Los pasos de López - UAM-I

Anuncio
Dilemas y Ensayos
Los pasos de López y la
novela histórica
Alenka Gusmán *
El propósito de este ensayo es analizar la novela histórica de
Jorge Ibargüengoitia: Los pasos de López. Mi elección por
este libro estuvo motivada por dos razones: mi interés por
conocer una novela histórica sobre la independencia de
México y la segunda, mi lectura previa del libro Las muertas del mismo autor. Esta decisión la tomé, incluso pese a mi
gran aprecio por otros autores que figuraban en la lista de
libros a escoger.
La reflexión sobre Los pasos de López
se divide en tres partes. En la primera se
ubica el terreno de la novela histórica;
retomando el anterior contexto, en la
segunda se analiza el libro, y finalmente se
hacen algunas comparaciones con un
libro de Fernando Benítez que reconstruye los sucesos de la gesta independentista.
I. El quehacer de la novela histórica
El género de la novela histórica se desarrolla entre las fronteras de la historia,
las leyendas y los mitos de los pueblos.
La historia hace referencia a una explicación sabia o científica de los hechos
acontecidos. En cambio, un suceso o una
experiencia pueden ser relatados de
forma fiel, tergiversada o de ficción. Su
diferencia se explica a medida que la historia delimita su especificidad y ello ocurre en la era moderna.
Los nombres que asignan las culturas a
estos dos quehaceres muestran en cierta
medida su grado de simbiosis o diferenciación, más que azar de la homonimia,
Histoire, “... la lengua francesa designa con
la misma voz la experiencia vivida, su relato fiel, su ficción mentirosa y su explicación
sabia. Más precisos para sortear las trampas de la homonimia, los ingleses distinguen story de history. Preocupados por
explorar en su especificidad el espesor de
la experiencia vivida y las condiciones de
construcción del discurso, los alemanes
separan Historie de geschichte” (Ranciere,
1993: 11).
Preocupados en desarrollar su cientificidad, los historiadores modernos inscribieron su trabajo en el campo pluridisciplinario. En efecto, la geografía, la estadística y
la demografía se utilizaron para construir el
rigor científico de la historia. La nueva historia privilegió el análisis de periodos largos y dejó en el anonimato a sus protagonistas. Esto forma parte de la modernidad
con su proyecto democrático (García,
1990).1
Paradójicamente el alejamiento de los
temas tradicionales de la historia no sólo
la conducían al terreno científico, sino
incluso, a su misma extinción. Invitar a la
ciencia histórica a sustituir el lenguaje
engañoso de las historias por la lengua
universal de las matemáticas era invitarla a morir sin dolor, sin darse cuenta. Lo
que las estadísticas de larga duración
proporcionarían en lo sucesivo serían los
elementos de una sociología comparativa. La historia no sería sino la dimensión
diacrónica, útil en algunos casos, para la
explicación de fenómenos sociales residuales.
La historia promovida a la dignidad
científica era de hecho una historia desvanecida en la gran ciencia de lo social
que le brindaba su objeto y le prescribía
los medios de su conocimiento
(Ranciere, 1993:15). Los trabajos desarrollados desde Michelet a Lucien
Febvre y Fernand Braudel revirtieron
esta tendencia suicida de la historia. La
era de la historia, de Michelet a Braudel
ha sido aquella en la que los historiadores han podido reescribir la escena de la
muerte del rey en el equilibrio del relato
y de la ciencia (Ranciere, 1993:55).
Paralelamente la historia desarrolló de
forma secundaria el relato de acontecimientos con el uso de los nombres propios. Los relatos corrieron distinta suerte:
unos permanecieron en el terreno de lo
verídico, mientras otros pisaron los de la
fantasía y la ficción. Justamente en estos
espacios, la historia recreativa y la novela histórica se desarrollan.
Para cualquier nación su historia, sus
relatos verídicos y míticos adquieren
relevancia en la construcción del pasado
que define su identidad. En efecto, la historia forma parte del patrimonio cultural
de los pueblos. Conservar, restaurar y
difundir el patrimonio histórico tienen
como objetivo explicar un pasado
común de todos los ciudadanos. El lenguaje simbólico se presenta como la
identidad nacional. A través de éste se
pretende recrear la ilusión del consenso
colectivo y el acceso al patrimonio por
encima de las diferencias sociales, es
decir, de la cohesión nacional. Ante la
contundencia de los hechos actuales,
crece la incredulidad de las bondades de
la modernidad. Entonces, el pasado se
convierte en un refugio y una compensación a las carencias de todo tipo. Es
* Profesora del Departamento de Economía,
UAM-Iztapalapa.
1. La modernidad es definida desde diferentes parámetros. Una de las explicaciones más lúcidas sobre la
modernidad es la expuesta por Marschall Berman.
