CONCLUSIONES El Eco Trashumante Cihuacóatl, numen materno de los antiguos nahuas, con su grito de guerrera originaba la existencia y la muerte. Inmersa en culturas eminentemente orales y donde se concebía en la naturaleza la unión de los opuestos, era la doble voz de lo sagrado que enfermaba y asistía los partos. A través del ceremonial que la veneraba en templos y cuevas, los nahuas volvían del exilio que implicaba el existir, a las entrañas de la madre tierra, a los vientres telúricos donde protegerse e indiferenciarse. El lamento de Cihuacóatl, tono elegiaco del canto de orfandad ante la caída de Tenochtitlan, donde también los dioses habían sido derrotados, transita en las crónicas de la conquista, españolas e indígenas, como un símbolo del exilio de pueblos y dioses desubicados en un nuevo orden. Cihuacóatl anunciaba la errancia de los pueblos mesoamericanos, que con la conquista perdían su posibilidad de reintegrarse a las fuerzas cósmicas primigenias que los situaban en el mundo. Trastocado el espacio y el tiempo nahuas, "equivalía a desasir a los hombres del cosmos, a arrojarlos a un espacio y un tiempo sin sustento" (Florescano: 1987, 147). La diosa desterrada, sin hogar para ella y sus hijos, después de la invasión fue la madre tierra valdía sin nutrientes míticos con los cuales alimentar la idiosincracia de sus pueblos. La llegada del forastero, ante el cual se desactivaron los poderes mágicos de los sacerdotes mexicas, fue la comprobación de un destino funesto escrito en los calendarios. Como lo expuso Mircea Eliade, a pesar de que "hay mucha voluntad de dominio en todos los actos del hombre, y particularmente en aquellas ceremonias mágicas que se supone han de traer la lluvia, curar las enfermedades o detener las inundaciones, sin embargo el motivo dominante en el ceremonial de todas las religiones verdaderas (oponiéndose a la magia negra) es la sumisión a lo inevitable del destino..." (Eliade, apud: Campbell: 1984, 338) En esa frase de Cihuacóatl gritando "hijitos míos, ¿a dónde os llevaré? resonaba el canto de tristeza náhuatl, caracterizado por el uso continuo de interrogantes ante el futuro incierto, la precariedad y fugacidad de la vida, la inevitable desaparición de los cuerpos en el inframundo, y la imposibilidad de cambiar el curso de la predestinación. "El hombre perene en su angustia" (Garibay: 1993, XXVI), tema central del canto de lamentación, hace que Garibay compare a los cantares mexicanos con la poesía latina y hebrea, aclarando que son similitudes culturales y no el producto de la formación escolástica renacentista que los indios recibieron en los colegios de frailes. 235 Aún en sus diversas traducciones al castellano los cantos prehipánicos se transparentan. A propósito de los cantares en versión de Ángel María Garibay, señala Patrick Johansson, que se trata de una traducción poética situada siempre "en la totalidad expresiva, en la quinta esencia del texto, antes de que un contenido se cristalice en una forma o una forma cobre sentido" (Johansson: 1993 b, 18). Dicho esto, entonces es posible afirmar que aún en la traducción al castellano, en versión de Garibay, la frase de Cihuacóatl remite a la expresividad de la poesía náhuatl original. El enunciado concuerda con aquellas preguntas que los poetas dirigían, no sin reclamo, a esos dioses que a veces se dejaban combatir por otros dioses, y que solían ser injustos, caprichosos o impotentes, que desbarataban pueblos a voluntad y se mofaban de los hombres. Hombres y dioses compartían el sentimiento de impotencia ante un poder superior que, de un momento a otro, los podía dejar en completo desamparo. En los cantos de tristeza o cantos de orfandad, a su vez derivados del canto general o florido, llamado xochicuicatl, destacaba la expresividad del lamento, lo que sería una poética del llanto, ! ésta a su vez resultado de "una visión estética del universo", que le otorgaba a cada palabra, a cada gesto y sonido, la densidad de lo sagrado. 