Dejar, renunciar y corregir el pecado público

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DEJAR, RENUNCIAR, CORREGIR
Dejar, renunciar y corregir el pecado
público
En la hermandad se ha hecho cada vez más frecuente el pensar que un cristiano
supuestamente “arrepentido” no debe confesar ningún pecado que haya cometido
públicamente, que no debe llevar frutos dignos de arrepentimiento, y que no tiene
obligación alguna de corregir ni en lo más mínimo el daño que hubiera ocasionado, a pesar
de que Dios enseña todo lo contrario (Luc. 3:8; Hech. 26:20).
Resarciendo el daño
Resarcir es “Indemnizar, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio” (Real
Academia Española), “Indemnizar o compensar a una persona por un gasto realizado, o una
pérdida o agravio causados” (Larousse). En esto, algunos hermanos equivocados no estarían
dispuestos a resarcir los daños que han causado por su conducta. Ellos actúan como si el
apóstol Pablo se hubiese equivocado al admitir públicamente “habiendo yo sido antes
blasfemo, perseguidor e injuriador” (1 Tim. 1:13) y “había creído mi deber hacer muchas
cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hech. 26:9). El que no quiere resarcir el daño
considera absolutamente innecesario el proceder de Pablo y no estaría dispuesto a hacer lo
mismo si estuviera en los zapatos de éste apóstol del Señor.
En la práctica, los hermanos que se oponen a la confesión y rectificación de pecados
públicos no simpatizan con Zaqueo (“si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado”, Luc. 19:8), ni con los efesios quienes “venían, confesando y dando cuenta
de sus hechos” mientras “muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y
los quemaron delante de todos” (Hech. 19:18-19).
En todo esto, tal vez alguno
desaprobaría el método bíblico para corregir utilizado por el apóstol Pedro cuando reprendió
a un recién converso por su “maldad” (Hech. 8:20-24). Para más información de este
punto, vea la obra “Métodos bíblicos de corrección”.
Lamentablemente, el mal proceder descrito arriba rechaza y menosprecia un aspecto
importante de ley del perdón que también fue requerida bajo el Antiguo Pacto. Jehová
demandó: “Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó” (Lev.
5:5). Y también dijo: “Dí a los hijos de Israel: El hombre o la mujer que cometiere alguno de
todos los pecados con que los hombres prevarican contra Jehová y delinquen, aquella
persona confesará el pecado que cometió, y compensará enteramente el daño, y añadirá
sobre ello la quinta parte, y lo dará a aquel contra quien pecó” (Num. 5:6-7).
El patrón de las sanas palabras (2 Tim. 1:13), la doctrina de Cristo (2 Jn. 1:9),
también instruye acerca de los pecados públicos y específicos que deben ser dejados,
renunciados y corregidos. Todos sabemos que en el plan de Dios hay dos leyes vigentes
para el perdón, una para los incrédulos (Rom. 10:17; Jn. 8:24; Hech. 2:38; Rom. 10:10;
Mar. 16:16) y para los cristianos que hubieren pecado (Hech. 8:22. 1 Jn. 1:9. Stgo. 5:16; 1
Jn. 5:16).
El pecado público no debe ser ignorado, minimizado, racionalizado y/o generalizado,
ningún bien se hace con ello al que anda en tinieblas. Así pues, “el amor nacido de corazón
limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Tim. 1:5) “no se goza de la injusticia”
(1 Cor. 13:6), y es capaz de aborrecer lo malo (Rom. 12:9).
El Espíritu Santo, por boca de Pablo, ordenó “Vuestra gentileza sea conocida de todos
los hombres” (Fil. 4:5) y también dijo “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que
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Por Josué Hernández
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DEJAR, RENUNCIAR, CORREGIR
causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que
os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus
propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos”
(Rom. 16:17-18, cf. Tit. 3:10-11). El ejemplo del apóstol Pablo es un estándar de conducta
que debemos imitar (Fil. 4:9, 1 Cor. 11:1). La verdadera predicación del evangelio es
negativa y positiva. Para más información de este punto, consulte la obra “El que anda en
tinieblas”.
Pecado público y arrepentimiento público
Sin duda alguna para que haya “confesión” debe haber algo que se confiesa, en este
caso un pecado público. Sin precisar lo que se confiesa ¿cómo se le puede llamar a esto una
“confesión”?
Una confesión es la “Declaración que alguien hace de lo que sabe, espontáneamente
o preguntado por otro” (Real Academia Española). Por este motivo, confesar es “Manifestar
algo que se había mantenido oculto. Declarar la verdad obligado por las circunstancias”
(Larousse).
Hay dos términos griegos que nos interesan para el estudio de la “confesión”, y éstos
son “jomologeo” y “exomologeo”. “Jomologeo” literalmente significa hablar la misma cosa
(jomos, mismo; lego, hablar), asentir, estar de acuerdo, y entonces se aplica a confesar,
declarar, admitir, en el sentido de admitir la propia culpa de la que se ha sido acusado.
Pero, el verbo “confesar” usado en Santiago 5:16 es “exomologeo”, el cuál trata de la
confesión pública de la culpa del pecado, pues significa literalmente “fuera” “hacia afuera”
(intensivo, prefijo “ek”), “hablar la misma cosa” (jomos, mismo; lego, hablar), “asentir,
estar de acuerdo públicamente”, y por lo tanto, al aplicarlo a la confesión de un pecado,
según VINE “exomologeo” denotaría “un reconocimiento o confesión pública de pecados
(Mat. 3:6; Mar. 1:5; Hech. 19:18; Stgo. 5:16)… profesar o reconocer abiertamente”, lo cual
es resultado de la convicción interna de la culpa que lleva al hombre a declarar
abiertamente, hablando con libertad, siendo tal confesión el efecto de una profunda
convicción de unos hechos.
Por esto, siempre, “exomologeo” hace referencia a una
confesión y profesión públicas de un hecho particular, al reconocer algo y concordar
completamente con lo señalado donde el que confiesa no tiene limitación para declarar.
Algunos ejemplos de pecados públicos son los siguientes: 1) “De cierto se oye que
hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles;
tanto que alguno tiene la mujer de su padre” (1 Cor. 5:1). 2) “porque Demas me ha
desamparado, amando este mundo…” (2 Tim. 4:10). 3) “no dejando de congregarnos,
como algunos tienen por costumbre…” (Heb. 10:25). 4) “Mas os ruego, hermanos, que os
fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis
aprendido, y que os apartéis de ellos” (Rom. 16:17)
Entonces, ¿qué debe hacer el cristiano que pecó de manera pública? Según las
Escrituras él debe arrepentirse, confesar el pecado a Dios y a la iglesia local para que ésta
interceda por él, y debe cuanto antes resarcir algún daño que su pecado ocasionó.
Lamentablemente, lo anterior será muy difícil si el hermano es orgulloso y si la iglesia local y
algunos otros hermanos le han apoyado en su proceder pecaminoso.
Además, se debe considerar que si el pecado público afectó a la hermandad causando
división, e intervinieron varios hermanos señalando el error y llamando al arrepentimiento,
entonces el hermano arrepentido y corregido debe informar a todos los santos que fueron
afectados y/o supieron de su pecado y le persuadieron al arrepentimiento (Hech. 8:22; 1 Jn.
1:9), semejante noticia será motivo de gozo en los cielos y en la tierra (Luc. 15:7, 10; Stgo.
5:19-20).
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Por Josué Hernández
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