REFLEXIONES SOBRE UNA REFORMA A LA JUSTICIA1 Por: Antonio Aljure Salame, Decano Facultad de Jurisprudencia Universidad del Rosario Es un lugar común afirmar en todo tiempo y oportunidad que la justicia debe reformarse. Para no remontarse mucho tiempo atrás, el motivo central de la convocatoria de una Asamblea Constituyente en 1990 fue el de la reforma a la justicia puesto que la Corte Suprema acababa de hundir un proyecto sobre ese tema. A pesar de que en la nueva constitución de 1991 se aceptan algunos logros como la creación de la Corte Constitucional y de la Fiscalía General de la Nación, la justicia para el hombre del común sigue adoleciendo de fallas constantes que no permiten la pronta y adecuada justica: congestión, demoras e inseguridad jurídica parecen ser los vicios más graves de nuestro sistema. La propia expresión de reforma a la justicia merece algunas aclaraciones pues muchos temas y métodos están abarcados allí: desde la normatividad, reforma constitucional, legal o reglamentaria; desde lo temático, reforma a las facultades nominadoras de las cortes, reforma de funciones o reformas para resolver problemas específicos como el de la congestión y la tardanza; desde lo tecnológico, reformas para llevar al extremo todas las potencialidades de los usos y aparatos electrónicos; desde la infraestructura, reformas para ampliar no solo el número de jueces sino los recursos materiales de la gestión y desde lo procesal, reformas para reducir plazos o hacer más expeditos los procedimientos. El evento de hoy invoca la reforma a la justicia desde la óptica constitucional en la llamada reforma para el equilibrio de poderes y por eso las reflexiones se contraerán a tal marco normativo. Hay que advertir que la reforma sobre el equilibrio de poderes, aunque necesaria en lo judicial, no resuelve el problema más grave para el hombre de la calle que es el de obtener pronta y adecuada justicia. Parece haber consenso en que reformas legales, reglamentarias o de buenas prácticas judiciales son más efectivas para dicho problema. Sin embargo, la reforma que hoy se tramita es necesaria mas no suficiente. Una primera reflexión tiene que ver con la facultad nominadora o electora de las altas cortes. Los resultados prácticos de los años de vigencia de la constitución del 91 sugieren como principio orientador el regreso a la técnica de la cooptación que además de reflejar en puridad la estricta separación de poderes, permite la selección de magistrados de entre candidatos que por sus hojas de vida, experiencia y probidad puedan desempeñar con lujo de competencia sus funciones. No obstante, se mantendría el actual sistema de nominación y selección de los magistrados de la Corte Constitucional aunque implica la conservación de un paso muy difícil para el candidato que lo lleva a cabildear en el congreso su 1 Intervención en el Foro “El papel de la Justicia en la nueva arquitectura del estado” Universidad del Rosario. Abril 13 de 2015 selección. Reconocemos que la cooptación puede incurrir en la crítica de la selección por amiguismos o de la no apertura a todos los candidatos posibles; sin embargo, ha probado ser un mejor sistema que los otros y el hecho de que la selección la haga un cuerpo colegiado controla razonablemente la selección de personas sin idoneidad profesional o personal para el cargo. Una segunda reflexión tiene que ver con la inconveniencia de crear nuevos tribunales como el llamado de aforados: confunde por la cantidad de cortes en la que aparecen la Constitucional, la Suprema, el Consejo de Estado y el Consejo Superior de la Judicatura y agrega una nueva carga económica a las exhaustas finanzas nacionales, amén de la probabilidad de nuevos choques de trenes. Ha de haber maneras de que las actuales cortes asuman las competencias que tendría el tribunal de aforados en aras de la sencillez, economía y funcionalidad del sistema. Una tercera reflexión tiene que ver con la congestión generada por el ingente número de tutelas. Estas, se han convertido en una especie de tercera o segunda instancia de todo proceso por la extrema facilidad en que cualquier derecho puede caber en el concepto de fundamental. Además de la congestión, las altas