Leyendas de una Caballera Jon Nieve Érase una vez una mujer que desde pequeña había querido ser caballero. Siempre había visto a los valientes soldados que se iban a la guerra y la los caballeros con sus bonitas armaduras y sus altos corceles de rubias crines y ya desde esa edad deseaba cumplir su sueño. Todo el mundo la decía que no valía para eso, que solo los hombres podían empuñar una espada y luchar, y que la tarea de una mujer era casarse y tener hijos para posteriormente cuidarlos. Pero ella era tan tozuda que una tarde fue a las cuadras y cogió un bonito potro de color crema, con una gran mancha blanca en la frente con forma de estrella. Al ver que no volvía, su madre, una noble de alta cuna llamó a numerosos soldados para ir en su búsqueda. Un pequeño grupo la encontró tumbada en frente de un arroyo que brillaba por el reflejo de una luna tan grande que parecía interesarse por lo que estaba ocurriendo aquella noche. Cuando los soldados la llevaron de vuelta al castillo, la tumbaron en un cómodo colchón de plumas y su madre muy preocupada, la despertó y la pregunto acerca de su aventura. La niña muy nerviosa contestó que no se acordaba de nada de lo sucedido y acto seguido cayó en un plácido sueño. Desde entonces la niña mejoró mucho su comportamiento, pero al morir su padre cambio radicalmente y empezó a entrenar a escondidas sus habilidades de espadachín con palos de madera en el pequeño establo. También de vez en cuando daba largos paseos con su caballo Estrella, por los frondosos bosques de su padre, en su recuerdo. Y así fue creciendo y creciendo y finalmente se cumplió su deseo. Mataba dragones, dirigía ejércitos a la batalla, recibía medallas de los reyes y rescataba alguna que otra princesa. Pero aun así ella era desdichada. Los dragones prácticamente no la hacían caso hasta que ella no daba la 2 estocada mortal, los soldados murmuraban y se reían, los reyes fruncían el ceño al verla y las princesas se mantenían presas a la espera de un “verdadero” caballero, según decían ellas. Ella de todos modos siempre intentaba superarse y llegó el día en que prácticamente era la mejor guerrera del reino, pero aun así ella seguía estando triste y se pasaba largas tardes pensando porque había tenido que nacer mujer. Finalmente, después de recibir su sexagésimo novena medalla en honor a su valentía en combate, inició la búsqueda de un mago conocido por todo el reino: el gran mago Papyrus. En su viaje atravesó densos bosques, largas llanuras desérticas que ardían bajo el cálido sol y algunos pantanos tenebrosos. Un día, cuando ya había perdido toda la esperanza de averiguar el escondite del mago, se encontró un cartel semioculto entre los zarzales del bosque. Este decía: “a 500m, la casa del gran Papyrus”. Esperanzada y con las energías renovadas, atravesó el pequeño tramo del bosque que la separaba de su destino y finalmente encontró una pequeña casa; escondida en el interior de un árbol. Era muy simple, pero cumplía perfectamente su función. Tenía una gran puerta redonda de madera y dos pequeñas ventanitas a los lados. Pero lo más sorprendente de todo era el pequeño hombrecito que había sentado en el porche. Parecía que tenía más de mil años, llevaba una túnica blanca que le llegaba hasta los pies, y una larga barba grisácea acabada en punta que le llegaba hasta las rodillas. “Era exactamente como me había imaginado” se dijo. Pero lo más extraño de todo era su sonrisa. Tenía una pequeña sonrisa casi imperceptible y le brillaban los ojos, como si llevase esperando su llegada un largo tiempo. El hombrecillo se levantó y cordialmente la invitó a entrar en su humilde casa y la ofreció algo de comer. 3 - Te llevo observando algún tiempo, y empezaba a dudar si llegarías- dijo Papyrus, sin ocultar su traviesa sonrisa. Ella se sonrojo un poco, pero disimuló y siguió comiendo. - Supongo que habrás venido hasta aquí con algún propósito, no solo de visita.- Continuó el mago- Ya que pocas veces la gente viene a verme por gusto, y suele ser mi primo Mórtimer. Nuestra protagonista se quedó pensando y finalmente dijo:-Querría que me convirtieses en hombre. Papyrus empezó a meditar y la preguntó sus motivos.-Este es un mundo creado para hombres y siendo una mujer es complicado triunfar.-Hizo una pausa y continuó hablando- todos me miran por encima del hombro y se burlan de mí, y por una vez, me gustaría poder cambiar eso. - Si ese es tu deseo, te lo concederé, pero ten en cuenta que no hay vuelta atrás.- La advirtió Papyrus. Ella convencida, aceptó, y se pusieron manos a la obra. Papyrus fabricó un extraño brebaje y se lo ofreció, no sin antes advertirla por última vez. Pero ella se lo bebió y acto seguido se desmayó. Cuando se despertó, se sentó en el borde de la cama y se rascó la barba. Asustada, volvió a pasarse la mano por la cara y era verdad, ¡tenía barba! Se vistió rápidamente con unas ropas de hombre que había en su habitación y salió corriendo en busca de Papyrus, con una sensación extraña que no sabía identificar. Le encontró en el jardín y poco tiempo después, se encontraba ensillando a Estrella y preparando su partida. No se demoró más porque tenía ganas de volver a su hogar y retomar sus tareas como caballero. Se despidió del mago, 4 le dio las gracias y se marchó en busca de nuevas aventuras. Lo primero que hizo al volver, fue unirse a una asociación de caballeros y allí es donde todo mejoró y empeoró. Emprendió nuevas aventuras, pero esta vez no iba sola, sino que la acompañaban varios caballeros. En una de estas misiones conoció a Desmond, un apuesto caballero de pelo rubio y ojos verdes, que tenía siempre una sonrisa en la cara. Se hicieron grandes amigos y comenzaron a recorrer el reino, juntos. En sus viajes, Desmond le narraba sus distintas aventuras y ella, cada vez más interesada, las escuchaba detenidamente, saboreando cada relato. Una tarde, mientras estaban paseando con los caballos, Desmond la preguntó acerca de su vida, pero ella se quedó en silencio, porque temía que Desmond se fuera si ella le contaba su secreto. En ese momento se dio cuenta de que se había enamorado. Esto hizo que su relación se enfriase, y que cada vez hablaban menos, hasta el punto que Desmond se fue una tarde, dejando una nota, en la que decía que se iba a matar a un gran dragón. Ella (o él) fue en su búsqueda y al entrar en la caverna del dragón se encontró a Desmond tumbado en el suelo. Cegada por la rabia, se enfrentó al dragón en una dura batalla en la que sobrevivió gracias a su destreza como espadachín. Tras derrotarlo y consumida por la tristeza se acercó a Desmond, ya fallecido y se tumbó a su lado. Cuenta la leyenda que los pocos que han salido con vida de la cueva han podido ver a dos hombres tumbados delante de un imponente dragón blanco. Aunque algunos dicen que se trataba de un hombre y una mujer, pero eso, nadie lo sabe con certeza. 5