Lunes 26.12.11 EL CORREO 57 EN LAS POSTALES ABUNDAN, PERO EN EL MUNDO CADA VEZ QUEDAN MENOS RENOS P60 LOS NIETOS DEL FUNDADOR DE Lula RENAULT BUSCANcharla COMPENSACIÓN con un niño POR LA REQUISA durante la DE 1945 P61 V 9 historias de dolor Mónica murió de ocho puñaladas. Encarnación, atropellada. Más de 600 mujeres han fallecido en España víctimas de la violencia machista desde hace 9 años, cuando estrenamos este terrible censo. V no las olvida en una serie de reportajes 58 Lunes 26.12.11 EL CORREO V Yolanda Puig muestra la fotografía de su hermana Mónica, asesinada por su marido en 2003. :: MIGUEL HERREROS NUEVE HISTORIAS DE DOLOR (1) MÓNICA PUIG LOGROÑO/2003 «Esto no se supera nunca» Yolanda Puig no puede dejar de llorar a su hermana, apuñalada por su marido EN MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS Desde que en 2003 se iniciaron los estudios estadísticos sobre la violencia doméstica, 603 mujeres han muerto en España, víctimas de los arrebatos machistas de sus maridos, novios o compañeros sentimentales. Pese a las medidas legales y a la creciente conciencia social, el goteo no se detiene y sigue sumando nombres a una lista infame: Lucía, Fátima, Ivana, Ana María, Carmen... Todas ellas no deben tratarse como si fueran simples nombres o meros apuntes estadísticos: eran personas, con sus sue- ños, sus quehaceres, sus virtudes y sus flaquezas. Durante nueve entregas (una por año), queremos descubrir cómo las familias de las víctimas han vivido y viven ese desgarro profundamente injusto, esa ausencia imposible de llenar. EL CASO :: PÍO GARCÍA ACUCHILLADA olanda Puig observa una fotografía de su hermana Mónica, tomada hace casi diez años. Es una chica joven, con el pelo suelto y rojizo. Tiene la mirada soñadora, quizá algo triste. Viste una blusa blanca y holgada. Lleva una pulsera naranja. No sonríe. Parece concentrada y se acaricia la barbilla con las uñas, como si estuviera decidiendo algo importante o examinando algún problema. Yolanda vuelve a mirar a su hermana, da una calada a su cigarrillo y suspira: «Esto no se supera nunca. Es algo que siempre está ahí». Lo que Yolanda Puig jamás podrá superar sucedió el 2 de febrero de 2003, en Logroño. Su hermana Mónica, harta de los desprecios continuos y de los malos tratos reiterados de su esposo, Miguel Alfonso Jiménez, había cogido a su hija Carla, que entonces tenía 17 meses, y se había refugiado en casa de sus padres. Estaban a punto de divorciarse y el fiscal ya había dictado alguna medida de alejamiento contra él. Pero aquel día Miguel, un tipo agresivo y celoso, decidió ir a casa de sus suegros y resolvió esconderse en el pasillo hasta encontrar un momento propicio. Cuando la madre de Mónica salió a llevar unas bolsas al trastero y dejó la puerta abierta, Miguel Alfonso Miguel Alfonso Jiménez mató a su mujer, Mónica Puig, de la que estaba en trámites de divorcio, el 2 de febrero de 2003. Le dio ocho cuchilladas. Mónica no murió en el acto: llegó viva al hospital y falleció sobre la mesa de operaciones. Dejó una niña de 17 meses. En diciembre de 2004, La Audiencia de Logroño condenó al asesino a cumplir 30 años de cárcel. Y Jiménez entró en el domicilio, encontró a su mujer y le clavó ocho puñaladas. Mónica Puig no murió en el acto, pero falleció pocas horas después, sobre la mesa de operaciones del hospital. «Era una chica superdulce, cariñosísima. Más bien tímida y muy trabajadora». Yolanda Puig define con una sonrisa nostálgica a su hermana Mónica, una joven deportista, a la que le gustaba «Él está en la cárcel, pero vivo. Pasea, habla, fuma... Mi hermana no» Lunes 26.12.11 EL CORREO V :: ÁNGELES PEÑALVER mucho ir a nadar y dar largos paseos por el monte. Cuando murió, solo tenía 31 años. «Uno puede asumir una muerte por enfermedad o por accidente... Todos vamos a morir. Pero esto es imposible. Mi hermana no se ha muerto, a mi hermana la mataron», zanja Yolanda. E «Hasta el último día» La Audiencia Provincial de Logroño condenó al homicida, Miguel Alfonso Jiménez, a cumplir 30 años de cárcel por los delitos de asesinato, malos tratos continuados, allanamiento de morada, amenazas y lesiones. Ya lleva ocho entre rejas. «Sí. Pero él está vivo. Se pasea, habla, fuma, duerme, come. Está vivo. Y mi hermana no. ¿De qué me sirve que le metan 30 años si de aquí a cuatro días va a estar otra vez en la calle? Que cumpla hasta el último día. Si no, matar a una persona saldría demasiado barato», se queja Yolanda. El juez también obligó al homicida a pagar cuantiosas indemnizaciones (150.000 euros a su hija y 80.000 a sus suegros), pero esas medidas son, en la mayoría de los casos, puros brindis al sol: «Eso nunca se paga. Él trabaja en la cárcel y algo cobrará, pero no vemos un duro. Eso no sirve de nada». Han pasado ocho años, aunque la familia de Mónica Puig sigue con aquella maldita fecha clavada en su corazón. El tiempo quizá mitigue algo el dolor, pero no puede borrar la huella de una ausencia injustificada. De aquellos tormentosos días de febrero, Yolanda recuerda con especial aflicción las horas que siguieron al apuñalamiento: el entierro de Mónica, en el pueblecito de Anguciana, cerca de Haro, y todos esos espantosos trámites previos: «Lo más duro fue elegir el ataúd, reconocer el cadáver... En comparación, el juicio fue más llevadero». «Todo fue