cortes se han convertido en la práctica en verdaderos tribunales de instancia desplazando funciones trascendentales como la unificación de jurisprudencia o el señalamiento de nuevos rumbos frente a la interpretación de las leyes. Es políticamente incorrecto limitar la tutela: podría pensarse en una limitación extrema en lo que tiene que ver con sentencias judiciales y en una restricción en el sentido de hacer verdaderamente excepcional el concepto de derecho fundamental. Sin embargo, la dificultad está en la manera de alcanzar tal limitación pues ningún congreso sería capaz de aprobar por vía constitucional o legal un recorte a los alcances que hoy tiene la tutela. Queda el camino de que la propia Corte Constitucional por vía de jurisprudencia pudiera poner coto a la tutela contra sentencias judiciales ya sea prohibiéndolas o restringiéndolas, que parece imposible, ya sea limitándolas a los derechos fundamentales en estricto sentido, lo que parece sensato. Una cuarta reflexión está relacionada con la posibilidad de concentrar los temas judiciales, aparte la tutela, que congestionan los despachos, como los procesos ejecutivos con título valor en que los bancos aparecen como accionantes, para darles un tratamiento mixto, es decir, judicial y administrativo. En lo judicial, permitir que el juez dicte la sentencia que ordena el pago y en lo administrativo, dejar que entidades vigiladas por la Superintendencia Financiera adelanten los procesos de remate y distribución de dineros. Una quinta reflexión tiene que ver con las bases constitucionales que pudieran generar en el plano legal y reglamentario la obtención de una pronta y cumplida justicia. Tales bases podrían ordenar al legislador la aprobación de procesos en que las sentencias se dicten muy rápidamente por existir identidad fáctico-jurídica con jurisprudencias anteriores bien consolidadas; también podrían, aprovechando la experiencia de la celeridad con que se dictan las sentencias de tutela, someter determinadas situaciones a la obligación de expedir sentencia de manera pronta, teniendo en cuenta cuantías, la naturaleza de la situación u otros factores que aconsejen tal celeridad. Una sexta reflexión surge del juzgamiento de los altos funcionarios del nivel ejecutivo y de los magistrados de las altas cortes. Debe reiterarse, para los primeros, que en el caso del presidente y los ministros ha de existir un primer filtro antes que deban enfrentar al juez de fondo pues de no ser así, se verían abocados a atender una gran cantidad de procesos, de naturaleza judicial pero con intenciones políticas que harían imposible el desempeño de sus funciones. Para los segundos, bastaría con el principio de que pares juzgan a pares y no tendría cabida el filtro previo de que hablamos atrás. Una séptima reflexión viene de la evocación de la edad útil para desempeñar un cargo. En profesiones liberales y en la magistratura nadie duda de que una edad avanzada permite sabiduría, ponderación y experiencia. Hace bien la reforma en extender la edad del retiro hasta los 70 años. En cuanto a la edad de ingreso a una corte, el hecho de que exija una avanzada, permite los beneficios anotados pero dejaría por fuera jóvenes talentos merecedores de tal distinción. La cooptación invocada puede lograr ese equilibrio de edades. Por último, cabe una reflexión sobre la nueva arquitectura del estado colombiano en relación con los ministerios y es que aparece como una constante la creación de unidades y agencias que asumen roles que antaño eran de la esencia de la función ministerial: la Agencia Nacional de Hidrocarburos, frente al Ministerio de Minas y Energía; la Agencia Nacional de Infraestructura, frente al Ministerio de Transporte y ahora, la Sala de Gobierno Judicial que hace parte del Sistema Nacional de Gobierno y a la que asiste, con voz y sin voto, el ministro de justicia. Tal sala tiene como una de sus funciones “diseñar y fijar políticas en materia judicial de la rama y elaborar su plan sectorial para incluido en el plan nacional de desarrollo”. Parece haber una tendencia hacia el debilitamiento de los ministerios por la creación de agencias con objetivos muy específicos que antes eran del resorte ministerial.