Dilemas y Ensayos Los pasos de López y la novela histórica Alenka Gusmán * El propósito de este ensayo es analizar la novela histórica de Jorge Ibargüengoitia: Los pasos de López. Mi elección por este libro estuvo motivada por dos razones: mi interés por conocer una novela histórica sobre la independencia de México y la segunda, mi lectura previa del libro Las muertas del mismo autor. Esta decisión la tomé, incluso pese a mi gran aprecio por otros autores que figuraban en la lista de libros a escoger. La reflexión sobre Los pasos de López se divide en tres partes. En la primera se ubica el terreno de la novela histórica; retomando el anterior contexto, en la segunda se analiza el libro, y finalmente se hacen algunas comparaciones con un libro de Fernando Benítez que reconstruye los sucesos de la gesta independentista. I. El quehacer de la novela histórica El género de la novela histórica se desarrolla entre las fronteras de la historia, las leyendas y los mitos de los pueblos. La historia hace referencia a una explicación sabia o científica de los hechos acontecidos. En cambio, un suceso o una experiencia pueden ser relatados de forma fiel, tergiversada o de ficción. Su diferencia se explica a medida que la historia delimita su especificidad y ello ocurre en la era moderna. Los nombres que asignan las culturas a estos dos quehaceres muestran en cierta medida su grado de simbiosis o diferenciación, más que azar de la homonimia, Histoire, “... la lengua francesa designa con la misma voz la experiencia vivida, su relato fiel, su ficción mentirosa y su explicación sabia. Más precisos para sortear las trampas de la homonimia, los ingleses distinguen story de history. Preocupados por explorar en su especificidad el espesor de la experiencia vivida y las condiciones de construcción del discurso, los alemanes separan Historie de geschichte” (Ranciere, 1993: 11). Preocupados en desarrollar su cientificidad, los historiadores modernos inscribieron su trabajo en el campo pluridisciplinario. En efecto, la geografía, la estadística y la demografía se utilizaron para construir el rigor científico de la historia. La nueva historia privilegió el análisis de periodos largos y dejó en el anonimato a sus protagonistas. Esto forma parte de la modernidad con su proyecto democrático (García, 1990).1 Paradójicamente el alejamiento de los temas tradicionales de la historia no sólo la conducían al terreno científico, sino incluso, a su misma extinción. Invitar a la ciencia histórica a sustituir el lenguaje engañoso de las historias por la lengua universal de las matemáticas era invitarla a morir sin dolor, sin darse cuenta. Lo que las estadísticas de larga duración proporcionarían en lo sucesivo serían los elementos de una sociología comparativa. La historia no sería sino la dimensión diacrónica, útil en algunos casos, para la explicación de fenómenos sociales residuales. La historia promovida a la dignidad científica era de hecho una historia desvanecida en la gran ciencia de lo social que le brindaba su objeto y le prescribía los medios de su conocimiento (Ranciere, 1993:15). Los trabajos desarrollados desde Michelet a Lucien Febvre y Fernand Braudel revirtieron esta tendencia suicida de la historia. La era de la historia, de Michelet a Braudel ha sido aquella en la que los historiadores han podido reescribir la escena de la muerte del rey en el equilibrio del relato y de la ciencia (Ranciere, 1993:55). Paralelamente la historia desarrolló de forma secundaria el relato de acontecimientos con el uso de los nombres propios. Los relatos corrieron distinta suerte: unos permanecieron en el terreno de lo verídico, mientras otros pisaron los de la fantasía y la ficción. Justamente en estos espacios, la historia recreativa y la novela histórica se desarrollan. Para cualquier nación su historia, sus relatos verídicos y míticos adquieren relevancia en la construcción del pasado que define su identidad. En efecto, la historia forma parte del patrimonio cultural de los pueblos. Conservar, restaurar y difundir el patrimonio histórico tienen como objetivo explicar un pasado común de todos los ciudadanos. El lenguaje simbólico se presenta como la identidad nacional. A través de éste se pretende recrear la ilusión del consenso colectivo y el acceso al patrimonio por encima de las diferencias sociales, es decir, de la cohesión nacional. Ante la contundencia de los hechos actuales, crece la incredulidad de las bondades de la modernidad. Entonces, el pasado se convierte en un refugio y una compensación a las carencias de todo tipo. Es * Profesora del Departamento de Economía, UAM-Iztapalapa. 1. La modernidad es definida desde diferentes parámetros. Una de las explicaciones más lúcidas sobre la modernidad es la expuesta por Marschall Berman. Este autor la define como la experiencia vital compartida universalmente. Paradójica, porque ofrece vivencias creativas y al mismo tiempo destructivas. Es decir, la modernidad renueva pero, contradictoriamente, desintegra. