ENCUADERNACIONES ARTISTICAS MEXICANAS POR MANUEL ROMERO DE TERREROS Texto publicado en México el año de 1943 con motivo de la II Feria del Libro y la Exposición Nacional de Periodismo. Departamento del Distrito Federal. Dirección de Acción Social. Oficina de Bibliotecas. Segunda Edición www.artesdellibro.com I Desde el momento en que se introdujo la imprenta en México, tuvo naturalmente su principio el arte de la encuadernación entre nosotros; pero, si son pocos los ejemplares de las ediciones mexicanas del siglo XVI que nos han llegado con el texto incompleto, roto, sucio, manchado de agua y en general maltrecho, menor aún es el numero de las encuadernaciones de aquella época que hoy se conservan en relativamente buen estado. Los impresos mexicanos del siglo XVI, dice el doctor León, se encuadernaban y empastaban siguiendo casi en todo el estilo alemán; se usaba el palo, la badana y el pergamino. Para los libro “in folio”, la badana o el becerrillo era lo preferido, armado este material sobre plancha de madera o cartón. Hace pocos años adquirió la Biblioteca Nacional un Gradual Dominical, que poseía Don Luis González Obregón , impreso en México por Espinosa en 1576, y empastado con gruesas tablas forradas en badana y ostentando broches metálicos; encuadernación hecha con toda seguridad en el siglo XVI. Puede afirmarse, sin embargo, que la inmensa mayoría de los libros impresos en México en los siglos XVI, XVII y XVIII, fue encuadernada en pergamino; mientras que la mayor parte de los que se importaban de España venía empasatada en becerro. En el Codice de Tlatelolco, en la relación de la cuenta que rindió el mayordomo del Colegio el 18 de julio de 1572, se mecionan solamente tres obras, de las allí existentes, encuadernadas en tablas, mientras que no se expresa que pasta tenían los demas libros que se citan, lo que nos hace creer que era de pergamino, en cierta manera equivalente en aquel entonces a nuestro moderno “a la rústica”. Por el contrario, en junio de 1582, embarcó Benito Boyer, vecino de Medina del Campo, consignadas a Diego Guzmán Navarro Maldonado, de México “cuarenta cajas de libros de diversas facultades que van todos muy bien encuadernados”, y la lista respectiva registra solamente uno que otro pergamino, entre una multitud de becerros y badanas. Es de suponerse que, entre los miles de libros que de España se importaban, vendían ejemplares con buenas encuadernaciones, procedentes de ciudades como Barcelona, en donde dejó sentirse la influencia francesa e italiana, Alcalá, Burgos y Sevilla, famosas por sus imprentas y Grana. Nicolás León. Lo que se encuentra en las pastas de los viejos libros de México. México, “”El Tiempo”, 1889. . García Icazbalceta. Nueva Colección de Documentos para la Historia de México. V. Códice Mendieta. México 1899 . Publicaciones del Archivo General de la Nación. VI. Libros y Libreros en el Siglo XVI. México, 1914 www.artesdellibro.com da, emporio de guadameciles y cordobanes. Tales pastas de becerro y de badana, estampadas al estilo monástico o mudéjar, serían, pues, la semilla que mas tarde había de fructificar en nuestro suelo. Las pastas en pergamino que se hicieron en México durante los tres siglos virreinales eran duras o flexibles, las mas veces con correas o presillas de cuero para cerrarse mejor, y casi siempre con el título de la obra, escrito a lo largo del lomo con tinta china. Estos letreros, a lo menos los del siglo XVI, se escribían con letra gótica y en algunos casos fueron obra de beneméritos varones, como Fray Gerónimo de Mendieta, de quién dice García Icazbalceta “que aborrecía la ociosidad, diciendo con razón que era la puerta por donde se entraban todos los vicios; y por huir de ella se ocupaba en rotular libros del Convento en el tiempo que le sobraba después de cumplidas sus obligaciones”. En cuanto al cartón que en estas pastas solía emplearse, cuenta el doctor León el siguiente caso: “Deseoso de ver como se fabricaba el cartón, puse a remojar la pasta original de un Dialogo de Doctrina Cristiana en lengua de Michoacán, por Fray Maturino Gilberti, impreso en México en el año de 1559, y encontré que estaba formada por una superposición de hojas impresas, de papel europeo, alternado con otras tantas de papel de maguey mexicano; la adehería un pegamento de harina de trigo, groseramente triturado éste y mezclados todos sus productos (almidón, granillo, salvado). Las hojas impresas pertenecían a la obra del padre Taix, sobre