Un ano de inspecciones para evitar la Guerra Jessica Tuchman Mathews El Mundo, Miercoles 12 De Febrero De 2003 La pregunta inmediata que quedó en el aire al final de la comparecencia de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue la de qué va a pasar ahora. A la vista de su explicación del problema con Irak, una guerra inminente no es la única respuesta. Powell no ofreció datos de que Irak represente una amenaza inmediata, y de hecho no es así. Se concentró, más bien, en la abrumadora certeza de que Sadam Husein, el dirigente iraquí, sigue decidido a hacerse con armas nucleares, químicas y biológicas y está desplegando todos sus esfuerzos para burlar, malograr y desbaratar las inspecciones internacionales. Hace ya mucho tiempo que nos dimos cuenta, o deberíamos haberlo hecho, de que Sadam sólo entregará sus armas de destrucción masiva cuando se convenza de que la alternativa es su propia destrucción y la de su régimen, sin vuelta de hoja. Bagdad todavía no ha acabado de captar este mensaje, que Powell expresó con absoluta claridad, en parte porque el Consejo de Seguridad no lo ha enviado.El enorme contingente de tropas estadounidenses en la zona y la belicosa retórica de Washington no son suficientes en solitario porque Husein sabe que Estados Unidos prefiere el apoyo internacional a su intervención militar en caso de que pueda conseguirlo. La genialidad de la estrategia norteamericana ha consistido en arrastrar a otras naciones a dar el paso de hacer algo con las armas de destrucción masiva de Irak mediante el recurso de hacer notoria la manifiesta disposición de Estados Unidos a actuar en solitario. A los demás países, especialmente a las grandes potencias que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad, no se les escapa que, si Estados Unidos actuara en solitario, el consiguiente daño a las Naciones Unidas no redundaría en favor de los intereses norteamericanos. Ahora bien, no son menos conscientes de que la pérdida de su poder y su influencia sería considerablemente mayor. Powell les plantó el dilema ante sus mismas narices. Con su forma de actuar, Irak demuestra, dijo, que no alberga más que «desprecio» por el Consejo de Seguridad; a mayor abundamiento, coloca «este organismo... al borde de la innecesariedad». Así y todo, existe en todo el mundo una abrumadora oposición a la guerra en estos momentos en los que apenas si ha empezado la nueva fase de inspección. Estados Unidos tiene la posibilidad de montar una gran coalición para ir a la guerra, pero, salvo escasas excepciones, los países coaligados lo van a estar a la fuerza, a regañadientes. Algunos ya no van a estar tan dispuestos a prestar su consentimiento las próximas 20 o 30 veces que Estados Unidos necesite su concurso en la guerra contra el terrorismo.Van a ser pocos los que compartan con el Gobierno de EEUU los inmensos costes de la guerra y de la posguerra. Más importante aún es que los estrategas norteamericanos saben que una guerra comporta riesgos incalculables, como la posibilidad de que Israel se vea arrastrado a ella, quizás, a consecuencia de un ataque con armas de destrucción masiva, el riesgo de que se produzca un alto número de bajas de civiles y alimente una prolongada enemistad en el mundo musulmán, la probabilidad de que suponga un banderín de enganche de Al Qaeda y genere más terrorismo y, por encima de todo, la desagradable responsabilidad del Irak de posguerra, una ocupación militar y una reconstrucción política a gran escala y a largo plazo, para la que la opinión pública norteamericana no está en absoluto preparada. Ahora bien, si en estos momentos la guerra no es la respuesta, ¿cuál es entonces? ¿Existe alguna alternativa que pueda suscitar tanto un entusiasta apoyo internacional como el eficaz desarme de Sadam Husein? La respuesta es afirmativa y lleva inherente un plan de inspecciones auténticamente coercitivo. No se puede saber con absoluta seguridad si una alternativa así va a saldarse con un éxito mayor que lo que pueda conjeturarse sobre el curso de la guerra. No obstante, al dejar bien sentado que Sadam está desafiando a las Naciones Unidas y que el statu quo resulta intolerable para Estados Unidos, la intervención de Powell ha abierto un espacio político