¿Cuándo bajó el Espíritu Santo sobre los apóstoles? En busca de un cumpleaños Un día la humanidad se acostó sin que hubiera cristianismo. Y al día siguiente, al volverse a acostar, el cristianismo había aparecido sobre la tierra. ¿Cuándo tuvo lugar ese fenómeno? ¿Cuándo nació la Iglesia cristiana? No fue durante la vida de Jesús, porque cuando Él murió lo único que dejó fue un grupo de hombres temerosos y escondidos, incapaces de contar una palabra a nadie de lo que había sucedido. No fue tampoco al resucitar Jesús, porque aunque éste se "mostró" vivo varias veces a sus discípulos, éstos continuaron asustados, tristes y encerrados en una habitación. ¿Cuándo nació entonces el cristianismo? El día en que bajó el Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús. A partir de ese momento, aquel pequeño grupo de hombres sufrió un cambio tan grande, que abandonando su miedo, su silencio y su encierro se lanzaron al mundo a predicar el evangelio. Ese día nació la Iglesia. La opinión de Lucas ¿Y cuándo bajó el Espíritu Santo sobre los discípulos? La respuesta a primera vista parece obvia. El problema es que en el Nuevo Testamento tenemos dos versiones diferentes. La primera y más conocida es que el Espíritu Santo bajó el día de Pentecostés, o sea, cincuenta días después de la resurrección de Jesús (la palabra "pentékonta", en griego, significa "cincuenta"). Es lo que dice el libro de Los Hechos de los Apóstoles, escrito por Lucas: "Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que estaban. Y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según se los permitía el Espíritu" (Hech 2, 1-4). Ésta es la versión más conocida sobre la venida del Espíritu Santo. Y es también la que la Iglesia acepta en su liturgia, puesto que todos los años celebra este acontecimiento cincuenta días después de Pascua. La opinión de Juan Pero el cuarto evangelio trae una segunda versión. Allí se dice que la venida del Espíritu Santo ocurrió... ¡el mismo domingo en que resucitó Jesús! En efecto, relata san Juan que "al atardecer del primer día de la semana (es decir, del domingo de resurrección), los discípulos estaban reunidos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Entonces llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con ustedes’. Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús volvió a decir: ‘La paz con ustedes. Así como el Padre me envío a mí, también yo los envío a ustedes’. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen sus pecados les serán perdonados; y a quienes se los retengan les serán retenidos’" (Jn 20, 19-23). Según el Nuevo Testamento, entonces, el Espíritu Santo bajó dos veces sobre los discípulos. Una (según san Juan) en Pascua; y la otra (según Los Hechos) cincuenta días más tarde, en Pentecostés. ¿Hubo entonces dos bajadas? ¿Acaso la primera no fue eficaz, y se debió recurrir a una segunda? Problemas con tanto Espíritu Se han propuesto varias teorías para explicar el doble relato. Por ejemplo, que el Espíritu Santo bajó en Pascua de una manera transitoria, mientras que en Pentecostés bajó de manera definitiva. O que en Pascua el Espíritu descendió de un modo individual, sólo para los discípulos, mientras que en Pentecostés bajó para todo el mundo. Pero estas teorías hoy no son aceptadas. Porque en ningún momento el evangelio de san Juan da a entender que el Espíritu Santo allí entregado sea provisional, o tenga una función puramente individual. Tanto en Juan como en Hechos, el Espíritu Santo aparece bajando sobre los discípulos de un modo definitivo, pleno, total. Entonces, ¿cómo explicar que haya dos relatos? Una nueva semana La solución que hoy proponen los especialistas es muy simple: los dos autores están contando el mismo acontecimiento, es decir, la única bajada del Espíritu Santo sobre los seguidores de Jesús. Pero ambos lo cuentan de manera distinta, porque cada uno tiene una intención especial, o sea, una "teología" particular. Para el evangelio de Juan, la muerte y resurrección de Jesús provocaron una nueva creación en el mundo. Es como si la primera creación, aquélla contada en el Génesis en siete días, hubiera quedado obsoleta, superada, y hubiera aparecido de pronto, gracias a la resurrección del Señor, un nuevo mundo con nuevas criaturas. Ahora bien, para que entrara en funcionamiento esta nueva creación, Dios tenía que mandar su Espíritu, tal como había sucedido al principio del mundo. Por eso san Juan cuenta que el Espíritu Santo bajó el mismo día de Pascua: porque su misión era crear un mundo nuevo, apenas muerto y resucitado Jesús. Si atendemos ahora a los detalles que Juan pone en su relato, veremos que aluden a esta nueva creación. En efecto, comienza diciendo: "Al atardecer del primer día de la semana". ¿Por qué? Porque justamente al atardecer del primer día de la semana, Dios había creado el primer mundo (ver Gn 1, 1-5). Por eso ahora, la nueva creación debía comenzar también el mismo día. La alegría del