2 Ligando la frase de la diosa a este aliento del canto de orfandad, el grito del augurio adquiere un sentido más extenso al conferido por los cronistas españoles y mestizos. En las crónicas novohispanas del siglo XVI, la diosa Cihuacóatl, dibujada según el trazo europeo, fue la voz en cuerpo de serpiente que hizo pecar al primer hombre, y que lanzando un sonido portentoso formó parte del prólogo sobrenatural de la conquista, porque ambas culturas, la conquistada y la del extranjero, creían en las profecías manifiestas a través de señales. Con excepción del anónimo tlatelolca de 1558, la Cihuacóatl es referida en los relatos de la conquista adquiriendo importancia de voz doliente que anuncia la caída de una ciudad sagrada. En el manuscrito español evoca a Raquel llorando por Jerusalén vencida por Babilonia. La expresión lírica de Cihuacóatl presenta semejanzas con la profética de Jeremías, a quien los cronistas citaban precisamente por que la destrucción de Tenochtitlán les recordaba aquella de la ciudad hebrea. En la crónica española, Cihuacóatl es la hechicera y el monstruo que devoraba corazones humanos. En la transición del mundo oral indígena al manuscrito novohispano, Cihuacóatl y las Cihuateteo se transformaron en espíritus demoníacos, como el resto de los dioses. Sin embargo, no por ello se perdió la otra voz, aquella que le cantaba a Cihuacóatl en el himno de guerra, la que le rezaba durante los partos, y la que era invocada por médicos y médicas para que soldaran los huesos rotos de sus 1 Patrick Johansson (1993 a, 133) las llama variantes temáticas de un género único, el xochicuicatl, el lirismo centrado en el individuo. 2 Domingo Mlliani (1963, 267) dirá que "su poética se condensa en la dualidad metafórica de flor y canto". 236 pacientes. No obstante la quema de códices que aisló a los indígenas de ese tiempo mítico que devolvía al presente su sentido, Cihuacóatl permaneció en el "arcabuco breñoso" de los cantares sacros que Sahagún no tradujo, y en los conjuros de las prácticas médicas, recogidas por los tratadistas contra las idolatrías, que en el lenguaje del nahuatlahtolli rememoraban a la diosa que había intervenido junto a Quetzalcóatl, en el rito de unir los restos óseos de la humanidad. La oralidad náhuatl nutrió a la escritura que la transcribió y la reinterpretó porque fue la fuente primaria de los manuscritos españoles puestos a disposición de la perspectiva enciclopedista y evangelizadora de Sahagún, extirpadora de idolatrías, de la crónica de Duran y los tratados de Ruíz de Alarcón y Jacinto de la Serna, y de la perspectiva historiográfica de Tezozómoc, Ixtlilxóchitl y Muñoz Camargo, que involucraron a la conquista española dentro del devenir histórico de los pueblos nahuas. En suma, las crónicas prueban que la conquista no había exterminado la tradición indígena oral, que siguó su curso por la vía de la transmisión generacional. Cihuacóatl, las Cihuateteo y las creencias en los augurios, y muchos otros ritos, siguieron presentes, a la par que el cristianismo ganaba almas indígenas, en ese nivel que sostiene a la religión, que Alfonso Reyes "deslindara" llamándolo "germen o descomposición del sentido religioso...atenuación de calidad en el sentimiento y valor ceremonial de la forma" (Reyes: 1986,481). Fruto del sincretismo cultural, Cihuacóatl prevaleció en la tradición oral indígena y mestiza, unida a otras creencias importadas por los conquistadores, justamente en el ámbito del folklore literario europeo. Aunque no sabemos si en estos personajes de Cihuacóatl y sus huestes, las Cihuateteo, se fusionaron leyendas y relatos del viejo continente, de mujeres espectrales deambulando por los castillos, sirenas que enloquecían a los hombres que las escuchaban, y ninfas que vivían en los bosques, un sincretismo de legendarias se ha encontrado en las comunidades indígenas y mestizas del México contemporáneo, en donde se habla de duendes y brujas, espíritus invisibles que hacen travesuras guiados por la