la mirada sobre el extranjero

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
LA MIRADA SOBRE EL EXTRANJERO
Fanny Blanck Cereijido
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En su libro “El pájaro pintado”, Jerzy Kozinski (1965) cuenta que en los días que
comenzó la Segunda Guerra Mundial, era un niño que vivía en Varsovia, con sus padres. Estos lo
enviaron entonces a un pueblito remoto bajo la suposición de que allá estaría alejado de cualquier
acción bélica. En cierta manera tuvieron razón, pero Kozinski cuenta que por ser judío, tener tez
oscura, pelo negro y nariz ganchuda en un lugar donde todos eran católicos, rubios, de ojos azules
y nariz recta, lo explotaban en tareas extenuantes y peligrosas, lo molían a palos al menor
incumplimiento y error, y lo torturaban salvajemente cada vez que ocurrían desgracias que nada
tenían que ver con él, tales como accidentes de otros habitantes, problemas con la cosecha y
enfermedades de animales de granja.
En cierto momento el por entonces niño Kozinski conoció a un pajarero, que cazaba con
trampera, para luego ir vendiendo las aves por los pueblitos de Polonia, y que le mostró el
fenómeno que da nombre al libro. Cuando atrapaba a un pájaro, el resto de la bandada
sobrevolaba de una manera que, con cierta dosis de antropocentrismo, podríamos llamar
“protesta” y “clamor para que se liberara al compañero preso”. Si el hombre lo liberaba, el pájaro
volaba a reunirse con el resto de la bandada y escapar. Pero si antes de hacerlo le pintaba el pico
de azul, o un ala de amarillo, o la cabeza de verde, en cuanto el bicho se mezclaba con sus
congéneres estos le arrancaban los ojos, las plumas y despedazaban su cuerpo, de modo que en
instantes caía muerto. Por eso Kozinsky no atribuye sus desgracias personales a la mala suerte de
haber ido a parar a un pueblo de católicos polacos, particularmente perversos,
sino una
característica mucho más fundamental que compartimos con al menos algunos animales: la
agresión a quién, a pesar de pertenecer a la misma especie, así y todo es distinto. Ni la gente ni
los pájaros agreden a una raza desconocida de perro, de vacuno, de ave; el “otro” al que se ataca
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debe tener suficiente similitud. Los esclavistas que martirizaban negros y los soldados que
prendían fuego a los guetos no eran perversos con los animales.
El otro, el semejante, es el primer objeto satisfaciente, el primero hostil y la única fuerza
auxiliar. Así afirma Freud (1895) en el Proyecto, marcando la única posibilidad de vida para el
nuevo sujeto, a partir de un otro anterior y externo a él, de quien es imperativo que lo ame y que
lo invista si es que ha de devenir sujeto. Esta necesidad del otro para la vida crea el amor y
también el odio. El odio inevitable, que se incrementa a partir de la frustración, de la rivalidad ,
del desencuentro, y el amor a partir de la satisfacción.
En esta trama compleja de los vínculos, la aparición de un otro distinto, que viene de otro
lugar y tiene otros hábitos y creencias provoca una respuesta particular. La palabra extranjero
contiene la raíz griega xenos y su enunciado expresa el desprecio y extrañeza que suscita lo que
se considera extraño, ajeno, bárbaro, indeseable, aunque algunas veces el extraño puede ser
amado y admirado. Así y todo tengamos en cuenta que desde el momento que los humanos
pertenecemos a una misma especie, originada en un solo punto del planeta, hoy lo cubre por
entero, nos encontremos donde nos encontremos, todos hemos llegado a nuestra residencia actual
como extranjeros.
Dar por sentado que la propia mirada es la correcta es una manera muy extendida de mirar
al mundo y se designa como postura etnocéntrica (Todorov, 1989). Es válido discutir estas
cuestiones porque la historia se hace por factores económicos y sociales, pero las ideas son
también actos decisivos, son acontecimiento y motor del hecho histórico. El etnocentrismo,
entonces, consiste en la creencia de que los valores de la propia colectividad son los valores
reales, objetivos, naturales.
