Las metas fundamentales en la vida Por Ralph M. Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Toda persona tiene una meta en la vida, aún cuando no puede definirla adecuadamente. Esta es una condición, circunstancia u objeto que considera le traerá una gran satisfacción o un determinado tipo de felicidad. Sin embargo, existen ciertas metas básicas que son instintivas y otras que son dejadas arbitrariamente al criterio y elección personal. Las metas instintivas básicas son los impulsos principales de la vida misma. Son involuntarias; no son dejadas a la indecisión del hombre. Tales metas abarcan la satisfacción de los apetitos, como encontrar comida y refugio, así como tener comodidades materiales elementales y estar libres de dolor. Algunas personas hacen de éstas el objetivo predominante de sus vidas. Recurriendo al hedonismo, se satisfacen con lujos que apaciguan los sentidos; la finalidad de la vida para ellos se torna en un placer físico. No obstante, tal meta en la vida es efímera; disminuye en su satisfacción a medida que uno trata de aumentar y mantener su estímulo agradable. Recurrir al extremo opuesto, el ascetismo, el renunciamiento absoluto a la satisfacción física es una filosofía falsa. Satisfacer los apetitos hasta cierto grado es normal. Los apetitos no son malos, ni son un castigo o una imposición sobre el hombre por los cuales se espera que él compense con alguna forma de ascetismo. El individuo racional se dará cuenta de la función natural de los apetitos. Ser excesivamente complaciente con los apetitos es un abuso del organismo humano normal, y viceversa, suprimirlos completamente en nombre del idealismo es igualmente irracional. Los deseos naturales del hombre tienen un propósito el cual es frustrado ya sea por el exceso o la represión. Sin embargo, ¿va el hombre a juzgar que el summum bonum de la vida es únicamente un estado de imperturbabilidad? En otras palabras, ¿es la realización humana fundamental, como dijo un antiguo filósofo, "un estómago satisfecho", simplemente una libertad de cualquier irritabilidad? En realidad, las condiciones perniciosas experimentadas en la vida causan el deseo por el contraste del placer corporal. No obstante, el placer sensual continuo es insensato, y si no es comprendido por lo que es, se convertirá eventualmente en un estado tedioso. Existe, sin embargo, una jerarquía de metas probables disponibles para cada humano. Puesto que todas las metas son aquellos fines a los cuales aspira el hombre o por los cuales se esfuerza para experimentar felicidad, estas metas, si se logran, proporcionarán placer. Pero, ciertas metas de la jerarquía son de una sensibilidad más sublime y más perdurables que otras. Lo intelectual, por ejemplo, es de una categoría superior en esta escala de metas. La perspicacia mental de uno es aplicada a las aptitudes y talentos naturales. Búsqueda de excelencia ¿No tiene el artesano una satisfacción, una alegría de la excelencia de su trabajo? ¿No experimenta la satisfacción que se origina de la combinación de un fin preconcebido, que primero visualizó, y el resultado final de su destreza aplicada? ¿No es esa felicidad también muy distinta de las de los apetitos y las pasiones? ¿No puede decirse lo mismo de la excelencia de cualquier esfuerzo mental, ya sea arte, ciencia, o la convicción evidente, por si misma, alcanzada después de la solución racional de un problema? Un apetito puede ser saciado, no engendrando más deseo debido a la indulgencia persistente pero la felicidad intelectual no es denegada por recurrir a tal indulgencia. Cada labor de excelencia y el placer intelectual originándose de ello, estimula la imaginación del ego para excederse. Finalmente, el intelectual, el artesano hábil, el artista, puede que no sea capaz de superarse. No obstante, la impulsión, el impulso de tratar, el esfuerzo creativo en sí mismo es fascinante. El reto de alcanzar una meta intelectual proporciona felicidad en sí misma la cual se intensifica a medida que uno se da cuenta que se va acercando al éxito. Existe todavía una meta más elevada en lo que respecta al grado de felicidad provisto. Esta