1-TARTESO Y LAS COLONIZACIONES FENICIA Y GRIEGA 1. Planteamiento Los fenómenos colonizadores acaecidos en la Península Ibérica entre los siglos IX y IV a. C. marcarían la transformación de, cuando menos, dos grandes espacios: el valle del río Guadalquivir (donde florecerá, de la evolución del antiguo espacio de Tarteso, la Turdetania ibérica) y el área del Levante Mediterráneo (donde florecerá la cultura ibérica). Pese al desarrollo y la singularidad que dichas áreas, desde el Calcolítico, habían venido manifestando, fue el contacto con los influjos colonizadores traídos del exterior el que dinamizó dichas poblaciones consolidándolas como “sociedades de jefatura” y, por tanto, con organizaciones ya plenamente estatales y, a todos los efectos, protohistóricas. Dichos influjos colonizadores se concretaron –por este orden– en los fenicios –que llegaron a las costas del Sur peninsular, fundamentalmente a partir de Gadir (Cádiz, CA)– tal vez ya en el siglo IX a. C., y, más tarde, y coincidiendo, precisamente, con la retracción del comercio fenicio, en los griegos que –fundamentalmente a través del Levante y del Nordeste peninsular, desde Emporion (Ampurias, GI)– debían tener ya bien organizada su presencia colonial en Iberia desde finales del siglo VII a. C. El objetivo de esta lección será el de caracterizar las causas, los hitos cronológicos y, sobre todo, los instrumentos institucionales con los que dicha colonización –comercial pero también minera y agrícola– tomó forma transformando a gran parte de las sociedades paleohispánicas de las regiones arriba referidas. 2. Esquema de contenidos básicos 1. Los orígenes de la diversidad cultural Peninsular: el Bronce Final y la Edad del Hierro I (I milenio a. C.) a. Las “sociedades de jefatura” del Sureste desde el Calcolítico al Bronce Final: de Los Millares a El Argar b. Autoctonía y aloctonía en el Norte Peninsular: influjos indoeuropeos (Campos de Urnas) y desarrollo autóctono (Cogotas) c. La transformación del Hierro I (ss. IX-VIII a. C.) 2. Una sociedad protohistórica del Bronce Final: Tarteso a. Tarteso como problema histórico e historiográfico b. El influjo orientalizante y la dinamización de Tarteso c. Tarteso: organización política, sociedad, economía 3. Los pueblos colonizadores en la Península Ibérica a. La colonización fenicia i. Causas de la expansión fenicia en Occidente ii. Modelos de asentamiento y de presencia colonial inicial (siglos VIII-VI a. C.) iii. Desarrollo de la presencia fenicia en la Península Ibérica (siglos VI-IV a. C.) iv. Los fenicios en Iberia: política, sociedad, economía b. La colonización griega i. Los griegos en Iberia: del comercio con Tarteso a la colonización (siglos VI-VI a. C.): factores de la transformación ii. Emporion y las colonias griegas en Iberia (siglos V y IV a. C.) iii. Los griegos en Iberia: política, sociedad, economía 3. Síntesis Dos razones fundamentales –y, en cierta medida, comunes– impulsaron a fenicios –primero– y a griegos –después– a buscar puertos y posibilidades económicas en el Mediterráneo Occidental desde épocas bien tempranas. Los fenicios, seguramente, desde el siglo IX a. C., y los griegos, al menos, desde el siglo VIII a. C. Dichas razones fueron la escasez de tierras –y, con ella, de productos estratégicos como los metales– y la situación política. Forzados por la presión asiria y por los acontecimientos derivados del asedio de los puertos de la franja costera siropalestina por los denominados “pueblos del mar”, los fenicios iniciaron incluso antes del siglo IX a. C. contactos periódicos con zonas costeras del Egeo, Sicilia, Malta, Norte de África y, finalmente, ya en ese momento, la Península Ibérica. Casi con idénticas rutas, los griegos, agobiados por la presión sometida a las ciudades de la costa minorasiática por Creso, rey de Lidia, iniciaron su expansión desde, al menos, el siglo VIII a. C. La fundación de Gadir, por los fenicios, en la desembocadura del Guadalquivir –a finales del siglo IX/comienzos del VIII a. C.