fuerza del nahual, el alterego, de los hechiceros, herencia de las religiones mesoamericanas. En aras de encontrar antecedentes españoles de la Llorona, Stanley Robe (1971, 18) llegó a la conclusión de que era" difícil precisar la naturaleza de las leyendas que vinieron a América con los conquistadores españoles", y que, en todo caso, parecería que las leyendas que llegaron "reforzaron narraciones y creencias ya establecidas por los grupos nativos". Al respecto, nada indica que la diosa serpiente con el tiempo fuera sustituida por la Llorona, porque Cihuacóatl no es la única vertiente que conforma el fluir libre e independiente de la narración tradicional cuya proliferación de versiones amplían los atributos de la mujer que llora, la cual ya no será solamente una representación del augurio, sino también, infanticida, ánima en pena y bruja. 237 El relato tradicional de la Llorona3 por sí mismo es inhasible, se bifurca en versiones que dan cuenta de recuerdos personales, testimonios auriculares, rumores, que se transmiten con las omisiones naturales de la memoria, y según las emociones y creencias del narrador y su auditorio. Sin embargo, las semejanzas son visibles entre Cihuacóatl y la Llorona. Son personajes maternos en su doble ascepción de destrucción y amor. Verlas u oirías provoca una enfermedad inexplicable que poco a poco termina con la vida, el ahora llamado "susto", y que desde tiempos precolombinos radicaba en una paulatina pérdida de la vitalidad que los nahuas llamaban tonalli, el espíritu. Por otra parte, en especial los niños son codiciados por la Llorona y fueron sangre preciada para la antigua diosa Cihuacóatl; asimismo, la Llorona persigue hombres y los seduce, al igual que las Cihuateteo. En la narración tradicional se pasa de voz a voz una experiencia personal con un personaje denominado la Llorona. Y si en tiempos precolombinos los padres prevenían a los hijos de los males que provocaba verla, con ello se deduce que los antiguos nahuas se contaban entre sí experiencias personales de encuentros con la diosa. Ahora bien, así como es posible imaginar a la Cihuacóatl desmitificada en relatos de la tradición oral contemporánea, es posible, a la inversa, mitificar éstos a través de los sustantivos agua y viento, que parecen justamente sustanciar a la Llorona, y no ser únicamente elementos acompañantes de su acción. Es decir, se puede mirar en las narraciones tradicionales de la Llorona, que detrás del infanticidio se encuentra un sacrificio ritual que conduce al prenatal fondo del agua, y en ese dolor atormentado de las ánimas del purgatorio, un grito de orfandad que se diluye en el caos del viento, del río, de la oscuridad de la barranca y del camino desierto. En la búsqueda de la Llorona por hombres solitarios que andan de noche fuera de sus casas, se puede descubrir una fuerza sedentaria que vence a sus víctimas nómadas paralizando sus cuerpos al enfermarlos de susto. Y por último, es posible sentir en el deambular eterno del ánima en pena, no un castigo divino, sino el movimiento en espiral de un miedo ontológico. Pero además del vuelo mítico de la Llorona, está ese otro deslizamiento de la oralidad a la escritura. Cihuacóatl pasó de la tradición oral náhuatl al manuscrito español y la Llorona, de la tradición oral colonial a la recreación decimonónica. A su vez, la Llorona es transferida de la tradición oral contemporánea a la transcripción, a veces, retocada por antologistas y coleccionistas de leyendas. El grito de la Llorona en la voz oral de los narradores tradicionales, voz en un "aquí y ahora" acompañada por un conjunto de inflecciones vocales, gestos, movimiento de manos, posturas del cuerpo, no es el "ay" estilizado en la escritura, donde el lector lee, como señala Walter Ong, no las palabras reales, sino los sonidos imaginados, sugeridos, "símbolos codificados por medio de los cuales el 3 Al respecto señala Jan Vansina (1963, 34): "la distinción formal que tiene particular relación con la tradición es la que existe entre la fuente cuajada, con leyes formales de composición, aprendida de memoria, y la fuente libre, donde sólo el contenido del testimonio pertenece a la tradición." 