El proceso de individualización Dr. Sunyer1 Introducción Hablar del proceso de individualización supone dirigir nuestra mirada hacia una compleja sucesión de aconteceres que se inician en el mismo momento del parto y finalizan con la muerte. El tema no es nuevo. Mahler ya publicó una serie de trabajos al respecto, y en el conjunto de ellos que aparecen en 19841 podemos leer en múltiples lugares ideas semejantes a esa: el nacimiento biológico del ser humano y el nacimiento psicológico del individuo no coinciden en el tiempo. El primero es un hecho dramático perfectamente observable, bien delimitado, el segundo es un proceso intrapsíquico de lento desarrollo. (1984:92). Esta noción de individualización ya aparece en otros lugares de sus publicaciones, aspecto éste que es recogido también por Brown, D (1985)2 quien menciona las fases que se dan en el mismo y que para Mahler alcanza el tercer año de la vida. Este aspecto del desarrollo también es mencionado por Erikson quien también ve la vida como un proceso que se inicia en el momento del parto y que luego va transitando por diferentes fases de individualización. Para él las relaciones mutuas que se establecen en el seno del grupo son fundamentales, siendo a través de los padres la forma como se transmiten todos los condicionamientos que han sido adquiridos históricamente. Este proceso no deja de ser el que posibilita un progresivo afianzamiento de las características individuales a partir de la matriz familiar en la que nos constituimos. En un texto de Aulestia, M.A.J. (1999)3, se nos vuelve a recordar algo que todos y conocemos sobradamente: lo característico de los humanos dentro del reino animal es que son la especie más incompleta que existe sobre la tierra, incluso en comparación con los más cercanos genéticamente. (...) La distancia social entre el bebé humano y un adulto es inconmensurable, es casi la diferencia que nos separa entre un animal y un ser humano. La distancia social entre un adulto cavernícola y otro del siglo XX es casi infinita. La distancia social entre un bebé humano de la época de las cavernas y uno del siglo XX son mínimas. La distancia social o la “herencia social” va tremendamente delante de la genética (1999:26). El trabajo de Aulestia es un gran esfuerzo por iluminar los procesos que se dan en el camino de la individualización. Desde otro ángulo Grotjahn4, este psiquiatra y grupoanalista alemán afincado en los EEUU señala que la meta de la experiencia grupal es la de ayudar al individuo a convertirse en una persona consciente, directa y franca, que se comunica honestamente, que comienza a comprenderse a sí mismo, a su inconsciente y a los demás, y que responde a las demás personas en forma espontánea y sin ansiedad ni temor respecto de su propia necesidad de intimidad o agresión. Y añade: la experiencia grupal debiera ayudar a la persona a vivir en armonía consigo misma, con los demás y con la naturaleza. El proceso de individuación consiste en una realización del potencial de la persona. La meta es vivir una vida libre, motivado por el deseo de conocer, pensar y actuar como la conciencia lo demanda, de salir de la neurosis para ver lo que uno miso es sin herir a los demás (1979:137) Sugiero subrayar la definición de “Proceso de individualización”. 1 Dr. en Psicología, Profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad Ramón Llull. Miembro de la Fundación OMIE. Grupoanalista Por otro lado, José Mª Ayerra, persona mucho más cercana a nosotros, escribió en 1996 que en la psicosis hay una falla en el proceso de individuación del paciente, que su identidad no se encuentra constituida, estando formada por una diversidad de pseudoidentidades provenientes de los diversos miembros de la propia familia, fundamentalmente mamá y papá. (1996:3)5. Esta frase sale de un trabajo en el que habla también de la individualización. Un texto en el que nos recuerda que individuo y grupo no son elementos antitéticos señalando que Es preciso superar la visualización del individuo versus grupo como realidades antitéticas, englobando en un contexto dinámico su complementariedad (:5), y en donde nos recuerda que el único poder que reconoce es el de poder ser uno mismo. Grotjahn y Ayerra marcan uno de los ejes de coordenadas que enmarcan este trabajo. Otro proviene del siguiente ejemplo. Un ejemplo. Siempre me ha gustado hacerme