40 San Lorenzo Diario del AltoAragón - Lunes, 10 de agosto de 2009 El linaje de los Ena en el Alto Aragón Por Antonio CIPRÉS SUSÍN ASOCIACIÓN DE ESCRITORES MILITARES ESPAÑOLES A YERBE y Loarre, dos localidades altoaragonesas cercanas entre sí, fueron cuna de dos ilustres personalidades del ámbito de la milicia. Cuando Don Manuel de Ena y Sas nació en Loarre, en 1801, Don Manuel de Ena y Gallego ya era Brigadier de Infantería por lo que tomó el relevo de su antecesor en apellido y profesión. Hay que decir que el nombre de este linaje procede del pueblo de su mismo nombre situado en la comarca de la Jacetania. En este pueblo, de los más antiguos de Aragón, existían casales de familias de notables infanzones, entre ellas y con escudo propio, la de los Ena. Por la documentación consultada se sabe que se establecieron en Ayerbe y en Loarre a principios del siglo XVII. Una breve semblanza de sus vidas podrá ofrecer alguna pincelada del brillante itinerario humano y profesional de ambos en un momento de la historia de España particularmente apasionante y difícil. Don Manuel de Ena y Gallego, nacido en Ayerbe en 1769, fue admitido a edad temprana como Caballero de la Real Orden de San Juan de Jerusalén según consta en la documentación correspondiente. Su formación primera le lleva a ser Maestro de Guardiamarinas y profesor de matemáticas. En la Armada fue nombrado Alférez de Fragata y de Navío llegando a ser ascendido al grado de Teniente de Navío en 1804. A partir de ese momento y gracias a sus intervenciones en la Guerra de la Independencia, pasará a prestar sus servicios en la Infantería de Tierra con el grado de Teniente Coronel. Sus diferentes acciones hicieron que fuese promovido hasta Brigadier de Infantería en 1809. Por lo que respecta a su vida privada, sabemos que se casó con Doña Felipa Garcerán de Pinós, natural de Barcelona. En la Guerra de la Independencia estuvo a las órdenes del General Palafox quien le nombró Ayudante de Campo y le asignó diferentes misiones entre las que destacamos las siguientes: parlamentario con el ejército francés en el primer sitio de la ciudad de Zaragoza; durante el segundo sitio, Palafox le encargó la defensa del Palacio de la Aljafería que fue una de las últimas posiciones tomadas por los franceses. Una vez ocupada la ciudad, Ena y sus soldados consiguieron escapar a Cataluña donde se reunieron con otros voluntarios aragoneses y constituyeron el Regimiento de Fieles Zaragozanos bajo el mando de Ena. Este hecho les permitió participar en diferentes acciones de las Campañas de Cataluña. Al término de la guerra, el rey Fernando VII le premió distinguiéndolo con el cargo de Gobernador Militar y Político del Corregimiento de Alcañiz. Don Manuel de Ena y Sas nació en Loarre en 1801. Aunque inició los estudios universitarios de Leyes, tenía entre sus intereses otras ciencias como las matemáticas o el dibujo. A partir de su pertenencia a la Milicia de Zaragoza como sargento segundo, pidió el ingreso como caballero cadete en el ejército y fue destinado al Batallón nº 10 del Ejército Real de Cataluña. Una de sus misiones, ya como subteniente a las órdenes de Espartero, fue la de perseguir a los carlistas desde Armas y escudo de don Manuel de Ena y Gallego el Regimiento de Soria donde fue abanderado. En 1834 es nombrado Guardia Real con destino en el Palacio de Madrid, sin embargo los sucesivos ascensos, hasta los grados de Brigadier, Mariscal de Campo y teniente General de los Ejércitos Nacionales, se debieron sobre todo a sus brillantes intervenciones, al lado del General Espartero en los diferentes escenarios de las guerras carlistas. Otro de los hitos en la hoja de servicios de Ena y Sas fue su experiencia en ultramar. Fue nombrado Segundo Cabo de la isla de Cuba y