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Decimos que quien está inmerso en una cultura tiende a tomar sus principios como la ley.
Esta situación lleva a Montesquieu (1721) a escribir las “Cartas persas”, en su esfuerzo por
pensar en la diversidad de los pueblos a partir de la unidad del género humano. En este libro se
narra la visita (ficticia) de dos persas a París. Estos resultan más lúcidos respecto a la realidad
que los franceses, de lo que son los mismos franceses. Gracias a ellos el lector descubre aquello
que por serle familiar no puede percibir, ya que las costumbres, las justificaciones del diario vivir
banalizan las circunstancias cotidianas y las sustraen al examen crítico. Montesquieu utiliza
sistemáticamente el método del distanciamiento para su examen. Esto no equivale a decir que los
persas son lúcidos y los franceses ciegos, si no que ser el “exota” les permite su observación. De
modo que la condición del saber es la no pertenencia a la sociedad descripta, ya que no se puede
vivir en una sociedad y simultáneamente conocerla. Esto no garantiza la sabiduría del extranjero
pero la posibilita.
De modo que se transpone a las relaciones entre pueblos, aquello que los psicoanalistas
sabemos con respecto a los individuos, que se es ciego con respecto a uno mismo. Por eso el que
desea analizarse debe aceptar otra mirada sobre sí. En el plano social el narcisismo es sustituido
por los prejuicios, que son “ aquello que hace que uno se ignore a sí mismo” como grupo. Los
que llegamos de otros países sabemos que la mirada de los otros cuestionó nuestro
parroquialismo, y que nosotros, asimismo, pudimos objetar situaciones que los locales daban por
sentado.
Estamos colocados ahora frente al problema del prejuicio, que es, como dijimos, la parte
inconciente de la ideología de una sociedad, conjunto de sentimientos, juicios y actitudes que
provocan y justifican medidas discriminatorias, separación, segregación, y explotación de un
grupo por otro (Bastide, 1969).
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El prejuicio racial es muy extendido. Hoy entendemos que la raza no está definida por un
carácter biológico o antropológico sino sociológico. La biología contemporánea no sustenta la
noción de raza, ya que, en primer lugar, si bien los seres humanos difieren entre ellos por sus
características físicas, para que estas variaciones dieran nacimiento a grupos claramente
delimitados, deberían coincidir entre ellas, y este no es el caso. Se obtendría un primer mapa de
las “razas” si se mide las características genéticas, uno segundo si se mide como criterio el
análisis de sangre, uno tercero, el sistema óseo, uno cuarto, la epidermis. Por otro lado, en el
interior mismo de los grupos así contituídos se observa una mayor distancia entre los individuos
que los componen que la que existe entre los grupos. Por estas razones la biología
contemporánea, en tanto que no deja de estudiar las variaciones entre los seres humanos, ya no
recurre a la noción de raza, a la que hoy se concibe como un problema de la psicología social.
Otro prejuicio muy extendido es el prejuicio de clase, que existe siempre que se de su
existencia. También existe el prejuicio cultural y religioso: cuando los hombres del Occidente
Europeo entraron en contacto con América, Africa o Asia los consideraron pueblos bárbaros o
salvajes, y hoy, en el siglo XXI, los diferentes fundamentalismos ponen al mundo en peligro de
extinción. Bastide (1969) cree que la ignorancia interviene en el nacimiento del prejuicio y que
factores económicos, políticos y sociológicos coadyuvan en su constitución. También se vincula
el prejuicio con la personalidad autoritaria, rígida, que no se puede adaptar a la evolución de las
estructuras sociales. El sujeto con personalidad democrática, en cambio, sería más flexible y
tolerante.