con los textos que han escrito los compañeros que tuve en mi primer período formativo (1975-90) en el Hospital de Basurto. Uno de estos es el de Pilar Puertas (2002)6. Es un trabajo muy interesante que narra la experiencia de la autora con un “grupo de anoréxicas”. Trabajó en dos frentes, el formado por el grupo de las muchachas y el de sus padres. Voy a tomarlo como guía, como otro de los ejes que necesito para mi exposición; sin pretender, en absoluto, poner en cuestionamiento sus planteamientos que me parecen bastante compartibles por todos nosotros. En él, cuando nos introduce a la comprensión del origen de esta situación (la anoréxica), Puertas nos subraya que en el origen está un acceso a la Alteridad fracasada que no pudo gestar un Yo capaz de generar un suficiente tejido simbólico para hacer frente a las distintas situaciones de pérdida (...) El momento de fijación estaría en torno al Objeto Transicional, que se quedó “en tránsito”, no habiendo logrado la internalización de un objeto-función materna autocalmante que permita contener el lo psíquico los momentos de tensión emocional y a su vez mantener la homeostasis narcisista. (:15) Propongo que subrayemos la idea de internalización fracasada. Algo más adelante, al hablar del Narcisismo indica: el narcisismo es esa posición de amor y valoración a uno mismo que habiendo sido internalizada a través del vínculo con los padres y principalmente en la primera infancia, reside en el interior permitiendo sobrellevar los difíciles avatares que la vida... (:17). Subrayo la idea de la internalización del narcisismo a través del vínculo con los padres. Un poco más allá hace alusión a una idea que me parece muy sugerente, la del poder. Dice, al hablar de la predominancia de las manifestaciones anoréxicas que no sólo es un pulso de poder con el entorno como habitualmente se entiende, sino que más bien lo que les lleva al rechazo alimentario sería mantener una homeostasis psíquica en un funcionamiento mental que vive como amenazante cualquier movimiento vital (20). De aquí elijo la idea homeostática. En otro lugar del mismo texto, cuando Puertas pasa a hablar de la intervención familiar, nos indica que ellas se ofrecen con su obsesión alimentaria a ser ese tapón que niega la separación adolescente, ignoran su propio deseo de crecer para que los padres no lo sufran (:76), y unas líneas más adelante, cuando habla de la evolución del grupo en relación a esa vinculación dice: por otro lado, y ahora desde un “saberse legitimadas” para conquistar su propia autonomía sin que ello sea vivido como una afrenta o una traición a los pactos familiares, sus síntomas son una queja, un grito... (76). Aquí subrayo la idea del sufrimiento de los padres y la vivencia de afrenta, traición a los pactos familiares. Finalmente, cuando se plantea el por qué trabajar en grupo, Puertas nos aporta la noción de matriz; concepto que es uno de los ejes de la teoría grupoanalítica. ¿Qué me sugieren todas estas cosas? De entrada el gran esfuerzo de comprensión que se debe realizar ante este tipo de pacientes ya que trabajar con un grupo con igual diagnóstico genera dos importantes efectos y una consecuencia: el primer efecto es el agrandamiento del síntoma ante el que trabajamos ya que al estar varias personas que presentan el mismo patrón de resolución de su problema vital, el conductor se encuentra ante todas las variaciones posibles de los diversos matices que tiene el complejo psicopatológico con el que trabajamos, amén del efecto lupa del propio grupo; el otro efecto surge de encontrarse constituyendo una matriz de relaciones con las aportaciones patogénicas y patógenas con las que cada una de las participantes ha sido constituida en sus matrices familiares, y ha contribuido su constitución. La consecuencia es que el profesional debe esforzarse por facilitar el desarrollo de un tipo de relaciones suficientemente sanas como para contrarrestar los elemento psicopatogénicos aportados por los integrantes del grupo. Por esto sugiero que nos fijemos en la matriz y la tomemos como tercer eje de mi exposición. La matriz. La idea, o mejor, el concepto de matriz es importante. Entre nosotros, fue nuestro compañero O. Martínez (1990)7 quien publicó un trabajo en el que se recoge su aparición y evolución y lo relaciona con algunos otros aspectos del grupo. Con todo, creo que