final Luego dice Juan que Jesús se presentó en medio de ellos y los saludó diciendo: "La paz con ustedes". Si es normal que uno salude cuando llega, ¿por qué el evangelista se detiene en relatar algo tan obvio? (¡y repite dos veces el mismo saludo de Jesús!). Es que los profetas habían anunciado al pueblo de Israel que Dios, al final de los tiempos, iba a derramar su paz sobre ellos. Pero esa paz nunca había llegado. Por eso Israel, a lo largo de la historia, se había visto siempre perseguido y maltratado. Ahora bien, el doble saludo de Jesús resucitado, anunciándoles la paz, quiere significar que llegaron los nuevos tiempos, que se ha producido la nueva creación que aguardaban. A continuación Juan cuenta que "los discípulos se alegraron de ver al Señor". Este detalle también tiene un significado. Jesús, al despedirse de sus discípulos en la última cena, les había prometido que la próxima vez que lo vieran a Él se iban a alegrar de tal manera, que la alegría de ellos iba a ser perfecta (ver Jn 15, 11; 16, 22-24). Al decir ahora que los discípulos se "alegraron", Juan quiere expresar que ellos han alcanzado la alegría perfecta, sólo posible en una nueva creación. Soplar para que nazcan El siguiente detalle que cuenta Juan es que Jesús "sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo’". Esta curiosa manera de mandar el Espíritu es para recordar la escena de la creación del primer hombre. Según el Génesis, Dios había soplado sobre Adán y así le había comunicado el espíritu de vida (ver Gn 2,7). Ahora Jesús sopla sobre los discípulos y les transmite el Espíritu de vida, para mostrarnos que, al igual que Dios en el principio, Él está realizando una nueva creación. Luego les dice: "Yo los envío a ustedes (a predicar)". Otro hecho insólito. Nunca antes había pasado esto en el evangelio de Juan. Mientras Jesús vivía, jamás los envió a predicar (en cambio en Mateo, Marcos y Lucas varias veces ellos salen a misionar). ¿Por qué recién ahora cuenta Juan que los discípulos son enviados? Porque para él, sólo al bajar el Espíritu Santo y transformarlos en nuevas creaturas, están ellos en condiciones de ser apóstoles (es decir, "enviados"). Antes hubiera sido imposible. Finalmente, cuenta Juan que Jesús les dice: "a quienes perdonen sus pecados les serán perdonados". Otra señal de que acaba de producirse una nueva creación. En efecto, el profeta Ezequiel había anunciado que cuando llegaran los tiempos nuevos, una de las novedades que Dios iba a realizar era purificar a los hombres de sus pecados (ver Ez 36,25-26), cosa que ningún rito judío había podido hacer hasta el momento. Ahora bien, Jesús al venir al mundo trajo ese poder de perdonar. Pero mientras san Mateo cuenta que Jesús se los entregó a sus discípulos ya durante su vida (ver Mt 16,16 y 18,18), san Juan lo retrasa hasta el momento de la venida del Espíritu, para recalcar mejor que sólo aquí se inicia la nueva creación. Tres fiestas en un solo día En conclusión, para el evangelio de Juan la venida del Espíritu Santo se produjo el mismo día de Pascua, apenas muerto Jesús, porque la función del Espíritu (al igual que en el Génesis) era la de crear un mundo nuevo, una humanidad nueva, una nueva vida. Y como la muerte y resurrección de Jesús habían dejado ya todo listo para la nueva creación, la venida del Espíritu Santo no podía esperar hasta más tarde. Más aún: para san Juan, también la ascensión de Jesús al cielo se produjo el domingo de Pascua. Él mismo lo dice durante la última cena: "Si no me voy (al cielo), no vendrá a ustedes el Paráclito (el Espíritu Santo); pero si me voy, se los enviaré" (Jn 16,7). Es decir, para que el domingo de Pascua pueda haber bajado el Espíritu Santo, ese mismo día tiene que haber subido Jesús al cielo. Por eso Juan menciona también la ascensión del Señor el día de Pascua. Lo hace en el relato de la aparición a María Magdalena, cuando ella quiere aferrarse a sus pies, y él le dice: "Déjame, que todavía no he subido al Padre. Ve y dile a mis hermanos: ‘estoy subiendo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes’" (Jn 20, 17). Para el evangelio de Juan, pues, los tres acontecimientos ocurrieron el mismo día de Pascua: la resurrección, la ascensión, y la venida del Espíritu Santo. El Pentecostés de Lucas San Lucas, en cambio, tiene una teología diferente a la de Juan. Para él, la venida del Espíritu Santo se produjo el día de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua. ¿Por qué? Por el sentido que esta fiesta tenía para los judíos. En tiempos de Jesús, Pentecostés era una fiesta muy especial, pues en ella se recordaba la llegada de los israelitas al monte Sinaí. Luego de huir de la esclavitud de Egipto, y tras cincuenta días de marcha por el desierto (de ahí que se llamara "Pentecostés"), ellos habían llegado al monte sagrado para hacer una alianza con Dios. ¿Y qué había ocurrido en ese monte? Allí Dios había hecho bajar del cielo las tablas de la Ley, y se las había