nuevo que permite pasar a un régimen de inspección mucho más estricto que el que actualmente se está aplicando. La idea no es evitar la guerra por encima de todo. La idea es desarmar a Irak y hacerlo mediante unas inspecciones que realmente dejen sentir toda su eficacia, respaldadas por una fuerza militar internacional. Los pasos necesarios para llevar a la práctica una alternativa de estas características requieren que se corrijan las equivocaciones imperdonables en las que han incurrido los inspectores a la hora de ejercer sus poderes y que se refuercen dichos poderes con la presencia de fuerzas militares. En un orden creciente de dificultad, los pasos mencionados son los siguientes: 1. Destacar sobre el terreno a las personas adecuadas. La resolución 1.441 indica que los inspectores han de ser «los expertos más cualificados y experimentados con los que se pueda contar». Bien interpretadas, estas palabras no son tan anodinas como parecen. Indican que la experiencia técnica debe prevalecer por encima de la habitual necesidad de las Naciones Unidas de repartir sus contratos equilibradamente con criterios geográficos.Y eso no se ha hecho. Esas palabras implican asimismo que habría que volver a contratar a todos los inspectores posibles que ya hicieron antes ese mismo trabajo porque son las únicas personas con experiencia. El Consejo de Seguridad ha intentado que la UNMOVIC (la Comisión de Inspección, Verificación y Control de las Naciones Unidas) no tuviera que volver a pasar por el lento periodo de aprendizaje que tuvo que superar su predecesora, la UNSCOM (la Comisión Especial de las Naciones Unidas). El caso es que hoy los expertos de la UNSCOM, conocedores del terreno, entrenados en técnicas de interrogación y acostumbrados a enfrentarse con las tácticas engañosas de los iraquíes, se sientan en los estudios de las televisiones. ¿Por qué? Porque, en el pasado, Bagdad se opuso (por razones obvias) a que volvieran. 2. Conseguir que vuelen los U-2. Los U-2 son, en palabras de Rolf Ekeus, que era el inspector jefe, «los únicos recursos verdaderamente eficaces para la inspección».Tienen la posibilidad de mantenerse quietos en el aire (a diferencia de los satélites), de detectar lo que ocurre en la superficie y bajo tierra y de ir equipados con cámaras de barrido para fotografiar grandes extensiones o para ampliar una zona concreta con una gran resolución. Esta es la razón por la que Irak se opone tan violentamente a su utilización. Las protestas de Irak, sin embargo, no son más que palabras. Los U-2 deberían empezar a funcionar sin más discusión que la de subrayar lo evidente: que, si un avión de las Naciones Unidas es atacado o derribado, tal acción será considerada de inmediato casus belli. Bagdad protestará, como ya ha hecho antes, y dejará a los aviones en paz. 3. Hacer respetar las zonas de exclusión de vuelos y de exclusión de circulación. Es posible acabar sin mayores complicaciones con el juego del gato y el ratón e inclinar decisivamente las probabilidades de éxito en favor de los inspectores sólo con otorgarles algunas facultades más. Estas medidas deberían empezar por ampliar la autoridad de la que actualmente disponen los inspectores a la de impedir el vuelo de helicópteros y aviones iraquíes y la circulación de vehículos militares en áreas tan extensas como ellos decidan.El material infractor debería ser destruido. Cabe la posibilidad de hacer respetar esas áreas mediante el reforzamiento de las fuerzas aéreas norteamericanas y británicas que en la actualidad patrullan las zonas de exclusión aérea al norte y al sur de Irak y mediante una ampliación de su composición que incorpore fuerzas de otros países. Una iniciativa en este sentido proporcionará a muchos de los estados que se oponen o que se muestran reticentes a la guerra la oportunidad de demostrar su compromiso con el desarme de Sadam Husein. 4. Destruir los lugares que hayan sido inspeccionados. Las espectaculares fotografías de Powell demostraban que es posible controlar las instalaciones mientras se vacían y se limpian.Por tanto, en lo sucesivo, las pruebas de que se haya trasladado material o de que un determinado lugar haya sufrido una modificación del tipo que sea deberían considerarse pruebas suficientes del desarrollo de una actividad prohibida. La instalación debería ser demolida de manera inmediata por los inspectores que haya en el lugar o mediante un ataque aéreo de las fuerzas de la coalición. 