Franz Liszt: Annes de pèlerinage Acompañado por su amante, la condesa Marie d’Agoult, el joven compositor y brillantísimo pianista Franz Liszt viajó en 1835 desde París, recorriendo varios países, pero con Suiza como destino principal. En su Álbum de un viajero (1835-36) fue dejando impresiones musicales que servirían años más tarde para el primer volumen de los Años de peregrinación, álbum dedicado a Suiza. Otro periplo viajero posterior se traduciría en el segundo volumen de Años de peregrinación, dedicado a Italia, con múltiples referencias a obras plásticas y literarias. Tardíamente, en 1883, a tan solo tres años de la muerte del compositor, se editó un tercer álbum pianístico con el título genérico de Años de peregrinación, la obra que vamos a escuchar hoy y que agrupa siete piezas escritas entre 1867 y 1877, cinco de las cuales nacieron en el último año apuntado. Por entonces, el deslumbrante pianista, el poderoso organista, el sabio compositor, el hombre de mundo… había pasado a ser el abate Liszt, pues había tomado las órdenes menores en 1865. Se trata de música que, en lugar del “fuego” característico de sus años juveniles, aporta caracteres reflexivos y serenos además, naturalmente, de mostrar un dominio absoluto de los recursos del piano. La primera pieza, tierna y delicada, se titula ¡Angelus! Oración a los ángeles de la guarda y Liszt la dedicó a su nieta Daniela, hija del director de orquesta Hans von Bülow y de Cosima Liszt. Siguen tres obras inspiradas en la Villa d’Este (Tivoli), maravilloso lugar en cuya mansión llevó a cabo Franz Liszt varias estancias invitado por su amigo el cardenal Hohenlohe. Las dos primeras llevan el mismo título –A los cipreses de la Villa d’Este– y son sendas thrénodies o cantos fúnebres de bellísimo vuelo. Y la tercera, o sea, el número 4 del álbum, es la celebérrima Juegos de agua de la Villa d’Este, una de las piezas más gustadas del inmenso repertorio lisztiano, y con razón, pues se trata de una obra maestra absoluta, un prodigio de música de alto virtuosismo que evoca admirablemente el flujo permanente de agua, en chorros, surtidores, cascadas y arroyuelos, propio de las famosas fuentes de la Villa d’Este. La quinta pieza propone un título en latín –Sunt lacrymae rerum– tomado de La Eneida de Virgilio. A continuación añade Liszt En modo húngaro, lo que da una pista acerca de a qué se refiere el lamento implícito en tal título: se trata, en efecto, de una meditación sobre las penalidades del pueblo húngaro en 1848, luchando por su independencia del imperio austriaco. El sexto número es otra meditación sobre la muerte: una Marcha fúnebre compuesta bajo la impresión de la noticia del fusilamiento del emperador Maximiliano I de México durante la revolución habida en aquel país en 1867. Tras esta evocación de una muerte violenta, la colección viene a cerrarse con un canto de esperanza, prototípico de la aspiración al más allá del viejo Liszt: Sursum corda, esto es, Levantemos el corazón, expresión tomada de la misa católica. Es música de andadura intensa a la vez que serena, grandiosa pero sin aparato externo: más bien recogida introspectivamente. Andrea Padova (1962): Waterscape in motion El pianista y compositor italiano Andrea Padova se formó en la Academia Santa Cecilia de Roma y ha tenido como principales maestros a Vitale y Ciccolini (en piano) y a Clementi y Donatoni (en composición). En 1988 siguió masterclasses impartidas por Pierre Boulez, entre otros maestros. Padova desarrolla una brillante carrera como compositor premiado internacionalmente y como intérprete de música actual. Su Paisaje acuático en movimiento es una pieza que exige poderoso virtuosismo pianístico y que parece admitir de buen grado que la veamos como hija del pianismo de Liszt, a la vez que se revela como música con personalidad propia y muy de hoy. En el comentario de presentación de su obra, Andrea Padova alude a la gozosa contemplación del mar viajando en coche por la costa del sureste de Italia, es decir, por el talón de la bota de la península itálica, de Otranto (Lecce) a Santa Maria di Leuca (Puglia). Y, en su homenaje personal a Liszt, relaciona la contemplación de estas aguas con las de las bellas fuentes de la Villa d’Este. Y sigue su comentario: «Desde un punto de vista técnico, la obra explora algunas técnicas pianísticas (arpegio, acordes rotos, trémolo) que Liszt emplea profusamente en Jeux d’eaux à la Villa d’Este, usándolas no solo en momentos diferentes, sino también simultáneamente (en superposición). No obstante, el virtuosismo de la escritura pianística no se basa en el estilo del siglo XIX sino que, por el contrario, re-inventa un sonido