entregado al pueblo. De modo que todos los años, al llegar Pentecostés, los judíos celebraban el descenso de la Ley divina sobre el monte Sinaí, y la alianza allí pactada con Dios. Con esta aclaración podemos entender mejor el relato de Lucas. Para él, el Espíritu Santo bajó en Pentecostés porque vino a realizar una nueva alianza. Por eso Lucas emplea detalles en su relato que revelan esta intención. ¿Dónde poner tanta gente? En primer lugar, comienza diciendo: "Al cumplirse el día de Pentecostés" (no "al llegar el día de Pentecostés", como ponen algunas Biblias). Con esto ya nos indica que el hecho que está por suceder viene a "cumplir" algo que se hallaba inconcluso, incompleto. En otras palabras: que hasta ese momento Pentecostés era una fiesta que los judíos celebraban de un modo imperfecto, y que ahora estaba por llegar a su plenitud. Es significativo, también, que Lucas ubique el episodio de Pentecostés en el "piso superior" de una casa (ver Hech 1, 13). Si consideramos los pequeños ambientes de las casas palestinas, es dudoso que Pentecostés haya tenido lugar en una de ellas. Difícilmente pudieron haber entrado allí las 120 personas que Lucas dice que participaron (ver Hech 1, 15). Y mucho menos si, como cuenta más adelante, una inmensa multitud de testigos presenció aquel acontecimiento (ver Hech 2, 5). Es más probable que, históricamente, el hecho haya sucedido en el Templo de Jerusalén, mientras los discípulos se hallaban rezando. Pero Lucas lo coloca en el ambiente superior de una casa, aun con toda la dificultad que eso significa, porque como la antigua alianza había tenido como escenario un monte, la nueva alianza también tenía que estar situada en un lugar elevado. La sala de los discípulos, pues, quedó convertida por Lucas en el nuevo Sinaí. Una tormenta conocida Asimismo, Lucas coloca en su relato de Pentecostés "una ráfaga de viento fuerte", junto con unas "lenguas de fuego". Estos elementos también están puestos para recordar la alianza del Sinaí. Porque según el libro del Éxodo, aquel día sobre el monte hubo truenos, relámpagos, y bajó fuego del cielo (ver Ex 19). Por eso en el nuevo Sinaí debían darse también estos fenómenos. Pero, mientras junto al monte Sinaí sólo se encontraba reunido el pueblo de Israel para hacer la alianza, ahora junto a la habitación superior se halla reunida una multitud venida de todas partes del mundo. Es que ahora a la nueva alianza Dios la hace con todos los hombres de todos los pueblos. Pero hay una diferencia entre el Pentecostés judío y este nuevo Pentecostés: mientras en el monte Sinaí habían bajado del cielo las tablas de la Ley, en el Pentecostés cristiano lo que baja es el Espíritu Santo. De modo que aquella alianza antigua, escrita sobre piedras y basada en la Ley, queda ahora reemplazada por la nueva alianza, escrita en el corazón de los creyentes y basada en el Espíritu Santo. Para Lucas, pues, la función del Espíritu Santo, al bajar sobre los discípulos el día de Pentecostés, fue la de reemplazar aquella antigua alianza por otra definitiva y eterna, destinada a todos los hombres, y ya no basada en el cumplimiento minucioso de preceptos sino en la voz del Espíritu que habla al corazón de cada creyente. Las lecciones de Pentecostés ¿Cuándo bajó el Espíritu Santo sobre los discípulos? No lo sabemos. Debió de ser en alguna de esas reuniones que, cautelosos y con miedo, ellos solían tener después de la resurrección de Jesús, para rezar. De pronto se sintieron invadidos por una fuerza extraña y maravillosa que los animaba, les transmitía poderes desconocidos, y los impulsaba a hablar como nunca se habían imaginado. Y comprendieron que era el Espíritu del Señor. Más tarde, la tradición posterior contó esa experiencia de dos maneras: una (recogida por Juan) ubicada en Pascua. Y la otra (recogida por Lucas), en Pentecostés. Porque cada una quería dejar un mensaje diferente. La de Juan: que cuando uno recibe el Espíritu de Dios se transforma en una nueva creatura, un nuevo ser, y no debe volver nunca atrás, a lo que fue antes. Y La de Lucas: que quien recibe el Espíritu Santo, ya no puede obedecer a otras voces que no sean la voz de ese Espíritu. No sabemos qué día exactamente bajó el Espíritu Santo y provocó el nacimiento de la Iglesia. Por eso, en vez de decir que la Iglesia nació en Pentecostés, más bien habría que decir que Pentecostés ocurrió cuando nació la iglesia. Pero desde el punto de vista teológico, Pentecostés no es un día de veinticuatro horas, sino una "situación histórica", que comenzó con la resurrección de Jesús y durará hasta el fin de los tiempos. Y durante ese lapso, cada uno tiene que hacer el valiente esfuerzo de vivir su propio Pentecostés: transformándose en una nueva creatura y escuchando la voz del espíritu. Por suerte son muchos los que lo hacen. Por eso Pentecostés es un día que amaneció hace veinte siglos, y que aún está lejos de anochecer. P Ariel Álvarez Valdés/ P Mario Montes Moraga