ABC EL PRESO PERPETUO VIRGINIA RÓDENAS Centro penitenciario Madrid III, Valdemoro. De la rejilla metálica que tapa el hueco que, sobre la mesa del locutorio, me sirve para hablar y para escuchar al preso que se ha sentado puntual tras la frontera de cristal, emana continuamente un olor dulzón y picante, como un eructo, que a medida que pasan los minutos va alimentando la arcada. A ese conducto Francisco del Moral casi pega sus labios para hablarme y se postra sobre él cuando soy yo la que le inquiero. Por eso apenas le puedo ver los ojos mientras me contesta. A veces, ante un silencio, levanta la cara y me mira con sus pupilas apagadas. Ha colocado sus manos sobre el mostrador, limpias de cualquier alhaja, como sus muñecas, —«no me gustan las joyas»— y luce unas uñas pulcras y recortadas. Lleva una camisa de rayas grises y granas sobre una camiseta verde oscura y pantalón pardo de paño. Calza zapatos marrones. Una barba rala y blanca le afila el rostro; la cabellera, también cana, es escasa y muy corta. Su aspecto, tan atildadito, no infunde sospechas. «No tiene usted pinta de delincuente», le digo. Y sin sonreír —no lo hará en la dos horas y media que tenemos por delante— presume de que «por eso he podido “trabajar” tanto. Y la barba me la quito hoy o mañana que con ella parezco más viejo y me la he dejado para la juez. La imagen vale mucho. Que me pedían 37 años y se me ha quedado en 7. Estoy contento». Pasan las once de la mañana. En los locutorios contiguos van rotando reclusos y abogados. En el nuestro, el relato de la vida y obra de este criminal de 62 años no se detiene; viene preparado para contarme, repetir una vez más, que la raíz de su mal está en ese aciago 23 de junio de 1947 en que su madre le abandonó dentro de una bolsa de plástico en la ciudadrealeña calle de la Ciruela, y de cómo sobrevivió, de cómo se inició en la interminable carrera del delito, de cómo hizo de las cárceles españolas su dulce hogar, de cómo son sus amores tras los muros, de lo que piensa de sus múltiples víctimas, de sus estudios de audiencias —que los tiene y documenta—, de sus preferencias políticas, de a lo que aspira en el futuro y de, como no podía ser de otra manera, el próximo golpe que le ronda la cabeza. SOR MARIA, LA RELATORA DEL BUSCON Y así, tal y como él lo dice, lo escribo. Pero antes de que yo lo haga, sor María, una monja que le trata en la prisión, ya lo hizo a su manera, y a máquina, en otra transcripción biográfica que este atracador ha enviado hasta el sursum corda añadiendo un epílogo de peticiones al destinatario que van desde «un poco de cariño» hasta una tele de plasma. Y es que el tiempo en presidio da para mucho, sobre todo si es tanto, y entre partidita de parchís y paseo al sol, Del Moral se tira las horas muertas dándole al boli. La carpeta azul de cartón que ha traído bajo el brazo lo constata. A del Moral le importa un pito quién soy y de dónde vengo. Ha sido saludarme con un buenos días y repetir machaconamente que es «la persona en vida que más tiempo de reclusión lleva cumplido, no sólo en España y en Europa, sino en todo el planeta, que ni en Cuba ni en China encontrará usted a nadie que como yo se haya pasado encerrado 41 largos años, cumplidas a pulso cuatro condenas de más de 10 años cada una que equivalen a dos cadenas perpetuas, y que sumadas a los 19 años que pasé metido en el orfanato hace que a mis 62 años sólo haya pasado en la calle 2. De ese tiempo, si cada semana hago dos delitos, pues en cinco o seis semanas... Todas mis condenas han sido una acumulación y siempre me han aplicado la triple mayor. Por eso le digo que a mí, prácticamente, ya me han condenado a muerte. Y fíjese que eso ha sido sin tener delitos de sangre. Se lo digo: Me habría salido más barato ser terrorista, porque el sanguinario Francisco Iturmendi, que está en Nanclares, lleva 25 años por 15 asesinatos, o sea 16 menos que yo, y De Juana Chaos, qué le voy a contar, si ya está en la calle». «No me venga —le espeto por la rejilla pestilente— con que es usted un santo. ¿Acaso le tembló el pulso al encañonar con su 38 a un matrimonio y a su hijo el día de Reyes de 2008, en el rellano de su casa en Madrid, cuando se preparaba para asaltarla? El esposo resultó herido de bala en un brazo». «Pero en el juicio —me corta— se demostró que esa bala no salió de mi mano. Ahí el problema fue que cuando les apunté para que se metieran en una