#25 Noviembre - 2012 SALA DE LECTURA La condición femenina de Marcelo Barros Silvia Elena Tendlarz Grama, Buenos Aires, 2011. La condición femenina, título del último libro publicado por Marcelo Barros, no es un libro más sobre la sexualidad femenina. El lector desprevenido encontrará sin duda conceptos que evocan los distintos matices que conciernen a la sexualidad en las mujeres: enigma, misterio, narcisismo, amor, goce. Pero, una vez sumergido en el cautivante fluir del texto, los lugares comunes del psicoanálisis dejan de ser tales y se vuelven un original modo de abordar el particular enlace entre el amor, el deseo y el goce en las mujeres, que rompe viejos mitos y leyendas. ¿Cuál es el secreto del libro? ¿Con qué sorprenderá al abrirlo y al dejarse atrapar por las palabras con las que Marcelo Barros intenta explicar lo que se hurta entre líneas del goce femenino? El autor propone una doble puntuación: comienza con un prólogo dirigido a los hombres y concluye con un epílogo para una mujer. En medio de esta aparente duplicidad se desarrolla el libro. En el prólogo advierte que los hombres no dejan de tropezar al abordar a cualquier mujer, y se interroga cómo sostener a una mujer –que ya no es cualquiera- cuando en realidad ella no se aferra a ningún saber. Rápidamente responde que es a través del amor, y añade luego, «Pero, como dice Lacan, los hombres no entendemos nada de eso» (p. 10). Con este diálogo casi interior que hace partícipe al lector, inmediatamente da la clave del libro: la mujer es varias, no es una, sobre todo no se deja absorber por las vestiduras fálicas y sus ilusiones a las que los hombres recurren para confrontarse a la feminidad. ¿Cómo sostener entonces el deseo sin retroceder ante lo inasible, sin renunciar, sin desesperar?, se pregunta. Y finalmente, casi como quien confiesa de entrada sus más íntimos designios, afirma: “”Una mujer puede ser la causa de que un hombre descubra en sí mismo cosas que nunca había imaginado” (p. 11). El autor, tomado por el enigma femenino, interesado por las mujeres, escribe un prólogo para hombres que en realidad, como en una banda de Moebius, se dirige también a las mujeres. ¿Cómo no reconocer en cada una de estas palabras los infinitos laberintos en los que se sumergen hombres y mujeres en los juegos de amor y de ondas, como diría Tristan L’Hermitte, en los semblantes de la vida amorosa? http://virtualia.eol.org.ar/ 1 #25 Noviembre - 2012 Esta presentación inicial, este secreto cómplice toma al lector de la mano y ya no lo vuelve a soltar. Y así nos lleva al interior del libro que leemos juntos. No leemos al autor, leemos el texto junto al autor, dialogamos con él en cada una de sus páginas, nos dejamos llevar por sus inflexiones y preguntas, sucumbimos junto a él en los impasses, tratamos de sobrellevar uno con el otro los obstáculos de cómo bien decir el goce femenino. Dice entonces: «Si hay algo angustiante en el cuerpo de la mujer no se trata justamente de lo que le falta… Lo angustiante es lo que de su sexo está por fuera de la dialéctica presencia-ausencia del falo… Es por eso que ella encarna lo real como tal y más por sostener un cuerpo-en-goce que se basta a sí mismo…» (p. 19). Esta afirmación lo conduce a preguntarse entonces cómo dejar una huella en la feminidad (p. 24), por fuera de la violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, en tanto que «el goce femenino no permite que se lo identifique y tampoco permite a quien lo siente identificarse» (p. 28). Pregunta poco usual que brinda un nuevo punto de perspectiva de cómo un hombre puede pensar el encuentro con una mujer. Inmediatamente Marcelo explica él mismo las razones del título del libro. Dice en la página 33: «La condición femenina no alude únicamente a la posición subjetiva de la mujer y al estatuto de su sexualidad. Se refiere más centralmente a la condición que esa sexualidad impone al otro para amarlo, para condescender al deseo, y esa condición es la de amarla… Cómo amarla, entonces, como no-toda, como Otra, allí donde ella no es el espejismo sino el desierto». Mujeres, amor, goce, sueños y resto sin nombre. Todo un programa de trabajo que se extiende a lo largo del libro que examina la relación entre madres y mujeres; el matrimonio y el ideal monogámico; la palabra de amor y su demanda; la locura femenina y su desvarío; la relación con el deseo del Otro; el cuerpo, el falo y sus velos; la relación con la histeria; el narcisismo femenino; el goce y su partenaire: Y si de dejar una huella se trata, Marcelo Barros explica sin temores el lugar del amor de un hombre por una mujer. Dice: “En el horizonte del erotismo femenino se encuentra la expectativa de suscitar un deseo capaz de soportar lo real. El amor por el que la feminidad está interesada tiene sobre todo este estatuto” (p. 187). Amor que exige un partenaire que hable, que le diga (p. 215), y que, al hacerlo, un hombre tal vez se vuelva hombre “por el amor a una mujer” (p. 11). Por último, escribe un epílogo en el que explica que al amar los hombres se engañan, palabras que esta vez, al dirigirse a una mujer, les hablan también a los hombres. Como corolario de esta búsqueda, Marcelo Barros se responde a su pregunta de cómo amar a una mujer y dice al terminar su libro: «Lo más difícil de reconocer es que una mujer no sea el espejismo sino el desierto» (p. 325), retomando así sus palabras anteriores. El resto, futuros lectores de este libro que sin duda disfrutarán al leerlo, lo dirán quizás ustedes mismos. http://virtualia.eol.org.ar/ 2