Miguel Delibes, paisajes con palabras

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 Miguel
Delibes, paisajes con palabras Un documental delicioso, para sentarse y disfrutarlo tranquilamente, sin más.
"M.Delibes, paisajes con palabras" es un viaje a los escenarios rurales que Miguel
Delibes plasmó en sus obras. El documental también narra el compromiso del
Delibes periodista con la realidad del campo castellano hace medio siglo, un
compromiso que le obligó a dimitir de la dirección de "El norte de Castilla".
Esta vez no hay preguntas pero si una invitación a deleitarnos con el comienzo
de uno de sus libros, El Camino:
“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y,
sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo
de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos,
aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de
todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero
era un hecho que honraba a su padre.
Pero por lo que a él afectaba...
Su padre entendía que esto era progresar; Daniel, el Mochuelo,
no lo sabía exactamente. El que él estudiase el Bachillerato en la
ciudad podía ser, a la larga, efectivamente, un progreso. Ramón,
el hijo del boticario, estudiaba ya para abogado en la ciudad, y
cuando les visitaba, durante las
vacaciones, venía empingorotado como un pavo real y les miraba a
todos por encima del hombro; incluso al salir de misa los domingos
y fiestas de guardar, se permitía corregir las palabras que don
José, el cura, que era un gran santo, pronunciara desde el
púlpito. Si esto era progresar, el marcharse a la ciudad a iniciar
el Bachillerato, constituía, sin duda, la base de este progreso.
Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a
este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía
de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las
cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro
normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios
de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después,
los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años,
por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento
exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora
contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el
tiempo —pensaba el Mochuelo— y, a fin de cuentas, habrá quien, al
cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un
rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así
de rara, absurda y caprichosa. El caso era trabajar y afanarse en
las cosas inútiles o poco prácticas.”
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