JUAN DE DIOS O LA DIVINA TRAGEDIA DE AM AR Y SER AM ADO Auto Sacramental en tres actos PERSONAE EL NARRADOR EL PADRE/ ANDRÉS CIUDAD LA MADRE / TERESA DUARTE JUAN CIUDAD DUARTE/ JUAN DE DIOS UN FORASTERO LA REINA DE LOS ÁNGELES EL ARCANGEL RAFAEL EL DUQUE DE ALBA JESÚS NIÑO EL CABALLERO CIFAR FRAY JUAN DE ÁVILA EL OBISPO DON GASPAR DOCTORES DEL PROTOMEDICATO EL UJIER ANTÓN RODRÍGUEZ DON PEDRO AZIZ DE VENEGAS UNA VIUDA EL MERCADER DE TELAS EL OBISPO RAMÍREZ DE FUENLEAL LA VIRGEN MARÍA UN CANCERBERO ANTÓN MARTÍN CUATRO RAMERAS DON FERNANDO, amoroso MARCOS EVANGELISTA UN MENSAJERO PEDRO VELASCO LA VIRGEN DE GUADALUPE SAN JUAN EVANGELISTA MUJERES Y HOMBRES DEL PUEBLO/ TROTACONVENTOS/ GUARDIAS/ ENFERMEROS/ FÍSICOS/ CLERECÍA MENOR/ GALANES/ SOLDADOS/ GITANOS / ÁRABES/ PROSTITUTAS Y RUFIANES/ MARICUELAS / ALTA CLERECÍA PROEMIO Señoras y Señores… En Montemor-o-novo –como en la hermosa Verona- vino al mundo Juan Ciudad, hijo de Andrés Ciudad y de Teresa Duarte, el 8 de marzo de 1495 y, precisamente, el 8 de marzo de 1550, habría de morir dejando una cauda luminosa de amor doliente. Amor formidable a diestra y a siniestra, generoso amor lo mismo que terrible; amor cerrado, peninsular y mundano, sobrecogedor amor y lumínico, como solían ser los amores cuando el mundo conocido transitaba –por así decirlo- del Medioevo a la Modernidad, de la penumbra al esplendor del Renacimiento; tránsito de fuego, de amores y amoríos en los que el Signo de la Cruz se manifestaba lo mismo ruta interior que encrucijada; ahí donde Layo y su hijo Edipo dirimieran sus conjuras con algo más que un agnus Dei. Salido Juan Ciudad de la casa paterna a los ocho años apenas, comprobaría… (Brusca transición.) Ahora, el santo padre teatro nos habría de permitir entrar y ahondar en los severos misterios del amar y ser amado, a la vera de una necesidad como garra crispada, que llega a nosotros lo mismo como pretérito imperfecto que como presente de indicativo, antefuturo inmediato carente de misericordia. Juan Ciudad como Juan Pueblo. Veamos. ACTO PRIMERO I La casa de Juan Montemor-o-novo, 1503 EL PADRE.- El hijo a la ventana como siempre. LA MADRE.- Piensa encontrar un faro, una luz como sueño encendido. EL PADRE.- Una luz que lo enceguezca. La suerte es dura, Teresa. LA MADRE.- La suerte como la vida; no sé dónde empieza la una y termina la otra. EL PADRE.- Polvos del tiempo son tus palabras, mujer; eres joven para hablar en esa forma. LA MADRE.- Soy joven… EL PADRE.- Y yo viejo para perder el tiempo en filosofías que ni tú ni yo entenderemos. LA MADRE.- Yo sólo quiero entender la palabra de Dios. EL PADRE.- Yo también, así no lo enseñaron. Sólo que la palabra de Dios es para los iniciados. LA MADRE.- ¿Iniciados en qué…? EL PADRE.- Iniciados… (Ahora como buscando) ¡Iniciados en todo! En los libros, en la luz, en la luz del día y de la noche… Iniciados en las riquezas… LA MADRE.- Los pobres no estamos iniciados… 1 EL PADRE.- No, los pobres lo somos de espíritu y de cuerpo; no es materia de riqueza la pobreza. Iniciados en la riqueza del amor… LA MADRE.- …del dinero. EL PADRE.- Sí, del dinero. La riqueza del dinero, me dicen, es el poder. LA MADRE.- ¿Cómo? EL PADRE.- Sí… el poder estar aquí… allá… el poder caminar, el poder volar es riqueza… LA MADRE.- ¿Volar en el aire? ¿Para qué? EL PADRE.- Para… ¡para soñar! Me dicen que el que sabe soñar es inmensamente rico. LA MADRE.- Enséñame a soñar… EL PADRE.- No… yo no sé. LA MADRE.- Entonces, quién habrá de enseñarnos… EL PADRE.- Los ricos, los poderosos… LA MADRE.