El papel social del editor en la promoción de la lectura Por: Leandro de Sagastizábal1 (Argentina) Director Fondo de Cultura Económica de Argentina ¿Es el editor un promotor de la lectura? ¿Es parte de su profesión promoverla? Estas preguntas constituyen el imaginario existente acerca de la edición y efectivamente han sido los editores, desde la existencia de la imprenta, personas preocupadas por la construcción y ampliación del público lector. Cuando leemos las biografías de algunos emblemáticos editores, como la de Manuel Aguilar, en su libro Una experiencia editorial, o la de Giangiacomo Feltrinelli, escrita por su hijo, entre otras, podemos observar una verdadera obsesión por llegar a un lector con cada uno de los libros que se editan. No es casual, tampoco, que uno de los pioneros en la introducción del hábito de la lectura y de la actividad librera en el río de la Plata, a mediados del siglo XIX, como lo fue el español Benito Hortelano, en sus Memorias considere como una de sus principales iniciativas la creación de un Casino Bibliográfico, lugar donde los socios adquirían el derecho a llevarse, en calidad de préstamo, los libros que figuraban en el catálogo que él había conformado. En los últimos años, y de manera creciente, se ha ido reconociendo en el editor un rol activo. Han aparecido muchos libros que señalan que ese lugar de intermediación, entre la obra escrita por un determinado autor y el público lector al que está destinada, no es de simple producción material y de mera corrección técnica, sino que es más amplio y matizado, y puede incluso extenderse a la sugerencia de criterios para la mejor comprensión de los contenidos, reformulaciones relacionadas con la escritura, aclaraciones y sugerencias sobre la extensión, propuestas relacionadas con la comprensión del texto, o reformulaciones de los títulos y subtítulos de los mismos. En la misma línea de acciones, cuyo objetivo no es otro que facilitar la lectura posterior de los libros a la mayor cantidad de lectores posibles, también los editores han ido incrementando, de manera creciente, el conocimiento acerca de las características del público lector. En las editoriales más profesionalizadas es de rigor acompañar la propuesta de la contratación de un libro adjuntando una información fundamental: el público al que estará dirigida la obra. Es decir que, en el quehacer editorial actual, libros y públicos son concebidos como parte de una unidad a la hora de imaginar la publicación de aquellos. En los últimos años, tanto algunas empresas privadas como algunas instancias corporativas que congregan a los editores, han desarrollado investigaciones para dar relevancia al mundo de los lectores y, de esta forma, han cobrado importancia los diferentes segmentos de lectores. Aunque en algunos casos pretenden detectar tendencias en los gustos de los lectores y los modos o hábitos de compra de los libros, son muy interesantes los resultados que se obtienen, pues definen las magnitudes de los diferentes niveles de lectores, clasificándolos en intensivos, casuales y no lectores de acuerdo con la frecuencia de lectura de aquellos. 1 Editor. Ex-diretivo do Grupo Planeta da Argentina. Ex-gerente geral de Eudeba. Diretor atual do Fundo de Cultura Econômica da Argentina. Publicou vários livros e artigos sobre a edição e foi diretor da carreira de Edição da Universidade de Buenos Aires. É presidente da comissão de cultura da Fundação El libro. Se produce entonces una paradoja que es necesario mencionar con motivo de esta nota. Un 50% de los entrevistados en diferentes investigaciones manifiesta no tener incorporada la lectura como un hábito cotidiano. Sin embargo, no hay campañas de los editores diseñadas para incluirlos de manera particular. En este punto, entonces, es necesario señalar que es justamente en el compromiso social de promoción de la lectura donde los editores tienen limitaciones para resolver un problema central vinculado con su actividad. Es allí donde el rol del Estado y de las organizaciones corporativas que agrupan a los editores es esencial. No es casual que, en 1943, cuando sus miembros alcanzan su madurez como editores —característica reconocida por el escritor Ricardo Rojas en su discurso de inauguración—, la Cámara Argentina del Libro, que hacía dos años contaba con personería jurídica, por primera vez organiza una Feria del Libro. Es decir, se crea un ámbito donde lo público y lo privado confluyen en el objetivo de juntar a todos los actores de la edición. En el caso específico de un país como la Argentina, el objetivo de promoción de la lectura se ha venido desarrollando con mucha intensidad en la Fundación El Libro, organizadora de dos ferias