Llamados a Confrontar el Mal con el Bien F. Javier Orozco (Domingo de Ramos) El Domingo de Ramos nos presenta en las lecturas una serie de eventos que abarcan todo un arco de acciones y sentimientos humanos. Según vamos escuchando las lecturas podemos sentir e imaginar la seriedad de lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Con las palabras del profeta Isaías podemos ver el precio injusto que toda persona justa confronta. Golpes, salivazos, insultos son tan solo algunos de los ejemplos que concretizan la cruel realidad de la injusticia humana. A esta injusta realidad, el Salmo dominical añade su propia perspectiva inhumana: “Me acorrala una jauría de perros, me rodea una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos” (Sal 21: 17). No es difícil imaginar aquí la gravedad de la situación. De igual manera, el Evangelio nos presenta esta cruel dinámica donde el mismo Jesús es maltratado por un sistema político, social y religioso injusto. En el Evangelio vemos como Jesús es abandonado y traicionado por sus amigos y fieles seguidores. Judas lo traiciona con un beso en la mejilla y Pedro lo abandona al negarlo tres veces. Solo nos queda imaginar el dolor de Jesús, tanto al nivel emocional y sicológico. En las palabras de Jesús podemos notar que su sufrimiento es verdaderamente profundo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26:42). Creo que estas palabras de Jesús hacia su Padre nos ofrecen un momento clave en nuestra reflexión. Las palabras que Jesús expresa en medio de estos eventos horríficos nos ayudan a comprender el sentido real y genuino de una vida llena de fe. En ellas encontramos no solo la afirmación y validez de nuestra humanidad completa, sino también encontramos la esperanza que nace de esta humanidad en relación con Dios. En otras palabras, Jesús no pretende ser más humano de lo que es, sino que él acepta el dolor y el sufrimiento (Fil 2:6-7). Pero, en esta aceptación de dolor y sufrimiento él recurre a su Padre. Es precisamente con su Padre donde Jesús encuentra el valor y la fe para confrontar el mal que lo rodea. La opción por el amor que Jesús toma es para nosotros ejemplo de una vida que rompe con la violencia. Jesús vence el mal con el bien que nace de la fe, esperanza y amor. Con estas palabras repletas de amor, confianza y esperanza, Jesús hace realidad las propias palabras del profeta Isaías, y nos invita a que hagamos lo mismo: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado” (Is 50:5-7). Y nosotros ¿estamos dispuestos a caminar con Isaías y Jesús? En nuestros confortamientos con la injusticia y el mal ¿estamos dispuestos a optar por el bien, por el amor que vence todo tipo de violencia? Vallamos, pues, a Jerusalén y confrontemos el mal con el bien— que nuestro canto de “Hosanna, Hosanna en las Alturas” refleje que Dios ya está con nosotros aquí en la tierra.