hacia allí se dirigió en compañía de su joven esposa, Doña Narcisa Pastors, sin saber que jamás regresaría con vida a España. Es este un episodio digno de ser recordado por la intensidad de los sentimientos y fundamentalmente del valor que adornan la figura de Ena y Sas. En Cuba tuvieron que enfrentarse a ataques de piratas que se proponían adueñarse de la isla y conseguir su independencia; eran unos 550 filibusteros al mando de Narciso López -que fue Mariscal de Campo del Ejército español-. En agosto de 1851 las incursiones arreciaron y la lucha produjo muchos heridos en los dos bandos. En una de ellas, el general Ena, que había salido al encuentro de los piratas al frente de cinco compañías, fue gravemente herido de una bala en el vientre. Prudencio Naya, 2º Comandante de Infantería y Ayudante del General Ena relata los últimos momentos del militar altoaragonés con las siguientes palabras: Herido el General Ena, que al volver su caballo encargó al que esto escribe, no dijese que lo estaba, se dirigió a una casa inmediata acompañado del facultativo del regimiento Barcelona, Don Francisco de Asís Caballero, el héroe de cien batallones sufría con la resignación de los valientes la extracción de la raquítica cuanto traidora bala, que veinticinco horas después había de robar a la patria un servidor horado y fiel, al ejército uno de sus brazos más esforzados, a su triste esposa el hombre más virtuoso de la tierra, y a sus numerosos amigos un modelo de hidalguía y de sinceridad poco común... A las cuatro Don Manuel de Ena y Sas de la tarde fue trasladado a Candelaria en hombros de los paisanos, que se disputaban el honor de conducirlo. Torrentes de agua caían al llegar al pueblo. Al amanecer del 18 continuó el herido su marcha en un catre entoldado hacia el camino de hierro, donde le esperaba un tren extraordinario con dos facultativos para trasladarlo a La Habana...Y al llegar al cafetal de la Reunión, exhaló sin sufrir el último suspiro... La frase que pronunció después de extraerle la bala fatal, cogiendo de la mano a su ayudante y estrechándola contra su pecho: ¡Dios mío! Decía, ¿ y la acción... quién la acaba!... Sus últimas palabras en aquella noche de desesperación, de llanto y de luto eran; ¡Siseta! -diminutivo de Narcisa, su esposa-... ¡Naya! Dos personas que habían identificado su porvenir y su existencia a la del malogrado General Ena. En las solemnes exequias celebradas el 15 de julio de 1852, en el Templo Metropolitano del Pilar de Zaragoza, al ser enterrado en la capilla de Santa Ana, en un monumento sepulcral de mármol (obra del arquitecto madrileño Zabaleta y de los escultores Ponciano Ponzano y Oroz) pronunció la oración fúnebre el doctor Don Miguel Sanz y Lafuente. Se trata de un extenso escrito, en el que hace un canto al héroe altoaragonés por haber muerto gloriosamente en La Habana defendiendo los derechos de España y la integridad de su territorio. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS BROTO APARICIO, Santiago (2005): “Ayerbe: el teniente general Manuel Antonio de Ena y Gallego. Escudos Ena y Gallego”, Diario del Altoaragón, Huesca, 16 de enero, p. 6. BARRIE y AGÜERO, Juan (1851): Biografía del Excmo. Señor Don Manuel de Ena, Teniente General de los Ejércitos Nacionales, Madrid: Imp. Luís García. SANZ LAFUENTE, Miguel (1852): Oración fúnebre que en las solemnes exequias celebradas el 15 de julio de 1852 en el Santo Templo Metropolitano del Pilar de Zaragoza, con motivo de depositarse en el mismo a virtud de Real Orden el cadáver del Excmo. Sr. Teniente General D. Manuel Ena, muerto gloriosamente en La Habana el año precedente defendiendo los derechos de la España y la integridad del territorio, se imprime de orden del Excmo. Capitán General de Aragón, Zaragoza.