Este autor la define como la experiencia vital compartida universalmente. Paradójica, porque ofrece vivencias creativas y al mismo tiempo destructivas. Es decir,
la modernidad renueva pero, contradictoriamente,
desintegra. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, todo lo sólido se
desvanece en el aire. (Berman, M., Todo lo sólido se
desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, México, 1988.). La modernidad, reuniendo distintas interpretaciones, puede resumirse en
cuatro proyectos: I) el emancipador; II) el expansivo;
III) el renovador; y IV) el democratizador. El primero
alude a la autonomía de la cultura lograda a partir de
la secularización. El segundo subyace la idea del
desarrollo de todas las áreas del conocimiento sujeto
a las necesidades del capitalismo. El tercero, el renovador, se enfoca a la innovación constructiva y a la
necesidad de modificar el lenguaje simbólico desgastado en el consumo. El último, el democratizador, se
refiere a la difusión del discurso educativo, científico,
artístico, etcétera). García Canclini, N., Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad,
Conaculta-Grijalbo, México, 1990.
79
página
Dilemas y Ensayos
80
página
necesario reforzar el pasado cuando no
se puede acceder al presente.2
Basada en hechos verídicos, la novela
histórica desarrolla la posibilidad de dar la
palabra a aquellos que la historia mantuvo
en silencio. El escritor puede, con el recurso que la literatura y la poesía le otorgan,
intervenir y dialogar con los personajes históricos. Un ejemplo muy bello de este
género es la obra de Marguerite Yourcenar:
Las memorias de Adriano. La escritora
francesa se apropia de la voz de Adriano
para relatar lo que seguramente constituyó
una investigación minuciosa de los tiempos
del emperador romano. Las confesiones de
Adriano, sin embargo tienen algo que la
historia no consigna: la anécdota y reflexión de sus acciones, sus pasiones y sus
debilidades en un tono deliciosamente
cotidiano. Este ejercicio rompe de alguna
forma con la ritualidad construida por el
discurso histórico. La anécdota literaria
humaniza a los protagonistas del pasado.
La novela histórica habita los espacios de
la historia y de la literatura y a la vez desarrolla una dimensión propia. Ésta construye un lenguaje poético capaz de desmitificar aquello que la historia ha ritualizado.
2. “La conmemoración se vuelve una práctica compensatoria: si no podemos competir con las
tecnologías avanzadas, celebremos nuestras artesanías
y técnicas antiguas; si los paradigmas ideológicos
modernos parecen inútiles para dar cuenta del presente y no surgen nuevos, re-consagremos los dogmas
religiosos o los cultos esotéricos que fundamentaron la
vida antes de la modernidad”. García Canclini, N.,
Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad, Conaculta-Grijalbo, México, 1990, pág.
56.
3. Al respecto, Renato Ortiz explica las razones del por
qué los escritores en Brasil no logran desarrollar un
trabajo autónomo durante las primeras décadas del
siglo XX. Ortiz, R., A moderna tradição brasileira,
Brasiliense, São Paulo, 1988.
4. Perry Anderson sintetiza las condiciones de génesis
del modernismo europeo “...este floreció en las primeras décadas del siglo en un espacio donde se combinaban un pasado clásico aun utilizable, un presente
técnico aun indeterminado y un futuro político aun
imprevisible (...) Surgió en la intersección de un orden
semiaristocrático, una economía capitalista semiindustrializada y un movimiento obrero semiemergente o
semiinsurgente”. Anderson, P., “Modernity and
Revolution”, en New Left Review, núm. 144, marzoabril de 1984.
5. Esta idea es desarrollada por Roberto Schwarz.
Schwarz, R., Ao Vencedor as Batatas, Duas Cidades,
São Paulo, 1977.
6. “Solo seremos modernos si somos nacionales” afirma Renato Ortiz.
En Latinoamérica, el desarrollo de la
ciencia histórica, así como de la literatura
está vinculado al del modernismo.
Evidentemente las condiciones de la génesis del modernismo en Europa difieren de
las de Latinoamérica cuando éste arribó.
Algunos factores que contribuyeron a la
difusión del modernismo europeo en los
países latinoamericanos, desde fines del
siglo XIX, son: la expansión del capitalismo, la influencia del liberalismo, la migración europea a América, la extensión de
los medios de cultura (escuela, prensa,
radio, etcétera). El desfase entre el desarrollo económico y el desarrollo cultural registrado en las sociedades latinoamericanas
es visto como fuente de la modernización
deficiente. Es decir, no se lograron los objetivos del modernismo en las artes como en
Europa: “no formaron mercados autónomos para cada campo artístico, ni consiguieron una profesionalización extensa de
artistas y escritores, ni el desarrollo capaz
de sustentar los esfuerzos de renovación
experimental y democratización cultural”
(García, 1990: 65-66).
Existen numerosas anécdotas que muestran cómo en Latinoamérica, durante el
siglo XIX y principios del XX, no se desarrolló ni siquiera ese juego ambiguo de
secreto y divulgación. Por ejemplo, la literatura solo podría estar al servicio de las
elites criollas al existir las mayorías analfabetas. En esas condiciones no podía desarrollarse la gasificación de la producción
artística ni el desarrollo autónomo de los
artistas.3 Sin embargo, estos desajustes
permitieron a las clases poderosas asegurar
las zonas de privilegio, sin necesidad de
justificarlo.