5. No permitir el trasiego de productos letales. Si los inspectores descubren que se están trasladando productos letales -cohetes balísticos, por ejemplo, o un laboratorio biológico móvil- y no pueden impedirlo, deberían tener la posibilidad de ordenar su destrucción mediante un ataque aéreo. Lo mismo debería hacerse si se detecta desde el aire algo que los inspectores no pueden comprobar en tierra. 6. Destacar tropas sobre el terreno. Si los inspectores entienden que, a pesar de los nuevos poderes de que disponen, necesitan todavía más apoyo en tierra al objeto de trabajar más eficazmente lejos de Bagdad, las Naciones Unidas deberían estar dispuestas a instalar bases sobre el terreno. Todas estas medidas dan por hecho que se cuenta con la mejor información confidencial posible, transmitida en tiempo real, lo cual implica, a su vez, que quienes faciliten la información tengan la seguridad de que su labor se va a desarrollar sin riesgos.Con los procedimientos y la tecnología correspondientes, puede impedirse el continuo seguimiento al que los iraquíes someten a los equipos de inspección, pero eso no será posible si Estados Unidos y otros proveedores de información confidencial se limitan a cruzarse de brazos, criticar a los demás y no compartir con nadie la información más valiosa. Por otra parte, los equipos de inspección necesitan que los dirija la persona adecuada. Si Hans Blix no se siente a gusto con este estilo de inspección, con menos miramientos, debería ser destituido sin más tardanza por alguien que esté dispuesto a sacar adelante lo que, para un funcionario civil internacional, es sin duda un papel muy difícil. Por último, los países que tomen parte en este plan tienen que estar dispuestos a arrostrar algún paso en falso nada agradable.Esta operación no puede desarrollarse con tal cúmulo de cautelas que sea posible evitar todas las equivocaciones. El consuelo será que, cualesquiera que sean las pérdidas, no serán nada al lado de los costes de una guerra. El tiempo durante el que deberán prolongarse las inspecciones coercitivas dependerá del rigor con que se apliquen las nuevas normas y, en consecuencia, de la rapidez con que Sadam Husein capte el mensaje de que no hay otro final posible que el desarme.Un año, más o menos, sería un horizonte razonable. El éxito requerirá el respaldo incondicional del Consejo de Seguridad. Podría conseguirse hoy mismo, en mi opinión, pero no va a ser fácil de mantener. Es posible que esta manera de afrontar el problema les parezca a muchos demasiado larga, demasiado frustrante y demasiado incierta.Preferirían esa sensación tajante de apretar un botón para desencadenar una guerra que acabara de una vez por todas con este punto muerto.La verdad es que, si bien la guerra significaría con toda certeza el fin del Gobierno de Husein, significaría asimismo el punto de partida de más incertidumbres que podrían multiplicarse a lo largo de una década o incluso más tiempo después del fin de la contienda. Llevamos 12 años con este problema, el de las inspecciones y la moderación. Una política de paciencia pero sin vacilaciones durante otros 12 meses más parece un precio razonable cuando se compara con los impredecibles costes de una guerra en los planos humano, político y económico. Si fracasan las inspecciones coercitivas, no quedaría más remedio que la guerra. No obstante, hay una gran ventaja que una guerra no puede jamás aportar si las inspecciones culminan con éxito: el mensaje de que existe una voluntad internacional inquebrantable y amplísimamente compartida de atajar la proliferación de armas de destrucción masiva. Un mensaje que se oirá mucho más lejos de Irak: directamente en Pyongyang. Jessica Tuchman Mathews es presidenta de la Fundación Carnegie por la Paz en el Mundo e hija de la historiadora Barbara Tuchman, autora de Los cañones de agosto, el libro sobre los acontecimientos que desencadenaron la I Guerra Mundial cuya lectura disuadió en 1962 al presidente Kennedy de iniciar una escalada bélica en la Crisis de los Misiles.