Los hijos deben ser también padres de su propia personalidad Familias Católicas / Educar en la Adolescencia Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net Los hombres y las mujeres tienen una enorme capacidad de mimetismo y se adaptan, más o menos inconscientemente, a costumbres que las situaciones reales les determinan. Es el teatro de la vida en el que todos somos actores. Por ello, según el papel que hemos representado, seremos para la gente, orgullosos o humildes, antipáticos o agradables, audaces o tímidos. La continuada representación de uno de esos papeles nos deja indudablemente una profunda huella. La transmisión del testimonio de familia guarda una estrecha relación con la personalidad y puede decirse que depende de ello. Una familia transmite vida en tanto su vida sea personal. Con los adelantos de la era moderna donde todo entra en casa sin pedir permiso, si no hay una personalidad, su vida es una vida a remolque de lo que otros, los de afuera, dicen o hacen. Hay que tener muy en cuenta que para que un joven llegue a ser un hombre completo y sincero es muy necesario el que los mayores de las generaciones anteriores sigan exponiendo su mensaje, a fin de que no se pierda de vista de donde salió nuestro impulso, y a donde se dirige. Los que han tenido que luchar seriamente en la vida; los que tuvisteis que saltar barreras y obstáculos sin cuento; los que habéis tenido que aguantar codazos y zancadillas de amigos y de enemigos, ¿pretendéis hacer de la vida de los hijos una vida fácil? Este es un error de los que se pagan muy caro aquí en la tierra. Si el hombre no hubiera tenido que luchar contra el frío --dice Chevrot-- todavía habitaría en las cavernas. No tratéis de asegurar a los hijos una vida fácil: hay que templarlos para que puedan afrontar una vida dura. Hay que acostumbrarles al esfuerzo. Acostumbrarles a querer ser más en vez de desear tener mas. La vida de los hijos será hermosa en la medida que sepan hacer frente a la adversidad y ante la contradicción presentan esfuerzo, lucha, renuncia y superación. Si queréis hacerlos libres, hacedlos fuertes. Al haber existido una Navidad, exige plena construcción del mundo, puesto que Dios entró a formar parte de él. Dios ha entrado en esta construcción y la construcción de este mundo se inicia en la célula del hogar. Allí es donde el hombre se empieza a desarrollar, crece en su cuerpo y en su vida, crece en su cultura y en su vida de amor, de relación y de trabajo, crece en su uso responsable de sus actos y crece en su proyección hacia la trascendencia en su encuentro personal con Dios. Los hijos a medida que van creciendo se les debe dar libertad, confianza y abertura suficiente a fin de que consigan hacer brotar el impulso de su generación. Nunca nacerá la dialéctica del cristianismo dentro de la familia, si ésta es regida despóticamente desde arriba, si en ésta solo hay una voluntad, en lugar de una comunidad de pensamiento. Creo casi innecesario decir de la necesidad absoluta de la autoridad en el hogar. Si cada niño se pone a opinar sobre la oportunidad del horario fijado para cada cosa, se paralizaría la vida. La autoridad dimana de la buena razón. Toda autoridad que no se apoye en la buena razón, es una autoridad moralmente enferma. Y en esto radica el meollo del argumento de la autoridad, porque es evidente que el asentimiento dependerá muchísimo de la certeza que tras las palabras del padre o de la madre está la verdad y la razón. Y esto hará que el que dé la orden inspire confianza. Y si inspira confianza es fácilmente obedecido. Comentarios al autor: salvadorcasadevall@yahoo.com.ar Si te gustan estas reflexiones y quieres profundizar en más temas, ya están disponibles los tres primeros libros de Lydia y Salvador Casadevall, solicítalos al autor.