MI NUEVO HOGAR (SUPUESTO DULCE HOGAR) Los primeros rayos de luz atraviesan la ventana acariciándome el rostro. Noto algo chupándome la mano. Como imagino que no será Chelsea, lo que no quiere decir que no sea posible, deduzco que será Hamlet. Hago un giro de noventa grados y mis sospechas son confirmadas: se trata de Hamlet. Doy dos rápidas palmadas sobre la cama indicándole que se suba. El gesto lo hago instintivamente como todas las mañanas, pero entonces oigo un gemido. Cuando levanto la mirada, veo a Chelsea sentada en su cama bien hecha, con expresión horrorizada. Sin embargo, se abstiene de decir nada. - ¿Qué hora es? – le pregunto frotándome los ojos. - Las seis, dos minutos y cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos… segundos. Seguro que lo está mirando en su reloj de última generación controlado por satélite. Bueno, estoy convencida de que puedo fiarme de su hora. Fijo que está al milímetro. - ¿Cuánto hace que estás levantada? – supongo que una hora por lo menos, teniendo en cuenta que se ha vestido, ha hecho la cama y ha desecho todo el equipaje. - Siempre me levanto a las cinco de la mañana. Así tengo tiempo de sobra para estar a las seis y veinticinco en el comedor y poder desayunar tortitas recién hechas. Luego se quedan frías y no hay quien se las coma, ni siquiera con mermelada. A las siete cuarenta ya estoy en clase preparando los libros y repasando la materia para la clase de las ocho. Luego a mí me llamarán empollona… pero esta... en fin, lo de esta no tiene nombre. - Y si hoy tenemos la presentación a las diez, ¿qué diantre haces levantada? Y… ahora que lo pienso… ¿qué se supone que hago yo despierta? - Respecto a la primera pregunta, te diré que es para no perder los buenos hábitos, y… respecto a la segunda, diría que tu perro te ha despertado. Me parece que no se ha dado cuenta de que era una pregunta retórica. - ¡Qué observadora! – comento en tono irónico. - Bueno… entonces, ¿te vienes a desayunar conmigo, y así te enseño los alrededores antes de la presentación? - Está bien… - como ya estoy desvelada – dame 20 minutos. A las seis y veinticinco estamos en el comedor. Hay que reconocer que merece la pena; son las mejores tortitas que he comido jamás. Como me había prometido, después del exquisito desayuno me acompaña por el campus enseñándome los hermosos jardines. ¡Nunca pensé que la hierba pudiese brillar tanto! La suave brisa mece suavemente cada una de las hojas de los enormes árboles que rodean las instalaciones. Los pequeños pajarillos revolotean alegremente en busca de pequeños frutos y la gente, (la que es igual de madrugadora que Chelsea) disfruta de un precioso amanecer. Sé que puede parecer una descripción sacada del cuento de Blanca nieves, pero como todavía no he visto ni a los enanitos ni al príncipe, la belleza de los alrededores me parece creíble. Chelsea me mira y me dedica una sonrisa de oreja a oreja. - Qué, ¿te gusta?- me pregunta en tono orgulloso. - Sí... esto es impresionante… me encanta - Pues si esto te gusta espera a ver… No le dejo terminar la frase porque me acabo de acordar que Hamlet tiene vejiga, y es posible que la quiera vaciar. - Chelsea, siento interrumpir tu visita guiada pero tengo que sacar a Hamlet a pasear, como todas las mañanas. El pobre se estará empezando a poner nervioso. - Tranquila, tenemos mucho tiempo para ver todo esto. Luego nos veremos en la presentación. Si quieres te guardo un sitio a mi lado. - Gracias. – le digo alejándome a paso ligero. Llego a la habitación y Hamlet me salta a los brazos como loco. Después de un largo paseo me dirijo al salón principal; está completamente lleno y eso que son menos cuarto. No sé por qué me da la sensación de que Chelsea no es la única madrugadora de esta sala. ¡A ver como diantre la encuentro yo ahora! - ¡Buenos días Alanna! Me doy la vuelta para poder ver quien me ha saludado aunque la voz me resulta familiar. - ¿Qué tal has dormido? Sin duda es Mike. Pobre... ayer me pasé un montón con él, así que hoy intentaré ser un poco más amable. Además, para mi sorpresa, ¡hoy se ha puesto lentillas! - Siento haber sido tan grosera contigo ayer; creo que no empezamos con buen pie - le digo con buenas intenciones. - Al igual que las caídas, suele pasarme a menudo, pero la gente no suele disculparse. Gracias. Creo que eso de hacer amigos no se me da nada bien. Antes de que pueda presentarme la mitad a huido y la otra mitad ha bostezado por lo menos tres veces. Sin querer se me escapa una pequeña carcajada sólo de imaginarme la situación. - Sé que suena gracioso, pero así es, ¡soy la enciclopedia andante! Me vuelvo a reír, pero esta vez sin intentar ocultarlo, lo mismo me dije a mi misma ayer cuando intentaba librarme de él. Al final parece un chaval majo. Un pelín plasta, pero majo al fin y al cabo. - No te preocupes por eso, por si algún día te pasas con tus explicaciones, llevaré tapones en el bolso. Pero tú tranquilo, que