el Rosario, impresa en México el año de 1576... En las encuadernaciones en pergamino, los forros interiores en ellas me han proporcionado buen hallazgo, pues casi siempre, bajo la hoja blanca de guardas hay una impresa. Recuerdo haber acabalado con estas algunos muy raros y curiosos libros y obtenido también piezas completas, como loas, avisos religiosos y numeros de hojas volantes, o, periódicos”. No deja de ser curioso saber de que implementos se servían nuestros primitivos encuadernadores para empastastar sus libros. En el inventario de entrega de los bienes del Colegio de Tlatelolco a Diego Ruiz, su nuevo mayordomo, firmado por los padres Molina y Sahagún en 1584, figura la siguiente herramienta de libreros: “Una cuchilla grande, dos prensas de madera, un martillo de aplanar grande de hierro, un cepillo de hierro, dos punzones de hierro, un punzón de golpe, una gubia, dos pares de tijeras pequeñas, tres cosedores, un compás, una caja de cuchillos carniceros, un cepillo de madera, unas tijeras de zapatero, un martillo de hierro pequeño, tres hierros para pintar la encuadernación, una sierra y una piedra de batir”. Hay que confesar que los resultados obtenidos con tan defectuosa herramienta fueron sencillamente asombrosos. Mejor suerte que los impresos, en cuanto a su vestido exterior, tuvieron algunos manuscritos mexicanos del siglo XVI, puesto que han llegado hasta nuestros días con encuadernaciones en excelente estado de conservación y, en muchos casos, bellisimamente ejecutados. Afectan a veces, estas pastas, la forma de cartera, puesto que, una vez cerrado el libro, la solapa de la tapa inferior se dobla sobre la superior, y muchas de ellas se hallan exornadas con . Joaquín García Icazbalceta. Biografía de Fray Gerónimo de Mendieta. En n. obras. Tomo III de la Colección Agüeros. México, 1896 . Nicolás León. Obra citada . García Icazbalceta. Documentos citados www.artesdellibro.com artisticos hierros dorados o “en seco” y costillas realzadas, al gusto italiano, cosidas estas con cintas de sedas de colores. Tal es la encuadernación del Libro General de la Contaduría del Rey Nuestro Señor, del año de 1588, que se conserva en el Archivo General de la Nación, y muy parecidas las de los primeros Libros de Actas del Ayuntamiento de México. II Durante el siglo XVII no se hicieron en México grandes progresos en el arte de la encuadernación. Siguieron fabricandose algunas pastas en forma de cartera, menos lujosas que las de fines del siglo anterior, y otras, de becerro con hierros dorados; pero las innumerables pastas que demandaba la siempre creciente producción literaria del país, fueron hechas con pergamino, en su mayoría. Los numerosos libros que fueron secuestrados al infortunado bibliófilo Melchor Pérez de Soto, el 13 de enero de 1655, estaban casi todos “aforrados en pergamino”; y la copiosa biblioteca del impresor Juan Ruíz, según el inventario que de ella se formó en agosto de 1675, estaba casi toda encuadernada en pergamino, pues solamente algunos volúmenes tenían cubiertas de tabla10. Algunas de estas encuadernaciones de pergamino se adornaban sobriamente, por medio de hierros pequeños estampados en las tapas con tinta de China, y, en algunas raras ocasiones, con hierros por el estilo, en oro. Para los libros de grandes dimensiones, como los de coro, de monasterios y catedrales, se empleaban recias tablas cubiertas de becerro o de vaqueta, casi siempre adornadas con toscas clavazones y cantoneras de hierro. A fines de siglo XVIII, empezaron a empastarse, en terciopelo, tisú, brocado y damasco, ejecutorias y otros manuscritos, a los que sus dueños querían dar especial importancia. III El siglo XVIII, en que alcanzó su apogeo el arte de la encuadernación en Europa, vió en México como un lejano reflejo de las glorias de los Derome y Padeloup. Es cierto que el noventa por ciento de los impresos mexicanos siguió empastándose en pergamino, pero aún este sobrio material quiso a veces engalanarse con uno que otro filete o adorno dorado, y en diversas ocasiones se avivaba con letreros mas o menos historiados, como en la biblioteca del Convento de Guadalupe de Zacatecas, en donde los lomos de los libros lucían, arriba y abajo de los letreros , rayas y adornos carmesíes, sobre fondo blanco; o como los títulos de la Hacienda de San Cristobal Acámbaro, hoy en el Archivo General, que ostentan sobre sus tapas de pergamino el escudo de armas de su antiguo dueño, iluminado a colores. Los