El racismo es una condición tan extendida, que ya el Viejo Testamento nos informa que
todos los pueblos que habitaban el perímetro de la Tierra Prometida fueron muertos sin
discriminar sexo ni edad, los templos destruídos, los bosques arrasados, por orden de Jahve, de
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modo que el Viejo Testamento es el primer documento en el que hay noticia escrita del odio
exterminante al otro. (Exodo 23, 33, Levítico 18, Josué 6). El racismo y el odio al extranjero son
rasgos universales de las sociedades humanas: Se trata de la imposibilidad de constituirse sin
excluir, desvalorizar y odiar al otro. El tema abarca el psiquismo individual y el imaginario
social. Cada sociedad se constituye con sus valores, su concepto de justicia, de la lógica y de la
estética. Los otros serán inferiores, de modo que la inferioridad del otro es el reverso de la
afirmación de la propia verdad. De aquí a que los otros contengan una esencia malvada y perversa
hay una corta distancia. (Castoriadis, 1985).
Hanna Arendt (1973) considera intolerable que se odie al otro por aquello de lo que no es
responsable, como su pertenencia a cierta raza, pero esta es la esencia del prejuicio racista, para el
que no hay abjuración posible. El racismo no desea la abjuración del otro, sino su muerte.
La contrapartida de esta situación en el psiquismo individual, es la tendencia a colocar en el
otro lo propio inaceptable. En psicoanálisis hay un abordaje ya clásico de la xenofobia y la
discriminación, que se realiza desde la teoría de lo imaginario. La segregación, el racismo y el
odio al otro parten de la problemática del narcisismo y de la especularidad. La convicción de que
las pequeñas diferencias que caracterizan a cada uno son importantes y nos señalan como mejores
frente a los otros juega un papel importante. El primero de esos otros es el hermano, que recibe
los sentimientos de rivalidad, amor y odio. De aquí parte el complejo del semejante, el odio que
la sentencia bíblica “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, trata vanamente de borrar.
En el trabajo de Freud sobre “Lo ominoso” de 1919, aparecen algunas claves acerca de
cómo lo que es rechazado en el otro corresponde a algo propio no admitido como tal por el sujeto.
La palabra unheimlich es sometida a un escrutinio filológico. Los significados de heimlich
(familiar, casero, secreto), aparecen mezclados con lo no familiar, y el prefijo un complica aún
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mas las cosas. Así lo conocido, íntimo, (heimlich), se transforma en lo desconocido y extraño. En
esta inquietante extrañeza, lo reprimido que retorna es algo familiar desde siempre, devenido
extraño por el proceso de represión. Si bien es raro que un extranjero provoque la angustia
aterradora que suscita la muerte o la visión del sexo femenino, la xenofobia tiene relación con los
temores a la
muerte y sus diferentes representaciones, fantasmas, aparecidos, temor a ser
enterrado vivo, lo femenino, la propia pulsión desbordada en la locura o la epilepsia.
Benjamin (1974) identifica a la representación interior del extranjero con una figura
deforme de los cuentos y rimas infantiles: el jorobadito. Esta figura, es un unheimlich, el coco de
los niños, el judío interno de cada uno, suplemento, sobrante peligroso de la sociedad.
Las relaciones de la sociedad con sus extranjeros consisten en una coexistencia particular
de proximidad y distancia, de reconocimiento y desconocimiento. Mientras esta manera de
interconexión se da en todas las relaciones, asume en este caso un carácter muy marcado. Así lo
ajeno inalienable, el extraño, corresponde tanto a lo individual como a lo social.
La creación de otro o la depositación de ciertos caracteres en el otro proviene de la
necesidad de proteger la coherencia de la propia imagen. Por ejemplo, Roger Bartra (1992)
afirma que la creación del mito del hombre salvaje es un ingrediente fundamental de la cultura
europea, creación de un alter ego, salvaje artificial que preserva la identidad del europeo como
hombre occidental civilizado.
El yo arcaico, narcisista, aún no delimitado del exterior, proyecta fuera de él lo que
experimenta en sí mismo como peligroso, convirtiéndolo en un doble extraño o demoniaco. Este
sentimiento ominoso se repite compulsivamente como algo que se ubica más allá del principio
del placer.
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Frente al extranjero que se rechaza y con quien, no obstante la tentativa de expulsión,
aparece identificación, se pierden los limites y la autonomía. Desestructuración del yo que puede
perdurar como síntoma psicótico o resultar en una nueva apertura. La experiencia amenazante de
la inquietante extrañeza sería el índice de la latencia psicótica, de la fragilidad de la represión y
de la inconsistencia simbólica que estructura a lo reprimido.
