el viajero ilustrado. n.° 2.

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N.° 2.
EL VIAJERO ILUSTRADO.
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mente podríamos encontrar la salida. Renunciemos pues á tan ímproba tarea y remitamos al lector, naturalmente ávido de conocer en sus infinitos
é interesantísimos detalles el animado cuadro cuyo indeterminado bosquejo le hemos presentado
ante la vista, á la multitud de guias, descripciones y demás libros que constantemente elaboran
las prensas de Paris reflejando con toda exactitud
su vertiginoso movimiento y las continuas transformaciones que experimenta según las condiciones ó influencia del astro que preside sus destinos.
La Exposición universal que actualmente celebra
Paris, y en la que España, permítasenos este pequeño
desahogo de amor patrio, ha salido tan bien parada,
presta hoy á la capital vecina un aspecto aun más
animado y fascinador del que ordinariamente ofrece ese inmenso y permanente bazar de todos los
productos del arte, de la industria, la ciencia, la filosofía y cuanto constituye en fin la idiosincracia
de la moderna sociedad. Manifestación arrogante y
espléndida á la que concurren arrastrados por la
gran fuerza de absorción que allí reside los elementos de las más apartadas regiones.
XVIII.
MARSELLA.
Importancia social y comercial de Marsella.—Carácter cosmopolita de su población.—Marsella nueva y Marsella
vieja.—Su puerto.—-La Cornisa, Niza y Monaco.
Bosquejado en el penúltimo capítulo el camino
que conduce á la capital de Francia desde Lisboa y
Madrid, vamos ahora á trazar ligeramente el que
ha de recojer el viajero ingresando en la nación
vecina por el primero de sus puertos cuya escepcional situación geográfico y política le hacen
considerar muy oportunamente por un ilustrado
viajero la Puerta principal de Europa.Y en efecto,
Europa se comunica hace muchos años por Marsella
con el resto del mundo. Los marsellescs han visto
desfilar por 3a gran calle de la Cannebiére ejércitos y reyes de casi todos los pueblos del mundo;
embajadas do los más remotos paises; viajeros
chinos, indios, negros, americanos, -japoneses,
australes... La posición de Francia enclavada entre
las naciones que han llevado ó llevan la iniciativa
en la política y la civilización del mundo ha dado
lugar á este privilegio.
Ni es de ahora, decimos con eí escritor que antes
hemos citado, semejante prerogativa. La antigua
colonia forense, la después provincia romana, la
que fue un tiempo Estado independíente ya condal,
ya republicana, ha tenido siempre este carácter cosmopolita y bien !o demuestran sus habitantes.
Marsella, como nuestras ciudades marítimas del
Mediterráneo y en particular como Genova refleja
en sus costumbres, en el tipo de sus moradores, en
su genio particular la manera de ser de todos
los pueblos vecinos á ella á través de las olas. Hay
en los pobladores de la ciudad vieja y del muelle
ciertas reminicencias griegas, berberiscas, turcas,
italianas y españolas que ya se revelan por su accesorio del traje ya por una palabra del dialecto,
ora por un rasgo fisonómico, ora por una tradición
desfigurada. Es on fin Marsella un pueblo franco
ameótico levantisco; una confusión de gentes; un
bazar de mercaderes y aventureros de todos los
paisos: una patria aleatroria, especie de metrópolis
ó emporios que ha habido siempre desde Sidon, Tiro
y Cartago hasta Gibraltar...
Hay dos Marsellas la Nueva y la Vieja. Marsella
la Vieja es una ciudad árabe de retorcidas cuestas
y estrechísimas callos, sucia, misteriosa, sombría,
habitada por la gentecaracterístisca de la población.
La Nueva es hermosísima, pero de una hermosura
oficial, que es la misma en Cádiz que en Lion, en
Paris que en.S. Petersburgo: anchas calles, altos
y uniformes edificios, plazas con árboles, lujosas
tiendas, perfecto empedrado y mucha gente toda
vestida del mismo modo ó con pequeñas diferencias.
Marsella la Nueva aparte de lo apuntado,es una
de las ciudades más ricas y más trabajadoras de
Francia, y su industria y su comercio coristUuyen
una fiebre continua, una actividad incesante que
comunica vida y movimiento á dos grandes ríos:
uno de exportación que so exparce por el Mediterráneo y otro de importación que nutre y robustece
la nación francesa.
Su magnifico puerto también nuevo, la Jolíette,
verdadero laberinto de buques do todos los paises
del globo es una obra colosal, sustentada por el
genio de Mires, que ha engendrado otras muchas
pues trasladando de una parte á otra la gran entraña de la ciudad ha arrastrado en pos suyo lo
mejor de población levantando centenares de palacios sobre peñascos antes desiertos.