– y de Emporion, por los griegos, en el siglo VII a. C., fueron los dos hitos fundamentales de esa presencia. Una presencia que articuló modos de explotación del territorio que hicieron que se pasase de un “comercio silencioso” a una presencia efectiva que alteró, desde luego, a las sociedades indígenas y que, además, fue capaz de establecer un modelo colonial nuevo en el que no sólo contaba la explotación del metal hispano –a través de los enclaves de Sierra Morena y Riotinto a los que se accedía muy bien desde el Guadalquivir o desde los valles del Segura y del Vinalopó– sino también la instalación de factorías de clara vocación agrícola. El resultado fueron casi tres siglos de presencia fenicia en la Península –hasta el siglo VI a. C., en que se produjo el supuesto “colapso” de una de sus culturas “proveedoras”, la de Tarteso– y de casi cuatro –con un radio de influencia mucho mayor que el entorno de Emporion y que incluyó también algunos enclaves costeros en la costa de Alicante– de presencia griega. El resultado –al margen de la transformación que dicha presencia ultramarina supuso para fenicios y griegos– fue la completa modificación de los pueblos indígenas que se convirtieron en interlocutores de ambas presencias comerciales. Uno de los más notables –por cuanto que fue magnificado notablemente en las fuentes antiguas tanto próximas a los acontecimientos como más tardías (desde Ezequiel hasta Estrabón)– fue el del pueblo aborigen –que devino luego en la Turdetania ibérica– al que los textos clásicos aluden como Tarteso. Los textos lo presentan como una civilización dependiente de un gran río –el Guadalquivir–, notablemente urbanizada –pese a que se conocen sólo algunos enclaves– y organizada en torno a una realeza longeva –con Argantonio como hito de referencia– y aristocrática. Pese al mito creado por las fuentes, Tarteso no es sino el resultado de los procesos de cambio y de interacción cultural entre un pueblo que toma la iniciativa en el contacto comercial (los fenicios) y otro que se beneficia, de modo asimétrico, de esa relación (las sociedades andaluzas del Bronce Final). 4. Bibliografía complementaria Para aproximarse a la validez sobre las fuentes que nos informan sobre la Historia de la Península Ibérica en la Antigüedad resulta útil la síntesis de SÁNCHEZ-MORENO, E., DOMÍNGUEZ MONEDERO, A., y GÓMEZ-PANTOJA, J. L.: Historia de España. I. Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica. I. Las fuentes y la Iberia colonia, Sílex, Madrid, 2007, pp. 17-72. Para el mundo fenicio peninsular sigue siendo de referencia el trabajo de AUBET, Mª E.: Tiro y las colonias fenicias de Occidente, Bellaterra, Barcelona, 1987 (con edición más reciente, de 1994). También puede resultar útil el trabajo de BLÁZQUEZ, J. Mª.: Fenicios, griegos y cartagineses en Occidente, Cátedra, Madrid, 1992. Más reciente, y en relación a la influencia de los pueblos colonizadores en el desarrollo del mundo tartésico, es el trabajo de KOCH, M.: Tarsis e Hispania. Estudios histórico-geográficos y etimológicos sobre la colonización fenicia en la Península Ibérica, Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, Madrid, 2003. Sobre Tarteso, es muy recomendable el trabajo de ÁLVAREZ MARTÍ-AGUILAR, M.: Tarteso. La construcción de un mito en la historiografía española, Diputación de Málaga, Málaga, 2005 que repasa toda la producción bibliográfica sobre el tema, que incluye como hitos principales los trabajos de BLÁZQUEZ, J. Mª.: Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1975 o de BENDALA, M.: Tartesios, iberos y celtas. Pueblos, culturas y colonizadores de la Hispania antigua, Temas de Hoy, Madrid, 2000. Para el mundo griego, además, lógicamente, de la síntesis de la Unidad Didáctica –y de la desarrollada por A. DOMÍNGUEZ MONEDERO en la Historia de España de Sílex– resultan muy útiles los trabajos La polis y la expansión colonial griega. Siglos VIII-VI, Síntesis, Madrid, 1991 y Los griegos en la Península Ibérica, Arco Libros, Madrid, 1996, de este mismo autor.