la intensidad del poema, para convertir la lectura en un acto siempre renovado. García Lorca, en su Romancero gitano , asumió la función que la tradición literaria había forjado para el romance, pero lo enriqueció con la hondura lírica, con la fuerza dramática; desdibujó la frontera de los géneros para ahondar en esa senda de octosílabos que había heredado de una lengua literaria. 2