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire. (Berman, M., Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, México, 1988.). La modernidad, reuniendo distintas interpretaciones, puede resumirse en cuatro proyectos: I) el emancipador; II) el expansivo; III) el renovador; y IV) el democratizador. El primero alude a la autonomía de la cultura lograda a partir de la secularización. El segundo subyace la idea del desarrollo de todas las áreas del conocimiento sujeto a las necesidades del capitalismo. El tercero, el renovador, se enfoca a la innovación constructiva y a la necesidad de modificar el lenguaje simbólico desgastado en el consumo. El último, el democratizador, se refiere a la difusión del discurso educativo, científico, artístico, etcétera). García Canclini, N., Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Conaculta-Grijalbo, México, 1990. 79 página Dilemas y Ensayos 80 página necesario reforzar el pasado cuando no se puede acceder al presente.2 Basada en hechos verídicos, la novela histórica desarrolla la posibilidad de dar la palabra a aquellos que la historia mantuvo en silencio. El escritor puede, con el recurso que la literatura y la poesía le otorgan, intervenir y dialogar con los personajes históricos. Un ejemplo muy bello de este género es la obra de Marguerite Yourcenar: Las memorias de Adriano. La escritora francesa se apropia de la voz de Adriano para relatar lo que seguramente constituyó una investigación minuciosa de los tiempos del emperador romano. Las confesiones de Adriano, sin embargo tienen algo que la historia no consigna: la anécdota y reflexión de sus acciones, sus pasiones y sus debilidades en un tono deliciosamente cotidiano. Este ejercicio rompe de alguna forma con la ritualidad construida por el discurso histórico. La anécdota literaria humaniza a los protagonistas del pasado. La novela histórica habita los espacios de la historia y de la literatura y a la vez desarrolla una dimensión propia. Ésta construye un lenguaje poético capaz de desmitificar aquello que la historia ha ritualizado. 2. “La conmemoración se vuelve una práctica compensatoria: si no podemos competir con las tecnologías avanzadas, celebremos nuestras artesanías y técnicas antiguas; si los paradigmas ideológicos modernos parecen inútiles para dar cuenta del presente y no surgen nuevos, re-consagremos los dogmas religiosos o los cultos esotéricos que fundamentaron la vida antes de la modernidad”. García Canclini, N., Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Conaculta-Grijalbo, México, 1990, pág. 56. 3. Al respecto, Renato Ortiz explica las razones del por qué los escritores en Brasil no logran desarrollar un trabajo autónomo durante las primeras décadas del siglo XX. Ortiz, R., A moderna tradição brasileira, Brasiliense, São Paulo, 1988. 4. Perry Anderson sintetiza las condiciones de génesis del modernismo europeo “...este floreció en las primeras décadas del siglo en un espacio donde se combinaban un pasado clásico aun utilizable, un presente técnico aun indeterminado y un futuro político aun imprevisible (...) Surgió en la intersección de un orden semiaristocrático, una economía capitalista semiindustrializada y un movimiento obrero semiemergente o semiinsurgente”. Anderson, P., “Modernity and Revolution”, en New Left Review, núm. 144, marzoabril de 1984. 5. Esta idea es desarrollada por Roberto Schwarz. Schwarz, R., Ao Vencedor as Batatas, Duas Cidades, São Paulo, 1977. 6. “Solo seremos modernos si somos nacionales” afirma Renato Ortiz. En Latinoamérica, el desarrollo de la ciencia histórica, así como de la literatura está vinculado al del modernismo. Evidentemente las condiciones de la génesis del modernismo en Europa difieren de las de Latinoamérica cuando éste arribó. Algunos factores que contribuyeron a la difusión del modernismo europeo en los países latinoamericanos, desde fines del siglo XIX, son: la expansión del capitalismo, la influencia del liberalismo, la migración europea a América, la extensión de los medios de cultura (escuela, prensa, radio, etcétera). El desfase entre el desarrollo económico y el desarrollo cultural registrado en las sociedades latinoamericanas es visto como fuente de la modernización deficiente. Es decir, no se lograron los objetivos del modernismo en las artes como en Europa: “no formaron mercados autónomos para cada campo artístico, ni consiguieron una profesionalización extensa de artistas y escritores, ni el desarrollo capaz de sustentar los esfuerzos de renovación experimental y democratización cultural” (García, 1990: 65-66). Existen numerosas anécdotas que muestran cómo en Latinoamérica, durante el siglo XIX y principios del XX, no se desarrolló ni siquiera ese juego ambiguo de secreto y divulgación. Por ejemplo, la literatura solo podría estar al servicio de las elites criollas al existir las mayorías analfabetas. En esas condiciones no podía desarrollarse la gasificación de la producción artística ni el desarrollo autónomo de los artistas.3 Sin embargo, estos desajustes permitieron a las clases poderosas asegurar las zonas de privilegio, sin necesidad