Viernes Santo. El Viernes Santo ya es Pascua. Es el primer día del Triduo Pascual: tres días que celebramos como uno sólo, viviendo el único misterio de la Pascua de Cristo, su muerte y su resurrección. Hoy nos centramos de modo especial en la muerte de Cristo, pero con la mirada puesta ya en su resurrección. Datos históricos. Antiguamente, este era día de luto para la Iglesia de ahí que fuera un día “alitúrgico”, sin celebración de la Eucaristía. En España, a principios del siglo VII, contra toda tradición, llegaban hasta tener cerradas todas las Iglesias sin celebrar ninguna conmemoración de la muerte del Señor. Los monjes debías ocuparse sólo de la meditación de los dolores y de la muerte de Cristo, y algunos caminaban todo el día con los pies desnudos. Hoy día, la Iglesia no considera este día como de llanto ni de luto, sino como día de contemplación de la Cruz. Hoy la Iglesia no hace un funeral, sino que celebra la muerte del Señor, y lo hace como victoria y triunfo. Ya desde el siglo V en Roma, el programa litúrgico del día comprendía tres ritos principales: las lecturas, la adoración de la Cruz y la misa de los presantificandos. Esto también es lo que seguimos celebrando en el oficio de la tarde. Las lecturas. Se destaca de ellas la entrada en silencio, la postración y el comienzo de las lecturas inmediatamente. Habría que detenerse en la lectura de la Pasión de san Juan que la Iglesia reservó siempre para este día por la perspectiva con la que el apóstol presenta la vida y la muerte de Jesús. Y también habría que resaltar el momento de las oraciones solemnes o plegaria universal. Su origen viene de la Iglesia oriental y el formulario y el estilo es del siglo V. Con ellas la Iglesia iluminada e interpelada por la palabra que ha escuchado, se abre a la caridad, orando por la Iglesia, el Papa, los órdenes sagrados y fieles, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, etc. La adoración de la Cruz. Este rito se comenzó en Jerusalén cuando en tiempos de Constantino se encontró la Cruz, y de allí se fue extendiendo a otros lugares. En lugar de la Eucaristía se realiza la presentación y la adoración de la Cruz. Este rito nace como consecuencia de la proclamación de la Pasión de Cristo; es como una celebración de la victoria de Cristo sobre el mundo. Canta a Cristo vencedor y ya proclama su resurrección de Jesús. Al terminar la adoración, la Cruz se coloca sobre el altar, que es el símbolo del sacrificio de Cristo. La asamblea contempla a su Señor. La misa de los presantificandos. Esto quiere decir que hay comunión sin haber habido presentación de ofrendas, ni consagración, ni misa. Se comienza con el Padrenuestro, y no hay beso de paz. Hacia el siglo XII se estableció que este día no comulgara nadie, reservando la comunión sólo al presidente de la celebración. Esto duró hasta la época actual, donde gracias a la renovación del Concilio Vaticano II se dio la posibilidad de que todos comulgaran. Viernes Santo. 1 Como signo exterior de participación en este día del sacrificio de Cristo, el Viernes Santo es día de ayuno. Esto del ayuno pascual es muy antiguo. Ya en el año 155 se atestiguaba que en Roma se comenzaba la celebración anual de la Pascua con el ayuno del viernes y se prolongaba por todo el sábado, es decir, había dos días que concluía hasta la Eucaristía de la Vigilia Pascual. Se practicaba de forma muy rigurosa. Hoy día se sigue con la práctica del ayuno para el Viernes Santo y se aconseja para el Sábado. A este ayuno se le llama “pascual” para que nos haga ver el paso de la Pasión a la alegría de la Resurrección. Por eso se comprende que el ayuno pascual no sea tenido como elemento secundario, sino integrante de la celebración del Triduo. Sugerencias litúrgico-pastorales. La hora mejor para la realización del oficio del Viernes Santo sería el mediodía ya que, entre otras cosas, dicha celebración puede ocupar el lugar que merece sin ser suplantada por otros ejercicios piadosos y sin que éstos tengan que desaparecer (no tiene demasiado sentido hacer el “via crucis” antes de que la Cruz se haya “manifestado” en la celebración principal; mientras que sí tiene sentido que por la tarde se haga ese u otros ejercicios de oración, como prolongación meditativa de la acción litúrgica). No habría que tener miedo en alargar esta