anuales con ese objetivo: La Feria del Libro de Buenos Aires y la Feria del Libro Infantil. Sólo a modo de un inventario muy resumido de alguna de estas acciones, podemos mencionar las siguientes: El libro del día: Esta actividad fue imaginada con el objetivo de proponer, al público que concurría a la Feria del Libro, la conformación de una biblioteca con aquellos quince títulos considerados por el canon como aquellos estructurantes de un imaginario determinado, que incluso fueron las lecturas de otros escritores y de otros públicos y que, por lo tanto, han permanecido creando una comunidad de lenguajes compartidos de manera universal. Conscientes de la importancia que hoy tienen los medios masivos en la cultura de los no lectores, y de la dificultad que el libro tiene en la competencia por el uso del tiempo libre —las investigaciones aludidas lo ubican en un lugar de preferencia luego de la televisión, el cine, los deportes, las tareas en el hogar, los paseos al aire libre— se eligieron actores para leer fragmentos de las obras seleccionadas y entre los que comentaban sus vivencias e impresiones que le produjera la lectura de ese libro a conocidos escritores o periodistas. Así se leyeron y comentaron Homero, Dante, Kafka, García Márquez y Borges, entre otros. Escribiendo con....: Esta actividad fue imaginada y estuvo a cargo de un escritor muy conocido, y consistió en escribir un cuento en forma colectiva, y con las correcciones y sugerencias que el escritor proponía en mínimas intervenciones. La consigna podía llevarse a cabo utilizando una tecnología como la computadora y con el accesorio de una pantalla gigante que proyectaba lo que se iba escribiendo y motivaba la participación activa de los concurrentes. En este sentido es importante señalar que, en los principales ámbitos de construcción de lectores, como las universidades, aún sigue sin tenerse en cuenta la importancia de la escritura como una herramienta que potencia como ninguna el entusiasmo por la lectura. Otras actividades que tienen el objetivo de promover la lectura son la Maratón de Lectura, que consiste en leer un texto que ha perdurado a lo largo de las épocas (El Quijote, Martín Fierro, etc.) durante tres horas, en una especie de puesta en escena, en donde los lectores son actores, periodistas, deportistas, hombres y mujeres de la política, que leen diferentes fragmentos de manera continua. Paralelas a estas actividades, todos los años se llevan a cabo las jornadas de promoción de la lectura, que consisten en tratar temas vinculados a esta preocupación desde la visión y experiencia de diferentes especialistas locales y extranjeros invitados a tales efectos. Estas actividades, además de promocionar la lectura, generan un espacio muy importante de reflexión sobre la misma y permiten imaginar nuevos caminos para estimularla. Sin embargo, y volviendo a las preguntas con las que se inicia este artículo, cabría señalar dos problemas: En primer lugar, la dificultad para agrupar en un concepto único la variedad de editores que existen. Es indudable que hay quienes tienen mayor compromiso cultural y otros un objetivo esencialmente comercial, y esto se expresa —y por ende se vincula con la preocupación planteada— no únicamente en las temáticas abordadas, sino en los criterios de fijación de precios, y de allí la facilitación del acceso a los libros por más personas, las formas de comercialización, los criterios de promoción, etc. Por otro lado, los editores no tienen capacidad económica para concretar un objetivo individual de promoción de la lectura. En el caso específico de la Argentina, los editores, desde hace dos años, vienen participando de manera activa de las iniciativas implementadas por el Ministerio de Educación de la Nación y por instancias como la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), desde las respectivas instancias de promoción de la lectura que se han venido desarrollando en cada caso. En ambos espacios se están concretando planes nacionales de lectura, propuestos —como bien lo expresa su folleto promocional— como “un eje que atraviesa el conjunto de la tarea escolar”. Las actuales gestiones en esas instituciones han otorgado una absoluta prioridad al tema de la lectura. En una dinámica inédita en el país, esto se expresa no solo en los importantes volúmenes de compras a las empresas editoriales, sino en la planeación de acciones conjuntas promocionales. De allí que se hayan realizado importantísimas campañas de lectura, con el objetivo de vincular el libro y la lectura con el placer y el divertimento, en los estadios deportivos, en los transportes de pasajeros de larga distancia, o en los espacios destinados a los recitales