de justificarlo. Las evidencias históricas muestran que el modernismo cultural no se inició en los países vanguardia del desarrollo económico. Por el contrario, el modernismo tuvo su campo fértil en aquellas sociedades que aún contenían los elementos del antiguo orden aristócrata. Incluso, el campo más propicio son aquellas sociedades en las cuales se da una “intersección de diferentes temporalidades históricas”. Tres temporalidades históricas que confluyeron, favorecieron el desarrollo del modernismo: los códigos académicos heredados de las instituciones aristócratas; las condiciones objetivas del desarrollo tecnológico y el advenimiento de la revolución proletaria (Anderson citado en García, 1990: 71).4 Este marco de interpretación favorece notablemente a la comprensión del entre- cruzamiento cultural en Latinoamérica. El desarrollo híbrido de la cultura ocurre en sociedades marcadas por temporalidades históricas diferentes. Pese a los intentos de secularización y renovación propios del modernismo, en América Latina subsistió en la sociedad la presencia de los ritos heredados tanto del pasado colonial como del pasado indígena. Desde luego que ciertas elites se adhirieron plenamente a los movimientos propios del modernismo. Los obstáculos encontrados por los artistas de los países latinoamericanos en su intento por desarrollar campos autónomos condicionaron el carácter de su creación. El liberalismo europeo adoptó características propias de los países latinoamericanos. Éste está condicionado de forma triple por “los conflictos internos, dependencia exterior y utopías transformadoras” (Schwarz citado en García, 1990: 75).5 La difusión de la producción artística vanguardista hecha por los artistas latinoamericanos formados en los países del viejo mundo resultó ser la primera fase del modernismo. Sin embargo, en su segunda fase, el ímpetu modernizador adquiere un matiz nacional. Tal es lo que ocurre con el muralismo mexicano. Diego Rivera, uno de los expositores de este movimiento plástico, se había formado bajo la influencia de los movimientos de vanguardia de Europa (impresionismo, simbolismo, cubismo, entre otros). Sin embargo, su creación pictórica, el muralismo, se inspira en el marco más profundo de las tradiciones mexicanas y de la realidad impuesta por la revolución mexicana. Esta expresión híbrida de la cultura habría de verse frenada en su proyecto innovador y autónomo, en la medida en que la revolución mexicana se institucionaliza y el arte inspirado en la misma ingresa al mundo de las convenciones y la ritualización. En efecto, el muralismo cumple con la necesidad democratizadora planteada por la revolución mexicana, pero su potencialidad es limitada a medida que la utopía aterriza. Con una población abrumadoramente analfabeta, los murales representan la oportunidad de difundir la historia de México, la identidad del mexicano con sus costumbres y su arte popular. La modernidad fue la oportunidad para desarrollar la identidad nacional (Ortiz citado en García, 1990: 78).6 Para ser cultos no era necesario imitar, esta idea favoreció de manera significativa la creación artística en todos los campos culturales. La historia de la cultura latinoamericana registra numerosas contribuciones en la pintura, la música, Dilemas y Ensayos la literatura, la escultura. En efecto, países como Brasil desarrollaron su capacidad e ingenio musical; en México se producen artistas de la talla de Fermín Revueltas, Carlos Chávez con creaciones inspiradas en la música popular. En la literatura también encontramos estilos propios producto de la amalgama de la literatura universal y la realidad mestiza. La comprensión del papel de los ritos es clave para el análisis del origen y del destino de los ímpetus innovadores de los artistas. Pero el análisis de los ritos también contribuye a comprender las bases del proyecto hegemónico de la modernidad. La relación que se establece entre la modernidad y el pasado puede analizarse en las operaciones de ritualización cultural. Las referencias anteriores sobre el desarrollo de la cultura de la modernidad en Latinoamérica nos ubican en el trabajo que los escritores de este continente realizaron. En una primera etapa, en el siglo XIX y principios del XX, tanto historiadores como literatos estuvieron impregnados de la influencia europea. En un segundo periodo, en diferentes momentos del siglo XX en un ambiente nacionalista, la creación de éstos genera un estilo propio. Sin embargo, el fortalecimiento de los gobiernos nacionalistas planteó a sus dirigentes la construcción del discurso histórico como una forma de legitimar su hegemonía. Es entonces, cuando se fortalece la visión patrimonialista de la historia y ésta entra al mundo de los rituales y la mitificación. La novela histórica tiene la oportunidad de escapar a ese Jorge Ibargüengoitia destino ritualizado que la historia oficial ha corrido. En el caso de México, la novela histórica tiene su momento fértil en las condiciones sociales que genera la revolución mexicana. Martín Luis Guzmán y Mariano