NINGUNO PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES P. Steven Scherrer, MM, ThD www.DailyBiblicalSermons.com Homilía del sábado, 11ª semana del año, 22 de junio de 2013 2 Cor. 12, 1-10, Sal. 33, Mat. 6, 24-34 Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6, 24). Esto es una de las enseñanzas fundamentales de Jesucristo. Nos llama a vivir de una manera radicalmente nueva en este mundo, porque nos hace hombres nuevos (Ef. 4, 22-24), una nueva creación (2 Cor. 5, 17; Gál. 6, 15; Apc. 21, 5) por medio de su muerte y resurrección. Habiendo sido hechos nuevos por su misterio pascual, debemos vivir de una manera nueva en este mundo, viviendo en adelante sólo para Cristo, buscando nuestra alegría sólo en él; no en las cosas del mundo. Dios envió a su Hijo Jesucristo para redimirnos del pecado y quitar de nosotros la carga y la pena de nuestra culpabilidad al derramar su sangre en la cruz en reparación por nuestros pecados, propiciando así la ira justa y santa de Dios contra nuestros pecados y satisfaciendo la divina justicia a favor de nosotros, expiando nuestros pecados, cuando acudimos a él en oración con fe, pidiendo su perdón por medio de los méritos de su muerte por nosotros en la cruz. Entonces resucitó de la muerte, para que su propia justicia resplandezca en nosotros quienes andamos ahora por nuestra fe en él en la luz de su resurrección. Hechos nuevos por él, a través de nuestra fe, debemos vivir ahora como hombres nuevos, como la nueva creación que él nos hizo. ¿Cómo, pues, vive el hombre nuevo, que somos nosotros ahora? Él sirve sólo a un señor. Él deja de servir a las riquezas y a los placeres de este mundo. Así debemos vivir ahora, porque “no podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6, 24). Además, debemos tener sólo un tesoro, Jesucristo, no también los deleites y entretenimientos de este mundo. “No os hagáis tesoros en la tierra … sino haceos tesoros en el cielo … porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mat. 6, 19-21). Así es, porque Cristo quiere que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, y con todas nuestras fuerzas (Marcos 12, 30), con un corazón indiviso en nuestro amor por él. Por eso debemos dejar de buscar nuestra alegría en la comida suculenta, en los postres suntuosos, y en los entretenimientos mundanos. Más bien debemos preservar nuestro corazón entero e íntegro, indiviso en nuestro amor por el Señor, reservándolo sólo para él. Por eso un cristiano debe vivir una vida sencilla, una vida de abnegación a sí mismo por amor a Dios (Lucas 9, 23). Para un rico, rodeado de los placeres mundanos en que él vive, será muy difícil entrar en el reino de Dios. “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mat. 19, 23-24). Lo que un rico debe hacer es usar sus riquezas para ayudar a los demás espiritual o materialmente, y vivir él mismo una vida sencilla, una vida de pobreza evangélica, comiendo y vistiéndose con gran simplicidad, evitando el lujo de este mundo y un estilo mundano de vida, para buscar todo su deleite sólo en el Señor. 2