Las evidencias históricas muestran que
el modernismo cultural no se inició en los
países vanguardia del desarrollo económico. Por el contrario, el modernismo tuvo su
campo fértil en aquellas sociedades que
aún contenían los elementos del antiguo
orden aristócrata. Incluso, el campo más
propicio son aquellas sociedades en las
cuales se da una “intersección de diferentes temporalidades históricas”. Tres temporalidades históricas que confluyeron, favorecieron el desarrollo del modernismo: los
códigos académicos heredados de las instituciones aristócratas; las condiciones objetivas del desarrollo tecnológico y el advenimiento de la revolución proletaria
(Anderson citado en García, 1990: 71).4
Este marco de interpretación favorece
notablemente a la comprensión del entre-
cruzamiento cultural en Latinoamérica. El
desarrollo híbrido de la cultura ocurre en
sociedades marcadas por temporalidades
históricas diferentes. Pese a los intentos de
secularización y renovación propios del
modernismo, en América Latina subsistió
en la sociedad la presencia de los ritos heredados tanto del pasado colonial como del
pasado indígena. Desde luego que ciertas
elites se adhirieron plenamente a los movimientos propios del modernismo.
Los obstáculos encontrados por los artistas de los países latinoamericanos en su
intento por desarrollar campos autónomos
condicionaron el carácter de su creación. El
liberalismo europeo adoptó características
propias de los países latinoamericanos.
Éste está condicionado de forma triple por
“los conflictos internos, dependencia exterior y utopías transformadoras” (Schwarz
citado en García, 1990: 75).5 La difusión
de la producción artística vanguardista
hecha por los artistas latinoamericanos formados en los países del viejo mundo resultó ser la primera fase del modernismo. Sin
embargo, en su segunda fase, el ímpetu
modernizador adquiere un matiz nacional.
Tal es lo que ocurre con el muralismo
mexicano. Diego Rivera, uno de los expositores de este movimiento plástico, se
había formado bajo la influencia de los
movimientos de vanguardia de Europa
(impresionismo, simbolismo, cubismo,
entre otros). Sin embargo, su creación pictórica, el muralismo, se inspira en el marco
más profundo de las tradiciones mexicanas
y de la realidad impuesta por la revolución
mexicana. Esta expresión híbrida de la cultura habría de verse frenada en su proyecto innovador y autónomo, en la medida en
que la revolución mexicana se institucionaliza y el arte inspirado en la misma ingresa
al mundo de las convenciones y la ritualización. En efecto, el muralismo cumple con
la necesidad democratizadora planteada
por la revolución mexicana, pero su potencialidad es limitada a medida que la utopía
aterriza. Con una población abrumadoramente analfabeta, los murales representan
la oportunidad de difundir la historia de
México, la identidad del mexicano con sus
costumbres y su arte popular.
La modernidad fue la oportunidad para
desarrollar la identidad nacional (Ortiz citado en García, 1990: 78).6 Para ser cultos no
era necesario imitar, esta idea favoreció de
manera significativa la creación artística en
todos los campos culturales. La historia de
la cultura latinoamericana registra numerosas contribuciones en la pintura, la música,
Dilemas y Ensayos
la literatura, la escultura. En efecto, países
como Brasil desarrollaron su capacidad e
ingenio musical; en México se producen
artistas de la talla de Fermín Revueltas,
Carlos Chávez con creaciones inspiradas en
la música popular. En la literatura también
encontramos estilos propios producto de la
amalgama de la literatura universal y la realidad mestiza. La comprensión del papel de
los ritos es clave para el análisis del origen y
del destino de los ímpetus innovadores de
los artistas. Pero el análisis de los ritos también contribuye a comprender las bases del
proyecto hegemónico de la modernidad. La
relación que se establece entre la modernidad y el pasado puede analizarse en las
operaciones de ritualización cultural.
Las referencias anteriores sobre el desarrollo de la cultura de la modernidad en
Latinoamérica nos ubican en el trabajo
que los escritores de este continente realizaron. En una primera etapa, en el siglo
XIX y principios del XX, tanto historiadores
como literatos estuvieron impregnados de
la influencia europea. En un segundo
periodo, en diferentes momentos del siglo
XX en un ambiente nacionalista, la creación de éstos genera un estilo propio.
Sin embargo, el fortalecimiento de los
gobiernos nacionalistas planteó a sus
dirigentes la construcción del discurso
histórico como una forma de legitimar su
hegemonía. Es entonces, cuando se fortalece la visión patrimonialista de la historia y ésta entra al mundo de los rituales y la mitificación. La novela histórica
tiene la oportunidad de escapar a ese
Jorge Ibargüengoitia
destino ritualizado que la historia oficial
ha corrido.
En el caso de México, la novela histórica
tiene su momento fértil en las condiciones
sociales que genera la revolución mexicana. Martín Luis Guzmán y Mariano Azuela
logran con acierto novelas históricas que
reconstruyen las vivencias de los que fueron a luchar por un pedazo de tierra y
libertad. También nos entregan a los caudillos de la revolución en su dimensión
humana. Por fortuna este género ha sido
desarrollado por otros escritores, entre los
que encontramos a Fernando del Paso
(Noticias del Imperio), Elena Poniatowska
(Tinísima) y Paco Ignacio Taibo II (La lejanía del tesoro). El trabajo de éstos fue
ampliamente documentado en los archivos históricos e impregnado, por cada uno,
de su estilo literario. El resultado fueron las
espléndidas novelas históricas a las cuales
tenemos acceso. A continuación analizamos el trabajo de Ibargüengoitia desarrollado en este terreno.
