Los fundamentos morales de la política Juan Poom Medina* Los tiempos políticos que se avecinan en la entidad no serán fáciles. Sabemos que los años electorales son difíciles y provocan enconos entre los partidos, entre los candidatos y, más grave, entre algunos ciudadanos. A los partidos no les parece muy bien que se les critique, a los candidatos no les gusta que los limiten, y a los ciudadanos de hoy no les parece que sigan fluyendo mentiras desde dentro de la política. El problema se hace mayor cuando no se tienen mecanismos que permitan clarificar este tipo de escenarios. Sabemos que las reformas electorales, a pesar de los avances que han mostrado para regular la vida política, todavía son insuficientes y los actores políticos saben por dónde caminar para ir adquiriendo ventaja y romper con el Estado de Derecho que brindan las reglas, especialmente las electorales. En la mayor parte de los casos, este escenario hace que los representantes, y más general, el gobierno que emana del voto de mayoría de los ciudadanos realmente no cuenten totalmente con las bases legítimas que la política puede dar. Por ello, nuevamente se ponen de moda un par de preguntas que desde hace ya algunos siglos han sido tema de discusión, especialmente desde Sócrates a Tomás Moro, o en tiempos más actuales, desde Vaclav Havel a Nelson Mandela, todos ellos héroes morales por haberse enfrentado a la autoridad política a través de la crítica. Las preguntas son: ¿Cuándo ameritan los gobiernos o representantes nuestra obediencia y lealtad y cuándo debemos negárselas? En otras palabras, ¿cuáles son las bases de legitimidad de la política? En países latinoamericanos como México, o en estados hegemónicos, la respuesta a este tipo de preguntas casi no podemos explorarlas porque el estudio del contexto es difícil de entender y preferimos seguir una especie de rutina en donde es mejor seguir las reglas del juego, evitar los malentendidos, subrayar el mérito oscuro, preservar las apariencias, apegarse a la subordinación. Esa forma de actuar ha sido parte de la vida política contemporánea, y por lo mismo, en los discursos ciudadanos hay una gran ausencia de crítica constructiva. Pero lo peor es cuando los gobiernos o sus representantes hablan de las “bondades” o del “bienestar” que brinda a los gobernados y nadie cuestiona su proceder. Entre los hechos contemporáneos la historia, la madre de muchas disciplinas, registra casos muy lamentables como el de Adolph Eichmann cuyo comportamiento y motivaciones como oficial de rango medio en la Alemania Nazi ejemplifica la obediencia a una autoridad técnicamente legítima. Pero el hecho de haber enviado a miles y miles de víctimas a los campos de concentración sugiere que en algún momento se debe poner límites a la legítima autoridad de cualquier gobierno o a la de los representantes. Es ahí donde las preguntas que escribí líneas atrás cobran vigencia y nuevamente ameritan retomarlas para explicar el entorno actual que se presenta a lo largo y ancho de nuestro país. Pero no hay que preocuparnos mucho por buscar “sesudas” respuestas. Desde hace algunos años el profesor Ian Shapiro, director del Centro MacMillan de Asuntos Internacionales de la Universidad de Yale, reconocido por sus críticas al enfoque predominante de la Teoría de la Elección Racional, ha dado respuesta a esas amplias preguntas y a partir de ellas podemos generalizar para nuestro país y entidad. Para este profesor hay un conjunto de respuestas que surgen de la tradición utilitarista asociada al nombre de Jeremy Bentham y cuya respuesta es que los gobiernos y representantes deben ser juzgados con base en el tan memorable y ambiguo pronunciamiento de que deben “promover la mayor felicidad posible de la mayor cantidad posible de personas”. Otra respuesta de Shapiro a las preguntas parten de la tradición marxista y señala en cualquier interpretación marxista las instituciones políticas carecen de legitimidad en cuanto promueven la explotación, y la poseen en tanto promuevan su antítesis, la libertad humana. Señala que la historia no ha sido benigna con las posibilidades de que el socialismo y el comunismo formaran un mundo libre, pero aun así pueden rescatarse algunas de sus categorías para comprender las propiedades normativas del capitalismo. Por último, el profesor ofrece respuesta a partir de la tradición del contrato social. Señala que para los teóricos del contrato social la legitimidad del estado y de sus representantes está arraigada en la idea de un convenio. El consentimiento de los gobernados es el origen de la legitimidad del estado. Debemos lealtad al estado si ellos representan nuestro consentimiento, aunque tenemos libertad de resistir a él en caso de que no sea así. Por lo mismo, debemos preguntamos ¿qué pasa cuando queremos utilizar nuestra libertad de resistirnos a la forma como se hace política? En mi visión la respuesta la da la moderna teoría de la democracia: los gobiernos son legítimos en tanto que los gobernados juegan un papel apropiado en una toma de decisión, así como cuando existen oportunidades reales de decir las cosas como son, sin simulación. Eso enriquece la política. *Profesor-investigador del Programa de Estudios Políticos y Gestión Pública de El Colegio de Sonora, jpoom@colson.edu.mx