de música. También algunas editoriales, como la de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba), han coeditado, con el Ministerio de Educación, libros cuyos contenidos son antologías y relatos representativos de diversas regiones geográficas, para obsequiarlos a los alumnos de todo el país. Los editores, en general, tienen mecanismos de llegada a los lectores potenciales anunciando sus publicaciones. Estos pueden considerarse, en algún sentido, métodos de promoción de la lectura, aunque —sin duda— son estrategias de marketing. Son las acciones de promoción —en el caso de los libros de textos— las actividades de prensa, la publicidad en los diferentes medios y el conjunto de acciones en el punto de venta —en especial librerías— como las presentaciones de libros. Los editores también cuentan con una herramienta fundamental para hacer conocer el contenido de sus libros y son las páginas web. Algunas de ellas, las más completas, incorporan verdaderas “salas de lectura” donde se pueden leer fragmentos de los libros que informan acerca de su contenido. También los suplementos culturales de los diarios y los escasos programas de televisión vinculados a la cultura del libro cumplen un rol muy importante en la promoción de la lectura. Asimismo, y esto es señalado en las investigaciones a las que hemos hecho mención, es fundamental el papel de algunas personas con influencia en la comunidad como agentes de difusión de la lectura. La mención de un título por parte de un periodista, una persona reconocida por la gente, un actor de serie televisiva, puede impulsar de manera inédita la lectura de un libro. En esta línea, sigue reconociéndose como muy importante la recomendación de los libreros. Aunque actualmente los medios informáticos han reemplazado algunas de las antiguas funciones de éstos, los compradores aún siguen valorando las orientaciones que ofrecen. Para finalizar, creo necesario volver a dimensionar la importancia de ese enorme porcentaje de no lectores e interrogarnos sobre las estrategias posibles para lograr que ellos accedan a la lectura. No se trata de un problema únicamente económico, sino de uno mucho más complejo que involucra otras variables, como por ejemplo la edad y el sexo. He presenciado el funcionamiento de más de un grupo de opinión constituido por adolescentes y es sorprendente la contundencia con la que manifiestan que no les interesa leer. A diferencia de los adultos donde aún existen situaciones culposas por no hacerlo, en el caso de los jóvenes no es así. Queda entonces pendiente la pregunta inicial y el desafío de pensar y ejecutar acciones más intensas para mejorar el nivel de lectura de nuestras sociedades. También es necesario remarcar la necesidad de acciones coordinadas que involucren a todos los actores del sector. Ya sea de quienes se ocupan estrictamente del proceso educativo o ya de quienes tienen que ver con la realización material de los libros. Me gustaría relatar dos experiencias para ejemplificar lo dicho. Hace un año, una empresa que apadrina unas quince escuelas públicas de pocos recursos en la provincia de Corrientes, en el litoral argentino, me solicitó un asesoramiento para la compra de libros de las bibliotecas de esas instituciones. Luego de consultar con profesionales especializados, se decidió que antes de concretar tal cosa era necesario crear una “comunidad de lectores” constituida por docentes, alumnos, directivos y padres. Luego de un trabajo intenso, en talleres que tenían una frecuencia mensual, se definieron los títulos más adecuados para que efectivamente conformaran la biblioteca de la escuela y fueran realmente utilizados por docentes y alumnos. El segundo ejemplo se refiere a una convocatoria que hizo hace un par de años la Secretaria de la Industria de la Nación, que inauguró un Foro para analizar, entre todos los que conforman la cadena de valor del libro, los problemas principales de cada uno de sus componentes. Así, fuimos convocados algunos editores, papeleros, impresores, autores y libreros para compartir en ese ámbito las dificultades y las lógicas de producción propias, con el objetivo de destrabar congestiones e incomunicaciones y procurar entre todos una mejora en los precios de ventas, ampliando las posibilidades locales y de exportación de los libros que editamos. Es decir que, como lo he sostenido a lo largo de este artículo, las posibilidades de una realización mayor de acciones promocionales de la lectura únicamente son posibles como una actividad coordinada entre todos los que conformamos la actividad de escribir, editar, imprimir y vender libros, y quienes tienen la responsabilidad, en la gestión pública, de facilitarla e impulsarla.