es la aspiración moral, la motivación espiritual. Aquí la meta es definida como la comprensión de un concepto personal del bien, es decir, la perfección del ser. El ser es considerado como inadecuado en relación a esta meta porque no se ha experimentado aún la unión mística con lo que el individuo acepta como su dios, o lo Absoluto. Si uno es un devoto, el ideal es delineado en términos de la doctrina de la fe del individuo, como por ejemplo una identidad con Cristo, o una adherencia al código moral de una fe a la cual tiene lealtad. El placer supremo El éxtasis, el placer supremo, es experimentado cuando el aspirante siente emocionalmente que este estado místico-psicológico ha sido finalmente alcanzado. Este tipo de placer, no es exactamente una excitación, aunque es referido a menudo como éxtasis. Es más una ataraxia, es decir, una calma sublime, una tranquilidad que está relacionada a determinadas emociones. Toda persona devota, sin importar cómo perciba la Trascendencia, como ser Dios, Mente Suprema, lo Absoluto, Consciencia Universal, el Cósmico, en algún momento se da cuenta de esta meta elevada. Al contrario del placer sensual, el espiritual no es efímero. Pueda que no tenga la misma intensidad en el futuro como cuando se experimentó la primera vez, pero en cualquier momento que es experimentado nuevamente, siempre producirá una transformación del ser. Está tan grabado indeleblemente en el ser, que una disciplina de todos los placeres, es decir una regulación de ellos, se encarga de subordinarlos a esta meta máxima. Debe hacerse una distinción entre el moralista intelectual y uno que ha tenido una verdadera "inspiración del alma" como los místicos la calibran. El moralista intelectual es casi siempre un creyente extremista de una doctrina tradicional. No ha experimentado psíquicamente la identidad con el ideal que profesa. En otras palabras, el ser no ha sido absorbido en ese estado que es una consciencia espiritual abnegada. Para este devoto, el ideal es casi siempre un juego de reglas dogmáticas, un sistema sectario. El bien, para tal persona, no es una tolerancia verdadera, un amor que abarca todo y una compasión por la humanidad. Más bien, existe con frecuencia una condenación mordaza todos los que piensan y creen de manera distinta. En lugar de expresar ese sentimiento más elevado que constituye una motivación espiritual, dicho devoto mantiene la actitud de censurar, autoritaria militante, hacia aquellos que él considera son disidentes. Consciencia del valor La persona que tiene la verdadera meta moral en la vida no es la que revela una actitud "más papista que el papa". No es un asceta, no practica la abnegación, negando los placeres corporales y mentales. El individuo que ha logrado el estado místico verdadero puede alternar el modo de ser y sus emociones, sus sentimientos y simpatías, de una meta de la jerarquía a otra a discreción. Sin embargo, está siempre consciente del valor relativo de éstos. Sabe qué meta de la jerarquía es suprema, la cual constituye el desarrollo más alto del ser. No obstante, tal persona está también siempre consciente del valor contribuyente de cada uno de los otros placeres, su propósito y su exceso. Uno debería mirar con sospecha a un individuo que profesa perfección moral y beatitud mientras que simultáneamente demuestra un desdén por las exigencias normales de la vida. Uno puede tener muchas metas concomitantes en la vida. Se puede disfrutar de las comodidades materiales que no son degenerativas física o moralmente. Se puede igualmente buscar con placer éxito en un oficio, negocio o profesión; y al mismo tiempo reconocer la meta moral como la realización máxima del hombre. Debemos darnos cuenta que no hay código de moral absoluto por el cual se experimente el éxtasis místico. Cada individuo es libre de escoger el sendero que lo conducirá a esa suprema disciplina interna, apoyada por las grandes personalidades de la humanidad iluminadas moralmente. La experiencia mística no es determinada por el método o credo, sino más bien por el estado de la mente y la consciencia, que constituye ésta la más alta de todas las metas.