enormes y pesados libros de coro recibieron, como en el siglo anterior, cubiertas de tabla forrada de vaqueta, pero se estampaba ésta con hierros “en seco” y se adornaba con cantoneras y florones de bornce calado y cincelado. De estos adornos los mas lujosos fueron, . Aunque siempre se les ha denominado hierros, las letras, punzones, carretillas y demás implementos usados para estampar encuadernaciones, están hechos de latón o cobre . Llamados asi no por ser dorados; ambos se estampaban en caliente. . Manuel Romero de Terreros. Un bibliófilo del Santo Oficio. México, 1920 10. Francisco Pérez Salazár. Dos familias de impresores mexicanos del siglo XVII. México, 1924 www.artesdellibro.com quizá, los de los libros corales del Antiguo Convento de San Agustín celebres por la obra miniada de Fray Miguel de Aguilar, que ostentaban, entre otros adornos, un corazón atravesado por flechas, distintivo de aquel padre de la Iglesia. También en el siglo XVIII, como en el XVI, se cometieron en México actos de verdadera lesa bibliofilia: en cierta ocasión, el bibliotecario del Convento de San Francisco, fray Antonio de la Rosa Figueroa no tuvo empacho en despastar libros antiguos, para entregarlos en calidad de material al encuadernador. Don Felipe Teixidor ha publicado11 un interesante documento, en el que aquel religioso declara, con el mayor desenfado, que para empastar un gran numero de tomos, “cuya enquadernación quedó comenzada por averse caído muerto el enquadernador”, se había visto precisado a “aviar y soportar la dicha enquadernación de los mismos libros inútiles...donde unos por paga de manufactura al enquadernarlos, y que para pergaminos, gamusas, pita, cola, carnes, etc., se erogasen los costos a expensas de los totalmente inservibles por apolillados, o de letra de Tortis (es decir gótica), o sin principio ni fin: “que había separado numerosos volúmenes “para gran porción de cartones de los que se han de avitelar, otros para guardas y contraguardas de los que se han de enquadernar, otros para conmutarlos y comprar dichos avíos;” y, finalmente que el enquadernador tenía “aceptado el destajo de enquadernar con sus oficiales dentro de la celda cada cien libros, chico con grande, al precio de pesos haziendo equidad, dandole los avíos arriba expresados”. Cuando don Antonio Joaquín de Rivadeneyra Barrientos dió a la estampa, de Madrid, en el año de 1755, su Manual Compendio del Regio Patronato Indiano hizo traer a México mas de seiscientos ejemplares encuadernados “en becerro con orlas y cantos;” en “piel de Marsella” y en “piel de Arabia;” y otros pocos en pergamino;12 y es cosa segura que este contingente de pastas haya servido de modelo a los encuadernadores mexicanos. Pero el tipo mas común de encuadernación artísitica en nuestro país durante el siglo dieciocho, fue el de badana manchada artificialmente, con adornos consistentes en un simple filete o en un marco de carretilla, con o sin esquinas de pequeños hierros, y un florón en el centro de la tapa, todo en oro, y raras ocasiones se aplicaron estos adornos “en seco”, es decir, sin dorar. No fueron desconocidas en México las pastas llamadas jansenistas de piel mate con sencillo filete también mate. pero estas severas encuadernaciones pronto fueron dulcificándose, por decirlo así, y se convirtieron en pastas prontamente españolas, que lucían en los compartimientos de sus lomos tejuelos de diversos colores; pues si hasta entonces se había aplicado la piel curtida en su color natural, desde fines del siglo XVIII comenzaron a usarse pieles pintadas a colores. Buena idea del aspecto que presentaban estos lomos en una biblioteca mexicana, de los siglos XVII o XVIII, la proporcionan los muchos retratos eclesiásticos y hombres de letras de aquella época, que tienen como fondo un estante de libros. Para libros de cuentas, copiadores de correspondencia y, en general, manuscritos de archivos públicos y particulares, solían usarse cubiertas de badana teñida de rojo, o pergamino, en forma de carteras, con correas de cabritilla o cordones de seda, a guisa de cerraduras; y cuando el manuscrito era de importancia excepcional, solía ponérsele, además, un segundo forro de tela de seda. 11. En Ex-Libris y Bibliotecas de México. Numero 20 de Monografías Bibliográficas Mexicanas 12. Manuel Romero de Terreros. Don Antonio Rivadeneyra y su Patronato Inidiano. En Boletín de la Universidad. México, 1918 www.artesdellibro.com También las monjas de los