14 DE ABRIL – LUNES SANTO Jn 12, 1-11 Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos, Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él en la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: "¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres?" (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando). Entonces Jesús dijo: "Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tienen". Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús. 1. Es importante caer en la cuenta de la importancia que el Evangelio concede a este episodio. Esta unción (o perfume) del cuerpo de Jesús durante una comida se repite, de diferentes formas, en los cuatro evangelios (Mt 26,6-13; Me 14,3-9; Jn 12,1-8; Le 7,36-50) (Kurt Aland). Seguramente tuvo su origen en Marcos (D. E. Smith). Pero lo más notable, y que es la cima del relato, es la dura respuesta de Jesús: "a los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre" (Jn 12, 8) (J. D. G. Dunn). 2. Al decir esto, ¿pretendió Jesús "favorecer el culto, en detrimento de las obligaciones sociales"? (R. Storch). Es el uso (y abuso) que hacen algunos para fomentar el lujo en el culto sagrado y, de paso, justificar su indiferencia ente el sufrimiento de los más débiles. Pero esto es inadmisible. Cuando se interpretan así estas palabras de Jesús, se comete tal disparate, que con ello se pervierte todo el Evangelio. Así de fuerte es la cosa. ¿Por qué? 3. El "esplritualismo", el "sobrenaturalismo" (y otros "ismos" semejantes) han desorientado la interpretación de este hecho capital. Cuando Jesús defiende la conducta de la mujer, al derrochar un frasco de perfume lujoso, para justificar aquella conducta, Jesús deduce una afirmación sorprendente: "lo tenía guardado para el día de mi sepultura" (Jn 12,7). El texto original no está claro. El verbo griego "teréo" indica seguramente un ungüento que protege de la descomposición en la sepultura (M. Zerwick) ¿Por qué dijo esto Jesús? En el fondo, es el significado y el problema de las víctimas. Los "pobres" son víctimas de la violencia de este mundo. Pero más víctimas son los "crucificados" por el sistema. Los pobres provocan compasión. Los crucificados provocan desprecio. El sistema tolera a los pobres. A los crucificados los excluye, los maltrata, los tortura, pensando que así cumple con un deber. Por eso, a los pobres los tenemos siempre. Al crucificado no. Lo que Jesús dijo fue algo terrible, que hacemos "como un deber": ayudamos a los pobres, al tiempo que odiamos a los crucificados. De ahí que hemos hecho de "Cristo crucificado" una obra de arte y un objeto de devoción y de culto. ¿Tenerlo presente tal como aquello ocurrió? ¿Soportarlo en los crucificados de este momento? Eso se nos hace insoportable. Pues eso es lo que intentó evitar aquella mujer con su perfume. José María Castillo La religión de Jesús – Comentario al Evangelio diario – Ciclo A 15 DE ABRIL – MARTES SANTO Jn 13, 21-33.36-38 En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar". Los discípulos se miraron unos a otros, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba en la mesa a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: "Señor, ¿quién es?" Le contestó Jesús: "Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado". Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: "Lo que tienes que hacer hazlo enseguida". Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará)". Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿a dónde vas?" Jesús le respondió: "Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde". Pedro replicó: "Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti". Jesús le contestó: "¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces". 1. La liturgia del Martes Santo nos sitúa en la cena, en la que Jesús se despide de sus amigos más íntimos (Jn 15,13-15). Aquello fue, por tanto, una cena de despedida, que tuvo tal relevancia que el NT nos dejó cinco relatos de lo que allí sucedió (1 Cor 11,23-27; Mc 14,17-26; Mt 26,17-30; Lc 22,7-20; Jn 13,1-38). Como es lógico, esta abundancia de documentación directa de aquella última comida de Jesús con sus compañeros más allegados, está hablando, a las claras, de un acontecimiento al que la Iglesia naciente le concedió una importancia máxima. 