La Ciudad de las Putas No es justo meterse con ellas, ni practicarlas daño. Se discute qué hacer con las putas, dónde guardarlas, en qué lugar esconderlas. Hay muchas disgresiones al respecto. Nadie quiere verlas y todos parecemos llamados a opinar de un asunto que decimos que no nos afecta, al menos de manera activa. Por ello la opinión evacuada se produce desde la aparente distancia de un código moral, la referencia a un modelo de conducta ciudadana, el cuidado por la salud pública, o el interés bondadoso por el futuro de las peripatéticas. Esto de la prostitución es desempeño que a algunos ofende y a otros escandaliza, pero que bastantes consumen y en el que muchos sueñan. Si el oficio es viejo los clientes lo son más. Decía Sir Jeremías Bentham que no hay res extracomercium, y cuando una vieja lady, arrebolada por el amor secreto con un palafrenero de su cuadra de garañones, le quería hacer ver la existencia de cosas que el dinero no podía comprar el economista reconocía que, en efecto, no todo se podía adquirir con dinero, porque también estaban los cheques y las letras. Sir Jeremías era inasequible al desaliento, era un liberal radical y además todo un carácter. La prostitución es una forma más de comercio, y no la más innoble, ni siquiera de las más inmorales. Hay peores cosas reconocidas como limpias por las leyes de los hombres y que a algunos nos parecen más repugnantes que el ejercicio de la carrera carnal. Hay prostituciones peores y que sin embargo no se entienden como delito: la de aquel que cambia sus creencias por favores, la de aquellos que entregan su vida al precio del fasto, la de quienes venden paz y familia por fuerza y poder. Es prostitución fingir por precio lo que no se siente, es prostituido consentir por conveniencia, es práctica proxeneta que algunos atesoren por artes de engaño financiero y contable el fruto del trabajo de los más, incluyendo el de las putas honradas, que muchas hay. ¡Vamos, que no está tan clara la raya que nos separa a unos de otros!. Las putas no son las peores de entre nosotros, somos más los que somos peores que las putas. Se ha hablado de hacer una ciudad para las putas aquí en Madrid para sacar a las rabizas de la Casa de Campo. Primero dicen que sí, luego dicen que no, luego que depende según se mire. Un follón. Y es que es un problema urbanístico cuya dificultad principal atiende a la relación y equivalencia entre el continente y el contenido. Las ciudades, las putas, la prostitución (que no es sólo lo que hacen las putas), forman un polígono funcional de múltiples soluciones geométricas. Esto de hacer lupanares es cosa que siempre nos ha gustado a los arquitectos. Parte de la historia de la Arquitectura está en la construcción de grandes sitios para el refocile y el placer carnal. Que si las termas romanas, que si los grandes baños turcos, los majestuosos serrallos musulmanes, coquetas quintas de caza de aristócratas barrocos, palacios de sueño para la locura iluminada y carnal del bávaro Luis suicida. Como ven hay de todo, pero en fino. La Alhambra no deja de ser en el fondo el escenario perfecto del placer carnal y le petit trianon es un lupanar de lujo de la austríaca. En La Moncloa donde hoy trabaja Aznar y antes González y antes aun otros dos próceres más, se han corrido notables juergas, como pasaba también en el palacio de La Quinta. El gran maestro Ledoux utilizó la apoteosis priápica de una forma carnal de esplendoroso glande para dibujar su casa del placer, que todos los estudiantes mirábamos con sorpresa al recorrer el Iluminismo francés revolucionario. Ledoux, que al decir de algunos era una de las “nueve hermanas” y amigo epistolar del Moratín que escribió “El libro de las putas”, fue tan expreso como Lequeu, otra “hermana”, aunque menos procaz en su trabajo que este segundo, que estaba lúcidamente desaforado con su realismo ginecológico. Esto de los arquitectos y las putas parece que circula por sitios parecidos. Escribí hace poco un libro que se preguntaba sobre alguna coincidencia esencial entre los dos oficios. Común afición al comercio, deseo de pronta retirada, brillantez en la juventud, propaganda por la fama, cierta honradez en el servicio, estimulación por el precio, cierta dimensión artística en la tarea y una vejez honorable que perdona lo que en juventud se hizo, si todo ha salido bien. Tambien procuramos ambos oficios que nuestros hijos no se dediquen a lo mismo, porque es muy duro. Esto ultimo es fundamental porque ya hay mucha competencia. ¡ Claro que en Madrid hay putas!. Hay putas por muchos sitios y no sólo es Casa Campo, Ballesta o Fleming donde se esconden. Si puta es todo aquel que se prostituye o prostituye a otros, entonces aquí hay demasiada gente que tiene gonorrea moral y SIDA en la conciencia. Por ello Madrid, como muchos otros sitios (que Nueva York no es menos, ni París tampoco) es una ciudad que tiene problemas con las putas y también con los proxenetas. Si hay que hacer en Madrid una ciudad para las putas de siempre, las honradas menestrales del coito clásico y sus acepciones foráneas, me pido instalarme dentro de ella con toda mi familia, y ello por dos cosas, porque las putas de la calle no son mala gente y sobre todo, ¡oh, pérfido interés! porque sé por el Evangelio, que es texto de toda confianza, que ellas nos precederán en el Reino de los Cielos. Como mi deseo es llegar Allí cuanto antes, después de este lío terrenal, me parece preciso tener aquí buenas compañías para tal fin. ¡Que el Ayuntamiento me apunte en el censo para instalarme en la Ciudad de las Putas!. Iremos todos juntos y habrá un buen final. ¡Que así sea!. Manuel Ayllón