- El rey y la reina… Ellos saben volar y soñar… EL PADRE.- …Los príncipes, los duques, los condes y barones del reino de Dios… LA MADRE.- Los ángeles, los arcángeles, los querubines… EL PADRE.- Sí… Así sea. (Tocan a la puerta. Llega el Forastero.) FORASTERO.- Un poco de agua, por favor. Vengo en la paz del Señor. EL PADRE.- Sea bienvenido, hermano. FORASTERO.- Gracias. Me sentaré, reposaré, meditaré… Soy el más pequeño hijo del Señor. De los hijos de Dios. LA MADRE.- Iluminada queda nuestra casa con la visita del hijo de Dios. FORASTERO.- Economizad palabras como panes; economizad palabras como luces. LA MADRE.- Tenemos la puerta abierta y el fuego listo, por si llega a honrarnos Jesucristo. FORASTERO.- Ésta es una familia, una sagrada y bendecida familia en la voz y en los pasos del Señor. Tengo sed. (Le dan agua) Gracias. EL PADRE.- Acaso una boca ajena… LA MADRE.- Acaso mi secreto dolor… EL PADRE.- Sentaos, padre nuestro. Sois… FORASTERO.- ¡Alfarero! Alfarero de manos débiles que han pasado la vida forjando la vida; manos artesanas de vidas y de sueños. EL PADRE.- Sois verdaderamente el hijo de Dios. FORASTERO.- Sí. Me quitaré esta venda que me impide veros. (Lo hace) Vengo de la España, de evangelizar. ¿Sois judíos? LA MADRE.- ¿De evangelizar? FORASTERO.- Sí… y voy a las Indias a evangelizar; con el banderín, con el banderán, no hay mejor camino que la libertad. Camino por la tierra y por los mares que no hay mejor camino que la libertad. Sois judíos, ¿no? EL PADRE.- El bautismo nos borró el pasado. FORASTERO.- Y… os llamáis… EL PADRE.- ¡Ciudad…! ¡Andrés Ciudad! FORASTERO.- ¿Y vos? LA MADRE.- ¿Yo? Teresa Duarte, señor, mi señor. EL PADRE.- ¡Y éste es nuestro pequeño y único hijo! FORASTERO.- ¿¡Quién!? LA MADRE.- ¡Nuestro hijo, nuestro pequeño y único hijo! ¡Juan! ¡Juan Ciudad Duarte! (El hombre voltea hacia el niño y se cubre los ojos con la mano derecha) FORASTERO.- ¿¡Quién!?… Vuestro único… pequeño, Juan… Quiero que se acerque a mí… (El padre conduce a Juan para acercarlo; el hombre se descubre los ojos) FORASTERO.- Juan… Iván… Yokanan… Sois un ángel… Juan, de nuevo Serafín del Señor que acudes a mis labios como divina preferencia… Justo es que hubieses nacido como rosa sin espinas. Dí algo… JUAN.- Sí… FORASTERO.- Ven a mis labios. (Le da un intenso beso en la boca; los padres se entreabrazan conmovidos, advirtiendo la presencia de Dios en esa casa) FORASTERO.- Ahora, quítame el calzado para que pise la tierra en que habéis venido al mundo; con ello la santificaré y os santificaré a vosotros (El niño obedece, arrobado) Así, así… rosa sin espinas, roza mis pies con la tierna suavidad de tus dedos,… Así, así… ¡Qué encuentro! ¡Qué hallazgo! Las yemas de los dedos me tiemblan un poquillo/ la emoción se revira de estruendosa a quedillo. Familia… Familia habéis sagrada, Andrés y Teresa Duarte… Familia habéis sagrada y tan llena de gracia como el Ave María. ¡Venid… Espíritu Santo; vuelve a habitar mi alma, como el Señor en la casa que fue suya! (Atrae al niño hacia él y lo estrecha con su pecho varonil de espeso vello. A los padres:) Vuestro hijo crece en la gracia de Dios y es un cervatillo alado del Señor… (Ahora es un conjunto escultórico al amor y al encuentro, todos están en éxtasis divino: el niño se prende al forastero igual que yerba niña al muro. Los padres, vivamente conmovidos lloran y se entrelazan con superior inocencia) Andrés,… Teresa… Éste es el elegido de Dios. El cielo me envía para que toque las campanas de esta casa convertida en parroquia de Nuestra Señora. Agnus dei qui tollis pecata mundi Miserere nobis. PADRE Y MADRE.