habitación, el marido y el hijo lo hicieron, pero la mujer, que es procuradora o algo así, se me abalanzó. ¿Y qué tiene dicho el Ministerio del Interior? Pues que cuando a uno le apuntan con una pistola no debe hacer frente al pistolero, y ella se resistió por lo menos 10 minutos, y se puso histérica, y yo no quería hacerla daño porque sé cómo tratan eso los fiscales y los jueces, así que hasta me dejé quitar el arma y caímos todos por las escaleras. Había ido allí porque era la casa de un abogado y me habían soplado que allí se hacían pagos y había mucho dinero». Entonces se calla. No cuenta que en la huida perdió el teléfono móvil y la cartera y que el resto fue pan comido para la «pasma». Ni me habla más de las víctimas cuando le he vuelto a preguntar. Insisto, ¿qué cree que sienten cuando les pone la pistola en la cabeza? «Sé que no tienen la culpa, por eso nunca le he hecho daño físico a ninguna. Por eso también voy siempre solo porque ante un problema como el de ese día yo lo puedo solucionar, pero si voy con más a lo mejor todo se complica. Mi objetivo es llegar hasta el final sin hacer daño. Por eso ahora hago bancos, sabe usted, porque allí no se defienden a muerte como los joyeros que son negocios de familia, allí no hacen frente a nadie. He trabajado cientos de bancos, he hecho algún butrón, pero sobre todo atracos, y yo me quedo más satisfecho. Pero ya le digo que todo esto viene de no tener una familia ni una casa...». Conoció al Lute en Ocaña, y mire cómo era y cómo es ahora, le interrumpo. «Pero el tenía una familia y un plato de comida, aunque no fuera gran cosa». A Francisco, según él cuenta, le encontró un sereno metido en una bolsa de plástico a espaldas del hospicio y cerca de una pensión de Ciudad Real, «donde la mayoría de las mujeres lo hacían por comida, que eran años de mucha hambre. Mi madre debió de ser una de ellas. He ido al juzgado a ver si sabían algo de esas personas, por como me apellido, Del Moral Espinosa, pero no me han sabido decir nada. Pienso que Del Moral sería a lo mejor el apellido del sereno que me encontró o que me lo darían las monjas con las que me crié hasta los 19 años en que me escapé del orfanato metido en una vagón de vacas que iba a Madrid. Si algo eché de menos fue una madre. A mis 62 años todavía ninguna mujer me ha besado en la cara». Cuando se incorpora, sus negaciones las acompaña con un movimiento de cabeza. «No soy malo porque como puede comprobar mi comportamiento en la cárcel siempre ha sido bueno y nunca he participado en motines ni nada, que cuando me acusaron de querer escaparme de la de Alcalá era que estábamos de cachondeo y me metieron en un cubo de basura y se creían que me quería ir, pero qué va, ¡si fuera no tengo nada! Mi casa es la cárcel; la libertad sí que es una condena: cada vez que he salido de prisión me han dado un billete de tren para irme a dónde quisiera, me han deseado suerte y nada más. Claro, yo salgo “reinsertadosocial” —que dicho por él suena a una sola palabra— pero con una mano delante y otra detrás, termino con los cinco días que te dan de albergue y, sin nada, sin cama, sin plato y sin dinero, me deprimo. ¿Y qué hago, me muero de asco? La última vez pedí trabajo hasta en las empresas públicas, pero nada, ni tampoco servicios sociales de esos que tanto se habla. Nada de nada. Al juez se lo dije una vez, “no señoría, no, lo mío no es reincidencia: es necesidad”. Nunca he trabajado para una empresa o negocio porque nadie me dio un trabajo, ni he percibido jamás sueldo alguno. Así que por eso yo les digo a los otros presos que hay que estar preparado para las dos vidas». Como me callo, levanta la cara y me mira a los ojos. Dudo por un momento de si sus próximas palabras me llevarán al terreno resbaladizo de lo trascendente, pero vuelvo a equivocarme. Como los joyeros, que siempre se creyeron que Del Moral era otra cosa. «Me refiero a la vida de “reinsertadosocial” —aclara— y a la otra, ilegal, por la que hay que tirar cuando te ves sin salida. Por eso yo he dado tanto tiempo clases a los otros presos sobre cuál era la mejor forma de actuar y qué tenían que hacer para salir con bien. No se crea, que de la tele se aprende mucho, los fallitos y todo eso que cuentan en los telediarios». ¿Alguna preferencia en informativos? «Siempre veo los de Telemadrid, al mediodía y por la noche; son los que más me gustan. También he observado que siempre están “echando” sucesos porque a la gente es lo que más le gusta, por eso creo que si a mí me dejaran salir en alguna tele, en vez de todos esos que no cuentan más que bobadas, basura, y pudiera contar lo mío, la gente vería en mis ojos que no miento, sabría lo que está pasando y sería un éxito fenomenal». NI DROGAS NI ALCOHOL. SOLO SEXO Tratado de esquizofrenia paranoide, me ha confesado que no fuma ni bebe ni toma drogas. «Ni siquiera coca-cola, sólo fanta». Y quiero saber cuál fue el mayor lujo que se dio con todos los millones que ha robado. No se lo piensa: «El sexo aquí. Lo hago con otros presos y en varias ocasiones nos han sorprendido los funcionarios pero, como no hay intimidación ni nada, no está castigado. Nos damos masajes, nos besamos... Si me gusta el chaval no me importa que sea drogadicto y tenga sida, porque lo he hecho con muchos así y me hacen análisis y no doy nada. Además, a mí me da lo mismo, el infierno está en esta vida y no en la otra y si algo me ha dado Dios es salud. Ahora vivo en la celda con un chinito, que está por falsificar tarjetas, y estoy muy feliz, aunque no siento deseo sexual hacia él. Se lo he dicho a la psiquiatra que lo mire, a ver si estoy enamorado o que le quiero como a un hijo. Porque yo en la cárcel he hecho varias familias, y cuando me los quitan, porque los cambian, me hundo y lloro. Hay un brasileño, preso por drogas, que ahora está en Topas, con el que también estuve muy bien, y cuando me clasifiquen y me trasladen me gustaría estar con él; pero después de Navidades, porque me gustaría pasarlas con el chinito. Mire usted, yo nunca he besado a mujer alguna, ni he tenido novia: sólo he vivido con hombres, primero en el orfanato y luego en la cárcel, y cuando he estado en la calle no he tenido tiempo para eso». Cronos vuela, imagino que para mí. En este rato, Francisco no ha parado de toser y secarse el sudor con un pañuelo. Se excusa volviendo a su origen de abandono en la calle de la Ciruela y a una infancia de hambre. «Es una tos crónica. Hace 15 días estuve dos “chapado” porque se creían que era la gripe A, pero ni esa cojo. Antes le decía que sólo tengo salud, pero también me he dado cuenta de que tengo mucha inteligencia para ser político, pero de eso lo he sabido tarde. Yo no he podido votar nunca, pero si lo hubiera hecho habría sido por la izquierda y ahora por Zapatero, porque la derecha siempre fue peor para el preso, siempre que ha estado ahí nos ha dado peor vida y mayores condenas, menos Franco, que indultaba por cualquier tontería, que si los 25 años de paz, que si la visita del Papa... Ahora no nos podemos quejar porque, como les digo a los otros presos, esto no son cárceles, que son guarderías, que nada tienen que ver con aquellas en donde todas las semanas había un follón, un muerto. Yo la verdad es que aquí estoy estupendamente, me lo dan todo hecho y puedo ir con tranquilidad, como cuando después de atracar un banco me voy despacio, tranquilamente, en un taxi, en el autobús. ¿Sabe por qué no envejezco? Porque no tengo miedo a la cárcel, es mi casa. Yo voy tranquilito, confortable, calculador a los delitos porque la prisión no me asusta, todo lo contrario. Que he visto entrar a gente que en muy poco tiempo se ha vuelto vieja, y eso lo hace el miedo». Pues a Mario Conde la cárcel le ha vuelto más que decrépito, místico. «Estuve con él en Meco, pero no hablamos. Ése lo tiene todo solucionado, tiene patrimonio. Pero yo le digo que eso que cuenta es porque la cárcel le intimidó». Ya puestos le pregunto por «El Solitario». «Está loco —sube el tono—: Así no se puede ir por el mundo ni para robar». ¿Algún golpe en mente? «Las 2.000 cajas de seguridad que están en el sótano de una oficina de Caja Madrid cerca de Atocha. Me han soplado que en agosto están a reventar. Las cajas son el futuro, en ellas hay de todo, desde joyas a armas. Y sin butrón ni nada, con el director al sótano y ya está. Me harían falta otro pistolero y dos cerrajeros. Y a mano armada, que yo sé cómo se hace esto». El tiempo se ha acabado. Se despide insistiendo en que necesita unas gafas, una tele, chándal, zapatillas... «Para pasar lo mejor posible la nueva condena». Que no tiene visos de ser la última. Su abogado, Jesús Castillo, que tanto le cuida, me lo ha dicho: «Mientras las fuerzas le acompañen, no parará». Afuera, el horizonte es ancho y el sol pega. El olor dulzón del agujero se ha hecho fuerte en la memoria.