C U L T U R A VIERNES, 24 FEBRERO 2006 LA VANGUARDIA 41 Ramon Simó lleva a la sala Gran del TNC ‘Aigües encantades’, de Puig i Ferreter n La obra muestra el conflicto entre las fuerzas conservadoras de un pueblo de la Catalunya sur, a principios de siglo, y el progresismo de una joven, sobre un trasfondo de melodrama SANTIAGO FONDEVILA BARCELONA. – Joan Puig i Ferreter (La Selva del Camp, 1882-París, 1956) regresa al Teatre Nacional de Catalunya y, en este caso, a la sala Gran, con el estreno de Aigües encantades, una obra escrita en 1907 y estrenada al año siguiente que ha llevado a escena Ramon Simó con un reparto de 25 intérpretes. Los historiadores del teatro han destacado siempre la “sinceridad de los personajes” de Puig i Ferreter al expresar sus ideas, apreciación muy acertada, a decir de Ramon Simó, y que en estas Aigües encantades adquiere un tinte político y una relevancia aún mayor por la falta de acción. Para el director, la obra es “sobre la rebeldía y la posibilidad de que un individuo pueda cambiar las cosas” La acción transcurre a principios de siglo en un pueblo de las montañas de Tarragona azotado por la persistente sequía “Lo importante, pues, son las ideas que se expresan con las palabras y cómo aquellas influyen en las vidas de los personajes”. Simó señala que Aigües encantades es “un texto anticlerical y contra el sistema de propiedad tradicional”. Una obra “sobre la rebeldía y la posibilidad de que un individuo pueda cambiar las cosas”. O lo intente. La obra transcurre en un pueblo de la Catalunya sur, en Tarragona, a principios de siglo. Cecília (Maria Molins) es una estudiante de magisterio que regresa al pueblo para pasar las vacaciones estivales. Pero es además un persona con ideas radicalmente distintas a las de su padre, Pere Amat (Jordi Martínez), gran propietario rural, de su madre, Juliana (Rosa Cadafalch), y hasta del maestro del pueblo, Vergés (Santi Ricart). Una heroína ibseniana (el autor noruego fue uno de los ascendentes del catalán) que se enfrenta a las fuerzas fácticas de ese mundo rural desde la renovación e incluso del feminismo (postura explícita en el texto, señala el director), que lucha contra las tradiciones y el conservadurismo tanto como contra la religión, el poder sobrenatural encarnado por Mossèn Gregori (Manel Barceló) –“el pal de paller del sistema”, dice el actor–. Bajo la excusa de un melodrama familiar, Aigües encantades “sintetiza espléndidamente el conflicto modernista entre las fuerzas conservadoras y las progresistas, entre las aguas muertas y las vivas y entre las inercias del pasado y las luces utópicas del futuro”, indica Simó. En este sentido, es también un “homenaje a la libertad individual y afirmación de la voluntad de las personas que persiguen un sueño y no se arredran ante los miedos fijados en la comunidad”, añade el director. La obra transcurre en un contexto rural acechado por la persistente sequía. Tres años con pocas lluvias han arruinado las cosechas y el pueblo decide sacar en procesión a la Verge dels Gorgs. Cecília, obviamente, ni va ni cree en esa solución y apoya las ideas de un forastero (Fèlix Pons) que pone la ciencia por delante. Pero los poderes locales no estarán dispuestos a cuestionar el misterio de la Virgen ni las propiedades milagrosas de unas aguas estancadas pero siempre limpias y puras. El pueblo se dividirá en dos y llegará hasta el enfrentamiento físico, que detendrá con sus plegarias el párroco Mossèn Gregori. En un momento de su discurso comenzará a llover. Todo parece arreglado y el milagro confirmado, pero en el tercer acto se verá que las pocas gotas caídas no han resuelto el problema y cuestionan otra vez el milagro. El espectáculo creado por Simó y sus actores es “realista” en la medida en que los personajes viven y manifiestan sus ideas de una forma vital. El espacio escénico giratorio también tiende al realismo formal pero sin decorativismo y dejando a la vista una parte del escenario. La obra cuenta con música original de Joan Alavedra.c ALBERT OLIVÉ / EFE Un momento de los ensayos de Aigües encantades, que se estrena en el Teatre Nacional Menos espectadores pero superávit económico Los espectáculos que ofreció en el 2005 el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) en sus tres salas fueron presenciados por 133.484 espectadores, cifra que significa un 62,30% de ocupación de las entradas disponibles. Este número supone un descenso de espectadores y de ocupación si se comparan las cifras con las del 2004, debido, sobre todo, al efecto Fòrum, según el consejero delegado del teatro, JoanFrancesc Marco, si bien hubo casi sesenta funciones menos y gran parte de ellas en la sala Gran, la de mayor aforo (900). En cuanto al balance económico, en el 2005 el TNC ha ofrecido un superávit de 178.910 euros, que se incorporará al ejercicio del 2006. En el 2005 la aportación de la Generalitat al presupuesto total (14.493.217 euros para gastos, inversiones y amortización de préstamos) fue de 11.147.619 euros, un 77% del total. El presupuesto del teatro público para el 2006 aprobado por el Parlament es de 15.506.405 euros y en él hay una aportación prevista de la Generalitat de 11.826.302 euros. Tanto en el 2005 como en el 2006, los presupuestos dedicados a la actividad escénica rondan el 32%, siendo el resto gastos de estructura (que incluye el personal técnico) y amortización de los créditos de la construcción del teatro. Para hacer frente a la renovación y mantenimiento del TNC se ha aprobado el primer plan de inversiones, dotado con 10 millones de euros para el periodo que va del 2006 al 2016. Cuestión curiosa es la necesidad de cambiar 3.000 metros de tuberías porque no aguantan los 60 grados de temperatura exigidos para combatir la legionela. Ese plan ya se ha incorporado en el ejercicio 2006, que incluye una partida de 450.000 euros en inversiones, para, entre otras cosas, el cambio del equipamiento de sonido al sistema digital en la sala Tallers.