BELLEZA Y SABIDURÍA: SENDERO DE EVANGELIZACIÓN Jesús Bayo Mayor, fms 1. INTRODUCCIÓN Los innumerables signos de la presencia de Dios aparecen en la naturaleza y en la historia. En las obras de la creación divina, en todas las criaturas podemos contemplar la belleza y la bondad de Dios. Las montañas y los ríos, los prados y las flores, los lagos y los mares, los cielos y las simas, los preces y las aves son reflejo de la belleza divina, tal como cantaba el salmista: “¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8) También las creaciones humanas ene l bien, la verdad y la belleza nos habla de Dios. En la música y la pintura, en la poesía y el cine, en la escultura y la arquitectura… y en cualquier manifestación de la inteligencia o del corazón del ho9mbre aparece grabada la belleza. La sonrisa de un niño, el encuentro amistoso, los gestos de perdón, la mano tendida, el ser vivo abnegado… nos hablan de Dios. Si miramos el mundo con los ojos limpios y apasionados de Dios contemplaremos el misterio de su belleza y sabiduría. Si contemplamos las obras de arte religioso como una revelación de gloria y de la belleza de Dios descubriremos también el carácter sacramental de los iconos y de las imágenes, en general. 2. BELLEZA Y ANUNCIO DEL EVANGELIO La belleza, en la historia de la Iglesia ha sido un camino para que la Iglesia anuncie el evangelio. En ese sentido, podríamos hablar de la belleza como un “lugar teológico”, como un “método”, como un “itinerario” privilegiado para el encuentro entre la fe cristiana y las culturas, como un “instrumento” para la formación de los niños y de los jóvenes. El arte, de hecho, siempre ha tenido un lugar importante en la catequesis y en la evangelización. En dos mil años de historia, la Iglesia ha recorrido de muchas maneras el camino de la belleza a través de obras de arte sagrado, que han acompañado la oración, la liturgia, la vida de las familias, de las comunidades y de los pueblos. Si recorremos el camino de la evangelización en nuestra Iglesia, veremos que hay esplendidas obras maestras de arquitectura, pintura, escultura, miniatura, música, literatura, teatro, cine etc. Todas ellas constituyen auténticos tesoros que nos hacen comprender, a través del lenguaje de la belleza y de los símbolos, la profunda sintonía que existe entre la fe y la cultura, arte y catequesis, Palabra de Dios y obras Humanas. De este modo vemos la relación que existe entre creatividad humana y obra de Dios, autor de toda la belleza auténtica. En efecto, la humanidad no tendría un patrimonio artístico tan grande si la comunidad cristiana, en cada época y lugar, no hubiera apoyado la creatividad de numerosos artistas proponiéndoles como modelo e inspiración la belleza de Cristo, esplendor de la gloria del Padre e imagen de un ser maravilloso. La auténtica belleza resplandece siempre que es reflejo de la verdad y el bien. Se hace más luminoso su esplendor cuando está unida a la bondad y a la santidad de vida. Bien lo saben los iconógrafos orientales, quienes antes de pintar oran y escudriñan la Escritura con pasión. "La belleza es la sombra de Dios sobre la tierra", en expresión de Gabriela Mistral. Esa belleza resplandece en el mundo por la santidad de los hijos de Dios, pues entonces se hace visible verdaderamente el rostro bello y luminoso del Señor, del Dios bueno y misericordioso, admirable y justo. El testimonio de los cristianos, si quiere tener incidencia en la sociedad moderna, no puede dejar de alimentarse de la belleza para convertirse en elocuente transparencia del amor de Dios. La verdad es más comprensible cuando está bien presentada. Por eso afirman los filósofos: "Verum, bonum et pulchrum convertuntur". La belleza, la bondad y la verdad son convertibles o intercambiables. La tarea de los intelectuales cristianos y de los artistas consiste en alimentar el amor por todo lo que es auténtica expresión del genio humano, reflejo de la belleza divina. El evangelio presentado de manera bella es más comprensible para todos, no sólo para los teólogos y exégetas. Los catequistas y los pastores han de valorar debidamente la belleza para que sea más convincente y elocuente la Palabra del Señor, de manera que el corazón acoja lo que el entendimiento comprende y la voluntad ponga por obra lo que ha sido comprendido y amado. La belleza no se define, sino que se contempla y se admira. Con frecuencia decimos al descubrir una verdad o al observar una buena obra: "¡Qué lindo, qué hermoso!» Y ante