para entender la idea de matriz, es decir la red de todos los procesos mentales, el medio psicológico en el cual se encuentran, se comunican e interactúan puede llamarse matriz ( Foulkes, 2007:27)8, hay que subrayar de entrada que la propuesta de Foulkes rompe totalmente con la idea que tenemos del ser humano. En realidad hay dos Foulkes, como señala Dalal (2000): el ortodoxo y el revolucionario. El primero corresponde al que fue fiel al Psicoanálisis en tanto que el segundo rompe con él desarrollando nuevas perspectivas que lo prolongan más allá de la mente individual. Y la idea de matriz corresponde al segundo. Los aspectos revolucionarios vienen a partir de la influencia que recibió de la Escuela de Frankfurt, cerca de la que anduvo una época y que le posibilitó tres cosas: un contacto cercano con las teorías de campo y en especial con las aportaciones de Lewin; la relación con Goldstein, que fue el que tomó la propuesta Holística de la Gestalt y la propuso como una conceptualización global del ser humano: todo lo que en él sucede y le acontece, afecta a la totalidad de su ser. Y, finalmente, le propició una tercera cosa, el contacto muy cercano con N. Elias, un médico y posteriormente sociólogo que participó mucho en la Escuela de Frankfurt y que emigro posteriormente a Londres en donde se reencontraron. Dicha influencia llegó hasta el punto de haber concebido un libro entre ellos y haber contribuido en la constitución del Instituto de Grupoanálisis de Londres. N. Elias fue quien le proporciona una conceptualización del ser humano en la que se abandona totalmente la dualidad mundo interno-mundo externo, o la de individuo-grupo social. Para Elías9, como también para Foulkes y algunos otros pensadores, esa dualidad emerge en el Renacimiento y no posibilita la comprensión del ser humano en su globalidad: en tiempos recientes, desde el final del Renacimiento, y en una comunidad que hace hincapié en la propiedad individual y la competencia, ha surgido la configuración que ha creado la idea de la persona individual como si estuviera aislada. Este individuo debe enfrentarse luego a la comunidad y al mundo como si fueran algo externo a él. La filosofía de Descartes parte de esta premisa y su estricta yuxtaposición sujeto-objeto sigue siendo responsable de muchos pseudos problemas de nuestro tiempo (Foulkes, 2007:24)10 Partiendo pues de estas influencias, la idea de Matriz rompe la noción individualista del ser humano, y sobre todo rompe la dualidad mundo interno-mundo externo propia del pensamiento psicoanalítico, para señalar que lo que le sucede al individuo es al mismo tiempo lo que le sucede al grupo al que está inserto; y viceversa. A la idea de “Homo clausus” se le opone la de “Homines aperti” en donde se contempla al individuo como estrechamente vinculado al grupo, siendo éste la base sobre la que hay que pensar y no el individuo. No habría, no hay pues, separación individuo-grupo, siendo ambas cosas la expresión de un mismo hecho: el ser humano. Desde esta tesitura, defino como matriz a es este complejo entramado de relaciones conscientes e inconscientes, trama de aspectos reales y elementos simbólicos, de significados y de fuerzas de poder que viene determinada por las personas que integran un grupo, como puede ser el familiar. Pero no sólo viene determinada por ellas sino que, a su vez, la determina. La matriz es no sólo el receptáculo, el recipiente en el que suceden las cosas y contiene a las personas que la constituyen dando también significado a su actividad humana, sino que es también la horma a través de la que las personas que la constituyen quedan constituidas. La matriz no es exterior a los individuos y tampoco interior a ellos: es las dos cosas a la vez. Es “interna” en lo que podría ser la comprensión y expresión de cómo una persona queda constituida por ella, y es “externa” en lo que corresponde a cómo una persona la constituye y a través de ella moldea a las que le rodean; pero sabiendo que ambos aspectos forman una unidad inseparable. Ello nos lleva a dos puntos interesantes, a mi modo de ver. Por un lado supera la dualidad mundo interno/mundo externo en tanto que uno y otro forman una misma unidad. Por otro pone un gran énfasis en la interrelación entre las personas. Las fuerzas de poder. Explicar este aspecto de las interrelaciones es complejo, y lo es porque cuesta