II. López en los pasos de la novela
histórica
En Los pasos de López, Ibargüengoitia
intenta construir una novela histórica sobre
la guerra independentista iniciada en 1810
por un grupo de criollos de ideas liberales.
La identidad de los que la historia ha
denominado héroes nacionales permanece
oculta. Sin embargo, su identificación
resulta sencilla por la amplia difusión que
se ha hecho de esta gesta heroica.
La voz del relator es cedida por el escritor a uno de los protagonistas: el teniente
Matías Chandon. El
militar, criollo de nacimiento, llega al pueblo donde la conspiración se prepara
tiempo atrás. Sus vínculos con el grupo
precursor de la independencia de México
se establecen un poco
casualmente, aunque
para los criollos su
incorporación en un
puesto militar tiene
un objetivo estratégico preciso.
La preparación del
movimiento independentista se presenta
como un ensayo de
comedia al cual asisten únicamente criollos
y entre ellos dos curas. Ninguna referencia
se hace al aspecto ideológico de las reuniones, excepto al deseo de lograr un país
independiente de la corona española y el
ascenso político de los criollos. El teniente
Chandon relata los hechos tiempo después
de acontecidos. En sus palabras deja ver su
ingenuidad y desconocimiento hacia los
sucesos en los que habría de convertirse en
un protagonista destacado.
El cura Periñón (Hidalgo), que la historia
registraría como padre fundador de la
patria, aparece como un individuo con sus
debilidades y virtudes humanas. El cura
goza de gran flexibilidad para viajar a los
pueblos de la región y mantener una
comunicación con todas las capas de la
población, aun con los acaudalados españoles.
A diferencia del otro cura (Juanito
Pinole), que se arrepiente de su participación insurgente y denuncia el movimiento,
Periñón permanece convencido de la
causa independentista hasta el día de su
muerte. La actitud titubeante y traidora de
algunos de los personajes retrata sin duda
la naturaleza de los criollos no convencidos
de separarse de la corona española.
Durante todos los años que habría de
durar la guerra de independencia y en los
posteriores, en los cuales se habría de definir el tipo de nación del México independiente, la historia se topa con una infinidad
de individuos como éstos.
El corregidor y su esposa recuerdan de
forma vaga a los personajes de las novelas
francesas del siglo XVIII. El corregidor es
un tipo honesto, formal y preocupado por
que la independencia quede documentada
en actas, pese a sus grandes equívocos a la
hora de enfrentar los sucesos. Su titubeo al
quedar descubierta la insurrección contrasta con la decisión de su mujer. La corregidora (Josefa Ortiz de Domínguez) es el personaje en el cual se depositan todos los
atributos femeninos. Su coquetería queda
sólo en las insinuaciones. Por ello mismo la
historia amorosa es omitida en el relato.
Esta omisión se refleja en personajes tibios,
pese a que el proyecto libertador requería
de una gran pasión de sus participantes.
En la novela de Ibargüengoitia los individuos de la independencia aparecen a través del relato de Chandon en una versión
corregida. Es decir, el escritor pone en
boca del teniente la preocupación por aclarar lo que se dijo y no se mencionó; lo que
se hizo y lo que no se efectuó. En especial,
81
página
Dilemas y Ensayos
82
página
llama la atención la corrección de las acciones del cura Periñón, jefe del movimiento
insurgente desde el momento en que
clamó el grito de independencia:
“Un pintor que quiso evocar mi llegada a
Ajetreo, me representó sacando el pie de
debajo de un caballo muerto, al fondo se
ve una iglesia, Periñón está en el atrio y va
corriendo hacia mí con los brazos abiertos.
Dicen que apenas di la noticia Periñón hizo
tocar a rebato, que llegaron los fieles
corriendo y que cuando se llenó la iglesia,
Periñón subió al púlpito y gritó: ¡Viva
México! ¡Viva la independencia! ¡Vamos a
matar españoles!”
“Que la gente le hizo coro, que él sacó
una espada, que salió de la iglesia y que
todos lo seguimos”.
“Es una visión inexacta... “—apunta el
narrador—. “A mi llegada a Ajetreo no
hubo abrazo, porque Periñón no estaba.
Había ido a visitar amigos que vivían fuera
del pueblo… Periñón regresó pasada las
nueve y media. Pero apenas supo lo que
había ocurrido en Cañada no titubeó…
Cuando la iglesia se llenó, salió al presbiterio y gritó:
-¡Viva México! ¡Viva la independencia!
¡Viva la virgen prieta!
El pueblo contestó:
-¡Viva el señor cura Periñón!
“Ni gritó ‘¡Vamos a matar españoles!’ ni
matamos a ninguno aquella noche”
(Ibargüengoitia, 1991: 117-119).