alguien o algo que es bueno decimos: « ¡Qué belleza!» La belleza destaca por sí misma, no precisa ser proclamada ni ostentada, a diferencia de la riqueza, la fama o el poder. Ante la belleza reaccionamos con la sorpresa del silencio más que con las palabras. Para el peregrino de este mundo el bien y la verdad son metas exigentes que exigen disciplina; la belleza es más de índole escatológica, pues al final será la contemplación y la visión beatífica, porque Dios es la misma Belleza. No obstante, también podemos vislumbrar la belleza en el tiempo presente y establecer relaciones íntimas con lo bello. Lo mismo ocurre con el amor, la bondad y la misericordia: podemos cultivarlas como germen en el presente aunque sólo en la eternidad disfrutaremos de su fruto sazonado. Por lo mismo, podríamos afirmar que la vida espiritual es una relación que supone el estado de gracia, de hermosura, de belleza, de amor. Así lo han entendido siempre los místicos. Basta leer el poema "Llama de amor viva" de san Juan de la Cruz. "Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma el más profundo centro; pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro. Oh, cauterio suave, oh, regalada llaga, oh, mano blanda, oh, toque delicado que a vida eterna sabe y toda deuda paga, matando, muerte en vida la has trocado. Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores, las profundas cavernas del sentido que estaba oscuro y ciego, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido. Cuan manso y amoroso reposas en mi seno donde secretamente solo moras, y en tu aspirar sabroso, de bien y gloria lleno, cuan delicadamente me enamoras." 3. LA BELLEZA COMO EXPRESIÓN CULTURAL La cultura se expresa en su grado más alto por la belleza. Toda cultura que se precie de tal tiene sus propios cánonoes de belleza y sus formas de manifestarla. La belleza se impone no sólo al pensamiento sino a los sentimientos humanos. En ese sentido, la belleza no es sólo patrimonio de los museos sino de toda persona que expresa mediante sus propias creaciones bellas la cultura que posee. El modo de vestir y todo el acontecer humano está impregnado de expresiones que manifiestan la belleza. La religión, como manifestación cultural, también busca la belleza a través de sus mitos o narraciones, rituales y manifestaciones públicas. La belleza aparece en la discreción armónica del culto y de la liturgia cristiana. Y cuando el culto se expresa mediante el lenguaje y las expresiones culturales de quien alaba y ora, aparece aún más bello. Tal es el encanto que aparece reflejado en las expresiones de piedad popular. Por eso, ni el formulismo vacío ni el moralismo puritano son caminos que conducen a la belleza pues rigidizan la expresión del corazón tanto en el culto como en la acción. En la Biblia, las "buenas acciones" que suponen el ejercicio del amor y la misericordia también se denominan "obras bellas" ("kala erga"); las perlas preciosas del evangelio son llamadas "margaritai kaloí." Se identifica de este modo la forma con el contenido, pues "kalós" designa lo que es bueno y hermoso por esencia. Alcanzar la belleza era la meta para los griegos, entendiendo la "paideia" como el deseo de alcanzar la belleza inseparable del bien y la verdad. En el Génesis se presenta el estado de perfección de la creación cuando se afirma: "Vio Dios que todas las cosas eran bellas y buenas". El ideal de las criaturas es el Kalós de Dios. Jesús es el "esplendor de la luz eterna, el candor sin mancha, la imagen sustancial y visible del Dios invisible..." Por eso el conocimiento de Jesús no puede ser a través de la razón sino de la intuición, del símbolo, del sacramento, de la belleza de la bondad... A través de la belleza y no sólo de la razón se puede acceder a las realidades teológicas. Es interesante observar cómo el pueblo cristiano accede al misterio de Cristo a través del camino de la belleza. Lo mismo ocurre con María. Ella es para el pueblo la "llena de gracia", la "criatura más hermosa", la "mujer más bella", la "madre más linda": "Tota pulchra est Maria... Speculum sine macula..." Es la mujer vestida de sol, tal como aparece en la pintura de Guadalupe. 