Azuela logran con acierto novelas históricas que reconstruyen las vivencias de los que fueron a luchar por un pedazo de tierra y libertad. También nos entregan a los caudillos de la revolución en su dimensión humana. Por fortuna este género ha sido desarrollado por otros escritores, entre los que encontramos a Fernando del Paso (Noticias del Imperio), Elena Poniatowska (Tinísima) y Paco Ignacio Taibo II (La lejanía del tesoro). El trabajo de éstos fue ampliamente documentado en los archivos históricos e impregnado, por cada uno, de su estilo literario. El resultado fueron las espléndidas novelas históricas a las cuales tenemos acceso. A continuación analizamos el trabajo de Ibargüengoitia desarrollado en este terreno. II. López en los pasos de la novela histórica En Los pasos de López, Ibargüengoitia intenta construir una novela histórica sobre la guerra independentista iniciada en 1810 por un grupo de criollos de ideas liberales. La identidad de los que la historia ha denominado héroes nacionales permanece oculta. Sin embargo, su identificación resulta sencilla por la amplia difusión que se ha hecho de esta gesta heroica. La voz del relator es cedida por el escritor a uno de los protagonistas: el teniente Matías Chandon. El militar, criollo de nacimiento, llega al pueblo donde la conspiración se prepara tiempo atrás. Sus vínculos con el grupo precursor de la independencia de México se establecen un poco casualmente, aunque para los criollos su incorporación en un puesto militar tiene un objetivo estratégico preciso. La preparación del movimiento independentista se presenta como un ensayo de comedia al cual asisten únicamente criollos y entre ellos dos curas. Ninguna referencia se hace al aspecto ideológico de las reuniones, excepto al deseo de lograr un país independiente de la corona española y el ascenso político de los criollos. El teniente Chandon relata los hechos tiempo después de acontecidos. En sus palabras deja ver su ingenuidad y desconocimiento hacia los sucesos en los que habría de convertirse en un protagonista destacado. El cura Periñón (Hidalgo), que la historia registraría como padre fundador de la patria, aparece como un individuo con sus debilidades y virtudes humanas. El cura goza de gran flexibilidad para viajar a los pueblos de la región y mantener una comunicación con todas las capas de la población, aun con los acaudalados españoles. A diferencia del otro cura (Juanito Pinole), que se arrepiente de su participación insurgente y denuncia el movimiento, Periñón permanece convencido de la causa independentista hasta el día de su muerte. La actitud titubeante y traidora de algunos de los personajes retrata sin duda la naturaleza de los criollos no convencidos de separarse de la corona española. Durante todos los años que habría de durar la guerra de independencia y en los posteriores, en los cuales se habría de definir el tipo de nación del México independiente, la historia se topa con una infinidad de individuos como éstos. El corregidor y su esposa recuerdan de forma vaga a los personajes de las novelas francesas del siglo XVIII. El corregidor es un tipo honesto, formal y preocupado por que la independencia quede documentada en actas, pese a sus grandes equívocos a la hora de enfrentar los sucesos. Su titubeo al quedar descubierta la insurrección contrasta con la decisión de su mujer. La corregidora (Josefa Ortiz de Domínguez) es el personaje en el cual se depositan todos los atributos femeninos. Su coquetería queda sólo en las insinuaciones. Por ello mismo la historia amorosa es omitida en el relato. Esta omisión se refleja en personajes tibios, pese a que el proyecto libertador requería de una gran pasión de sus participantes. En la novela de Ibargüengoitia los individuos de la independencia aparecen a través del relato de Chandon en una versión corregida. Es decir, el escritor pone en boca del teniente la preocupación por aclarar lo que se dijo y no se mencionó; lo que se hizo y lo que no se efectuó. En especial, 81 página Dilemas y Ensayos 82 página llama la atención la corrección de las acciones del cura Periñón, jefe del movimiento insurgente desde el momento en que clamó el grito de independencia: “Un pintor que quiso evocar mi llegada a Ajetreo, me representó sacando el pie de debajo de un caballo muerto, al fondo se ve una iglesia, Periñón está en el atrio y va corriendo hacia mí con los brazos abiertos. Dicen que apenas di la noticia Periñón hizo tocar a rebato, que llegaron los fieles corriendo y que cuando se llenó la iglesia, Periñón subió al púlpito y gritó: ¡Viva México! ¡Viva la independencia! ¡Vamos a matar españoles!” “Que la gente le hizo coro, que él sacó una espada, que salió de la iglesia y que todos lo seguimos”. “Es una visión inexacta... “—apunta el narrador—. “A mi llegada a Ajetreo no hubo abrazo, porque Periñón no estaba. Había ido a visitar amigos que vivían fuera del pueblo… Periñón regresó pasada las nueve y media. Pero apenas supo lo que había ocurrido en Cañada no titubeó… Cuando la iglesia se llenó, salió al presbiterio y gritó: -¡Viva México! ¡Viva la independencia! ¡Viva la virgen prieta! El pueblo contestó: -¡Viva el señor cura Periñón! “Ni gritó ‘¡Vamos a matar españoles!’ ni matamos a ninguno aquella noche” (Ibargüengoitia, 1991: 117-119). ¿Quién puede relatar la exactitud de los hechos? ¿El objetivo de la novela histórica es colocar las palabras precisas? Son múltiples las versiones que corrieron de boca en boca y de generación en generación sobre estos hechos fundadores de la patria, no criolla pero si mestiza. La pluralidad de miradas y voces hicieron posible las historias, relatos y leyendas: unos quedaron enterrados en el tiempo, otros fueron atrapados por la lengua escrita. Muchas de esas voces pueden ser escuchadas a través de la novelas. El escritor con su ingenio literario puede revivirlas. Lo anterior pone en duda el carácter de novela histórica de Los Pasos de López. Porque este género deriva de la singularidad de una época específica la excepcionalidad en la actuación de cada personaje. Historia novelada tampoco, ya que toda ella reboza un mortecino humor gachupín enderezado contra las chusmas que por artimaña de Ibargüengoitia ni a coro de la tragedia llegan. En el terreno del insulto y del improperio también se libró la guerra de Independencia, y de ello son testimonios estas palabras del propio cura Hidalgo: “No habrá inquisidor gachupín, ni arzobispo gachupín, ni virrey gachupín, ni rey gachupín, ni santo gachupín” (Benítez, 1976: 102). El discutible sentido del humor de Ibargüengoitia no abarca a la época que es un vasto escenario, ya que solo es un arcabuz disparado contra uno de los bandos: las masas insurrectas y su caudillo Hidalgo. En Los pasos de López tales masas son sobajadas como chusma, y de su presencia anónima y multitudinaria solo se consigna una cantaleta monocorde: “Viva el cura Periñón, etcétera”, “Viva la independencia, etcétera”. ¿Por qué emplea Ibargüengoitia el “etcétera”? Porque su novela oscila entre la burla y el desprecio; línea ágata tras línea su ocurrencia es un dicterio a expensas de la historia. El cura Miguel Hidalgo publicó en Guadalajara el decreto de abolición de la esclavitud, derogación de tributos, prohibición del uso del papel sellado y extinción de estancos. Ordenó que las tierras fueran entregadas a los peones, sin que pudieran volver a arrendarse; señaló un plazo de 10 días para que los amos pusieran a los esclavos en libertad; nombró a un ministro de estado, uno de justicia, cuatro citadores, un representante diplomático en Estados Unidos y ordenó la edición de siete números del periódico El despertar americano.El decreto de abolición de la esclavitud es la piedra de toque del proyecto de Hidalgo. ¿Cómo lo aborda Jorge Ibargüengoitia? Veamos. “Fuimos primero a la cárcel en donde Periñón soltó a los presos, después cogió por un callejón que llevaba a las orillas de la ciudad, siempre seguido por un gentío. Llegamos a la hacienda de Otates. El mineral estaba en los tanques y el agua lo cubría, pero nadie estaba haciendo la torta porque los arrieros se habían ido. Las mulas estaban en el corral, él mismo quitó las trancas, entró en el corral y arreándolas, hizo que todas las mulas salieran y no dejó que nadie las agarrara. Montó a caballo y explicó a la gente que lo seguía: “-Pongo en libertad esas mulas porque han sido maltratadas y usadas para el beneficio de unos cuantos”. “Las mulas se quedaron pastando en la orilla del río” (Ibargüengoitia, 1991: 138). Es de tal manera ostentosa la índole deletérea de su gracejada, que nos ahorra transcribir pasajes similares. Según él las mulas eran las víctimas del maltrato colonial. La opresión colonial, así, no fue inicua, monstruosa, sino inocua, farsita. Aunque posteriormente precisa que la abolición de la esclavitud fue hecha frente a los hombres que soterrados trabajan en las minas y desconocían su estado de esclavitud: “-Haga que salgan todos los que están abajo”. “El capataz estaba tan asustado que él mismo bajó a decir a los trabajadores que subieran. Mientras esperábamos se juntó un gentío. Cuando al fin salieron todos los que habían estado abajo, cansados, embarrados, casi encuerados. Periñón les dijo: “-Con estas palabras que oyen queda abolida la esclavitud en América. Esta declaración solemne fue recibida en silencio. Los que la oyeron no entendían. Eran indios a quienes sus amos compraban y vendían y hacían bajar a la mina a fuerzas, pero como no eran negros creían que no podían ser esclavos. Periñón comprendió su azoro y explicó: “-Quiero decir de que ahora en adelante bajará a la mina el que quiera, porque le convenga el sueldo y el que no, no” (Ibargüengoitia, 1991:139). Ibargüengoitia omite la tragedia porque sólo reconoce lo anecdótico ya que se sitúa por encima de los hechos: en lo que nos envilece. Ridiculiza lo personal y borra el todo colectivo del que son parte los personajes. En su libro ni siquiera revela con los instrumentos del sarcasmo los límites del proyecto emancipador de Hidalgo. Al omitir la grandeza de la gesta independentista (mediante el empleo