Antes de emprender nuestro viaje á Paris por la
línea Paris-Lion-Mediterranée vamos á conducir al
lector hasta el limite meridional do la frontera
fr-aneo-italiana por el delicioso camino que pone en
comunicación ambas naciones, ofreciendo al viajero
una serie no interrumpida do los más encantadores
panoramas y librándole de las nieves y áspero frió
de los Alpes. Tal es el camino conocido con e]
nombre de la Cornisa, abierto entre las estribaciones de la gran cordillera y las pintorescas playas
que bañan las aguas de los golfos de León y de
GenovaDe esto modo señalaremos también dos de los
puntos más frecuentados por la aristocracia europea, Niza y Monaco, el primero de los cuales sobre
todo merece ser visitado por sus ospecialísimas circunstancias.
El espacio que vamos á recorrer comprende 250
kilómetros, cuyos 67 primeros es la distancia que
separa ú Marsella de Tolón, población poco simpática, al menos en el sentido moral, porque su
nombre va unido al del primen) tal vez y de todos
modos ol más conocido de los presidios franceses,
así como también so distingue por su magnífico
arsenal. Un pequeño ramal de poco más de 20 kilómetros, separándose do la línea que trazamos,
conduce desde Tolón á la antigua y frecuentada
población de Hieres, que por su situación extremadamente pintoresca y ¡as condiciones favorables de
su clima, la ha atraído siempre gran número de
visitantes, considerados generalmente por sus naturales como enfermos.
Antibes es otra lindísima aunque pequeña población de ia costa, que por las antigüedades griegas
y romanas que encierra, creen algunos de un orígen ían remoto como Marsella. Dista solo 20 kilómetros de Niza, y es el último punto de la antigua
frontera sarda que el imperio de Napoleón III estableció 50 kilómetros más adelante al anexionarse
los ex-ducados de Niza y do Monaco.
NIZA debe principalmente su gloria y su fortuna
á más de á lü apacible y excepcional do su clima,1
á su inmenso y magnífico Terrado. A él so dan
cita para el invierno las más aristocráticas familias
de los diversos países de Europa. Anchas y cómodas escalinatas lo sirven de ascenso, disfrutándose
desdo su elevación tan hermoso espectáculo, ya se
halle la mar tranquila ó irritada, que cuesta gran
trabajo renunciar á él. La mayor parte de los edificios públicos y notables, tales como los hospitales,
el teatro, la Casa correo y el palacio que fue del
Sonado, se hallan situados en la ciudad nueva: la
parte alta ó ciudad vieja, es por el contrario fea é
irregular, y el único edificio notable que contiene
es el antiguo Palacio ducal.
MONACO, capital en otro tiempo del principado
de su nombre, dista solo 15 kilómetros do Niza, y
os el Badon-Baden francés, sobre todo en la estación do invierno. Asentada en un promontorio de
granito que se eleva cien metros sobre el nive! del
mar, su antiguo Palacio ducal, que contenia preciosas pinturas y otros notables objetos de arte, presenta el aspecto de una ciudadela. El Casino, construido recientemente con sus vastos y preciosísimos
jardines, hoteles y demás edificios públicos, ofrecen
un conjunto encantador.
Mentón, 9 kilómetros más adelanto de ia última
población francesa de la Cornisa que merece también visitarse por la pintoresca situación y deliciosos jardines que la rodean.
XIX.
DE MARSELLA Á PARÍS.
Salida de Marsella.—El campo y los caminos de Francia.—
Impresiones generales del viaje.—Primera etapa hasta
Lion.—Lion, ia segunda capital francesa: sus edificios,
calles, plazas y paseos.—Segunda etapa del camino.—La
Borgoña y la Champaña.—El departamento del Sena.—
Llegada á Paris.
Veinte horas emplea el tren exprés en recorrer
la línea que conduce de Marsella á Paris, es decir,
que en tan reducido espacio do tiempo atraviesa
casi toda la Francia, haciendo pasar ante la vista
sorprendida del viajero, á lo manera de rápidas
exhalaciones, capitales importantísimas, ciudades
históricas, centenares de pueblos de mucha consideración é infinidad do aldeas y caseríos diseminados á ambos lados do la via; y entre unas y otros,
ostentando la riqueza incalculable de la nación vecina, se vislumbran sus campos convertidos en
jardines, las montañas ennegrecidas por el arbolado
salvaje; los valles cubiertos de alamedas; las más
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