4. DIVERSAS APROXIMACIONES AL SEÑOR DE LA BELLEZA Dios es el Señor de la belleza. Y la belleza de Dios escapa a todos los cánones humanos de nuestra estética espacial y temporal. El misterio de Dios se nos escapa siempre, ya sea a los alcances de nuestra razón como de nuestro corazón. La fe en Dios, como actitud de la persona creyente (fides qua) y como contenido de lo que es creído (fides quae) no puede expresarse ni comprenderse plenamente con las luces de la razón ni con los símbolos de nuestras expresiones emotivas. Dios se autocomunica y viene a nuestro encuentro siempre, por caminos que ni siquiera nosotros podemos sospechar y menos comprender. Dios se nos entrega por libre iniciativa amorosa. Por eso, hablamos de la teología apofática, de la contemplación del Dios indecible e invisible que se escapa de nuestro pensar, sentir y actuar. En la Iglesia primitiva se proclamaba el evangelio y los creyentes recibían este don como pura gracia del Señor mediante la predicación de los apóstoles. Los Padres de la Iglesia accedieron a la salvación mediante la Escritura, los sacramentos y los símbolos presentes en la liturgia. La escolástica buscó el camino de acceso a Dios mediante la iluminación de la razón para descubrir las verdades de la fe. En los tiempos modernos, la revelación se fue expresando en la explicitación del dogma, es decir, de las verdades sobrenaturales. También procuramos acercarnos al Dios que se hace cercano y se muestra como amigo que se comunica en la historia de la salvación, en sus obras de amor, en las criaturas, en las diversas culturas y religiones. La reflexión racional, es un medio para profundizar en los misterios de la salvación, considerada como la vía de la verdad. La meditación es, sin duda, un camino para comprender el plan salvador de Dios. Por otra parte, nunca llegamos a comprender plenamente el misterio salvífico de Dios. De hecho, se da en la Iglesia una progresiva evolución del dogma y de la comprensión de la verdad. Así lo afirma el Vaticano II: "Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Le 2,19.51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los Obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (DV 8). La especulación ha logrado aclarar aspectos del misterio de Cristo, considerando siempre las peculiaridades de cada época y el lenguaje utilizado. La prevalencia del método deductivo ha conferido una lógica interna al estudio de las verdades cristianas, pero no es suficiente interpelar a la inteligencia para conocer a Jesucristo. Por otra parte, la primacía de la razón en el estudio de la teología y en la catequesis, ha mantenido ocultos otros procesos intuitivos, artísticos y simbólicos. El camino de la belleza nos permite también acceder al misterio de Dios, sabiendo de antemano que esta vía será sólo una aproximación estética a quien es todo Bondad, Belleza y Verdad. Además del camino de la especulación y de la filosofía, la aproximación a Dios podemos realizarla por diversos caminos. Al igual que cuando escalamos la cumbre de un cerro, podemos encontrar diversos accesos para llegar a la cúspide. El vaciamiento interior, el silencio y la soledad unidos a la humildad es un camino para encontrarse con Dios. De poco sirve el mucho saber o la realización de grandes obras y hazañas si no llegamos a despojarnos de nosotros mismos. Cuando nos esforzamos por cumplir la voluntad de Dios y tratamos de hacerlo presente en el cotidiano vivir, allí podemos encontrar su rostro escondido en las labores rutinarias de cada día. Otras veces descubrimos a Dios en el dolor y el sufrimiento, en la prueba de la angustia, del pecado y del fracaso. Al parecer, en el límite y el dolor llegamos a reconocer nuestra verdad como criaturas frente al Creador. La vía del servicio al hermano, de la bondad y de la generosidad con el prójimo es otro modo de acceder a quien es Amor por propia definición y esencia. Por eso el mismo Jesús nos dejó como encargo: "Ámense como yo les he amado", y nos recomendó: "Lo que hagan a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hacen". La vía mística o contemplativa es un camino de acceder a Dios, que mucho tiene que ver con el arte, pues la belleza nos abre el techo de la eternidad. Algunos llaman a esta forma de acceso la vía del corazón. El poeta, el pintor... acceden a lo invisible a través de medios materiales. El vehículo es la materia, pero sólo se puede expresar lo que está por dentro cuando hay inspiración y el corazón está en paz. Entonces nacen las palabras, la luz, la forma, la música y el color... 