2. Toda despedida supone (y es un gesto de) una separación. Cosa que, si sucede entre personas que se quieren, conlleva una experiencia dura, quizá terrible. Y, como es natural, esto se agrava cuando se trata de una separación definitiva. Jesús insistió en ello: "Les aseguro que ya no beberé más" (Mc 14,25 par); "Les digo que nunca más comeré" (Lc 22,16). Pero, sobre todo, fue una separación trágica. Ocurrió "la noche en que fue entregado" (1 Cor 11,23). Y Lucas habla de "la mano del que me entrega" (Lc 22,21). "Entregar" es la traducción del verbo "paradídomi", que significa transferir a uno para que quede a disposición de otro, de lo que quiera el otro. Jesús sabía que estaba cenando con quien le iba a "traicionar". Y con quienes le iban a dejar solo. Y, efectivamente, Judas lo vendió, Pedro renegó de su amistad y de su fe en Él, y todos "lo abandonaron y huyeron" a la hora de la verdad (Mc 14,50). 3. Por supuesto, aquí se habla de la dura experiencia que vivió Jesús en sus horas finales. Pero reducir lo que aquí se dice a la sola experiencia que vivió Jesús, representaría vaciar el texto de su contenido esencial. Los que traicionaron, negaron o abandonaron a Jesús fueron los "apóstoles". Es decir, fueron aquellos hombres que en la Iglesia son vistos como el punto de partida de la "sucesión apostólica" o, en otras palabras, los obispos son los "sucesores de los apóstoles", tal como lo viene enseñando la tradición y el magisterio extraordinario de la misma Iglesia (Yves Congar: Clemente I, Ireneo de Lyon, Policarpo, Tertuliano...). Esto supuesto, la enorme contradicción, que la Iglesia no tiene resuelta, es que lo más patente en los evangelios es que quienes son vistos como "fundamento" ("themelion") (Ef 2,20) de la Iglesia, ellos fueron los que abandonaron, negaron y traicionaron a Jesús. Siempre ha habido, y sigue habiendo, obispos santos y ejemplares. Pero lo más patente, en los evangelios, es la estrecha coincidencia de Jesús con el pueblo ("óchlos") más pobre, humilde y sencillo, al que los hombres de la religión juzgaban como "ignorante y maldito" ( J n 7,49). José María Castillo La religión de Jesús – Comentario al Evangelio diario – Ciclo A 16 DE ABRIL – MIÉRCOLES SANTO Mt 26, 14-25 En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: "¿Qué están dispuestos a darme si se lo entrego?" Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: "¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?" Él contestó: "Vayan a casa de fulano y díganle: "El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos". Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar". Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: "¿Soy yo acaso, Señor?" Él respondió: "El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre, más le valdría no haber nacido!". Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: "¿Soy yo acaso, Maestro?" Él respondió: "Tú lo has dicho". 1. Resulta extraño y no es fácil de explicar para qué necesitaban los sumos sacerdotes que uno de los discípulos de Jesús se lo "entregase". Los dirigentes religiosos sabían perfectamente quién era Jesús y no parece que les fuera necesaria la colaboración de ningún discípulo para apresarlo, si es que tenían motivos legales para proceder contra Él. Sobre todo si tenemos en cuenta que el Sanedrín ya había condenado a Jesús a muerte (Jn 11,47-53). Entonces, ¿por qué esta insistencia en la decisiva intervención de Judas, el presunto traidor? 2. Ya en el relato de la cena de Jesús en Betania (Mt 26,6), el evangelio de Mateo, al describir cómo una mujer perfumó a Jesús con un frasco de alabastro de gran valor, "los discípulos se indignaron" y protestaron de aquel gasto innecesario, que se debería haber empleado, más bien, en socorrer a los pobres (Mt 26, 8-9). Es evidente que aquí ya se nota un distanciamiento de los apóstoles en su relación con Jesús. Por lo que se intuye en el relato, hasta el momento del prendimiento, la impresión que se percibe es que el alejamiento y quizá el desencanto de aquellos discípulos, respecto a Jesús, se fue acentuando. 