de una voz narrativa que, ayuna de convicciones, se deja arrastrar indolentemente por la vorágine de los acontecimientos), Los pasos de López ignora la condición trágica de los hechos que son la plomada y el ladrillo con que se construyó una nación. No hay entonces conciencia histórica sino dispersión anecdótica: ponzoña caricatural. Para burlarse de los héroes trágicos hay que tener genio, hay que ser Aristófanes. III. Otra referencia a propósito del relato histórico México, como país, emerge en un grito genésico. El llamamiento del cura Miguel Hidalgo la madrugada del 16 de septiembre de 1810 es una proclama fundadora: en el suelo de la vasta movilización popular desencadenada echó raíces la verdade- Dilemas y Ensayos ra índole de nuestro ser nacional. El punto de partida mexicano no es, de tal suerte, la Conquista ni la Colonia sino la Independencia. La onda expansiva del grito libertador fue instantánea, y su perdurabilidad histórica proviene de su resonancia simbólica. No sólo repercutió diversamente en la conciencia devastada de los indígenas y en la ambición vilipendiada y agazapada de los criollos; también dejó entrever un proyecto que encarnaría acto seguido en el cura José María Morelos: la construcción de un país predominantemente mestizo, posible a condición de que el orden colonial fuera desmontado y sus cimientos destruidos. “Los viejos enemigos —escribe con desaliñado estilo Fernando Benítez— estaban frente a frente. Los mundos enemigos chocaban con fuerza y el odio que el sistema colonial se había empeñado en fomentar durante tres siglos, desbordaba sus cauces en una inundación incontenible” (Benítez, 1976: 76). En ese escenario de ánimos exacerbados por la ignominia del coloniaje, la convocatoria auroral de Hidalgo es un grito de gesta emancipadora. La naturaleza de los acontecimientos que él mismo acaudilla es indudablemente épica y su desenlace trágico. Legendarios sucesos salpicados también por lo nimio y por el error inexplicable — ingredientes adicionales de la grandeza de la vida—. En las efemérides se ha consagrado a Miguel Hidalgo y Costilla como el Padre de la patria, hipérbole ilustrativa del afán que omite la totalidad política de la que son parte los personajes extraordinarios. Historia de bronce: mistificación que convierte a los héroes en estatuas del panteón oficial, ya despojadas sus hazañas de cualquier nexo con la circunstancia actual. Historia de bronce: anulación de la analogía proscripción del análisis comparado, cancelación de los puentes que relevan la historicidad del presente y la actualidad del pasado. Las lecciones del pasado se asimilan de dos formas: mediante el conocimiento (en el cual se entrelazan la historia y la leyenda, la hemeroteca y la prosa de ficción) y a través de la institución que pone en relieve insólitos paralelismos. La analogía histórica no necesariamente se establece por concordancia entre una y otras épocas, sino, por ejemplo, por la similitud en los errores o por semejanza en los anhelos. Imbuido quizá por el propósito de humanizar a los personajes de la Independencia, Fernando Benítez emprendió en La ruta de la libertad un recorrido por los caminos y ciudades en que batalló, venció y perdió la muchedumbre de Hidalgo, a la luz de la situación prevaleciente 150 años después (la primera edición de Publicaciones Herrerías tiene el pie de imprenta de 1960). Ni tratado de historia ni relato de ficción, La ruta de la libertad es un libro en el que mediante los recursos del reportaje y de la crónica, Benítez describe a grandes rasgos la atmósfera opresiva del régimen colonial y el descontento que desemboca en la insurrección precariamente armada de las huestes de Hidalgo. El autor evade, sin embargo, las posibilidades de la comparación y la semejanza, una vez establecidas las obvias singularidades de ambas épocas. El México en el que acaece la represión gubernamental en contra del movimiento ferrocarrilero (por citar solo un dato sangriento del sexenio de López Mateos) destaca por su carga opresiva; pero la visión de Benítez asombra por lo que omite y hostiga, por lo que soslaya. Es comodino el alcance de sus observaciones, efectuadas mientras recorre en automóvil Celaya, Guanajuato, Dolores Hidalgo, Irapuato, Guadalajara, etcétera. Periodista supuestamente sagaz, Benítez no advierte señal alguna de la expoliación de los productores agropecuarios, sino únicamente rezagos atendibles mediante la ideología de la acción gubernamental como caridad pública y de la resolución de los conflictos a través del asistencialismo, forma siempre diferida de canalizar recursos sin tocar la raíz social. Así con estupor lee uno lo que sigue: “Las nubes de mendigos que caen sobre el viajero, la vista de los muchos pobres y de los niños y mujeres vestidos miserablemente, indican la obligación de llevar nuevas técnicas y mayores recursos al campo, como la única forma de apoyar este indudable progreso y satisfacer las necesidades de una población siempre creciente” (Benítez, 1976: 58). En La ruta de la libertad la interpretación de la