desprenderse de la formación adquirida. La presencia de las fuerzas de poder es un aspecto que diferencia claramente la posición de Freud con la de Elias, y consecuentemente, el psicoanálisis del grupoanálisis. Para Freud el hombre estaría sometido a las fuerzas instintivas de su especie, sería pues una teoría instintivista. Para Elias, el hombre es un ser que ejerce poder sobre el hombre, seria una teoría más sociológica. Pero este poder hay que entenderlo, creo, como una idea más compleja que la de influencia; en el sentido de que una persona influye en la otra. O la idea que tenemos de poder como expresión política y económica. Voy a tratar de explicarlo con un ejemplo. En Física aprendí que todo cuerpo ejerce sobre otro una fuerza de atracción que es directamente proporcional a la masa de estos cuerpos e inversamente proporcional a la distancia que media entre ellos. Ello supone que no existe cuerpo alguno que no ejerza una determinada fuerza gravitatoria sobre otro, por insignificante que pueda ser. En realidad, ambos ejercen esa fuerza el uno sobre el otro; y no hay una de estas que se instale antes que la del otro ya que emergen al mismo tiempo. Pues bien, lo mismo los humanos. Las personas ejercemos unas fuerzas (de poder, de influencia si se quiere una palabra más suave) sobre nuestros semejantes que: a) no se pueden evitar, b) posicionan al otro en un determinado lugar, y c) determinan interdependencias vinculantes. La forma de ejercer este poder es a través de las interrelaciones que establecemos los humanos entre nosotros, en las cuales se negocian no sólo la posición relativa de uno respecto al otro, sino los significados, las representaciones mentales, los afectos, los sentimientos, las obligaciones, las fidelidades, las... es decir, el conjunto de elementos constitutivos de las personas. Desde esta perspectiva, la introyección, la proyección, la identificación, y el conjunto de mecanismos psíquicos descritos por el psicoanálisis como mecanismos de defensa, son también formas de relación que es lo que se desprende de la conceptualización de la Teoría de las Relaciones objetales, y formas de establecimiento de las interdependencias que se establecen entre las personas y en definitiva, del poder de unos sujetos sobre otros. Introyecto, esto es, establezco una interdependencia con la persona o personas que disponen de él a través del “objeto introyectado”; o proyecto en estas personas determinados aspectos personales estableciéndose otra interdependencia cargada de elementos que no acepto. E identificándome con determinadas cosas (objetos parciales, por ejemplo), me adapto y asumo aspectos que me son operativos en la trama de relaciones de interdependencia que estoy estableciendo con quienes me rodean al tiempo que le indico mi similitud a ellos (similitud que es también interdependiente). Y así sucesivamente. Elias viene a decir que las personas establecemos lazos de interdependencia que se transmiten de generación en generación, a través de las que vamos configurándonos de acuerdo con ellos; estas interdependencias marcan no sólo aquellos elementos que constituirán lo que desde el psicoanálisis denominamos superyó, sino que determinan incluso qué expresiones instintivas son aceptadas o rechazadas y cómo curso la expresión de las mismas; o no. Y ello es gracias a que desde el mismo momento en que se origina el lenguaje (verbal, no verbal), aparece el símbolo. El símbolo es la expresión de las interdependencias vinculantes. A través de él, del lenguaje, el hombre va estableciendo esa red de interrelaciones, de interdependencias por las que nada de lo que hace una persona es ajeno a la otra y a las otras. Lenguaje, pensamiento (que es el lenguaje consigo mismo), y conocimiento (que es el caudal de elementos con los que nos manejamos y que acumula la manera de experimentar el mundo), son tres formas con las que se expresa la misma entidad: el símbolo. Dicho símbolo, los diversos símbolos, sólo nacen de la actividad humana y por lo tanto, de las relaciones de poder que establecemos los humanos entre nosotros y que, a su vez, establecen unas y no otras interdependencias. A través del símbolo expresamos no sólo cómo vivimos sino el significado que para nosotros tienen las cosas, los comportamientos, las acciones u omisiones, expresamos nuestras relaciones con los demás y la forma