Robespierre no era tan Robespierre

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O.J.D.: 296614
Fecha:
E.G.M.: 1899000
Tarifa: 23048 €
Sección: CULTURA
Páginas: 46
Robespierre no era tan Robespierre
Una biografía y una monumental novela reinterpretan al líder revolucionario,
desmintiendo las versiones tradicionales sobre un personaje cruel y despiadado
Maximilien
Robespierre, uno
de los personajes
más controvertidos
de la Historia. Ahora,
los libros de Javier
García Sánchez
y Peter McPhee
desmitifican,
y en cierto modo,
reivindican, al líder
revolucionario.
JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid
El asesino. El sanguinario. El delirante. El coco… Antepongan esos
calificativos a estos: el virtuoso.
El incorruptible. El demócrata.
El soñador. ¿Cómo cuadrarlos?
Difícil. Pero habría que equilibrar la balanza, demasiado torcida ante los primeros, en el caso
de Maximilien Robespierre. El
personaje más controvertido de
aquel hito que marcó la Historia
Universal y que se dio en llamar
Revolución Francesa merece un
juicio justo que le devuelva la cabeza de la guillotina eterna.
Eso y no más es lo que han
pretendido, cada uno a su manera, el historiador australiano
de la Universidad de Melbourne
Peter
McPhee, y el escritor español
Javier García
Sánchez. Uno
con una pulcra y rigurosa biografía
publicada
por Península y el otro
con una ambiciosa novela de 1.200 páginas sobre el
líder jacobino
que ha sacado
al mercado Galaxia Gutenberg
y que empezó a escribir por pasión,
por identificación, por
espíritu de cruzada, hace 30 años.
Hay demasiadas injurias
en torno a Robespierre. Injurias
vertidas a lo largo de más 200
años no solo en la Historia, también en la filosofía, en el cine, en
la literatura… Incluso en el urbanismo: es el único personaje crucial en el devenir de Francia que
no cuenta con una calle a la altura de su leyenda y sus hitos en el
centro de París.
Allá llegó para participar en la
reunión de los Estados Generales el abogado a quien siempre se
achacó cierto complejo de provinciano. Desde la norteña Arrás se
presentaba en la resabiada capital — “puta y santa”, escribe García Sánchez— este líder en ciernes, con su inseguridad a la hora
de armar discursos, su conocimiento de memoria de la obra de
Rousseau, su miopía y una paradójica timidez un tanto altiva
que no guardó en el baúl donde
sí se llevó a París una chaqueta
de paño negro, un chaleco de sa-
tén, tres pares de pantalones,
seis camisas, seis pañuelos y tres
pares de calcetines.
Enfermiza parecía su obsesión por la austeridad, por dar
ejemplo. Y, por tanto, sospechosa. “La mayor contradicción para
quien durante siglos ha querido
atacarle era que le apodaran El
incorruptible. No cuadraba ese calificativo con los intentos de desprestigiarle contando que se había encerrado en orgías de palacios pertenecientes a la aristocracia con decenas de eunucos”, comenta García Sánchez.
McPhee ahonda en la propia
incomprensión de Robespierre
ante su obsesión por la plena lim-
“Se desesperaba
ante la falta de
integridad”, asegura
Peter McPhee
“Dio su visto bueno
solo a cuatro o cinco
penas de muerte”,
dice García Sánchez
pieza. “Encontraba serias dificultades en comprender por qué los
propios republicanos se mostra-
ban tan en contra del bien común. Se desesperaba ante la falta
de integridad, los nervios le llevaban hasta el borde mismo del colapso, sobre todo, al final, cuando
entendió que su periodo había
terminado”.
De la revolución al terror, algo a lo que se vio abocado pese a
repugnarle la violencia, el camino se llenó de sombras. Manchas
que poblaron, según el autor español, “la biografía digna de
quien porta la gallardía insensata de un héroe mártir”. Acusaciones que le han afectado hasta
hoy culpándole de todos los males, los desmanes, los desvaríos,
las purgas, cuando, según García
22/11/2012
Sánchez, “no dio el visto bueno
personalmente más que a cuatro
o cinco penas de muerte”.
Asombroso hurgar en los papeles. “No tuvo nada que ver con
los asesinatos en masa, los repudiaba”, agrega McPhee. Así que
conviene urgentemente sacarle
de la lista que lo emparenta con
todos los exterminadores que en
el mundo han sido.
Si el prisma histórico ha deformado sistemáticamente la figura
de alguien, este es el caso de Robespierre. Pero aún no se escapa:
“Sigue resultando enormemente
controvertido”, afirma el australiano. Quizás su obsesión por la
virtud, ese faro en su pulso vital,
es la causa. Se reveló tan consecuente que ha influido en la mala
conciencia de la posteridad o en
la propia sospecha de que no podía nadie llegar a tales cotas de
autoexigencia. “Él fue”, según
McPhee, “uno de los grandes demócratas de la Historia, apasionado, comprometido con los derechos humanos y con la participación en la vida pública de todos los estratos de la sociedad.
Entendía que sin la participación
popular y el respeto por los avances civiles y sociales existiría
un permanente y violento
desencanto social”.
Lo primordial
en cuanto a su
figura es acabar con el rumor. “La visión que se
ha dado de él
se ha fundamentado en un rumor. No más.
Cuando cae e
iba camino
de la guillotina —aquel 10
Termidor, 28
de julio de
1794 para la
cristiandad—
empieza ese rumor sobre él, ajeno
a los hechos, que se ha
propagado de manera organizada y continua a lo largo
de más de 200 años y ha dado
lugar a que el 95% de lo que se ha
escrito fuera falso”.
Lo mismo le ocurre a su aliado Saint-Just; ambos han pasado
a la historia como peligros por
inculcar una radical filosofía de
la virtud y el bien común desde
espíritus laicos. Fueron emisarios de una vida futura, perecieron convencidos de que su obra
no quedaba concluida cuando en
realidad dieron lugar a una auténtica revolución de las mentalidades. Así es y no de otra forma
como García Sánchez afrontó la
narración. “Con la intención de
crear una obra lírica, con voluntad de epopeya sobre unos hombres que quisieron cambiar el
mundo consiguiéndolo y que perecieron en el intento creyendo
que habían fracasado”.
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