realidad rural mexicana oscila entre la estulticia anterior y la banalidad de la postal turística, según la cual “[...] algunos pueblos tienen cine, billares y sinfonolas, pero gran parte de los campesinos, vestidos de manta, se inclinan sobre el arado egipcio y las carreteras, jaladas por bueyes, rechinan en los senderos transitados por rebaños de ovejas y de cabras” (Benítez, 1976: 101-102). Brillan por su ausencia el poder despótico de los cacicazgos priístas y las redes clientelares de mediación institucional, uno y otros rasgos fehacientes del patrimonio como práctica estatal prevaleciente. Y cuando Benítez advierte la transformación de las ciudades que otrora recorriera Miguel Hidalgo solo apunta que se trata de “naturales aunque crueles modificaciones” (Benítez, 1976: 116). En el tour de Benítez la superficialidad se entrevera con el dato parcial; al mencionar por ejemplo el fenómeno lacerante de la emigración campesina a Estados Unidos recoge una fuente testimonial (un propietario que se explaya en el prejuicio), error inadmisible en un buen reportaje —una de cuyas virtudes es precisamente la pluralidad de voces—. En síntesis, el libro de marras es una fallida recreación de la gesta independentista desde la perspectiva actualizadora del periodismo. Pese a que refiere algunos rezagos del carácter de Hidalgo (a quien califica como “un suave humorista dotado de excelente apetito”), Benítez pone fin a su libro con un parrafito tan mitificado como las peores historias de bronce: “Chihuahua despierta y despierta todo el país, un México lleno de contrastes y esperanza, un México que es libre gracias a ese pequeño anciano que cayó aquí, bañado en su sangre, hace 150 años”. Por fortuna, Hidalgo es tan explorable en sus múltiples facetas que su figura ha sobrevivido a las andanadas retóricas y los panegíricos. También a las diatribas, proferidas y ensayadas con desigual fortuna por, entre otros, Abad y Queipo en sus días y Jorge Ibargüengoitia en los nuestros. La extrema virulencia del edicto de excomunión lanzado por el obispo michoacano contra Hidalgo se corresponde con la mentalidad colonial de la iglesia y es asunto ya abordado por los historiadores. Bibliografía —Benítez, F., (1976) La ruta de la libertad. México, PRI. —García Canclini, N., (1990) Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, Conaculta/Grijalbo. —Ibargüengoitia, J., (1991) Los pasos de López. México, Ed. Joaquín Mortiz. —Ranciere, J., (1993) Los nombres de la historia. Una poética del saber. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión. 83 página Calendario de Registro 84 página •Hasta el de 30 de Septiembre del 2008: Cuota de recuperación con descuento por registro temprano:$1,000 pesos mexicanos •Del 01 al 31 de Octubre del 2008: Cuota de recuperación por registro normal: $2,000 pesos mexicanos •Del 01 de Noviembre en adelante: Cuota de recuperación por registro tardío: $3,000 pesos mexicanos. Registro por un día •Hasta el de 30 de Septiembre del 2008: Cuota de recuperación con descuento por registro temprano:$500 pesos mexicanos •Del 01 al 31 de Octubre del 2008: Cuota de recuperación por registro normal: $1,000 pesos mexicanos •Del 01 de Noviembre en adelante: Cuota de recuperación por registro tardío: $1,500 pesos mexicanos. EXPO INCYTAM 2008 congregará a empresas, profesionales y expertos de la industria del medio ambiente, especialistas, investigadores, instituciones, académicos, y estudiantes de posgrado, interesados en exponer tecnologías, procesos, proyectos e innovaciones que ofrezcan soluciones a los principales problemas ambientales de las grandes urbes de América Latina los cuales se definen principalmente en cinco temas generales como son: 1. AGUA: Tratamiento de aguas industriales, residuales y municipales. Equipos e insumos para tratamiento. Reuso. Desarrollo de proyectos. 2. AIRE: Tratamiento y purificación. Control de Calidad. Desarrollo de proyectos. 3. SUELO: Desarrollo de proyectos. / Bio-remediación. 4. RESIDUOS SÓLIDOS: Manejo integral de residuos. Industriales, municipales, hospitalarios, peligrosos. Tratamiento. Transportación, confinamiento y disposición final. Tecnologías de reciclaje y compostaje. Desarrollo de proyectos. 5. ENERGíA: Energías renovables. Bioenergía. Eficiencia energética. Ahorro de Energía. 6. CAMBIO CLIMÁTICO y medio ambiente. Laberintos y Visiones José Luis Añorve ¿El fin del libro? a muerte del libro se viene discutiendo desde los años sesenta del siglo pasado cuando Marshall McLuhan vaticinó su fin. Incluso hace más de una década, en la histórica Feria de Francfort, se indicó que a inicios del siglo XXI el libro sería parte del olvido. El tiempo ha caminado y el libro electrónico, después de una aparición respaldada por una intensa batería publicitaria en la década pasada, no se afianzó. Las ediciones electrónicas están menguadas y la compra de textos digitales sigue estancada. A pesar de eso la discusión no está cerrada, como tampoco está garantizada la permanencia del libro convencional, porque los datos indican que la edición