238 ser humano evoca en su conciencia palabras reales con un presente o imaginario sonido" (Ong: 1987,75). Por otra parte, en la tradición oral han intervenido las crónicas de la Conquista, las recreaciones legendarias y otros medios de comunicación, como el cine mexicano de los años sesenta del siglo XX, que llegaron a reforzar la leyenda entre algunos narradores orales tradicionales.4 En el siglo XIX, la colonia visualizada desde una idealización romántica, fue un lugar privilegiado de ánimas en pena, de crímenes y apariciones, una especie de novela gótica para lectores interesados en la legendaria colonial, que la voz del cronista trazó en el espacio urbano del México Viejo, y que ahora en el principio del siglo XXI, reaparece con un nuevo impulso de relatores de la palabra legendaria, inspirados en aquellas crónicas y relatos de Luis González Obregón y Artemio de Valle Arizpe.5 Llámese como se llame, alrededor de ella sus narradores, del pasado y del presente, de la comunidad rural o de la ciudad, han construido una encrucijada de formas literarias, -consejas, testimonios, cantos, conjuros, crónicas-, donde se aparece y desaparece una mujer de múltiples máscaras, casi todas representando la batalla contra las normas del tiempo y del espacio. El "decir" de cada narrador, que se sostiene en otra colectiva, enjuicia negativamente los actos de la Llorona y la Malinche, encarnaciones de la transgresión social y sexual, estigma que sin embargo, desaparece cuando un juicio poético las sitúa en el firmamento del Anáhuac, custodiando una geografía de mitos y leyendas resplandecientes: "el choque de la sensibilidad con el mismo mundo..Ja emoción histórica es parte de la vida actual, y sin su fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían un teatro sin luz. El poeta ve, al reverberar de la luna sobre el cielo el espectro de doña Marina, acosada por la sombra del flechador de estrellas; o sueña con el hacha de cobre en cuyo filo descansa el cielo; o piensa que escucha, en el escampado, el llanto funesto de los mellizos que la diosa vestida de blanco lleva a las espaldas: no le negemos la evocación, no desperdiciemos la leyenda. Si esa tradición nos fuera ajena, está como quiera en nuestras manos, y solo nosotros disponemos de ella". (Reyes: 1986,34) La voz enlutada de la conquista de México, del pasado colonial, y la que se oyó anoche, se repite en la tradición oral una y otra vez, quizá porque motiva el deseo por acompañar hasta los confines del mar, de la calles o de la carretera, a la voz remota de la utopía, el "no lugar" que seduce y al mismo tiempo aterroriza, y donde no se pueden asentar los pies. 4 Ver: Fernando Horcasitas y Douglas Butterworth (1963, 220). Ambos autores señalan esta influencia del cine sobre la tradición oral como un problema con el que se encontraron en el proceso de recopilación de versiones de la LLorona llevadas a cabo en 1961 en un seminario dirigido por ambos autores con alumnos del Colegio de México. Los informantes añadían elementos de la pelíclula a sus versiones orales. 5 En nov de 1997, se dio lugar en el Museo de Culturas Populares de la Ciudad de México, el II Foro Internacional de Oralidad y Cultura, con la participación de académicos y narradores orales. 239 Y así, es posible concluir que los verdaderos perseguidores son las voces narradoras que al relatar caminan detrás de ese Eco Trashumante, que, por su naturaleza, debe continuar en constante fuga, ya lo dice su propio drama: "es inútil no se puede perseguir una sombra" "mientras el silencio cae como pétalos sobre las ruinas de Tenochtitlán... (oscurece totalmente. Cae el telón).6 6 Toscano: 1959,107-108. Ei estreno de la obra teatral La Llorona, de Carmen Toscano, fue en abril de 1958 en la plaza de Chimalistac, Ciudad de México. 240