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Franca Zambonini
Teresade
Calcuta
Un lápiz en las manos de Dios
Nueva edición actualizada
Prefacio
E
ste libro ha nacido de una desobediencia. La Madre
Teresa no quiere que se escriba de ella, sino de su gente. Our people,
dice, nuestra gente, y quiere decir: los pobres. Le he desobedecido
contando sobre todo su historia. Doy por descontado que me perdonará, con la misma paciencia con la que siempre me ha recibido, aun
cuando, como lo repite irónicamente, “prefiere lavar a un leproso
que hablar con un periodista”.
Estoy agradecida a las personas que han aceptado hablarme
de la Madre Teresa. El padre Celeste van Exem, su consejero espiritual, anciano y enfermo, se ha limitado a la fatiga de los recuerdos en largas conversaciones en las bochornosas siestas de Calcuta.
Michael Gomes, funcionario del gobierno que le ofreció el primer
alojamiento, me ha abierto su casa con la hospitalidad de otros
tiempos. Sor Dionisia, la misionera de los bajos fondos de Calcuta,
aceptó con alegría que interrumpiese su trabajo durante todo un día.
John Raju, leproso de la colonia de Titagarh, me acogió sin recelos
y su esposa, Agnes, me dio todo lo que tenía: la leche de su cabrita.
Monseñor Henri D’Souza, arzobispo de Calcuta, me ayudó a entender el “escándalo” de la India. Sor Rosario O’Reilly, profesora del
colegio de Entally, evocó para mí el período en que trabajaba allí
la Madre Teresa. El Padre Zef Pllumi, fraile franciscano de Tirana,
de regreso después de veintitrés años de trabajos forzados, me dio
su testimonio acerca de la persecución que destruyó toda señal de
religión en el país de la Madre Teresa. Los cónyuges Glystina y Tolo
Zhupa me contaron de su amistad con la mamá y la hermana de la
Madre Teresa. Age Bojaxhiu Guttadauro Mancinelli, la única sobrina de la Madre Teresa, recogió para mí la historia de la familia,
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superando la comprensible discreción. El doctor Vincenzo Giulio
Bilotta, cardiólogo de la Madre Teresa, me relató muchos encuentros con su famosa paciente. Y, también, agradezco por su testimonio
al padre Leo Maasburg, capellán del terremoto de Erevan; a Gjon
Sinishta, administrador de la Universidad de San Francisco; al padre Silvano Garello, misionero salesiano; a María Luisa y Massimo
Croce, a Sandra y a Lorenzo Forzini, padres adoptivos de los niños
de la Madre Teresa; y a todas las misioneras de la Caridad, que me
regalaron su tiempo, siempre disponibles y sonrientes.
F. Z.
8
El primer
amor
U
n tufo del desinfectante creolina aprieta la garganta
apenas se entreabre la puerta del Nirmal Hriday. Es la Casa de los
moribundos, en el barrio de Kalighat. Kali es la Diosa Negra del hinduismo y aquí se alza su templo, antiguo y venerado; ghat es el lugar
de las cremaciones. Las piras están a pocos pasos sobre la orilla del
río; de él suben los miasmas que permanecen suspendidos en la mañana de Calcuta, junto a los perfumes de las guirnaldas que llevan
los peregrinos apiñados a los pies de la Diosa. Por un instante, el olor
del desinfectante prima sobre los demás.
Una misionera de la Caridad se asoma furtivamente. Le entrego la tarjeta de presentación de sor Michael Joseph, la superiora de
la casa madre. La misionera la lee y me hace entrar. Es muy joven y
expeditiva: “Apoye aquí sus cosas”. Deposito la cartera en el pequeño armario, me vuelvo y ya ha desaparecido.
“Bienvenidos a la Casa de los moribundos, el primer amor de
la Madre Teresa ” dice un cartel en la pared. El silencio y la penumbra semejan a los de un acuario. Una luminosidad lechosa se filtra a
través de las rejillas con arabescos; los ojos se habitúan y, entonces,
los veo. Los moribundos yacen en pequeños lechos de hierro, dos
filas a los lados, elevados sobre bancales de cemento, y una fila en el
centro sobre el pavimento más bajo.
Un voluntario con la barbilla roja baña migajas de pan en leche y las deposita en una boca desdentada. Un hermano misionero
aleja con dos ganchos de hierro el catrecito ocupado por un montón
de huesos inconsistentes bajo la sábana. Una hermana acurrucada
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sobre el pavimento cura llagas manejando pincitas y algodón bañado en un desinfectante rojo. Todo es realizado con calma y delicadeza y la atmósfera es suavemente melancólica. Inimaginables aventuras han llevado a seres humanos a morir aquí, con la piel tirante
sobre los huesos, las bocas abiertas buscando el aire, los tendones del
cuello tirantes, las miradas perdidas. Los moribundos son sagrados
para todas las religiones. Aquí pueden atravesar la gran puerta hacia el más allá, confortados por manos amigas, bendecidos con una
señal de su propia fe. Los hindúes reciben entre los labios algunas
gotas del agua del Ganges. Los musulmanes escuchan un versículo
del Corán. Los cristianos son ungidos con el óleo santo. Para quienes
no pertenecen a ninguna religión, está el rostro de una misionera de
la Caridad, inclinado sobre ellos, para darles testimonio del amor de
Dios por todas sus criaturas.
La Madre Teresa ha contado con frecuencia la primera vez
que recogió en la calle a una mujer agonizante, con el cuerpo roído
por los ratones y las hormigas. La cargó sobre la espalda y la llevó
al hospital más cercano. El hospital se negó a recibirla. Entonces,
la Madre Teresa permaneció de pie en la entrada, inflexible, intrépida. Hasta que se la tomaron. Y luego, decidió que aun en el
infierno de Calcuta los seres humanos tienen el derecho de morir
con dignidad.
Fue al comisario de la policía sanitaria de la municipalidad,
a pedir que le dieran un lugar donde un ser humano pudiese morir
con dignidad. Sólo un lugar. En lo demás pensarían ella y sus hermanas. El comisario era el doctor Ahmed. Cuando la Madre Teresa
pide algo es imposible decir que no. El doctor Ahmed le propuso un
edificio semiabandonado, que lindaba con el templo de la Diosa Kali
y que en un tiempo había sido utilizado como darmashalah, posada
para los peregrinos de la Diosa.
En el libro Tristes trópicos de Claude Levi-Srauss hay una página sobre aquel lugar. El famoso etnógrafo lo vio antes que la Madre
Teresa lo transformase en la Casa de los moribundos y lo describió así:
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Índice
7
Prefacio
9
Introducción
15
Nota biográfica
21
El primer amor
29
Más allá de cada muro
39
Aquel tren para Darjeeling
47
La certeza
51
Vagabunda de Dios
57
En Creek Lane
69
“La vida es vida: sálvala”
77
Los hijos de la lepra
87
Misionera de las cárceles
99
El escándalo de la India
111
Pioneras al descubierto
119
Los comandos
131
Pobres ricos
139
La sonrisa de Dios
149
Un corazón enfermo
157
Escrita en la palma
167
Humilde sierva
173
La entrevista
185
A casa, finalmente
195
Después de la Madre Teresa
201
Adiós a La Madre
207
Nota Bibliográfica
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