¿Quién puede relatar la exactitud de los
hechos? ¿El objetivo de la novela histórica
es colocar las palabras precisas? Son múltiples las versiones que corrieron de boca en
boca y de generación en generación sobre
estos hechos fundadores de la patria, no
criolla pero si mestiza. La pluralidad de
miradas y voces hicieron posible las historias, relatos y leyendas: unos quedaron
enterrados en el tiempo, otros fueron atrapados por la lengua escrita. Muchas de
esas voces pueden ser escuchadas a través
de la novelas. El escritor con su ingenio
literario puede revivirlas.
Lo anterior pone en duda el carácter de
novela histórica de Los Pasos de López.
Porque este género deriva de la singularidad de una época específica la excepcionalidad en la actuación de cada personaje.
Historia novelada tampoco, ya que toda
ella reboza un mortecino humor gachupín
enderezado contra las chusmas que por
artimaña de Ibargüengoitia ni a coro de la
tragedia llegan. En el terreno del insulto y
del improperio también se libró la guerra
de Independencia, y de ello son testimonios estas palabras del propio cura
Hidalgo: “No habrá inquisidor gachupín,
ni arzobispo gachupín, ni virrey gachupín,
ni rey gachupín, ni santo gachupín”
(Benítez, 1976: 102).
El discutible sentido del humor de
Ibargüengoitia no abarca a la época que es
un vasto escenario, ya que solo es un arcabuz disparado contra uno de los bandos:
las masas insurrectas y su caudillo Hidalgo.
En Los pasos de López tales masas son
sobajadas como chusma, y de su presencia
anónima y multitudinaria solo se consigna
una cantaleta monocorde: “Viva el cura
Periñón, etcétera”, “Viva la independencia,
etcétera”. ¿Por qué emplea Ibargüengoitia
el “etcétera”? Porque su novela oscila entre
la burla y el desprecio; línea ágata tras línea
su ocurrencia es un dicterio a expensas de
la historia.
El cura Miguel Hidalgo publicó en
Guadalajara el decreto de abolición de la
esclavitud, derogación de tributos, prohibición del uso del papel sellado y extinción
de estancos. Ordenó que las tierras fueran
entregadas a los peones, sin que pudieran
volver a arrendarse; señaló un plazo de 10
días para que los amos pusieran a los
esclavos en libertad; nombró a un ministro
de estado, uno de justicia, cuatro citadores,
un representante diplomático en Estados
Unidos y ordenó la edición de siete números del periódico El despertar americano.El
decreto de abolición de la esclavitud es la
piedra de toque del proyecto de Hidalgo.
¿Cómo lo aborda Jorge Ibargüengoitia?
Veamos.
“Fuimos primero a la cárcel en donde
Periñón soltó a los presos, después cogió
por un callejón que llevaba a las orillas de
la ciudad, siempre seguido por un gentío.
Llegamos a la hacienda de Otates. El
mineral estaba en los tanques y el agua lo
cubría, pero nadie estaba haciendo la torta
porque los arrieros se habían ido. Las
mulas estaban en el corral, él mismo quitó
las trancas, entró en el corral y arreándolas, hizo que todas las mulas salieran y no
dejó que nadie las agarrara. Montó a caballo y explicó a la gente que lo seguía:
“-Pongo en libertad esas mulas porque
han sido maltratadas y usadas para el
beneficio de unos cuantos”.
“Las mulas se quedaron pastando en la
orilla del río” (Ibargüengoitia, 1991: 138).
Es de tal manera ostentosa la índole
deletérea de su gracejada, que nos ahorra
transcribir pasajes similares. Según él las
mulas eran las víctimas del maltrato colonial. La opresión colonial, así, no fue inicua, monstruosa, sino inocua, farsita.
Aunque posteriormente precisa que la
abolición de la esclavitud fue hecha frente
a los hombres que soterrados trabajan en
las minas y desconocían su estado de
esclavitud:
“-Haga que salgan todos los que están
abajo”.
“El capataz estaba tan asustado que él
mismo bajó a decir a los trabajadores que
subieran. Mientras esperábamos se juntó
un gentío. Cuando al fin salieron todos los
que habían estado abajo, cansados, embarrados, casi encuerados. Periñón les dijo:
“-Con estas palabras que oyen queda
abolida la esclavitud en América. Esta
declaración solemne fue recibida en silencio. Los que la oyeron no entendían. Eran
indios a quienes sus amos compraban y
vendían y hacían bajar a la mina a fuerzas,
pero como no eran negros creían que no
podían ser esclavos. Periñón comprendió
su azoro y explicó:
“-Quiero decir de que ahora en adelante
bajará a la mina el que quiera, porque le
convenga el sueldo y el que no, no”
(Ibargüengoitia, 1991:139).
Ibargüengoitia omite la tragedia porque
sólo reconoce lo anecdótico ya que se sitúa
por encima de los hechos: en lo que nos
envilece. Ridiculiza lo personal y borra el
todo colectivo del que son parte los personajes.
En su libro ni siquiera revela con los instrumentos del sarcasmo los límites del proyecto emancipador de Hidalgo. Al omitir la
grandeza de la gesta independentista
(mediante el empleo de una voz narrativa
que, ayuna de convicciones, se deja arrastrar indolentemente por la vorágine de los
acontecimientos), Los pasos de López
ignora la condición trágica de los hechos
que son la plomada y el ladrillo con que se
construyó una nación. No hay entonces
conciencia histórica sino dispersión anecdótica: ponzoña caricatural. Para burlarse
de los héroes trágicos hay que tener genio,
hay que ser Aristófanes.
