“Un trono no concede automáticamente ni amor ni respeto verdadero: sólo garantiza adulación, temor y servilismo. Sobre todo cuando se consigue por medio de fechorías”. 500 años después de su muerte, un equipo de arqueólogos descubrió sus restos debajo de un estacionamiento público. Las pulsiones psicopáticas del poder por el poder La tragedia de Ricardo III Edgar Cherubini Lecuna Paris, Francia “¡Hay que ser imbécil, moralmente imbécil, para suponer que es mejor vivir rodeado de pánico”, escribe Fernando Savater cuando se refiere a Ricardo III, personaje central de la tragedia de Shakespeare. Ricardo, duque de Gloucester (1483–1485), es un personaje deforme, resentido, acomplejado y cruel, cuyo único objetivo en la vida es lograr ser coronado rey de Inglaterra. Para lograrlo, Gloucester se vale de todo tipo de artimañas, complots y asesinatos. Su psicopatía se expresa con cinismo, codicia y planes perversos que esconde bajo toda suerte de apariencias, incluyendo la de mostrarse como un hombre que “ama demasiado” a su pueblo. Corteja, posee y luego desecha a Ana, viuda de Eduardo IV, Príncipe de Gales, a quien ha ordenado asesinar para convertirse en protector del reino. Este drama en cinco actos, fue escrito por Shakespeare hacia 1593, inspirado en las anécdotas sobre las dos nobles familias de Lancaster y de York, luego de la famosa Guerra de Las Rosas. Nadie mejor que él, para hurgar en las pasiones humanas y meter el dedo en la llaga de los poderosos. La tragedia es generada por las pulsiones psicopáticas de un individuo que ha logrado “el poder por el poder”, dentro de su incapacidad de crear valor, provocando su propia ruina, produciendo su propia Némesis. ¿Por qué termina Gloucester vuelto un enemigo de sí mismo? ¿Acaso no ha conseguido lo que quería, el trono? Sí, pero al precio de desmantelar toda posibilidad de ser amado y respetado. Pero no hay rey sin súbditos, no hay tirano y no hay dictador sin masas resignadas. Ante el poder despiadado de Ricardo III se inclinaron todos los nobles, incluyendo a Ana Neville, la viuda de Eduardo IV, a quien Ricardo ha asesinado para convertirse en guardián de los hijos a quienes asesinará también. Ella lo sabe, sin embargo se rinde a sus pies. Shakespeare conduce al lector a preguntarse por qué lo adulan y toleran. La respuesta la da La Boétie, quien afirmaba que los tiranos se crecen sobre la “servidumbre voluntaria de sus súbditos”. Savater profundiza en la psicología del personaje, afirmando que Gloucester quiere ser amado, se siente aislado por su malformación y cree que el afecto puede imponerse a los demás por la fuerza. “Un trono no concede automáticamente ni amor ni respeto verdadero: sólo garantiza adulación, temor y servilismo. Sobre todo cuando se consigue por medio de fechorías” (Savater). Gloucester se aprovechaba de los otros cuando le venía bien su colaboración, los aniquilaba si ya no le resultaban útiles. Habría que estudiar aun más la psicología de la resignación, pues todos conocían muy bien sus intenciones y sin embargo le servían y adulaban. Shakespeare por su parte, desnuda al despiadado personaje en la dimensión de su verdadera tragedia, al conducirnos a la siguiente reflexión: ¿cómo esperar que amara a los otros y que los otros lo amaran, si él no se amaba a sí mismo?. Al final del primer acto, Ana Neville, daga en mano, amenaza a Gloucester, preguntándole por qué ha asesinado a su esposo Eduardo IV y a tanta gente, sólo para entronizarse en el poder, para engreírse, ufanarse y vanagloriarse, para nada más, pues no tenía nada que dar al reino, más bien era un ser mediocre, una nulidad. El le toma la mano donde ella sostiene la afilada hoja, sujetándola con la suya y con provocación coloca la punta sobre su propio corazón, mientras le contesta con lacónico cinismo: “Esta mano que por tu amor mató a tu amor, matará por tu amor a un amor más fiel: serás cómplice de sus dos muertes”. A lo que Ana le responde conteniendo el pánico y la repulsión: “Querría por un instante conocer qué escondes en tu corazón”. Al final, ya cansados de tanta violencia e impunidad, las tropas rebeldes de la casa Tudor entablan combate contra su ejército en Bosworth (1485), donde Ricardo III, después de pasar una noche atormentado por la espantosa visión de sus víctimas, muere en la batalla. Shakespeare inmortaliza ese momento cuando el rey, cercado por sus enemigos, gritaría desesperado: "¡Mi reino por un caballo!". 500 años después de su muerte, un equipo de arqueólogos y científicos anunció que el esqueleto descubierto el año pasado durante los trabajos de ampliación de un estacionamiento público en Leicester, pertenecía a su majestad Ricardo Plantagenet, rey de Inglaterra y Francia, señor de Irlanda". edgar.cherubini@gmail.com