cómo vemos el mundo o lo experimentamos. Partiendo de estas ideas creo que se comprende mejor la noción de punto nodal que es el hombre. Foulkes (2005)11 nos dice que el individuo no sólo depende de las circunstancias materiales, por ejemplo económicas o climáticas, del mundo que le rodea y de la comunidad –el grupo en el que vive, cuyas demandas le son transmitidas por los padres y figuras parentales-, sino que queda, literalmente, impregnado de ellas. Forma parte de una red social, es un simple nodo de esta red, y sólo artificialmente puede ser considerado de manera aislada, como un pez fuera del agua (...) Además de estas ramificaciones horizontales, el individuo tiene, en un plano actual, un tronco vertical que representa las características heredadas de la raza y las especies, su herencia biológica, que desarrolla en espacio y tiempo alo largo de su “vida” (2005:82). Volviendo al ejemplo. Creo comprender bastante bien las aportaciones de Puertas. Creo que la perspectiva psicoanalítica es un excelente instrumento de análisis y comprensión de los procesos que se dan en el denominado mundo interno del sujeto. Del sujeto individual y del sujeto en relación con el otro. Y partiendo de lo que ella explica en su texto quisiera retomar algunas de esas ideas y tratar de leerlas desde otra perspectiva. Una de ellas es la de Internalización fracasada. Es una idea perfectamente entendible y que explica cómo una persona no puede interiorizar (entiendo que significa hacer suyo) un aspecto que la madre le ofrece. Sin embargo, visto desde otra óptica, me pregunto sobre qué puede haber, qué podría haber en la matriz de relaciones del grupo familiar en el que se encuentra esta o estas pacientes como para que fracasara el proceso de internalización. Tiendo a pensar que en las interdependencias que se establecen entre madre e hija y viceversa hay algo que guarda mucha relación con la matriz familiar que dificulta o imposibilita tal internalización. Me pregunto sobre el significado que dicho bebé o dicha persona tiene en el contexto del grupo familiar, sobre qué simboliza ese ser en ese contexto, a qué alude o a qué representa. Podríamos pensar en qué hay de internalización fracasada en la matriz familiar. ¿Cómo ve la familia la independencia de sus miembros? Esta podría ser una de las preguntas. Otra de las cosas que se plantea es sobre esa posición de amor y valoración a uno a la que hace referencia el Narcisismo, que se introduce a través de la relación con los padres y que no pudo o no encontró lugar en ella. Esa valoración ¿qué significado tiene en la matriz de relaciones entre las personas que constituyen el grupo familiar? Porque las personas que constituyen ese como cualquier otro grupo, han ido organizando, de forma más o menos voluntaria, más o menos consciente, un entramado de significados que dan forma a las valoraciones que unos dan a otros y al tiempo a los roles, comportamientos, sentimientos y fantasías que colorean toda relación. No me resulta difícil pensar qué significación tiene la maternidad en un grupo determinado; y qué significado atribuye esa persona que es madre a su propia maternidad, significación que viene también alimentada por los significados que también se cocinaron en su grupo familiar. Si no hay valoración de la maternidad ¿cómo va a haber del producto de la misma? Ello me lleva a pensar en cómo se articulan las diversas fuerzas de poder en el grupo familiar. La idea de que en la anorexia se plantea no sólo es un pulso de poder con el entorno como habitualmente se entiende, sino que más bien lo que les lleva al rechazo alimentario sería mantener una homeostasis psíquica en un funcionamiento mental que vive como amenazante, creo que tiene mucho de verdad; pero no sólo en la idea de mantenimiento homeostático (¿qué significado tiene en el grupo familiar eso que entendemos como mantenimiento homeostático?), sino en el de las posiciones relativas, interdependientes entre los diversos miembros de ese grupo y que de alguna manera conducen a que uno de sus miembros acabe ejerciendo ese pulso de poder para poder zafarse de una normativa familiar y, al tiempo, seguir siendo fiel su equilibrio homeostático. Y esto me lleva a pensar en la propuesta anoréxica en los mismos términos con los que lo plantea Puertas: proteger a los padres ante el dolor del crecimiento, protegerse