III. Otra referencia a propósito del relato
histórico
México, como país, emerge en un grito
genésico. El llamamiento del cura Miguel
Hidalgo la madrugada del 16 de septiembre de 1810 es una proclama fundadora:
en el suelo de la vasta movilización popular desencadenada echó raíces la verdade-
Dilemas y Ensayos
ra índole de nuestro ser nacional. El
punto de partida mexicano no es, de tal
suerte, la Conquista ni la Colonia sino la
Independencia.
La onda expansiva del grito libertador
fue instantánea, y su perdurabilidad histórica proviene de su resonancia simbólica.
No sólo repercutió diversamente en la conciencia devastada de los indígenas y en la
ambición vilipendiada y agazapada de los
criollos; también dejó entrever un proyecto
que encarnaría acto seguido en el cura
José María Morelos: la construcción de un
país predominantemente mestizo, posible a
condición de que el orden colonial fuera
desmontado y sus cimientos destruidos.
“Los viejos enemigos —escribe con desaliñado estilo Fernando Benítez— estaban
frente a frente. Los mundos enemigos chocaban con fuerza y el odio que el sistema
colonial se había empeñado en fomentar
durante tres siglos, desbordaba sus cauces
en una inundación incontenible” (Benítez,
1976: 76).
En ese escenario de ánimos exacerbados
por la ignominia del coloniaje, la convocatoria auroral de Hidalgo es un grito de
gesta emancipadora. La naturaleza de los
acontecimientos que él mismo acaudilla es
indudablemente épica y su desenlace trágico.
Legendarios sucesos salpicados también
por lo nimio y por el error inexplicable —
ingredientes adicionales de la grandeza de
la vida—.
En las efemérides se ha consagrado a
Miguel Hidalgo y Costilla como el Padre
de la patria, hipérbole ilustrativa del afán
que omite la totalidad política de la que
son parte los personajes extraordinarios.
Historia de bronce: mistificación que
convierte a los héroes en estatuas del
panteón oficial, ya despojadas sus hazañas de cualquier nexo con la circunstancia actual. Historia de bronce: anulación
de la analogía proscripción del análisis
comparado, cancelación de los puentes
que relevan la historicidad del presente y
la actualidad del pasado.
Las lecciones del pasado se asimilan de
dos formas: mediante el conocimiento (en
el cual se entrelazan la historia y la leyenda, la hemeroteca y la prosa de ficción) y a
través de la institución que pone en relieve
insólitos paralelismos. La analogía histórica no necesariamente se establece por concordancia entre una y otras épocas, sino,
por ejemplo, por la similitud en los errores
o por semejanza en los anhelos.
Imbuido quizá por el propósito de humanizar a los personajes de la Independencia,
Fernando Benítez emprendió en La ruta de
la libertad un recorrido por los caminos y
ciudades en que batalló, venció y perdió la
muchedumbre de Hidalgo, a la luz de la
situación prevaleciente 150 años después
(la primera edición de Publicaciones
Herrerías tiene el pie de imprenta de
1960).
Ni tratado de historia ni relato de ficción,
La ruta de la libertad es un libro en el que
mediante los recursos del reportaje y de la
crónica, Benítez describe a grandes rasgos
la atmósfera opresiva del régimen colonial
y el descontento que desemboca en la
insurrección precariamente armada de las
huestes de Hidalgo.
El autor evade, sin embargo, las posibilidades de la comparación y la semejanza,
una vez establecidas las obvias singularidades de ambas épocas. El México en el que
acaece la represión gubernamental en contra del movimiento ferrocarrilero (por citar
solo un dato sangriento del sexenio de
López Mateos) destaca por su carga opresiva; pero la visión de Benítez asombra por lo
que omite y hostiga, por lo que soslaya. Es
comodino el alcance de sus observaciones,
efectuadas mientras recorre en automóvil
Celaya, Guanajuato, Dolores Hidalgo,
Irapuato, Guadalajara, etcétera. Periodista
supuestamente sagaz, Benítez no advierte
señal alguna de la expoliación de los productores agropecuarios, sino únicamente
rezagos atendibles mediante la ideología
de la acción gubernamental como caridad
pública y de la resolución de los conflictos
a través del asistencialismo, forma siempre
diferida de canalizar recursos sin tocar la
raíz social.
Así con estupor lee uno lo que sigue:
“Las nubes de mendigos que caen
sobre el viajero, la vista de los muchos
pobres y de los niños y mujeres vestidos
miserablemente, indican la obligación de
llevar nuevas técnicas y mayores recursos
al campo, como la única forma de apoyar
este indudable progreso y satisfacer las
necesidades de una población siempre
creciente” (Benítez, 1976: 58).
En La ruta de la libertad la interpretación de la realidad rural mexicana oscila
entre la estulticia anterior y la banalidad
de la postal turística, según la cual “[...]
algunos pueblos tienen cine, billares y sinfonolas, pero gran parte de los campesinos, vestidos de manta, se inclinan sobre
el arado egipcio y las carreteras, jaladas
por bueyes, rechinan en los senderos transitados por rebaños de ovejas y de
cabras” (Benítez, 1976: 101-102).