horroroso», resuelve su hermana Carolina. ¿Y la hija? Carla vive con sus abuelos maternos, va al colegio, ve a sus abuelos paternos y visita con regularidad al psicólogo. Cuando todo sucedió apenas tenía 17 meses, pero posee algún recuerdo indefinido y doloroso, una especie de oscura memoria confinada en algún recóndito pliegue del alma. «¡A ver cómo le explicas tú todo esto a una niña!», exclama su tía Yolanda. «Y hagas lo que hagas, siempre notará la ausencia de su madre. Eso es inevitable». Sobre la mesa del saloncito, mientras Yolanda habla, quedan –mudas, revueltas y falsamente alegres– las viejas fotografías de Mónica Puig. Una joven tímida, pacífica y cariñosa, que amaba la natación y los paseos por el monte y que murió acuchillada por su marido a los 31 años. Sucedió el 2 de febrero de 2003. Pero eso no se supera nunca. l último día de marzo del año 2004, Encarnación Rubio, una barrendera de 46 años, fue atropellada tres veces en plena calle. Hasta la muerte. Su exmarido, Francisco Jiménez Uceda, la embistió con el coche mientras ella cumplía con sus obligaciones laborales. Cúllar Vega, un tranquilo pueblo en los alrededores de Granada, amanecía otra vez convulso. Con este homicidio, el municipio –de solo 7.000 habitantes– abría de nuevo los noticieros nacionales por un caso de violencia machista. Encarnación tuvo la desgracia de ser la primera mujer asesinada por un maltratador que había roto una orden de alejamiento. Siete años antes, Ana Orantes, otra vecina de esa misma localidad, fue quemada viva en el patio de su casa tras haber denunciado por primera vez públicamente –en televisión– sus 40 años de maltrato. La muerte de Orantes provocó una revolución legislativa que culminó en 2004 con la promulgación de la ley integral contra la violencia de genero. Esa herramienta legal recién aprobada no pudo evitar, sin embargo, que Francisco Jiménez Uceda violara la orden de alejamiento que le impedía acercarse a menos de cien metros de Encarnación Rubio, la madre de sus tres hijos. El maltratador fue condenado al año siguiente a 26 años de cárcel por la brutal manera en que acabó con la vida de su ex mujer y también por la violencia que ejercía de forma habitual sobre toda su familia, tal y como quedó demostrado en el juicio. Después de que Encarnación Rubio iniciara los trámites de separación de su marido, Uceda quebrantó la orden de alejamiento en varias ocasiones. La misma jueza que había dictado las normas de protección de la mujer –y que luego llevó las diligencias contra su ex marido por no respetar las medidas– tuvo que acudir a levantar el cadáver cuando se produjo el trágico atropello. Sonia Rubio, hija de Encarnación. :: RAMÓN L. PÉREZ ENCARNACIÓN RUBIO (2) GRANADA/2004 «No creo en la Justicia» «Apenas hablaba» Las dos hijas de Jiménez Uceda definieron a su padre como un hombre que «nunca» las quiso y que incluso se sintió aliviado cuando murió en accidente de tráfico su único hijo varón, que sí se atrevía a ponerle límites y a Su padre atropelló hasta la muerte a su madre. Sonia debe pagar las deudas del asesino, que murió en prisión «Pese a todo, ella le seguía queriendo», dijeron sus hijas en el juicio 59 EL CASO ATROPELLADA Francisco Jiménez Uceda embistió con el coche a su mujer, Encarnación Rubio, cuando estaba en la calle, trabajando de barrendera en Cúllar Vega (Granada). La atropelló tres veces. Estaban en trámites de separación por los continuos malos tratos de Francisco, que tenía una orden de alejamiento. El asesino murió en la cárcel dos años después. plantarle cara. «Apenas hablaba y cuando lo hacía era para insultar. Eso cuando no pegaba», expresó entre lágrimas Sandra, la descendiente pequeña del malogrado matrimonio, durante el proceso judicial. Ellas narraron el desprecio con que se dirigía a su madre el maltratador, el sometimiento y el miedo con el que vivía su progenitora y otra cruda realidad: «Pese a todo, ella lo seguía queriendo. Se decidió a pedir la separación porque él había intentado atropellarla en más de una ocasión». Los forenses aseguraron, no obstante, que el acusado no padecía ninguna alteración mental ni depresión, tal y como esgrimía la defensa. Se trataba, por tanto, de una persona totalmente imputable, que solo presentaba alteraciones de ánimo. Tras dos años en prisión, Francisco Jiménez Uceda murió en agosto de 2006 en un hospital de Granada, donde fue trasladado desde la prisión de Albolote por un «fallo multiorgánico» causado por una infección de origen urológico. Cinco años después de aquello, Sonia, la hija mayor del criminal, al ser la heredera legal, ha tenido que pagar las letras del coche con el que su padre atropelló a su madre, además de hacer frente a las demás deudas que dejó tras de sí Jiménez Uceda. Para colmo, ni siquiera ha podido utilizar el vehículo que acabó pagando religiosamente porque estaba en un desguace, convertido en chatarra. Nadie hasta ahora le ha dado solución al problema de las deudas, pese a que se ha entrevistado con la Fiscalía en alguna ocasión. La descendiente de la asesinada recuerda, entre otras cosas, que aquellas medidas de protección eran algo experimental y que no resultaron efectivas. «La Justicia no funciona. No creo en ella ni en las órdenes de alejamiento», confiesa esta mujer, que se considera una doble víctima.