Homilía de la Misa de exequias por Mons. Alcides Mendoza Castro, Arzobispo Emérito del Cusco “La vida de Mons. Alcides, una vida para la causa de la Iglesia” Por: Mons. Israel Condorhuamán Estrada Vicario General de la Arquidiócesis del Cusco Queridos hermanos: según nuestros planes humanos, hoy y a esta hora estaba previsto celebrar la Misa y Te Deum por nuestra Tierra del Cusco, junto a nuestras autoridades y pueblo en general; sin embargo, en los planes de Dios ocurrió lo inesperado: la llamada a su Reino a su siervo Mons. Alcides, quien fuera también para nosotros nuestro queridísimo Arzobispo, amigo y Pastor de la Arquidiócesis del Cusco. Por ello tenemos el deber de expresar nuestro profundo dolor, en esta misa de sepelio, el decirle un hasta luego a sus restos mortales con el corazón lleno de tristeza, pero también con una certeza gozosa de saber que está con Dios, y de profunda gratitud. Está entre nosotros: los restos de Mons. Alcides Mendoza Castro, quien nació el 14-III.1928, en La Mejorada (actualmente Distrito de Mariscal Cáceres) en Huancavelica. Está entre nosotros aquél joven y sacerdote entusiasta que se ordenó el 15.IX.1951 a los 23 años. Está entre nosotros quien fue el Obispo más joven del mundo, recibiendo su ordenación episcopal a los 30 años, el 6.VII.1958 – 27.X.1967, por mandato del Papa Pío XII, para ser el primer Obispo de Abancay, en cuya diócesis fundó con la Hnas. De la Divina Providencia el Orfelinato y el centro de salud para leprosos, que actualmente es la Clínica Santa Teresa; y caminó a pie y a caballo visitando las parroquias y alentando la fe de los sacerdotes y fieles; está entre nosotros, el Obispo más joven del mundo que participó en 4 sesiones del Conc. Vat. II. Está entre nosotros quien en 1967 fuera nombrado por S.S. Pablo VI, Vicario General Castrense del Perú: 28.X.1967 – 10.XII.1983, años en que conoció y recorrió todo el Perú en su servicio a los militares, Fuerza Aérea, Marina de Guerra y a la Policía Nacional del Perú. Está entre nosotros quien en 1983, S. S. el Beato Juan Pablo II nombrara Arzobispo del Cusco, donde estuvo durante 20 años, hasta el 30 de octubre de 2003, momento en que la Santa Sede acepta su renuncia por límite de edad: 11.XII.1983 – 30.X.2003, jurisdicción donde puso un esmero especial por el Seminario San Antonio Abad y por sus sacerdotes, ordenando a más de 65 sacerdotes para Cusco, con el único fin de que a los pueblos abandonados no les falte sacerdotes. Tuvo muchas iniciativas de promoción social para los pobres, con la ayuda de Congregaciones de religiosas y religiosos. Está entre nosotros los restos mortales de quien había cumplido en el 2012 84 años de edad, 60 años de sacerdote y 54 años de Obispo y el 20 de junio ha sido llevado a la casa del Padre Eterno y comienza a gozar desde ya las delicias de Dios en el cielo. Mi persona tuvo el honor de ser su Vicario general en su último año como Arzobispo del Cusco, año 2003, en que ya se encontraba delicado de salud, y al saber que en octubre de 2003 la Santa Sede había aceptado su renuncia por límite de edad, antes de dejar definitivamente esta tierra cusqueña Mons. Alcides tuvo a bien dejarme un encargo personal, con estas palabras: “cuando el Señor me llame a su reino, como a mi Vicario General, te encargo hacer traer mi cuerpo, de donde sea, y hacerme enterrar, esperando la resurrección de los muertos, en la cripta que se encuentra debajo de la capilla del Taytacha de los Temblores, nicho que yo mismo hice preparar”. Luego supe que este encargo había sido confiado a muchos amigos sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, sobre todo a sus parientes. Quiero resaltar su fortaleza y fe en Dios a la hora de afrontar el cáncer por más de 30 años, comprometiendo primero la vejiga, luego el riñón. Todo este tiempo de dolor supo sobrellevarlo con una sonrisa, hasta con bromas, que parecía esa era su propia terapia. Todas las personas que han estado a su lado en sus últimos días, se han comportado como los buenos samaritanos que se preocupan del enfermo y malherido: familiares, médicos, los sacerdotes de Pro Eclesia Santa, Lumen Dei, sacerdotes amigos y religiosos, a quienes les expresó mi profunda gratitud por haber sido sus guardianes en los momentos de dolor y agonía y que podrían dar muchos testimonios edificantes, y han aprendido lecciones grandes de cómo afrontar el viaje de este mundo a la gloria del Padre. Muchos de nosotros deseamos morir de la noche a la mañana, sin sufrir y sin hacer sufrir a nadie. Es un ideal. Pero la pregunta que nos hacemos también es: ¿Estamos bien preparados, sin asuntos pendientes ante Dios, ante nuestra conciencia y ante el prójimo? En ese sentido, considero que Dios nuestro Señor, le dio a Monseñor Alcides una bendición especial, para ir purificándolo por muchos años de cáncer, sobre todo sus últimos días en esta tierra han sido días de bendición. El apóstol San Pablo nos da unas alentadoras palabras como motivación para dar sentido a nuestra vida: para entrar en el Cielo, tenemos que atravesar por muchas tribulaciones. Así la vida cristiana es una especie de Semana Santa: todos tenemos nuestro domingo de Ramos, donde la gente nos aplaude, nos aclama, nos tiran flores; pero la mayor parte son días de trabajo discreto, cansancio, incomprensión, persecución, calumnia y todos necesariamente pasamos por nuestro Viernes Santo. Solo así nos identificamos con Cristo, morir para resucitar con Él, quien fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz, Flp 2,28. Solo así es lindo subir a la barca con Cristo para viajar a la otra orilla, que es la Vida eterna. (Mc 4,35). Solo así, cualquier persona puede decir como el anciano Simeón: “Ahora Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, … porque estoy preparado, sin mancha de pecados (Lc 2,29). Solo así tenemos la certeza de RESUCITAR CON CRISTO. Este debe ser el destino final de toda persona que tiene fe. Que María Santísima, madre nuestra, a quien Mons. Alcides tuvo como a su mejor aliada en su ministerio episcopal, tal como aparece en su escudo episcopal, “Con Mjaría La Madre de Jesús”, interceda por nosotros y nos haga entender el misterio de nuestra muerte. Amén.