Brillan por su ausencia el poder despótico de los cacicazgos priístas y las redes
clientelares de mediación institucional,
uno y otros rasgos fehacientes del patrimonio como práctica estatal prevaleciente. Y cuando Benítez advierte la transformación de las ciudades que otrora recorriera Miguel Hidalgo solo apunta que se
trata de “naturales aunque crueles modificaciones” (Benítez, 1976: 116).
En el tour de Benítez la superficialidad
se entrevera con el dato parcial; al mencionar por ejemplo el fenómeno lacerante
de la emigración campesina a Estados
Unidos recoge una fuente testimonial (un
propietario que se explaya en el prejuicio), error inadmisible en un buen reportaje —una de cuyas virtudes es precisamente la pluralidad de voces—.
En síntesis, el libro de marras es una
fallida recreación de la gesta independentista desde la perspectiva actualizadora del
periodismo. Pese a que refiere algunos
rezagos del carácter de Hidalgo (a quien
califica como “un suave humorista dotado
de excelente apetito”), Benítez pone fin a
su libro con un parrafito tan mitificado
como las peores historias de bronce:
“Chihuahua despierta y despierta todo el
país, un México lleno de contrastes y
esperanza, un México que es libre gracias
a ese pequeño anciano que cayó aquí,
bañado en su sangre, hace 150 años”.
Por fortuna, Hidalgo es tan explorable
en sus múltiples facetas que su figura ha
sobrevivido a las andanadas retóricas y
los panegíricos. También a las diatribas,
proferidas y ensayadas con desigual fortuna por, entre otros, Abad y Queipo en sus
días y Jorge Ibargüengoitia en los nuestros.
La extrema virulencia del edicto de
excomunión lanzado por el obispo
michoacano contra Hidalgo se corresponde con la mentalidad colonial de la iglesia
y es asunto ya abordado por los historiadores.
Bibliografía
—Benítez, F., (1976) La ruta de la libertad. México, PRI.
—García Canclini, N., (1990) Culturas híbridas. Estrategias
para entrar y salir de la modernidad. México,
Conaculta/Grijalbo.
—Ibargüengoitia, J., (1991) Los pasos de López. México,
Ed. Joaquín Mortiz.
—Ranciere, J., (1993) Los nombres de la historia. Una
poética del saber. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión.
83
página
Calendario de
Registro
84
página
•Hasta el de 30 de Septiembre
del 2008: Cuota de recuperación con descuento por registro temprano:$1,000 pesos
mexicanos
•Del 01 al 31 de Octubre del
2008: Cuota de recuperación
por registro normal: $2,000
pesos mexicanos
•Del 01 de Noviembre en adelante: Cuota de recuperación
por registro tardío: $3,000
pesos mexicanos.
Registro por un día
•Hasta el de 30 de Septiembre
del 2008: Cuota de recuperación con descuento por registro temprano:$500 pesos mexicanos
•Del 01 al 31 de Octubre del
2008: Cuota de recuperación
por registro normal: $1,000
pesos mexicanos
•Del 01 de Noviembre en adelante: Cuota de recuperación
por registro tardío: $1,500
pesos mexicanos.
EXPO INCYTAM 2008 congregará a empresas,
profesionales y expertos de la industria del
medio ambiente, especialistas, investigadores,
instituciones, académicos, y estudiantes de
posgrado, interesados en exponer tecnologías,
procesos, proyectos e innovaciones que ofrezcan soluciones a los principales problemas
ambientales de las grandes urbes de América
Latina los cuales se definen principalmente en
cinco temas generales como son:
1. AGUA: Tratamiento de aguas industriales,
residuales y municipales. Equipos e insumos
para tratamiento. Reuso. Desarrollo de proyectos.
2. AIRE: Tratamiento y purificación. Control de
Calidad. Desarrollo de proyectos.
3. SUELO: Desarrollo de proyectos. / Bio-remediación.
4. RESIDUOS SÓLIDOS: Manejo integral de
residuos. Industriales, municipales, hospitalarios, peligrosos. Tratamiento. Transportación,
confinamiento y disposición final. Tecnologías
de reciclaje y compostaje. Desarrollo de proyectos.
5. ENERGíA: Energías renovables. Bioenergía.
Eficiencia energética. Ahorro de Energía.
6. CAMBIO CLIMÁTICO y medio ambiente.
Laberintos y Visiones
José Luis Añorve
¿El fin del libro?
a muerte del libro se viene discutiendo desde los años sesenta
del siglo pasado cuando
Marshall McLuhan vaticinó su
fin. Incluso hace más de una década, en
la histórica Feria de Francfort, se indicó
que a inicios del siglo XXI el libro sería
parte del olvido. El tiempo ha caminado
y el libro electrónico, después de una
aparición respaldada por una intensa
batería publicitaria en la década pasada,
no se afianzó. Las ediciones electrónicas
están menguadas y la compra de
textos digitales sigue estancada. A pesar de eso la
discusión no está cerrada,
como tampoco está garantizada la permanencia del
libro convencional, porque
los datos indican que la edición electrónica en CD-ROM e
internet ya ocupa franjas importantes, sobre todo en las enciclopedias.
