Maurice Ravel (1875 – 1937) Ma mère l’oye (Mi madre la oca) Maurice Ravel es el creador de un universo musical fantástico de carácter nacionalista y renovador. Uno de los mejores ejemplos es Ma mère l’oye (Mi madre la oca), que en su origen reunía “Cinco piezas infantiles” para piano a cuatro manos, dedicadas a los hijos del matrimonio Godebski, amigo del compositor. Ravel compuso la primera pieza, Pavane de la belle au bois dormant, en 1908, año de su Rapsodia española y Gaspar de la nuit. El resto las compone en abril de 1910, pocos días antes del estreno de la obra en el primer concierto de la Société Musicale Indépendante de París, promovida por Ravel, como contrapeso a la académica Société Nationale de Musique. El delicado pianismo de estas piezas -síntesis del estilo compositivo de Ravel- se convierte en una orquesta viva y de transparentes colores en la versión de 1911. Esta suite orquestal, la que escucharemos esta tarde, sirvió además de base para el ballet que Ravel presenta un año más tarde en el Théâtre des Arts, con coreografía de Jeanne Hugard y bajo dirección de Gabriel Grovlez. Para la ocasión, Ravel añadió dos números y varios interludios, integrados dramáticamente para la escena. La suite orquestal vio la luz en el Aeolian Hall de Nueva York en noviembre de 1912, a cargo de la sinfónica de la ciudad. En el mismo orden que la versión original, arranca con la Pavana de la bella durmiente del bosque, en la que veinte compases bastan para crear atmósfera. En un movimiento lento y sinuoso, las flautas introducen un tema arcaizante en modo eolio, que recogen el clarinete y los violines, mientras las violas y las trompas, con sordina, entonan un contratema que acentúa el misterio. Le sigue Petit Pourcet (Pulgarcito) que, inspi- [4] rado en el cuento de Charles Perrault, describe el momento en el que los niños se dan cuenta de que los pájaros del bosque han desecho el camino trazado de vuelta a casa al comerse las migas de pan, tal y como indica Ravel al comienzo de la partitura. La incertidumbre del protagonista aparece en el canto de las maderas, sobre la marcha moderada de los violines a distancia de tercera, en la que perdemos la noción del compás de referencia, por los cambios de metro. En Laideronnette, impératrice des pagodes (Laideronnette, emperatriz de las pagodas), Ravel recoge un fragmento del cuento Le serpentin vert (La serpiente verde) de Marie-Catherine d’Aulnoy, en el que la princesa Laideronnette, cuya belleza es condenada por una malvada bruja, toma un baño purificador mientras los habitantes de la isla, criaturas con cuerpos de cristal, porcelana y piedras preciosas, tañen sus instrumentos. Ravel recrea esta estampa en un hábil y rico ejercicio de orquestación. Las maderas y la percusión llevan el protagonismo en un mundo sonoro exótico y lejano, reforzado por las melodías pentatónicas de la flauta. Les entretiens de la Belle et de la Bête (Conversaciones de la Bella y la Bestia), basada en el cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, es la penúltima pieza. En un lento movimiento de vals, la Bella, representada por el clarinete, descubre la bondad del corazón del monstruo, representado por un pesado y torpe contrafagot. El hechizo se rompe a golpe de platillo y tras el glissando del arpa. La Bella, ahora representada por el violín, y la Bestia, en el violonchelo, se funden en sonoridades veladas. El origen de la inspiración fantástica del último cuadro no está claro, pero Le jardin féerique (El jardín mágico) sirve de cierre en una apoteosis de toda la orquesta. Escuchamos reminiscencias de temas anteriores, ahora en una orquestación suntuosa y brillante, con celesta, arpa y solo de violín. Las trompas anuncian la fanfarria triunfal que celebra el despertar de la princesa, que se reúne con su príncipe bajo la bendición del hada. [5]