huir, lo que se dice huir, no voy a hacer. - Muy graciosa… - me dice sonriendo; no parece que le haya sentado mal el comentario. - Tomad asiento por favor, la presentación va a empezar en breves momentos. No se permitirá ni comer ni beber durante este acto; tampoco está permitida la presencia de animales. Se pide un mínimo respeto a todas las personas aquí presentes, por lo que les rogamos apaguen todo tipo de aparatos electrónicos y sus alarmas. Eso me recuerda que no he apagado el móvil. Por cierto, todavía no he visto a Chelsea por ningún lado. Me despido de Mike con la mano y me dispongo a buscarla. Me muevo rápido entre la gente, ya sentada en las butacas de cuero marrón, pero no consigo encontrarla. No me apetece que me llamen la atención desde el primer día, así que decido sentarme en el primer asiento libre que pillo. A un lado tengo un pasillo y al otro una chica rubia (¡sin gafas!) que no deja de hablar con el resto de chicas que están a su lado. No parece que tenga la mínima intención de callarse, y creo que no voy a enterarme de mucho… aunque no creo que sea razón para preocuparme porque seguro que Chelsea copia todas y cada una de las palabras que salgan por la boca del rector. - Bienvenidos un año más a la Universidad de Yale. – empieza el discurso del rector (no sé porqué me da que esto va para largo) – como ya sabréis soy el director de este prestigioso lugar. Empieza a dictar las normas básicas y después nos presenta a los profesores. Me llama la atención que haya sólo una mujer. Se llama Bárbara Crowfoot y da matemáticas. Es su primer año aquí. Estas suelen ser las peores: severas, exigentes y bastante brujas. Sin embargo, parece agradable. Tendrá unos cuarenta y algo, pero sus rasgos son finos y delicados. Al finalizar la presentación, se crea un bullicio enorme. Todo el mundo se levanta y hablan entre sí. Intento buscar a Chelsea para disculparme, pero sigo sin verla por ninguna parte. Ahora mismo me arrepiento de no ser una de esas personas que piden el número de teléfono incluso antes de preguntar el nombre. Entre tanto alboroto es difícil distinguir la procedencia de las voces. - … ¿por qué tengo que cuidar yo de ella?... Miro a la derecha y veo al que creo que es el profesor de biología, Peter McCleethy, discutiendo con uno de los alumnos. - … sabes que no ha sido decisión mía… Intento aguzar el oído pero soy incapaz de oír dos frases seguidas. El estudiante pone cara de asco mostrando su desacuerdo. Sólo escucho tres últimas palabras por parte del profesor: - Tú sólo evítalo. La muchedumbre me empuja incesantemente hacia la puerta. Parezco una canica encerrada en el juego del pinball, de un lado para otro chocándome contra la gente. Consigo por fin alcanzar mi meta: la salida. La gente empieza a dispersarse, y cuando ya parece que cada uno se dispone a volver tranquilamente a sus tareas matutinas, vuelvo a chocarme contra alguien que, totalmente desfasado respecto al resto, parece tener prisa. - Perdón – se disculpa completamente dispuesto a seguir su camino, sin ni siquiera molestarse en mirarme a los ojos. Lo he reconocido de inmediato, es el chico que estaba hablando con el profesor McCleethy. - ¿Qué, mucha prisa? – pregunto en tono sarcástico. Se gira y me mira extrañado: sin duda sigue pensando en sus cosas. - ¿Te conozco? – me pregunta. - Eh... Tú a mí no sé; pero yo a ti, desde luego, no. Su desconcierto aumenta todavía más. - Esto... Sí, tengo prisa. Hasta luego. Le observo alejarse hasta que se pierde entre el gentío. Vaya chico más raro. Bueno, ya tenemos otro para el montón. Por lo menos podía haber sido un poco más educado; una cosa no quita a la otra. Me pregunto de qué estaría hablando con Peter. No le doy más vueltas al asunto porque alguien que me llama interrumpe mis cavilaciones: - ¡Alanna! – reconozco la voz de inmediato, pero no sé por dónde viene. Entonces, veo a Chelsea corriendo hacia mí: - Alanna – dice intentando coger aire. Es normal que le cueste respirar: acaba de hacer un sprint de veinte metros; eso no lo hace cualquiera (por si alguien no lo pilla, estoy hablando sarcásticamente) – no veas lo que me ha costado encontrarte. - Lo siento, Chelsea – me disculpo - cuando he entrado en la sala había mucha gente, y como no te veía me he sentado al lado de un maniquí rubio y parlante experto en la manicura francesa. - ¿Estaba con un grupo de chicas que le seguían como perritos falderos? - No sé si le seguían como perritos falderos, pero parecían muy interesadas en el tema de conversación. Seguramente se trataba de Trace Miller – dice en tono pensativo; y añade con cierta resignación – es la capitana del equipo de animadoras. Vaya, vaya. Con que era la capitana de las agita-pompones. Parece ser que no es tan fácil escaparse del gremio del instituto. Vale, ya sé de alguien con quien no voy a llevarme bien, al menos no mucho. - Oye, ¿te apetece tomar algo? – pregunto cambiando de tema – yo invito. -