El libro sigue siendo un instrumento cognitivo de un valor importante en la cultura occidental, que no
puede ser comprendido sin los textos
que permitieron afianzar la razón y,
paradójicamente, propagar al por mayor
las cuestiones místicas. Sin embargo, el
mayor aporte de los libros está en socializar el saber, en evitar que el olvido se
instalara en las sociedades pero, también, incluso que se abriera la posibilidad de que el pasado se tornara en un
proceso perenne de interpretación.
Pero tal vez uno de los aportes más
sólidos de los libros estuvo en volverse
en una vigorosa interfaz generadora de
inteligencia colectiva, que permitió que
muchas voces o autores coincidieran en
un espacio que simbólicamente se articulaba o se hacía realidad por el papel y
que permitía reflexionar sobre uno o
varios fenómenos determinados. Sin
embargo, el gran nodo que hizo converger distintos puntos de vista en la obra
de un autor fue la invención de las
notas, las cuales permitieron que un
mismo creador fuera capaz no solo de
establecer un diálogo con otros autores,
L
sino de poder estar en varias geografías
al mismo tiempo. Imposible entender el
desarrollo del hipertexto sin estos antecedentes y que muchos dicen que debe
quedar como un bello recuerdo de una
época histórica.
La desaparición del libro se aborda en
el texto compilado por Geoffrey
Nunberg, El futuro del libro. ¿Esto matará a eso? (Gedisa, 1998), que a pesar
de los años que tiene de haber aparecido no ha perdido vigencia. La obra indica que la discusión sobre el libro está
llena de fetichismos como “que la computadora no puede llevarse a la cama
como un libro”, cuando muchos usuarios hacen eso y diversas cosas más con
sus computadoras. Del lado de los
defensores del libro
electrónico algunos
dicen que una lectura
electrónica es más
rica intelectualmente
que una en formato convencional,
como si por arte
de magia las
capacidades
cognitivas se
adquirieran
sólo con la
aparición
de una
nueva
interfaz.
Bandos contrarios
En ambos bandos lo que se disputa es el significado. Cada uno defiende que el verdadero sentido y experiencia de la lectura se adquiere con el formato que fueron educados. Como buenos animales de costumbre los hombres
estamos atrapados en los hábitos, las
herramientas con las cuales hemos crecido desde la infancia y la adolescencia
son las que realmente tienen significado.
Lo peor es que en ese debate cada
bando afila las uñas, defiende su época,
como si no coexistieran ya ambas.
Lo cierto es que la misma experiencia
es histórica y eso lo demuestra el hecho
que el significado lo encuentren los
humanos en prácticas tan diferentes. Sin
embargo, las tecnologías han generado
espacios que permiten que los humanos
concreten el significado. Sin embargo,
toda vía de identificación y de signos
compartidos que pueden darse alrededor de determinada práctica se ve afec-
tada con el correr del tiempo. En la
actualidad lo evidente es que se multiplican las prácticas y las tecnologías que
son capaces de vulnerar y socavar muy
rápidamente cualquier experiencia
humana, generando en sus practicantes
hondos vacíos existenciales.
Paul Dugrid ha referido: “todos los
textos dependen en alguna medida del
cuerpo material del que desea independizarlos la liberación tecnológica”, pero
se olvida que son las comunidades de
lectores quienes finalmente determinan
la validez, límites y alcances, que tienen
en su imaginario los formatos. Pero hoy
tampoco podemos hacernos los occisos,
el cambio nos arrolla. De acuerdo con
Nicholas Negroponte del MIT, la vida del
libro es muy corta e indica que la actual
revolución tecnológica sólo ha dado a
conocer el 3.5 por ciento de la misma,
el porcentaje restante se conocerá en los
próximos cinco o 10 años. Dentro del
espectro de tecnologías por venir está el
perfeccionamiento del papel electrónico
que se comercializará en todos los formatos, con similar peso y textura que el
papel y que permitirá obtener los contenidos de internet.
La cuestión no está en que el papel
no sea indispensable en la elaboración
de los textos, sino en que el concepto de
libro como tal no pasará a mejor vida,
aunque sí cambiará su función al tener
en una obra la posibilidad de consultar
muchas otras al mismo tiempo. Lo
importante hoy es adaptar las nuevas
tecnologías a la conservación de la
memoria cultural, que es, en definitiva,
la que nos importa, más que los libros
que son meros portadores. Ahora existen nuevos formatos y diferentes formas
de leer, pero también, como sucede con
el libro convencional, un núcleo de
prácticas sociales, de fuentes de socialización de saberes y nuevas maneras de
administrar la inteligencia colectiva. En
fin, como dice Umberto Eco, no se trata
de defender a ultranza una interfaz o
medio, sino reinventar el espacio público
del conocimiento, y en tal sentido el formato no es tan importante, sino lo que
se obtiene con ello.
Geoffrey Nunberg. El futuro del libro
¿Esto matará eso?, Paidós, Barcelona,
1998.
85
página
Descargar