Ópera en Italia Death in Venice en Milán Un sol crepuscular ya disminuido acompañó la última aparición de Gustav von Aschenbach sobre la playa del Lido, un Aschenbach ya para ese momento debilitado por la enfermedad y debatido aún más por su furibundo interior. Al fondo, un Tadzio diáfano esbozaba sus últimas piruetas, y la silueta del adolescente polaco se definió en un destello que se convirtió en sobrenatural y se inmortalizó. Así fue el final de Death in Venice concebida por Deborah Warner. Se intuía desde el inicio que la directora inglesa jugaría con la sustracción, y los elementos escénicos se redujeron sustancialmente a una serie de malestas y equipajes que señalaban las diferentes fases del viaje, y a algunas sillas, como la infaltable silla de playa. La escena situada en un lugar incierto y abstracto en este montaje, y en la que a lo lejos se reconocían ocasionalmente los contornos, nítidos y borrosos, de la ciudad de las lagunas, habitaba una dimensión casi inmaterial (¡con cortinas ondeantes!), fue el lugar ideal para indagar las proyecciones mentales del inquieto artista. El sentido de la opresión, la asfixia, y acorralamiento se fue acrecentando por el contraste creado entre la incomunicabilidad del protagonista —que cantó en escena, separado por paredes psicológicas y móviles, de los eventos que el mismo evocaba— y la tenue definición de los espacios, como el mar, que con brillantes superficies segmentó el escenario y lo invadió casi de manera continua. De esta forma, Warner no tuvo la necesidad de transitar por caminos más osados. Muy refinados estuvieron los vestuarios de época, como virtuosa fue la iluminación, y muy interesante fue la prueba de del joven director inglés Edward Gardner, quien dosificó las dinámicas de manera excelente, refinado en los timbres y eficaz en los gestos. Además, supo mantener siempre con tensión al paso teatral, que aquí fue narrando sin omitir detalles o sutilezas. Bastaba con sentir la precisión de los concertati en la caótica y colorida escena del primer acto, del encuentro multilingüe entre los huéspedes del hotel; así como en la lúgubre destilación de profundas vibraciones en el Preludio del segundo acto. El protagonista, John GrahamHall, fue muy aplaudido por su sobresaliente Aschenbach de perfecta dicción, y porque mantuvo con generosidad un papel que más que definirlo como monstruoso, es quizás limitado. Peter Coleman-Wright cantó con volumen no desbordante y se manejó con sapiencia entre las multiformes representaciones del infernal conductor. Iestyn Davies dio voz a un dios Apolo cargado de melancolía y el grupo de indispensables comprimarios estuvo en lo suyo. En gran forma se presentó el coro y las coreografías fueron muy plásticas y elegantes. por Massimo Viazzo Giulio Cesare en Ravenna Marzo 18, 2011. A decir verdad, la intriga y la venganza, los sentimientos y las pasiones no se entenderían sin el conocimiento de la historia y sin el apoyo de la música. Pero como la escenificación de los tiempos y lugares de esta obra no reflejan la que cuenta la historia, y como no hubo sobretitulaje, estos aspectos —en la versión del escenógrafo Michele Ricciarini y el regista Alessio Pizzech— quedaron indefinidos e imprecisos. Cristina Aceti, en cambio, ha ideado vestuarios bellos, de estilos diferentes, elegantes y coloridos para las mujeres y eunucos; austeros y de colores sobrios (beige y negro) para los hombres. Marco Cazzola puso las luces (que fueron pocas). Al frente de la Accademia Bizantina di Ravenna, el maestro Ottavio Dantone fue un refinado y riguroso intérprete de la música de Händel. La contralto Sonia Prina tiene un cuerpo vocal de relevancia, de timbre oscuro, que dio vida al rol en travesti de Giulio Cesare, aunque escénicamente dio un semblante macho Foto: Brescia/Amisano Escena de Death in Venice en Milán mayo-junio 2011 pro ópera y seguro. La mezzosoprano María José Lo Monaco fue una Cornelia adolorida por el asesinato de su marido Pompeo, con un color vocal oscuro y gran agilidad. Maria Grazia Schiavo en el rol de Cleopatra es una bella soprano de bonito timbre y agudos robustos y centellantes. Riccardo Novaro, en el rol de Achilla, está dotado de una bella voz de bajo, ancha y bien proyectada. También el Curio de Andrea Mastroni mostró una bella presencia escénica y una voz de bajo con un hermoso color y cuerpo. En el rol de Sesto estuvo el sopranista Paolo López, con una voz muy clara y no siempre