celebración; lecturas bien proclamadas, la homilía con un cierto tinte pascual, el gesto de la adoración de la Cruz que la puedan hacer todos. El centro de atención para toda la comunidad será la Cruz. Pero no debemos presentarla como el lugar del suplicio, del dolor, sino como el lugar de la “victoria de Cristo”. Con la Cruz la Iglesia proclama la victoria de Jesucristo sobre la muerte, el triunfo de su amor. Por eso, se ha convertido en el signo de nuestra redención. Por tanto, hay que ser conscientes de que , en la celebración, se muestra la Cruz triunfante y gloriosa, con el Cristo triunfante y glorioso. Con frecuencia surge la pregunta respecto a si “en la procesión de la liturgia del Viernes Santo, dentro de la celebración, la Cruz va con crucifijo o sin crucifijo.” Quizá en apariencia no tenga tanta profundidad esta pregunta, pero el ritual menciona: “Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada…”. ¿Tiene que llevar la imagen de Jesús? ¿Qué es lo más conveniente y significativo?. Lo de “estuvo clavada la salvación” nos recuerda, claro, que ahora Jesús no está clavado, porque ha resucitado. Pero la Cruz dice mucho más, al pueblo cristiano, cuando en ella está también la figura del Señor. La Cruz fue el camino que siguió Jesús para conseguirnos la salvación a todos. Y desde ella nos sigue danto una gran lección. El Misal Romano, en la tercera edición (2002) dice hasta tres veces que la Cruz debe tener la imagen del Señor, o sea, que no sea sólo el madero. Por tanto, es bueno que sigamos con la costumbre que tiene más sentido para los fieles, la que infunde ciertamente más devoción y que además ahora se manda explícitamente. La Cruz del Viernes Santo se muestra, por tanto, con la imagen de Cristo. Tampoco es conveniente limitarnos a presentar una mini-cruz de metal como las que a menudo hay en nuestros presbiterios. Hoy, la Cruz es el Viernes Santo. 2 centro de nuestra celebración y motivo de veneración. ¡Y eso se debe de notar hasta en la presentación de una Cruz grande! La comunión de este día debe ser realizada con sobriedad, en silencio, sin canto comunitario. Es muy recomendable que se haga el ayuno, pero esto no debe tener un tono penitencial (para eso ya estuvo la Cuaresma), sino como signo esperanzado que desembocará en la alegría de la resurrección. Un ayuno que debe extenderse en la ausencia de celebraciones sacramentales también. Además de la celebración litúrgica de la Muerte del Señor, que debe aparecer como la principal, cabe en este día otro momento de oración, meditando sobre la Pasión del Señor. Pueden ser lecturas bíblicas, el vía crucis, con un margen amplio de adaptación y creatividad, etc… El sentido del día. Aparente apoderamiento y triunfo del mal sobre el bien, del malvado sobre el justo. Nos amó hasta el extremo. Derramó sangre y agua. Silencio incompresible del Padre. Dios no habla cuando nosotros le mandamos, sino cuando su plan de salvación lo exige. Hoy Dios calla; pero Dios no es silencio. Hoy Dios calla, aunque tiene muchas cosas que decirnos. Los dioses de lo paganos no morían por los hombres. Eran los hombres los que morían por los dioses. El Dios de Israel, el Dios de Jesús de Nazareth ha previsto una inversión total en su plan de salvación: el Hijo morirá por los hombres. Muchos hombres hoy siguen siendo sacrificados, matados sin ninguna culpa. Esta tragedia cometida con el Hijo tiene muchos “asociados”. Muchos hombres y mujeres siguen hoy asociándose voluntariamente, de mil formas diversas, y completan en su cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo. Lo esencial es la entrega hasta el final. En la muerte de Jesús culmina la realización del proyecto de Dios sobre el hombre. El hombre transformado por el Espíritu de Dios y que ha respondido hasta el final en su dinamismo de amor, es aquel que es capaz de entregarse voluntariamente por amor a los demás y que vence el odio extendiendo su amor hasta el último momento a los mismos enemigos que le dan muerte. Es así como se convierte en fuente de vida. Esta generosidad absoluta, que ama hasta el final sin exigir ser correspondido es la que hace al hombre igual a Dios, que es amor fiel, gratuito y generoso. Al desarrollar el Hombre su entera capacidad de amar comienza el mundo definitivo, el estadio final de la humanidad. Viernes Santo. 3