ante la idea de sufrimiento y de temor a la posible traición que supone acceder a ser mujer y desarrollarse de forma más individualizada; o autónoma. Si no se valora la autonomía, si no se valora lo que hace y es uno, si hay una fidelidad que imprime carácter, entonces es muy difícil acceder a los normales procesos de individualización. El proceso de individualización. Visto desde la perspectiva que os propongo, se confirmaría la hipótesis de Ayerra respecto a que aparece un fallo en el proceso de individualización. El individuo se encontraría ante un complejo sistema de fuerzas en el que por un lado hay un deseo de evolución y crecimiento (propio del desarrollo biológico) y por otro la fidelidad a una serie de lazos que no sólo tienen que ver con los afectos sino con el complejo simbólico al que pertenece y del que no puede zafarse. Ello nos indicaría que esos procesos de individualización son complejos. Y lo son porque en la matriz (recordemos que se trata de elementos conscientes e inconscientes, simbólicos, reales, etc.), en la matriz de relaciones que organiza la manera cómo cada miembro del grupo (en este caso grupo familiar) ha de ser y posicionarse en él (y por lo tanto ante la vida), aparecen lazos de cargas simbólicas que imposibilitan o dificultan tal proceso. La individualización aquí se daría en el individuo y en el grupo al que pertenece; o mejor en el individuo y en los que constituyen el grupo familiar. En efecto, desde el mismo momento del nacimiento (aunque creo que es desde la concepción del deseo de tener un hijo), éste se inscribe en una matriz grupal que no sólo se limita a la que confecciona la pareja (o pareja más hijos si los tuviera), sino que implica a la familia ampliada y en menor medida, pero también, a los grupos a los que esta pareja está vinculada. En el año 200212 publiqué un trabajo leído en las Jornadas de Mallorca, en el que recogía algunas citas (Freud, 192113, Klein14, Bion15, Winnicott16) en las que quedaba subrayada la vinculación del hijo con su madre y viceversa. En estos momentos vuelvo a traer a colación a Winnicott quien, a mi modo de ver, percibió la gran importancia de la relación materno-filial. En muchos de sus escritos (194817,194918, 195219,195620) aparecen referencias a la importancia de esa relación que, desde la óptica en la que me estoy moviendo, es el punto de anclaje con el grupo familiar. Y además de aportarle los elementos que le van a servir para, como dice Puertas contener en lo psíquico los momentos de tensión emocional y a su vez mantener la homeostasis narcisista. (2002:15), le aporta también los elementos simbólicos personales (y por lo tanto vinculados a su grupo familiar de procedencia, aspecto éste señalado también por Ahlin, 199521, citado por Brownbridge) y los de la matriz familiar en la que el bebé queda inserto y se inserta. A partir del momento en que ha sido concebido y fundamentalmente a partir del momento de nacer, ese ser va a ir siendo hormado según las pautas del grupo familiar que le acoge. Va a ir incorporando a su bagaje de conocimientos y conductas, el conjunto de significados, de cadenas de interdependencia que existen en tal grupo familiar. La madre y progresivamente el resto de los miembros de ese grupo, y el padre de manera especial, van a irle configurando de manera que se ajuste a las pautas, a la cultura, a las normas, a las permisiones que dicho grupo tiene. Sin embargo el bebé, desde el mismo inicio, no se muestra pasivo ante esta matriz, interactúa con ella. Mendes (1983)22 nos recuerda cómo a partir de una búsqueda de respuesta, el bebé establece una comunicación activa con la madre quien le responde de acuerdo con una serie de parámetros que ya están inscritos en la matriz familiar a la que el bebé pertenece. Y, lo que me parece más importante, el bebé introduce unas modificaciones en esta matriz a partir de las “exigencias” (campos de poder) que plantea a partir de sus necesidades; modificaciones que activan en la matriz no sólo unas respuestas sino que también la necesidad de grandes o pequeñas modificaciones en ella. Estas modificaciones ya son expresión del poder que ejerce. A partir del momento del parto (por no retroceder a los momentos de la concepción, incluso a la concepción mental del bebé), se instaura una nueva variable que modifica la matriz familiar, reconstituyéndola, al tiempo