bien administrada, así como una técnica de canto deficiente con falta de aliento en los agudos. Tolomeo fue encomendado al contraltista Filippo Mineccia, que tiene un medio vocal de bello color pleno y de cierto espesor, y una buena línea de canto de la zona media a la aguda. Y finalmente Nireno, interpretado por el contratenor Floriano D’Auria, vocalmente un poco débil, pero escénicamente perfecto. por Giosetta Guerra hacer creíble su papel de Hermann, Landgrave de Turingia, pero los personajes menos relevantes, que contribuyeron a crear la historia, tuvieron una presencia más bien discreta. El concertador alemán, Stefan Anton Reck, inflama a Wagner, sobre todo en el segundo acto, dirigió con dinámica pulida y dio a la partitura una interpretación personal. La Orchestra del Teatro Comunale di Bologna respondió con buen color y el coro boloñés estuvo, como siempre, a la altura. por Francesco Bertini Escena de Tannhäuser en Bologna Tosca en Milán Tannhäuser en Bologna Enero 23, 2011. El Teatro Comunale di Bologna desafió el periodo de crisis por el que atraviesa el país e inauguró el año con esta obra de Richard Wagner, en la versión primigenia compuesta para Dresde. La producción, confiada a Guy Montavon en la dirección de escena e iluminación, Edoardo Sanchi en la escenografía y Amélie Hass en los vestuarios, viene del teatro alemán de Erfurt y un concepto teutón caracterizó la propuesta, pues hace alusión a recientes eventos catastróficos (cuando en 2004 un incendio destruyó la rica biblioteca de Weimar), tema que sirve de telón de fondo para la escena de tensión poética del segundo acto. La presencia femenina en escena es doble: Patrizia Orciani prestó su propia voz, que carece de fogosidad, al rol de Venus, mientras que Miranda Keys aborda la excelsa Elisabeth con medios deficientes. Muy diferente estuvo el tenor Ian Storey, considerado un gran intérprete wagneriano, que en esta ocasión nos ofreció un Tannhäuser con un instrumento estentóreo y enfático, pero que tropezó y se tambaleó hacia el final de la tarde. Poético y preciso, en cambio, Martin Gantner dio vida a un Wolfram con fraseo sincero y buen apoyo. Enzo Capuano dispone de medios para pro ópera Sin embargo, el resto del elenco no se mantuvo a la misma altura, ya que Oksana Dyka fue una Tosca vocalmente empeñada y sustancialmente precisa, pero privada de un acento dramático, y Želiko Lučić bordó un Scarpia sin abundante carisma. La mayor decepción provino del “foso” orquestal, ya que el director Omar Mein Walber evidenció dificultades para seguir a los cantantes (como en ‘Recondita armonia’ del primer acto en el que entre el director israelí y el tenor bávaro no hubo un entendimiento en el mejor tiempo para seguir) y tampoco pudo encontrar la justa tensión narrativa en un espectáculo que fue ya escenificado tanto en el Metropolitan como en Munich, y en el que el director Luc Bondy exacerbó cada situación, como la cicatriz que se hizo al retrato de la Attavanti, en el primer acto de lo que fue una “rústica” Tosca, y que pareció ser algo excesivo. En conjunto, la propuesta escénica estuvo algo seca y, sumando todas sus partes, se puede hablar de un espectáculo anónimo. por Massimo Viazzo Foto: Marco Caselli Nirmal Escena de Giulio Cesare en Ravenna Después de la influenza que lo mantuvo alejado de las dos primeras representaciones, el tenor alemán Jonas Kaufmann debutó finalmente en el Teatro alla Scala en el papel de Mario Cavaradossi obteniendo un verdadero triunfo, por lo que bien podría llamarse ¡la Tosca de Kaufmann! No sólo sabe pararse sobre un escenario como pocos, sino que, además, sabe frasear con musicalidad y sobre todo sabe cantar en “piano” con dotes que parecen ser aun cada vez más raros en el panorama actual de los tenores. La ejecución de su ‘E luceven le stelle’ tan suavizada, tan íntima, y tan rica en colores, que la hizo ser casi una creación extemporánea, fue la joya de la velada y, como bien se menciono ya, ¡toda una rareza! Su siguiente acometida, en ‘O dolci mani mansuete e pure’ fue tan afectuosa que más que otra cosa pareció ser una caricia. mayo-junio 2011 Oksana Dyka y Jonas Kaufmann en Tosca The Turn of the Screw en Venecia Foto: Brescia/Amisano Benjamin Britten es uno de los pocos compositores que tratan el tema de la infancia. Y menos cuando los niños padecen una serie de vejaciones psicológicas que se manifiestan como un carcoma, hasta desquiciar las certezas de la sociedad