conventos dedicaban a la encuadernación algunas de sus horas libres. Nautralmente lo que mas producían las religiosas eran pastas para breviarios y libros de devoción en general . Las hacían sencillas, de Damasco, tisú o brocado; bordadas primorosamente con sedas de colores sobre lino; recamadas, sobre terciopelo, con hilos de oro y plata, o cubiertas con intrincados dibujos, magistralmente ejecutados con chaquira; y formabanles broches con cordones de seda y cuentas de cristal u hormillas de hueso o de marfil. Solazabanse además las buenas monjas, con fabricar libros en miniatura. Don Luis González Obregón tenía en su biblioteca un diminuto estante, repleto de libros cuyas dimensiones, en algunos, no pasaban de dos centimetros de altura. Aunque por dentro se hallaban en blanco, estaba cada tomito perfectamente encuadernado en pergamino y en su lomo ostentaba, en letras pequeñísimas, el titulo de alguna obra de la predilección monjil, como el de Mistica Ciudad de Dios, Contemptus Mundi, Las Moradas y demás. Fueron hechos por las monjas del Convento de Santa Teresa. En las postrimerías del siglo XVIII, algunos folletos de pocas páginas, como sermones o novenas, se ponían a la venta sin encuadernación propiamente dicha, puesto que se hallaban forrados a la rústica con papel jaspeado o pintado. IV Pero el siglo de oro de la encuadernación mexicana fue el siglo XIX. En sus comienzos, siguieron fabricándose pastas como las anteriores, principalmente a la española, con hierros mas o menos recargados, o adornadas con siluetas logradas por medio de patrón; pero en cuanto el Romanticismo sentó sus reales en nuestro suelo, se inició un verdadero florecimiento en el arte de la encuadernación. No fueron ajenas al movimiento algunas publicaciones que, por encargo de editores mexicanos, se imprimían en Londres o en París por las casas de Ackerman, Everart, Decourchant y otros. Aquellos No me Olvides y Calendarios de las Señoritas Mexicanas, que hacían las delicias de nuestras bisabuelas, venían primorosamente encuadernados en tafiletes de variados y vivísimos colores, con hierros dorados que eran la quintaesencia del romanticismo; y su vista, seguramente, inspiró a los mejores impresores de entonces, como Rafael Rafael, Mariano Lar, Ignacio Cumplido y Mariano Galván Rivera, la idea de importar de Europa, para luego copiarlos aquí, grandes y pequeños hierros, así como plachas enteras, con el objeto de exornar con ellos las encuadernaciones con ellos las carteras de los libros que editaban. De esa manera entró al país, multitud de grecas, florones, iniciales, filetes, esquineros y “carretillas” de cien diseños distintos;13 y entre las planchas de cobre, que también se aclimataron fácilmente en México, descollaron las que reproducían ventanas y otros motivos de ornamentación ojival, para estampar encuadernaciones al estilo Catedral, pues, como es sabido, unas de las fases mas características del Romanticismo fue la exaltación exagerada de la arquitectura gótica. En alguna de estas planchas se reprodujo la imagen de la Guadalupana. Entre las numerosas encuadernaciones de la época que venimos señalando. Pueden considerarse típicas las que, sobre tafilete y chagrín de color rojo, azul, verde, amarillo, café o negro, ostentaban marcos, secillos, dobles y hasta triples, hechos con carretilla, dorados todos o alternando con filetes y otros adornos en seco; y las tapas cubiertas casi en su totalidad con pequeños hierros o planchas enteras, estampadas en seco o dorados. No fueron escasas 13. Fue tal la cantidad de hierros que se importaron de Inglaterra y Francia en aquella época, que durante muchos años fue cosa corriente encontrarlos de venta en las ferias de los pueblos, muy especialmente en la Famosa de San Juan de los Lagos www.artesdellibro.com las pastas valencias, es decir jaspeadas de varios colores y, en lugar de piel, se usó a veces el terciopelo, el raso, el moiré y hasta la humilde percalina. También se hicieron en México, aunque no en gran número, pastas en Mosaico en las que los mas caprichosos dibujos, hechos con hierros dorados, encerraban pequeños espacios recubiertos de pieles de colores distintos al fondo de la encuadernación. Los lomos de los libros también exornaban profusamente, con costillas doradas, superlibros y tejuelos de diversos colores, en los compartimientos; y cuando el tomo resultaba delgado, se colocaba un tejuelo con el título de la obra o el nombre del dueño en la tapa