Mateo 12, 15 La curación del ciego y mudo considerado como endemoniado, provoca la admiración de la multitud que contrasta con la suspicacia y la animosidad de los fariseos y escribas, que no niegan la eficacia de los exorcismos realizados por Jesús, sino que ponen en duda el origen divino de su poder; Jesús no expulsa a ls demonios con el poder de Dios, sino con el poder de los Beelzelbul (v.24). Beelzelbul era probablemente el nombre de una divinidad cananea (Baal, el príncipe), con el que los judíos designaban despectivamente al “príncipe de los demonios”. Esta acusación presupone que Jesús ha actuado como exorcista. De hecho los exorcismos eran frecuentes en aquel tiempo, pero siempre era difícil distinguirlos de los actos de magia. Una acusación tan grave provoca la inmediata reacción de Jesús, que les responde con un argumento contundente: si Satanás expulsa a Satanás, quiere decir que lucha contra sí mismo, y un reino dividido no puede subsistir. De este modo, Jesús pone a los fariseos ante una disyuntiva: los exorcismos que él realiza son de origen satánico o de origen divino; si él arroja a los demonios con el poder que le confiere el príncipe de los demonios, quiere decir que Satanás combate contra sí mismo y se autodestruye, su reino no podrá subsistir. Si por el contrario, los expulsa por el Espíritu de Dios, quiere decir que ellos, imperdonablemente, no son capaces de percibir lo que está aconteciendo delante de sus ojos: la llegada del reinado de Dios en sus acciones y en sus palabras (Mt 11,1-6). Ser a un mismo tiempo endemoniado y exorcista son dos cosas que no van de acuerdo. Por lo tanto, sus expulsiones atestiguan que el reino de Dios ha llegado, que ya está aquí. (El texto paralelo de Lc 11,20 dice por el dedo de Dios, en clara alusión a Ex 8,15, donde los milagros de Moisés, discutidos al principio, son reconocidos finalmente por los magos como obra del dedo de Dios. Jesús es el nuevo Moisés, que expulsa los demonios con su propio poder). Con la venida de Jesús, las fuerzas del mal sufren una derrota. Pero si el reino de Satanás (“el hombre fuerte”) se tambalea, no es por divisiones internas, sino porque ha llegado uno más fuerte que él (v.29) Es importante aclarar que no son los milagros de Jesús los que traen el reinado de Dios. El reino de Dios ya está aquí, ya ha comenzado a hacerse presente, y la función que cumplen los signos es poner de manifiesto su presencia. Ahí donde esta Dios interviene y salva, allí donde se reconoce que esa salvación es un don de Dios, allí ha empezado ya el reinado de Dios. De este modo llegamos al corazón del mensaje de Jesús. El reinado de Dios no es una realidad abstracta o atemporal, sino un acontecimiento culminante de una historia de salvación que se realiza progresivamente. Al periodo de la promesa sucede el tiempo del cumplimiento (cf. 12,15-21) al tiempo de la siembra sucede el de la cosecha (9,37-30). Comentarios a nuestro texto: Todo Reino dividido JESÚS CONOCE SUS PENSAMIENTOS. “Jesús que conocía sus pensamientos les replicó”. En realidad, tal como claramente demuestran estas palabras los fariseos no dijeron eso, sino que lo pensaron. Ahora bien, estando su maldad escondida, ¿qué mal podía hacer a la gloria de Cristo? Ninguno. Quien tiene malos pensamientos se pierde así mismo; no daña a otros. Pero observa la misericordia de Cristo. Si los fariseos hubieran hablado abiertamente y Cristo les hubiera replicado, tal vez hubiera sido porque de esa forma respondía a sus palabras confundiendo su maldad. Sin embargo, está claro ahora que si les responde no es para confundir la maldad de los fariseos, sino para sanar la conciencia herida, de modo que al ver sus mismos pensamientos en las palabras de Cristo, comprendieran que no es un simple hombre quien conoce los corazones. Anónimo, Obra incompleta sobre el Ev. De Mateo, 29 LA DIVISIÓN DESTRUYE. La Ley proviene de Dios, la promesa del reino de Israel deriva de la Ley. Si el reino de la Ley está dividido contra sí mismo, necesariamente se destruirá. Todo poder disminuye con la división, y la fuerza de un reino que se divide contra sí mismo se extingue. Así Israel ha perdido el reino proveniente de la Ley, porque ha enfrentado al pueblo de la Ley con el cumplimiento de la Ley en Cristo. Igualmente, “toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se sostendrá”. Para la ciudad y la casa vale la misma explicación que la del reino. Pero aquí la ciudad se refiere a Jerusalén, siempre orgullosa de su supremacía sobre los gentiles. Una vez que se ha dejado llevar del furor del pueblo contra su Señor y ha cazado a los apóstoles con la multitud de creyentes, a partir de ahora no resistirá la división de los que la abandonan. De esta manera, la consecuencia inmediata de esta división anunció la ruina de aquella ciudad. Hilario de Poittieres, Sobre el Ev. De Mateo, 12, 13-14 LA CASA DIVIDIDA. Por eso, cuando el Señor constató que un reino, o una ciudad, o una casa no pueden subsistir divididos contra sí mismos, vemos que se refirió tanto a que estaba siendo desolado el reino que poseía el pueblo judío, dividido con anterioridad en tiempos de Jeroboam, siervo de Salomón; como a que los judíos iban a perder completamente la ciudad de Jerusalén, a la que se había opuesto Samaría, y la casa del templo, contra la que se habían levantado vacas de oro y templos idolátricos. Por eso les mostró cómo había que conseguir más bien aquel reino que no puede ser dividido, esto es, el reino celestial y eterno y también la ciudad que es la Jerusalén espiritual, que permanece siempre firme e inamovible, y la verdadera casa de Dios que ningún poder enemigo jamás ha podido ni podrá atacar, porque esta casa está segura, defendida por el Hijo de Dios. Cromacio de Aquileya, Comentario al Ev. De Mateo, 49, 5