Cada uno es extranjero para si mismo, ya que aloja dentro de sí una vasta zona de
alteridad incognocible y este otro desconocido subsiste en las relaciones entre los individuos, las
clases y los pueblos. Ni siquiera en nuestro propio lugar de origen desaparece la extranjería de
cada uno.
Al descubrir la alteridad aterradora que irrumpe frente a la aparición de lo propio en el
otro, nuestro yo se conmociona y tambalea. Si el extranjero contiene la otredad amenazadora, se
elimina al portador de esta alteridad, antes de reconocerla como propia. Si se logra asumir la
extranjería propia, el extranjero cesa de ser una amenaza. Esto es lo que hace decir a Julia
Kristeva (1988): “Si soy extranjera, no hay extranjeros”.
La noción freudiana de inconsciente despoja a lo extraño de su aspecto patológico e
integra al humano una otredad que se vuelve parte inherente de su ser. Lo siniestro, lo extranjero
está dentro nuestro, somos nuestro extranjero, al estar irreparablemente divididos.
Al odio racista que deriva del imaginario narcisista se agrega el odio por la cultura, las
costumbres, la religión del que llega. El grupo mayoritario tiende a aculturar al nuevo grupo, a
obligarlo a renunciar a sus creencias, a su religión. Por otro lado, la llegada de inmigrantes con
creencias fundamentalistas o posturas antefemeninas extremas, plantean problemas insolubles, ya
que no se puede aceptar “todas” las diferencias.
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El sentido del racismo dista de ser evidente. Sus formas más feroces pueden oponer a
grupos con diferencias raciales nulas. Hay pueblos europeos con diferencias raciales mínimas
desde el punto de vista de origen, color, complexión o lengua, que se han odiado y matado
salvajemente. Interpretar al racismo exclusivamente como derivado de la relación especular con
el otro, deja de lado el hecho de que se trata de un fenómeno de grupo y no individual. El
racismo, el segregacionismo o el prejuicio concierne siempre a dos grupos.
El 10 de mayo de 1933 Hitler toma el poder, festejando el evento con una hoguera de
libros. Las quemas de libros, las profanaciones de tumbas, la destrucción de obras de arte,
identifican al totalitarismo. El odio al libro, pulsión biblioclástica (Haddad, 1993), expresa el
odio a los símbolos de la humanidad. El libro es la materialización del padre simbólico freudiano,
devorado en la identificación primaria. Por esta incorporación el sujeto adquiere la pertenencia a
una familia, aun pueblo, a una genealogía. El libro es la Biblia, el Evangelio, el Corán, o la
transmisión oral de mitos, historias y costumbres. Por la identificación con su grupo el individuo
recibe su aptitud para convertirse en sujeto y en padre del niño por venir. De este modo el libro,
representante del Padre Simbólico y de la línea genealógica, se transforma en el hijo que perpetúa
la cadena generacional . Si el libro o su equivalente corresponde a la articulación del individuo
con su grupo, se entiende que sea el objeto privilegiado de la agresión racista.
Esto aparece en los ataques del nazismo, que niega la función paterna y pretende destruir
la cadena de la filiación , con la anulación del nombre y de la condición de sujeto para sus
víctimas. El racista niega la existencia del libro del grupo odiado, su condición humana y
descalifica su cultura.
Después del ataque al libro del otro el racista atacará su propio libro, no lo va a enriquecer
ni reelaborar. Notará con espanto como el libro extranjero infiltraba al propio, dañado por la
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contaminación con la palabra extranjera, encontrará que su libro está barbarizado, judaizado,
desnacionalizado y declarará que es urgente la recuperación de los valores nacionales. Pero
adviene un destino trágico. El restablecimiento de la pureza original del propio libro lleva al
estrechamiento, a la esterilidad, a la pobreza de la cultura purificada.