5. APROXIMACIÓN ESTÉTICA AL MISTERIO CRISTIANO El acceso a Dios por la vía de la belleza es posible. Desde la perspectiva religiosa, podemos estudiarlo desde diversos ángulos. Veamos algunas de estas formas, siguiendo a tres teólogos significativos: Von Balthasar, Boff y Evdokimov1. En las últimas décadas, la teología ha valorado la belleza como medio para la interpretación del mensaje cristiano. Esta teología ha dado importancia a las experiencias de la sensibilidad y de la contemplación, del sentimiento y de la admiración. La estética teológica permite dejarse fascinar por la persona de Cristo, "esplendor de la gloria del Padre e imagen de su ser". De modo similar, María es el tipo esplendoroso de la Iglesia y su paradigma. La teología estética no desprecia las construcciones abstractas ni las ideas metafísicas, pero subraya las dimensiones históricas y existenciales que están directamente en relación con el misterio de la encarnación. El pensamiento concreto y simbólico no es una exclusividad de los niños ni de los poetas sino que es propio de todo ser humano. Precede al lenguaje y al razonamiento lógico y revela aspectos de la realidad que no capta el pensamiento discursivo. Es necesario para expresar intuiciones y emociones, es decir, experiencias interiores que no pueden aflorar por la vía de la razón. El símbolo (sym-ballo) une lo visible y lo invisible, logra alcanzar y manifestar lo inaccesible. El concepto es insuficiente para expresar la grandeza y la belleza de Dios; se necesita la imagen, el símbolo, el colorido, la música, la poesía, el arte, la canción, la danza, la oración, el silencio, la admiración... Las expresiones artísticas con frecuencia se inspiran en motivos religiosos. Podemos verlo en la arquitectura, la escultura, la pintura, la poesía, la música y todas las artes, en general. El tema de los iconos, como veremos después reviste una importancia especial, pues en el mundo oriental transcienden el nivel artístico. El icono muestra o hace visible lo que la palabra demuestra o hace audible. Es oportuno recurrir a las expresiones artísticas con el fin de mostrar y de transmitir el mensaje cristiano porque mediante la belleza artística podemos acercarnos mejor a los misterios y a las verdades de fe (función mistagógica y catequética). De hecho, toda obra de arte tiene una fuerza fascinante capaz de conmover los corazones y de mover las voluntades. El arte es persuasivo y suscita el gozo interior del corazón, de modo que nos permite elevarnos desde las expresiones artísticas hasta el mismo autor de la belleza. 1 Cf. VON BALTHASAR, H. U., Gloría I: La percezione della forma. Jaca book, Milán, 1975. DE FIORES, S., María nella teología contemporánea. Centro de Cultura Mater Ecclesiae, Roma, 1978. ELIADE, M., Imágenes y símbolos. Ensayo sobre el simbolismo mágico-religioso. Taurus, Madrid, 1974. BOFF, L., El rostro materno de Dios. Ensayo interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas. Paulinas, Madrid, 1985. EVDOKIMOV, P, Teología della belleza. L'arte dell'icona. Paoline, Roma, 1982 6. LOS ICONOS, UNA VÍA PARA EL ENCUENTRO CON DIOS. Para los cristianos de oriente, el icono es más un objeto de culto que una obra de arte. Tienen una función cultual de veneración y también una función didáctica, como signo y sacramento de la presencia de Dios, medios de la gracia con virtud santificadora. Después de las guerras iconoclastas, el II concilio de Nicea celebrado el año 787 (VII concilio ecuménico), definió lo siguiente: "Al igual que las representaciones de la cruz preciosa y vivificante, también las venerables y santas imágnes, tanto las pintadas como las de mosaico o de cualquier otra materia, deben ser colocadas en las santas iglesias de Dios, en los utensilios y las vestiduras sagradas, en las paredes y los cuadros, en las casas y por las calles, lo mismo la imagen de Dios nuestro Señor y Salvador Jesucristo que la de la Virgen inmaculada, la santa madre de Dios, de los santos ángeles, de todos los santos y de los justos".2 Entre los cristianos ortodoxos, no sólo las iglesias poseen un rico iconostasio, sino también las casas suelen tener el "rincón de la belleza" donde cuelgan los iconos con una lámpara encendida. Al entrar una visita a la casa suelen hacer una reverencia a modo de saludo u otro signo de homenaje a los iconos. Delante de estas imágenes se junta la familia para hacer oración en la mañana y en la noche. Los iconos tienen un valor teológico, histórico, cultual, dogmático, cultural y espiritual.3 Poseen un contenido histórico puesto que nuestra fe cristiana tiene raíz histórica: Jesús, María, los santos y los eventos de salvación ligados a las fiestas litúrgicas tienen un fundamento histórico. También tienen un valor