que se constituye la progresiva configuración del bebé que acaba de nacer. Nos encontramos entonces ante un fuerte dilema: por un lado el bebé se ha separado físicamente de la madre, el cordón umbilical se ha roto y comienza una vida que es autónoma en cierto grado. O camina hacia la autonomía física. Pero por otro lado establece unas fuertes relaciones con los miembros del grupo familiar, contribuye a la matriz que le forma y queda atrapado por la propia red que le posibilita el crecimiento. ¿Cómo resolver el conflicto entre el desarrollo personal, el proceso de adquisición de niveles de autonomía más elevados y, al tiempo, seguir contribuyendo a la formación y mantenimiento de la red de interdependencias que se han ido creando? Sólo es posible a partir de los procesos de comunicación, de la revaloración continua de las interdependencias, de su renegociación. Sólo a partir de la aceptación del crecimiento por parte del grupo familiar y de la renegociación de los lazos de interdependencia que existen, cada miembro va a poder mantener un equilibrio entre su autonomía y su pertenencia a la red social en la que está. Sólo cuando uno puede permitirse ser uno mismo al tiempo que se le acepta dicho derecho, el individuo va a poder ir accediendo a su individualización. Y ello supone modificaciones en la matriz en la que está. Ahora una dificultad. No quisiera acabar este texto sin aludir a una dificultad que creo tenemos muchos de los que nos dedicamos a esta tarea grupal. Hace tiempo que la percibo pero no pude formularla hasta que me topé con el texto de Dalal (2000)23 y el posterior debate con Lavie24, 25. Y ambos retoman a Elias como uno de los puntos de referencia y profundizan en la obra de Foulkes. Y al parecer también él tenía la misma dificultad: ser fiel al pensamiento psicoanalítico o introducir modificaciones para pensar en los procesos que se dan cuando las personas formamos esta constelación dinámica denominada grupo desde una perspectiva propiamente grupal. De esta dicotomía también hablan otros como Brownbridge (2003)26 Buceando sobre las causas, detecto claramente dos: una es la formativa (y aquí subrayo la palabra formativa que guarda mucha relación con la palabra horma). Desde mi experiencia personal, la formación ha estado básicamente centrada en los procesos individuales. Cierto que siempre ha estado el grupo ahí, pero el individuo ha ido captando, capturando, todo el interés. Y así, las lecturas y tiempos de estudio, los seminarios a los que he podido asistir, las conversaciones que he ido manteniendo con mis compañeros, tenían como punto de referencia fundamental la psicología individual, el psicoanálisis. Desde la visión que nos propone este paradigma, el individuo es el centro de la atención. Sus alteraciones, sus comportamientos normales o no, son descritos desde el profundo y complejo estudio de los procesos psíquicos que, por definición, son individuales. Mi formación, posiblemente la de muchos de los que me escuchan, me ha hormado de esta manera y salir de ella es difícil. Y la segunda causa es, llamémosla así, de tipo vincular. Me refiero a los lazos que he ido estableciendo con mis compañeros, los que provienen de manifestaciones, escritos, comentarios y los que surgen de mi propio proceso de análisis (Lacaniano primero, Kleiniano después), que han ido tejiendo una red sutil en la que uno se siente como atrapado teniendo la sensación de posible traición ante movimientos de distanciamiento, de alejamiento de posturas que hasta ahora compartía. Creo que eso alude a lo que ya Ivan Boszormenyi-Nagi y Spark señalan como lealtades invisibles27. En efecto, la dificultad de disponer de una teoría grupoanalítica desprovista o más liberada de los planteamientos psicoanalíticos y que, sin renunciar a su propuesta post-psicoanalítica, posibilite pensar lo que nos sucede a los humanos desde nuestra perspectiva, llamémosla grupal, ha sido reconocida por varios autores. Entre ellos quiero mencionar a Sheidlinguer (1983)28 quien indicó que entre los factores que inciden en la dificultad de pensar en terminología grupal están a) la relativa novedad de la utilización de la psicoterapia de grupo como forma de tratamiento, b) el hecho que los profesionales son clínicos con poca familiaridad con la teoría psicológica social o investigación en este terreno, c) el compromiso y