La cultura, las convicciones, el libro y la particular relación con la ley que transmite,
juega un papel de gran importancia en la construcción de las certezas de cada uno. Otro libro que
el propio provoca una fragilización de esa escasa certidumbre. Aparece una desconfianza que
fácilmente se transforma en odio.
La situación de prejuicio frente al otro y a su pensamiento es universal. La Argentina, por
ejemplo, tenía una Ley de Residencia propuesta en 1902 por Miguel Cané, Senador por Buenos
Aires y famoso por su libro Juvenilia. Dicha ley permitía expulsar del país a cualquier persona
que el gobierno calificara como agitador extranjero, y los conservadores argentinos persiguieron
la ideología democratizadora que aportaban radicales, socialistas y anarquistas, en un contexto en
el que el término extranjero adquiría la connotación de más desigual que diferente. Asimismo, el
artículo 33 de la Constitución Mexicana consigna la facultad de expulsar “sin Juicio previo a todo
extranjero cuya permanencia se juzgue inconveniente”.
Con todo, hay fuerzas libidinales en la relación con el otro, que permiten cierta
integración de los extranjeros en las sociedades. Levinas (1987) define a Dios como una instancia
de resistencia a unidades y estados que sacrifican la especificidad de las diferentes personas a
favor de un objetivo, en lugar del Dios tiránico que sanciona y mata. El postula una exterioridad,
un más allá del horizonte del ser, en la que la relación con el otro es diferente a la del
conocimiento de algo ya conocido, ya que se desea la otredad del otro. El otro es irreductible y su
alteridad debe ser conservada.
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De forma simultánea al desarrollo del racismo moderno, aparece un descubrimiento de
sentido inverso, de gran importancia. El mito adánico que propone un origen único para la
humanidad, pasa a contar con el apoyo de la etnología, que descubre la universalidad de una
estructura común, como la ley centrada en la prohibición del incesto, la prohibición del asesinato
al interior del grupo, las prohibiciones alimentarias, y las instancias de arbitraje: Toda sociedad
existe si respeta esas reglas. En sus Mitológicas, Levi Strauss (1968) apoya la existencia de un
grupo fundamental de mitos fundadores de cada pueblo, su propio libro, aunque no esté escrito.
Propone que estos diferentes libros pueden, a través de un juego de transformaciones lógicas,
remontarse a un mito fundador. La unidad del género humano aparece así expuesta en su
diversidad.
BIBLIOGRAFÍA
-Arendt, H. (1973) “The origins of totalitarianism” Florida: Harcourt Brance.
-Bartra, R. (1992) “El Salvaje en el espejo”. México, Ediciones ERA
-Bastide, R. (1969) “El prójimo y el extraño”. Buenos Aires, Amorrortu.
-Benjamín, W. (1974) “Reflexiones sobre niños, juguetes, libros infantiles, jóvenes y
educación”. Buenos Aires, Nueva Visión.
-Besse, J. (1996). “Expulsión de Extranjeros”. Debate Feminista, Año 7 13 México, 1996.
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-Castoriadis, C. (1985) Coloquio “Inconsciente y Cambio Social.” Association pour la
Recherche et l’Intervention Psichosociologiques.
-Freud, S. (1895) “Proyecto de Psicología”, Obras Completas, Vol. I Amorrortu, Buenos Aires.
-Freud, S. (1919) “Lo ominoso” Obras Completas, Vol. XVII, Amorrortu. Buenos Aires.
-Haddad, G. (1993) “Los biblioclastas”. Buenos Aires, Ariel.
-Kozinski, J. (1965). “The Painted Bird”. N.Y. Bantam Books.
-Kristeva, J. (1991) “Strangers to ourselves”, New York, Columbia University Press.
-Levinas, E. (1987) “Totalidad e Infinito”. Salamanca, Sigueme
-Lévi-Strauss, C. (1968) “Lo crudo y lo Cocido”. Mitológicas I. México, Fondo de Cultura
Económica.
-Montesquieu, Ch.” Lettres Persanes (1721)” En: Oevres Complètes, Paris Seuil, 1964.
-Todorov, T. (1989) “Nous et les Autres”, Paris Seuil.
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