litúrgico puesto que son considerados como objetos de culto, sometidos a la veneración de los fieles ya sea en las iglesias o en las casas. Se les rinde veneración por lo que representan, ya sea las fiestas litúrgicas, la imagen del Señor, de María o de los santos. La teología de la imagen hunde sus raíces en la Sagrada Escritura, nace de la contemplación del hombre como "imagen de Dios" (Gn 1, 26) y de ver en Cristo "la imagen visible del Dios invisible" (Col 1, 15). Cristo es el modelo con quien debemos "configurarnos los cristianos" (Rm 8, 29). "El Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14) y el misterio de la encarnación da sentido a la veneración de las imágenes. Por otra parte, el Espíritu Santo es el mejor iconógrafo porque es quien pinta en nosotros la imagen de Cristo configurándonos con la suya; él es quien da belleza resplandeciente a la Iglesia. Jesús es el icono perfecto: Palabra e Imagen del Padre. También podemos decir que María es imagen de la Iglesia, quien "la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser" (SC 103; LG 63). El valor dogmático y catequético de las imágenes radica en que proponen a los fieles contenidos de fe a partir de la Sagrada Escritura mediante un lenguaje simbólico. Por ejemplo, el misterio de la encarnación se presenta mediante los iconos marianos de la Theotokos, que expresan su maternidad virginal. 2 3 DS 600 GHARIB, G., Iconos, en Nuevo Diccionario de Mariología. Paulinas, Madrid, 1988 pp. 887-8 El valor espiritual radica en que son soportes que nos guían hacia la salvación ofrecida por Cristo. El arte del icono no es realista, pues representan a los personajes de manera "transfigurada" y por eso el icono puede santificar a quien lo contempla. De hecho, la escena bíblica más inspiradora para los iconógrafos es la transfiguración, pues las imágenes nos remiten al original a quien se refieren, de modo que al venerar o contemplar los iconos lo hacemos con la persona que éstos representan.4 Las imágenes de los templos nos remiten a contemplar el cielo en la tierra, expresan la comunión de los santos y la presencia de los misterios de la Salvación. Así, por ejemplo, los iconos de María no son retratos referidos a ella sino que ilustran los principales misterios de la fe: La Theotokos nos remite a la maternidad divina y al misterio de la encarnación; la Odigitria nos habla de la divinidad del Hijo; la Eleousa nos muestra la humanidad de Cristo; la Deesis, la mediación y colaboración materna... Por eso afirmaba San Juan Damasceno: "Si alguien me pregunta por mi fe, le llevaré a la iglesia y le mostraré los iconos, porque estos son expresión de nuestra fe y de nuestro Dios". La oración ante los iconos supone la meditación de la Escritura, el silencio y la acogida cordial, la contemplación, la admiración, la veneración. Por otra parte, no es una simple mirada o admiración estética porque exigen volver la mirada al rostro del hermano, icono vivo de Cristo, como exigencia de la caridad fraterna. 7. CONCLUSIÓN Desde los primeros siglos las imágenes fueron consideradas como el catecismo de los pobres e iletrados. El Verbo de Dios se hizo carne, y la Palabra de Dios se hizo canción, pintura, escultura... La imagen religiosa es vehículo de la belleza de Dios y nos recuerda el misterio de la encarnación. Las imágenes pueden ayudarnos a conocer mejor el misterio del hombre y el misterio de Dios. Las imágenes, como la música y la poesía, nos ayudan a comunicarnos con Dios en la oración. La liturgia, oración de la iglesia, está cargada de símbolos e imágenes bellas, de música y poesía. Hemos destacado en este artículo el valor catequístico y litúrgico de los iconos, su relación con la belleza y la sabiduría. El acceso a ellos no es difícil. Los iconos orientales tienen una larga tradición de la que también participa la Iglesia Católica. En muchas de nuestras iglesias y casas tenemos estos iconos. Por ejemplo, especial difusión tienen la Virgen de la Pasión o del Perpetuo Socorro, cuya imagen es venerada en la basílica del mismo nombre (San Alfonso - Santiago). También tenemos un hermoso icono de la Eleousa en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica (Campus Oriente - Santiago). El icono de Pentecostés se venera en la capilla de la casa provincial de la Orden de la Madre de Dios (Santiago). 4 Cf. CASTELLANO, J., Oración ante los iconos. Los misterios de Cristo en el año litúrgico. Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 1993, pp. 17-18.