prejuicio de los terapeutas con conceptos de la personalidad individual y la psicopatología, d) el limitado y poco claro abanico de conceptos psicoanalíticos explicativos de la conducta grupal, e) el relativamente tardío interés de la teoría Freudiana generalmente en aspectos de la psicología del yo, especialmente los patrones conscientes del ego individual orientados hacia el entorno (:314). A estos aspectos Brownbridge añade nuestro contexto cultural que está muy influido por las modificaciones que emergieron a partir del Renacimiento y avaladas por el pensamiento Cartesiano y post-Cartesiano. Dichas modificaciones ponen especial énfasis en el individuo, con un actualmente muy visible acento en lo que se denomina “realización individual” y en un marcado interés por los desarrollos del sujeto individualmente concebido en todos los aspectos de su vida. Ello hace también referencia, como se puede ver, a los procesos de individualización que en este caso tienen connotación profesional. Y es que procesos no sólo aluden a la necesidad del individuo de poder sentirse partícipe de una matriz de relaciones sin quedar paralizado por ella a nivel personal sino que invade todas las competencias humanas. Parece que es esta una de las finalidades del trabajo grupoanalítico. Muchas gracias. 1 Mahler, M. (1984). Estudios 2. Separación-Individuación. Buenos Aires. Paidós Brown, D.G. (1985). Bion and Foulkes:Basic assumptions and beyond. En Malcon Pines (Ed) Bion and Group Psychotherapy. Londres Routledge& Paul Kegan 3 Aulestia, M.A.J. (1999). El proceso de individuación y el continuo normalidad-patología. Madrid. Fundamentos 4 Grotjahn, M. (1979.El arte y la técnica de la terapia grupal analítica. Buenos Aires. Paidós. 5 Ayerra, J.Mª. (1996). Del individuo al grupo. Boletín. (5):3-11 6 Puertas, P. (2002). Un grupo de anoréxicas. Una alternativa nutritiva. Bilbao, Altxa. 7 Martínez, O. (1990). El concepto de matriz en Grupoanálisis. Clinica y análisis grupal. 12(3):407-24) 8 Foulkes, S.H.; Anthony, E.J. (2007). Psicoterapia de grupo. El enfoque psicoanalítico. Barcelona Cegaops 9 Elias, N.(1987). El proceso de la civilización. Fondo de Cultura económica 10 Foulkes, S. H.; Anthony, E.J. (2007). Psicoterapia de grupo. El enfoque psicoanalítico. Barcelona. Cegaop press 11 Foulkes, S. H. (2005). [1948] Introducción a la psicoterapia grupoanalítica. Barcelona. Cegaop Press 2 12 Sunyer Martín, J. M. (2002): El grupo: espacio mental de elaboración de los procesos de integración y diferenciación de los aspectos biopsicosociales del ser humano. Boletín 26: 13-23. 13 Freud, S. (1921) [1974] Psicoanálisis de las masas y análisis del yo. Obras Completas 14 Klein, M. (1988) Envidia y gratitud y otros trabajos. Paidós 15 Bion, W.R. (1980) Experiencias en grupos. Paidós. 16 Winnicott, D.W. (1979) Realidad y Juego. Gedisa. 17 Winnicott, D. W. (1948). Pediatría y psiquiatría. En D.W. Winnicott (1981). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona. Laia. 18 -- (1949). La mente y su relación con el psiquesoma. En D.W. Winnicott (1981). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona. Laia. 19 -- (1952). Las psicosis y el cuidado de niños. En D.W. Winnicott (1981). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona. Laia. 20 -- (1956) Preocupación maternal primaria. En D.W. Winnicott (1981). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona. Laia. 21 Ahin, G. (1995). The interpersonal World of the infant and the foundation matrix for groups and networks of person. Group analysis. 28(1):5-20 22 Mendes, M.R. (1983). Why group analysis work. En Malcon Pines (Ed) Evolution of Group Analysis. Londres Routledge & Kegan Paul. 23 Dalal, F. (2000). Taking the Group Seriously. Towards a Post-Foulkesian Group Analytic Theory. Londres. JKP 24 Lavie, J. (2005). The lost roots of group analysis: taking interrelational individuals seriously. Group Analysis. 38(4):519-35 25 Dalal, F. “Response to Article by Joshua Lavie: with reply by Lavie and further response” Group Analysis. 38(4):536-57 26 Brownbridge, G. (2003). The group and the individual. Group Analysis. 36(1)23-36 27 Boszormenyi-Nagi, I., Spark, G.M. (1983). Lealtades invisibles. B.A. Amorrortu. 28 Sheidlinguer, S. (1983). Individual and group psychology- are they opposed?. En Malcon Pines (Ed) Evolution of Group Analysis. Londres Routledge & Kegan Paul.