CÓMO ENTRAR EN EL REINO DE DIOS P. Steven Scherrer, MM, ThD www.DailyBiblicalSermons.com Homilía del 17º domingo del año, 27 de julio de 2014 1 Reyes 3, 5-13, Sal. 118, Rom. 8, 28-30, Mat. 13, 44-52 Las citaciones bíblicas son de Reina Valera, revisada 1960, si no indico otra traducción. “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mat. 13, 44). Aquí vemos toda una nueva y radical manera de vivir en este mundo. Es la manera de vida del reino de Dios. En el reino uno vive sólo para Dios. Uno no puede entrar en el reino excepto al dejar primero todo lo demás. Esto es el billete de entrada en el reino de Dios en la tierra, el reino de paz que Jesús inauguró en este mundo. Una vez salvos por la fe, entramos en el reino de Dios en la tierra por una vida de renuncia. Este es el camino de la santificación. Uno entra al renunciar a todo para vivir sólo por Jesucristo con todo el amor de su corazón. Uno renuncia a los placeres innecesarios de la vida para buscar y encontrar todo su deleite en adelante en el Señor y en su servicio. Jesús explica que el reino de Dios es como un hombre que descubre un tesoro escondido en un campo. Él quiere obtenerlo, pero sólo puede obtenerlo al comprar el campo. Para conseguir dinero suficiente para comprar el campo, tiene que vender todo lo que tiene, y lo hace gozoso, sabiendo que al desprenderse de todo, obtendrá un tesoro que vale mucho más que todo lo que está dejando. Así es con el reino de Dios. Para entrar en él, tenemos que dejar, vender, y renunciar primero a todo lo que tenemos. Sólo así entraremos ahora en el reino de Dios en la tierra, este reino de paz en nuestro corazón, esta vía de santificación. Esto quiere decir que tenemos que cambiar completamente nuestro estilo de vida, para vivir en adelante sólo para Dios en todo lo que hacemos. En adelante, pues, no viviremos más para nosotros mismos ni por nuestros propios placeres, sino sólo para él. Esta llamada es para todos, y cuanto más radicalmente podemos seguirla, mucho mejor. Por eso comenzamos a vivir un nuevo tipo de vida en este mundo, una vida sencilla. Abrazamos la pobreza evangélica gozosamente, sabiendo que al hacer esto tendremos un tesoro en el cielo, y en la tierra también, un tesoro del espíritu, el tesoro del amor de Dios, el tesoro de su paz en nuestro corazón. Así será, porque en adelante tendremos sólo un tesoro, Cristo. Él será nuestro tesoro si vendemos todo por él, si cambiamos radicalmente nuestro estilo de vida por él. Un camino para hacer esto es usar el dinero que tenemos no más por nosotros mismos y nuestros propios placeres, sino para el trabajo de predicar el evangelio de la salvación de Dios en Jesucristo, o por otro ministerio. Renunciamos, pues, a los deleites mundanos, a los placeres innecesarios del mundo y de la comida. Comemos sólo comida básica, saludable, y sencilla, renunciando a las golosinas y a la comida suntuosa y suculenta, porque no queremos que esto divida nuestro corazón de un amor indiviso sólo para el Señor en cada aspecto de nuestra vida. En adelante viviremos sólo para Cristo con todo el amor de nuestro corazón, privándonos deleite en otras cosas innecesarias. Así vivieron los apóstoles. San Pedro dijo: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mat. 19, 27). Jesús le contestó que él recibirá la recompensa céntupla por dejar todo por él, porque “cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más” (Mat. 19, 29). San Pablo también dejó todo por Cristo. Él dejó toda su vida anterior y todos sus logros en el judaísmo para seguir a Cristo, diciendo: “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3, 7-8). En el reino de Dios vivimos ahora sólo para Cristo, dejando todo lo demás por él, para amar sólo a él con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo por amor a él (Marcos 12, 30-31). San Pablo describe esta nueva manera de vivir así: Cristo “por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5, 15). Vivimos, pues, ahora y en adelante sólo para él. Debemos dejar todo lo demás por él, porque es imposible servir ambos a él y también a las riquezas y los 2 placeres del mundo. Sólo podemos servir a Cristo, y sólo a Cristo, no también a los otros deleites del mundo, porque “ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6, 24). Es decir, no podemos servir ambos a Dios y a las riquezas y los placeres del mundo. Tenemos que decidir a cuál de estos serviremos. Así es, porque las riquezas y los placeres mundanos dividen nuestro corazón y nos hacen olvidar a Dios. Para ganar el tesoro del reino de Dios tenemos que despojarnos de nuestros otros tesoros primero y vivir muy sencillamente, o usar nuestras riquezas sólo en el servicio del Señor, para predicar el evangelio o hacer otro ministerio de misericordia. No debemos amontonar tesoros en la tierra para nuestro propio gusto y placer. Así nos enseñó Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra … sino haceos tesoros en el cielo … Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mat. 6, 19-21). Jesús dijo: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6, 20). Bienaventurados los que renuncian a una vida de lujo y placer mundano, y escogen una vida sencilla por amor a Cristo. De ellos es el reino de Dios. Y a los ricos dijo: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo” (Lucas 6, 24). Ya han tenido su consuelo en una vida lujosa, en los deleites y placeres del mundo, más bien que en Dios. De veras será difícil para que un rico entre en el reino de Dios, porque está rodeado de placeres mundanos que dividen su corazón. Y esto es lo que Jesús nos enseñó: “De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mat. 19, 23-24). Así, pues, es mejor escoger el camino angosto de la vida que pocos escogen que el camino ancho y cómodo de la perdición que muchos escogen (Mat. 7, 1314). Es mejor perder nuestra vida en este mundo, renunciándolo todo por Cristo, que salvar nuestra vida en este mundo, disfrutando de los placeres de la vida, y perderla para con Dios al dividir nuestro corazón con estos placeres (Marcos 8, 35). Es mejor vivir una vida de sacrificio por amor a Cristo y entrar en el reino de Dios aquí en la tierra que guardar nuestra vida en este mundo, disfrutando de sus placeres, y quedar fuera del reino de Dios. “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14, 33). 3