Reflexiones Espirituales. “El Nido Vacío”. El “síndrome del nido vacío”, es cuando los hijos se van y nos quedamos solos con la pareja, así como cuando empezamos nuestro matrimonio hace tantos años. Hace 4 años se me casaron dos de mis tres hijos. Solo me he quedado una mi hija y mi esposa. La casa se va haciendo grande cuando los hijos alzan el vuelo, y nos queda la nostalgia de los ruidos cotidianos: aquel portazo que nos molestaba, aquellos gritos de la infancia y los chiflidos en los cuartos.....ya no se escuchan. Los ruidos y el barullo de la niñez, se han ido apagando en el silencio de la solariega casa. Me decía un amigo, “Es triste que un hijo se te case, pero es mas triste que no se te case”. Su opinión no me gusto, pero me consoló. Cuando los hijos se van, nos queda ese mal sabor en la boca, de lo que debimos de haber hecho y no hicimos; de aquellas cosas que quedaron pendientes y no las pudimos realizar. Aquel beso que pensamos darle y no se lo dimos. Aquella palabra de amor y de estimulo que murió en nuestros labios, pues el falso machismo no cerro la boca y se nos amarraron las emociones. ¡Cuantas frases pudimos haber externado y no las dijimos!. ¡Cuantas palabras hirientes y cometarios mordaces les lanzamos a nuestros hijos!...., y ahora solo nos queda el remordimiento de no haber externado nuestro amor, y si los lastimamos con la mofa, la burla o la agresión verbal. Cuando los hijos se van la casa se hace más grande. Empezamos a ver fotos y a recordar vivencias. Aquel detalle cuando ganó su concurso de declamación, el diploma en la pared parece mostrarnos aquel muchacho, que de pronto se convirtió en hombre, aquel niño ya no lo podremos apapachar y abrazar, como cuando lo hacíamos en esa bella época de la niñez, ya no le podremos manifestar nuestro cariño, porque ahora tendremos que aceptarlo como una persona que ya no vive en la casa, y hay que dejarlo partir para que el solo alce el vuelo y forme su propio nido. La casa se va haciendo grande cuando los hijos se van, porque aunque no queramos, nos invade la tristeza y nos lastima la nostalgia. La tristeza al aceptar, que aquel muchacho ya no lo vas a ver despertar en tu casa. La nostalgia de recordar sus gritos de niño, sus berrinches de adolescente, y sus llegadas en la madrugada de joven maduro. Entender que un cerrar y abrir de ojos, aquel niño se volvió hombre. Ahora hay que dejarlo volar y aceptar el mandato de la vida, para que sea cabeza de otro hogar, y se lleve todas las enseñanzas que logramos depositar en él. Pero nos queda la esperanza, y nos alienta la ilusión, al entender que al dejarlo ir es para su bien y su felicidad. Bien dice San pablo: “Si quieres algo o alguien, déjalo ir, si regresa es que siempre fue tuyo, si no vuelve, es que nunca lo fue”. Lo malo es que no queremos que crezcan nuestros hijos y tratamos de tenerlos pegados a nuestras faldas. Esto es el peor error que un padre o una madre pueden hacer, pues están frenando el desarrollo de su hijo. Hay que tener en los labios la frase: “Hijo te quiero, para que te vallas”. No es fácil decirlo, pero es sano hacerlo. Un padre debe ser el arco donde se lance la flecha, la cual es el hijo, para que vuele en pos de una nueva vida y se realice como un ser humano pleno y feliz. Tal vez la casa no se haga tan grande, si guardamos los recuerdos y permanecemos en contacto con nuestros hijos, dándoles amor incondicional, palabras de aliento y nuestro cariño manifestado en obras. Y también ahora vamos a disfrutar a los nietos, con esa paternidad irresponsable, que solo nos la puede dar el ser abuelo. Porque al ser abuelo vuelves a apapachar otra vez a tu hijo. Solo que ahora podrás dárselo a tu hijo cuando empiece a llorar o hacer sus berrinches. Disfrutemos hoy a nuestros hijos, gocemos mañana a nuestros nietos, y estemos en plan de seguir enamorando todos los días a nuestra pareja, para que el síndrome del nido vacío sea una plenitud en nuestra vida y un paso a la otra, con felicidad y alegría. Dr. Roberto Díaz y Díaz. drdiaz54hotmail.com