pianístico más complejo que se inspira en la múltiple refracción de la superficie del mar. Similarmente, el lenguaje musical se inspira tanto en la gran tradición del impresionismo pianístico (de Liszt a Ravel, Debussy, Messiaen, Takemitsu) como en algunos efectos típicos de la música electroacústica (delay, reverberación, fade)». Thomas Smetryns (1977): On the Nature of Program Music También Thomas Smetryns es compositor e intérprete. Nacido en Gante, en el Conservatorio de su ciudad natal estudió guitarra, laúd y tiorba con los profesores Polck y Malfety, mientras que el maestro Raes fue su principal mentor en composición. Actualmente, él mismo enseña análisis y guitarra en los Conservatorios de Gante y Ostende, respectivamente. Al presentar su pieza, Thomas Smetryns reflexiona acerca de la naturaleza de la música programática, tan abundante en el catálogo de Liszt, cuestionándose la capacidad del lenguaje musical para narrar, describir o pintar situaciones, paisajes u obras de arte, pero reconociendo, a la vez, la inefable capacidad evocadora de la música, aunque ésta sea un lenguaje abstracto por definición. Un debate “eterno”, en efecto. En un rasgo original y hasta un punto humorístico, el compositor belga envió a unos cuantos amigos un archivo midi con la sonorización de su pieza, solicitándoles que optaran por el título que consideraran más adecuado para ella, en función, naturalmente, de lo que a cada uno le hubiera sugerido la audición… Como era previsible, la serie de respuestas fue enormemente variopinta: desde un jardín de Luxemburgo hasta un viaje en metro, pasando por conceptos misteriosos… Formando parte del juego inteligente que la obra propone, Smetryns selecciona y pide que conste como subtítulo de su obra, la sugerencia de uno de sus interlocutores: Boulder at the side of a river – Andy Goldsworthy (Virginie S.). O sea, Cantos rodados en la orilla de un río, con referencia a un artista contemporáneo. Pero, en definitiva, como bien sabía Liszt y sabe Smetryns, a cada oyente esta pieza le dirá lo que le tenga que decir, y hasta cabe que la reciba como pura música, desprovista de concretos significados. Y esto, seguramente, es lo que es. Franz Liszt: transcripciones y Rapsodia húngara Franz Liszt trabajó muchísimo, a lo largo de toda su carrera, en adaptar para el piano obras de todo tipo debidas a compositores de su predilección (Schubert, Beethoven, Wagner…) o de gran éxito en el eje del siglo XIX (como los operistas italianos, especialmente Verdi). De Franz Schubert, además de la ampliación a piano con orquesta de la Wanderer Fantasie, Liszt transcribió para piano solo nada menos que 58 lieder. El desafío técnico no es pequeño: se trata, obviamente, de incorporar la melodía a la parte de piano… que ya tenía ocupada las dos manos en el acompañamiento. Las soluciones propuestas por Liszt, diferentes en cada caso, son siempre reveladoras del profundo conocimiento que tenía de la música de Schubert, del respeto con que la recreaba y del deslumbrante dominio que Liszt tenía de las posibilidades del piano. Der Müller und der Bach (El molinero y el arroyo) es un delicioso lied schubertiano perteneciente a su ciclo Die schöne Müllerin (La bella molinera), y la adaptación de Liszt data de 1846. Aufenthalt (Estancia) –transcripción de 1839– se incluye en la última colección de lieder de Schubert: Schwanengesang (Canto del cisne). Y dos lieder aislados –Du bist die Ruh (Tú eres la paz) y Gretchen am Spinnrade (Margarita en la rueca)–, auténticas cimas de la inspiración de Schubert, fueron transcritos por Liszt en 1837. Se cierra el recital con la brillantez de una de las diecinueve Rapsodias húngaras compuestas por Liszt a lo largo de su carrera. En verdad, el genial pianista y compositor no era ningún experto en folclore magyar, pero homenajeó a su tierra de origen empleando la música popular húngara que él conocía y que era la música tzigane, o sea, la de los gitanos húngaros, con sus peculiaridades modales y rítmicas, su sonido típico de violín y címbalo y su habitual juego agógico entre pasajes lassan (lento) y friska (rápido), portadores de expresividad melancólica y fogosa, respectivamente. La Rapsodia húngara núm. 12, en Do sostenido menor, se abre con una sección lenta en la que se manejan dos temas un tanto ampulosos, para entrar seguidamente en un Allegro zingarese en el que se reelaboran y desarrollan esos dos temas más otro, expuesto en un pasaje Allegretto en el que la tonalidad principal cede el paso a su relativa mayor: Mi. El virtuosístico final es un prototipo del Liszt más externo o aparatoso, más extravertido y pujante. © José Luis García del Busto