entera. La inocencia preciosa de la edad pueril es violada hipócritamente, obligando a los pequeños a ampararse en un mundo de mentiras y desconfianza. La producción veneciana de este título se ha confiado al veterano regista Pier Luigi Pizzi, quien ahora confirma su éxito, ya reconocido, infundiendo en este trabajo todas las peculiaridades de su justo, inconfundible, estilo. Pizzi sabe proveer, siempre con la debida cautela, una lectura lineal, casi decadente, de dramas convulvos y cruentos, como el título en cuestión. El malvado fantasma, Peter Quint, estudiado hasta en sus mínimos detalles hasta resultar espeluznante, exasperante y sórdido, es en parte mérito de la habilidad del intérprete, Marlin Miller. El tenor interpreta magistralmente un rol ideado por Britten para su propio compañero de vida, Peter Pears. mayo-junio 2011 No desmerecen frente a Miller los demás artistas, empezando por la paranoica educadora, papel confiado a Anita Watson, soprano australiana en posesión de un bonito color y buena técnica vocal. El otro ectoplasma, Miss Jessel, le ha sido confiado a la soprano inglesa Allison Oates, una intérprete fina. También nos dejó buena impresión Julie Mellor, mezzosoprano anglosajona, en el rol de Mrs. Grose. Quedan los dos niños, Miles e Flora, roles asignados a dos voces blancas, Peter Schafran y Eleanor Burke. Uno y otro británicos, tienen bien reflejado el carácter de sus personajes, y su joven edad ha favorecido, evidentemente, la espontaneidad escénica, que ha sido envidiable. Jeffrey Tate en el foso ha ofrecido una prestación superlativa, por la precisión de su fraseo. El resultado fue una ejecución limpia, en perfecta sintonía con los cantantes y con la instalación de Pizzi. El público contestó con un poco de frialdad uno de los espectáculos indudablemente más válidos de la temporada y de los últimos años. por Francesco Bertini pro ópera Escena de The Turn of the Screw en Venecia Para el Festival Verdi de Parma se decidió montar una producción de esta obra de Giuseppe Verdi que no se había visto en más de un siglo. A pesar de ello, no ha salido indemne de las críticas y protestas, empezando porque se montó la edición italiana recortada, y no la original, en francés, que firmaron Eugène Scribe y Charles Duveyrier. Pier Luigi Pizzi, director, escenógrafo y sastre, retomó una vieja producción del pequeño Teatro Verdi de Busseto, que en el escenario parmense se ve escuálido, amén de que sus escenografías son tradicionales, pero sin mayores adornos y todo reducido a su esencia. estímulo y comprensión. Pero es absurdo que un festival de ínfulas internacionales no pueda contar con la disponibilidad de un digno sustituto capaz de reemplazar al titular, sin crear serias descompensaciones artísticas. La Dessì ha vuelto a afrontar algunas descompensaciones bastante evidentes. Pero a pesar de sus momentos de debilidad en la zona aguda, donde la artista no se vale siempre de recursos técnicos eficaces, se presentan felices oásis líricos que permiten escuchar el bello canto al que nos tiene acostumbrados. El elenco, de absoluto relieve sobre el papel, a la hora de la verdad se estrelló con varias dificultades. La esperada vuelta de Daniela Dessì y Fabio Armiliato, en los correspondientes papeles de Elena y Arrigo, despertó gran expectativa en el público, que fue a aplaudir a una de las parejas líricas más queridas del momento. Salvo algún problema de entonación, Leo Nucci es un Monforte creíble, siempre capaz de inflamar al público aún cuando sus interpretaciones sean un poco superficiales. El siciliano Procida fue un intenso Giacomo Prestia que, incluso demostrándose no particularmente fino por cuanto atañe a la línea de canto, es dueño de medios notables y un timbre bruñido y amplio. Su prestación fue saludada con relevantes piropos en todo el teatro. Armiliato, desafortunadamente, tuvo que abandonar la producción después de dos funciones, por serios problemas físicos, y fue sustituido por un joven estudiante de conservatorio, un tal Kim Myung Ho, que, empeño y buena voluntad aparte, no ha podido cumplir milagros. A pesar de ello recibió aplausos de Para sujetar los hilos de la orquesta y el coro (muy bien preparado por Martino Faggiani) estuvo el maestro Massimo Zanetti, no muy bien cincelado, pero capaz de sujetar la partitura a su lectura muy particular. por Francesco Bertini pro ópera Foto: Michele Crosera I vespri siciliani en Parma mayo-junio 2011