3. ¿Qué ocurrió realmente allí? Hay datos, en los evangelios, que dan qué pensar. Por ejemplo, cuando Jesús, en el discurso de Cafarnaún, manifestó la necesidad de "comer la carne del Hijo del Hombre" (Jn 6,53-58), el IV evangelio nos informa que fueron muchos los discípulos que llegaron a decir: "Este modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?" (Jn 6,60). Y desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él. Por eso Jesús preguntó a los Doce: "¿Es que ustedes también quieren marcharse?" Pedro entonces manifestó la adhesión de los Apóstoles a Jesús (Jn 6,66-69). Aquella crisis se resolvió. Pero la tensión empezó a palparse. Y esta tensión se evidenció cuando Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, pretendieron los primeros puestos en el Reino (Mc 10,35-41; Mt 20,20-24). Lo que dio motivo a una nueva confrontación en el grupo de los Doce. Y de Jesús con ellos (Mc 10,42-46; Mt 20,25-28). Es evidente que aquellos hombres no aceptaban determinados planteamientos de Jesús. El abandono total estalló cuando Jesús se dejó encarcelar, juzgar y ser condenado a la muerte más infamante. Los Apóstoles entendían la religión de otra manera. Y aquella falta de coincidencia ha seguido adelante en la historia. José María Castillo La religión de Jesús – Comentario al Evangelio diario – Ciclo A 17 DE ABRIL – JUEVES SANTO Jn 13, 1-15 Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y este le dijo: "Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?" Jesús le replicó: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Simón Pedro le dijo: "No me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo". Simón Pedro le dijo: "Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le dijo: "Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos" (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios"). Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: "¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman "El Maestro" y "El Señor", y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros: les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan". 1. El Jueves Santo se califica en la Iglesia como el "Día del amor fraterno". Y no cabe duda de que hay motivos para calificarlo así. Pero, al ver de esa manera este día, corremos el peligro de mutilar el Evangelio y descomponer el significado de Jesús. ¿Por qué? Muy sencillo: porque al hacer eso, Jesús quedaría reducido a un maestro de "caridad" y "beneficencia". Y es cierto. Jesús nos enseñó a amar y ayudar a los necesitados. Pero, tan cierto como eso, es que Jesús llegó mucho más lejos. No sólo integró a los marginados en la mesa de la fraternidad, sino algo mucho más decisivo: las comidas de Jesús, tan frecuentes en los evangelios, son la crítica radical a la estratificación social común y establece la igualdad social. La mesa de Jesús es el espacio humano en el que "se derriban las fronteras sociales", para que surja una nueva comunidad humana (J. D. Crossan, N. Perrin, E. P. Sanders, D. E. Smith...). 2. Pero lo del lavatorio de los pies es mucho más fuerte. No tiene sólo una significación social, sino que además acaba con uno de los constitutivos más determinantes de la religión. La comida ("simposio") era el hecho central, en las culturas antiguas, para expresar y fijar la estratificación social. Esto quiere decir que Jesús, al lavar los pies a los discípulos precisamente en la cena (Jn 13,2), no sólo practicó un "acto ejemplar de humildad", sino que en realidad lo que hizo fue destruir cualquier pretensión posible de superioridad. El Mesías, el Señor, el Hijo de Dios, la "imagen de Dios", el Revelador de Dios (Jn 1,18; Mt 11, 27; Col 1,15; Heb 1,2) se hace presente en el sirviente y en el esclavo, en el estrato más bajo de cualquier escala humana. Con lo cual Jesús desautorizó a toda organización religiosa en la que se establecen estamentos diferentes de poder y en la que, por eso mismo, hay dirigentes religiosos que se imponen y someten (o pretenden someter) a los demás. 3. Cuando Pedro le dijo a Jesús "no me lavarás los pies jamás" (Jn 13,8), Pedro se estaba enfrentando, de nuevo, al proyecto de Jesús. Ya Jesús había increpado a Pedro llamándole "¡Satanás!" (Mt 16,21 par). Ahora le amenaza con la posibilidad de cortar toda relación con él. Jesús vio que en esto se estaba jugando algo decisivo. Pedro (y los otros apóstoles) esperaban y deseaban una "religión renovada". Pero, a fin de cuentas, otra religión, con sus autoridades, poderes y dignidades. Jesús corta por lo sano. El proyecto de Jesús es un movimiento profético de seguidores del Evangelio motivados por la bondad, la transparencia y la incansable ayuda mutua. Esto es lo que Jesús instituyó en la "Última Cena". José María Castillo La religión de Jesús – Comentario al Evangelio diario – Ciclo A