electrónica en CD-ROM e internet ya ocupa franjas importantes, sobre todo en las enciclopedias. El libro sigue siendo un instrumento cognitivo de un valor importante en la cultura occidental, que no puede ser comprendido sin los textos que permitieron afianzar la razón y, paradójicamente, propagar al por mayor las cuestiones místicas. Sin embargo, el mayor aporte de los libros está en socializar el saber, en evitar que el olvido se instalara en las sociedades pero, también, incluso que se abriera la posibilidad de que el pasado se tornara en un proceso perenne de interpretación. Pero tal vez uno de los aportes más sólidos de los libros estuvo en volverse en una vigorosa interfaz generadora de inteligencia colectiva, que permitió que muchas voces o autores coincidieran en un espacio que simbólicamente se articulaba o se hacía realidad por el papel y que permitía reflexionar sobre uno o varios fenómenos determinados. Sin embargo, el gran nodo que hizo converger distintos puntos de vista en la obra de un autor fue la invención de las notas, las cuales permitieron que un mismo creador fuera capaz no solo de establecer un diálogo con otros autores, L sino de poder estar en varias geografías al mismo tiempo. Imposible entender el desarrollo del hipertexto sin estos antecedentes y que muchos dicen que debe quedar como un bello recuerdo de una época histórica. La desaparición del libro se aborda en el texto compilado por Geoffrey Nunberg, El futuro del libro. ¿Esto matará a eso? (Gedisa, 1998), que a pesar de los años que tiene de haber aparecido no ha perdido vigencia. La obra indica que la discusión sobre el libro está llena de fetichismos como “que la computadora no puede llevarse a la cama como un libro”, cuando muchos usuarios hacen eso y diversas cosas más con sus computadoras. Del lado de los defensores del libro electrónico algunos dicen que una lectura electrónica es más rica intelectualmente que una en formato convencional, como si por arte de magia las capacidades cognitivas se adquirieran sólo con la aparición de una nueva interfaz. Bandos contrarios En ambos bandos lo que se disputa es el significado. Cada uno defiende que el verdadero sentido y experiencia de la lectura se adquiere con el formato que fueron educados. Como buenos animales de costumbre los hombres estamos atrapados en los hábitos, las herramientas con las cuales hemos crecido desde la infancia y la adolescencia son las que realmente tienen significado. Lo peor es que en ese debate cada bando afila las uñas, defiende su época, como si no coexistieran ya ambas. Lo cierto es que la misma experiencia es histórica y eso lo demuestra el hecho que el significado lo encuentren los humanos en prácticas tan diferentes. Sin embargo, las tecnologías han generado espacios que permiten que los humanos concreten el significado. Sin embargo, toda vía de identificación y de signos compartidos que pueden darse alrededor de determinada práctica se ve afec- tada con el correr del tiempo. En la actualidad lo evidente es que se multiplican las prácticas y las tecnologías que son capaces de vulnerar y socavar muy rápidamente cualquier experiencia humana, generando en sus practicantes hondos vacíos existenciales. Paul Dugrid ha referido: “todos los textos dependen en alguna medida del cuerpo material del que desea independizarlos la liberación tecnológica”, pero se olvida que son las comunidades de lectores quienes finalmente determinan la validez, límites y alcances, que tienen en su imaginario los formatos. Pero hoy tampoco podemos hacernos los occisos, el cambio nos arrolla. De acuerdo con Nicholas Negroponte del MIT, la vida del libro es muy corta e indica que la actual revolución tecnológica sólo ha dado a conocer el 3.5 por ciento de la misma, el porcentaje restante se conocerá en los próximos cinco o 10 años. Dentro del espectro de tecnologías por venir está el perfeccionamiento del papel electrónico que se comercializará en todos los formatos, con similar peso y textura que el papel y que permitirá obtener los contenidos de internet. La cuestión no está en que el papel no sea indispensable en la elaboración de los textos, sino en que el concepto de libro como tal no pasará a mejor vida, aunque sí cambiará su función al tener en una obra la posibilidad de consultar muchas otras al mismo tiempo. Lo importante hoy es adaptar las nuevas tecnologías a la conservación de la memoria cultural, que es, en definitiva, la que nos importa, más que los libros que son meros portadores. Ahora existen nuevos formatos y diferentes formas de leer, pero también, como sucede con el libro convencional, un núcleo de prácticas sociales, de fuentes de socialización de saberes y nuevas maneras de administrar la inteligencia colectiva. En fin, como dice Umberto Eco, no se trata de defender a ultranza una interfaz o medio, sino reinventar el espacio público del conocimiento, y en tal sentido el formato no es tan importante, sino lo que se obtiene con ello. Geoffrey Nunberg. El futuro del libro ¿Esto matará eso?, Paidós, Barcelona, 1998. 85 página