superior, dentro de un marco dorado. Mas no solo en la parte exterior del libro se hacía derroche de ornamentación; en muchos casos, el interior, amén de contracantos con filetes o carretillas, ostentaba guardas de papel pintado o de seda, estampadas o doradas. Encuadernador hubo, que quiso hacer alarde de patriotismo, poniendo en sus producciones guardas de seda de colores trigarantes. Y lo curioso del caso fue que, entre menos interés e importancia literaria tenía la obra por encuadernar, mas rica e historiada era la pasta que se le ponía; no parece sino que se quiso suplir la aridez del texto con la suntuosidad de su vestido. Fue tal el desarrollo que en México tuvo la afición a las pastas lujosas que ya no se dieron a basto los encuadernadores de las casas impresoras y hubo numerosos artífices que establecieron talleres especiales para ejercer por su cuenta el arte predilecto de Grolier y de Maioli. No todos, naturalmente, descollaron en su oficio, pero algunos hubo, como Andrés Castillo y los hermanos Vargas Machuca, que hubieran podido competir ventajosamente con los mas hábiles encuadernadores europeos. “Nosotros tuvimos en México, dice el doctor León, a mediados del siglo XIX, un verdadera artista encuadernador en Andrés Castillo, el cual nos dejó primorosas pastas enteras, doradas, y otras en mosaico, de muy buen gusto y ejecución. Desarrolló principalmente sus habilidades en la encuadernación de ciertas publicaciones oficiales (Memorias, Informes, etc.)para el presidente de la República, Secretarios de Estado, Cuerpo Diplomático y en los sermones de los altos dignatarios de la Iglesia mexicana, como el Obispo de Michoacán Señor Mungía y otros”14. En la Biblioteca Nacional se conserva un Misal, artísticamente encuadernado por Jesus Vargas Machuca, en terciopelo café, con cantoneras y el escudo de la Orden del Carmen, de calamina, repujado y dorado a fuego. Durante la época de Maximiliano, la encuadernación, como todas las demas artes, recibió notable, si bien efímero impulso; distinguiendose principalmente las sencillas, a la par que elegantes pastas de las publicaciones oficiales, de marroquín rojo o negro, con el escudo de armas del Imperio, en oro, en el centro. Al comenzar el ultimo tercio del siglo XIX, se inició en México la decadencia del arte de la encuadernación, que vino a culminar, durante el apogeo de la época porfiriana, en verdaderas obras maestras del mal gusto. Con el ánimo de halagarlo, se obsequiaba constantemente al General Díaz con Memorias e Informes, cuyas encuadernaciones, en que los bordes sinuo14. Nicolás León. Biblioteconomía. Notas de las lecciones orales en la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archiveros. México, 1918. www.artesdellibro.com sos y realzados competían en fealdad con águilas desproporcionadas y antiestéticos letreros, presentaban un conjunto verdaderamente abominable Hoy en día, después de un período de abatimiento, el arte de la encuadernación ha resurgido entre nosotros. Se siguen aun los modelos que podemos llamar clásicos, pero recientemente el modernismo, como en las demás artes plásticas y decorativas, ha venido a sentar sus reales también en el de la encuadernación; y si bien es cierto que a veces peca este estilo de exagerado y estrambótico, también lo es que hay ejemplares que a su original diseño aunan perfecta ejecución y excelente combinación de colores. A esta ultima clase pertenecen muchas de las encuadernaciones que han ejecutado los discípulos de don Alfonso Tovar, quién indudablemente va a la cabeza de los encuadernadores mexicanos. Numerosos son estos ejemplares de encuadernación moderna, en tafilete, marroquín, chagrín y otras pieles de variados colores, asi como en pergamino, percalina y vitela; sin desdeñar el “mosaico” , las guardas de seda, los dibujos estilizados en oro referentes al asunto de la obra que adornan, y los cantos finamente labrados y dorados, que realzan la belleza del libro y son la mejor prueba de la pericia y del buen gusto de nuestros actuales artistas encuadernadores. www.artesdellibro.com El presente articulo fue capturado y corregido en el año 2006 y puesto en página con Adobe InDesign CS2 en 2008. Se utilizó la tipografía Lucida Bright Regular, itálica y semibold para el texto y Letter Gothic Std para la portada. Este trabajo está bajo una licencia Creative Commons Reedición a cargo de Rodrigo Ortega para Hispanoamérica. Artes del Libro. México, 2008 www.artesdellibro.com