- Miserere nobis. FORASTERO.- Ángel nuncio con el ermitaño de la Sierra de Oca, ángel nuncio cuyo nacimiento el 2 cielo celebra con excelencias de bendito varón, evidentes señales del sonido celeste en la virtud superior, ángel hijo de la sujeción y la obediencia. PADRE Y MADRE.- Miserere nobis … FORASTERO.- Preparad la esterilla del reposo. Los héroes como los hombres se encuentran fatigados. Andrés, Teresa, Juanico… inventemos el sueño y la caricia; acariciemos el sueño del encuentro y dejad que el fuego del hogar alimente el ardor de nuestro hallazgo: yo, tú, Él, vosotros… que los profetas no suelen ser aceptados en su tierra… Luego, habremos de caer rendidos de desvelos. Alabemos y demos gracias en cada… (El hombre atrae a Juan a sus brazos, cuando los padres observan transidos de luz los misterios y callan. Al poco rato, el niño y el Forastero caerán en el aleve camino del sueño. Cambio de atmósfera para cambiar la escena) II La partida del hogar NARRADOR.- Es el amanecer en la casa de Andrés Duarte; las esteras tibias emiten vibraciones lo mismo amorosas que de dolor. Teresa es la primera en ponerse en pie y ahora camina de uno a otro lado, como buscando la precisión de algún quehacer que la sosiegue. Columbra acaso que en la vida de su pequeño hijo se asoma el anuncio de un acontecimiento, el presagio acaso de la libertad cuando aún no se le conoce. LA MADRE.- (Moviendo el cuerpo de Andrés para que despierte:) Estás al alba, esposo mío… EL PADRE.- No he pegado los ojos durante toda la noche. LA MADRE.- Algún desasosiego, algún temor y zozobra… EL PADRE.- Pienso en Juan… En su nacimiento en medio de la certidumbre… EL MADRE.- Mi hijo,… fue justo que naciera como rosa sin espinas… mi hijo dedicado a Dios… EL PADRE.- Él es mi hijo; mi hijo es el hijo de Dios… LA MADRE.- Blasfemas, Andrés Ciudad, tú no eres Dios… ¡Cuidado!, puede caer la desgracia en tu casa… EL PADRE.- Quiero decir, que mi hijo Juan… nuestro hijo, Teresa, es la más viva presencia de Dios en esta casa… LA MADRE.- Primero Dios… Son buenas tu palabras, Andrés Ciudad, son buenas y de calidad tus palabras… EL PADRE.- Son palabras de hombre simple… de aquel que no conoce el porqué de las causas de la vida… son palabras huecas… sin sentido… Palabras de la vida sin sentido… LA MADRE.- Eres el padre de mi hijo y mi hijo es el hijo de Dios… EL PADRE.- Sí… Seguramente él llegará a las Cortes… LA MADRE.- Seguramente él será pastor de almas… EL PADRE.Arzobispo… Eminencia… Excelencia… Estés… LA MADRE.- Tiene nombre de Rey: Juan, Juan el Segundo como el que nos gobierna. EL PADRE.- Sueñas despierta. LA MADRE.- Yo soy la esposa de mi marido. Sangre limpia en la Calle Verde. EL PADRE.- Quisimos que naciera en esa sangre y pisara la tierra con sus pies desnudos, igual que Moisés, y con ellos santificara esta tierra. (Interrumpe la conversación el Forastero, Juan permanece dormido:) FORASTERO.- Vuestro hijo no es patriarca, no es rey ni llegará a serlo nunca. ¿Y sabéis acaso por qué? Porque es un ángel,… Un ángel del Señor… por eso no será rey. ¿Y sabéis acaso por qué? Porque es un ángel nacido de un condenado y de una cristiana preñada. Por eso no será rey, ni patriarca, ni profeta tu hijo, Andrés Ciudad. ¿Dónde está tu fe de bautismo Andrés Ciudad? Yo lo sé más que tú mismo… ¿Sabes acaso dónde está tu fe de bautismo, Andrés Ciudad? … (Pausa breve) Está en la picota de Casarrubias donde estará colgada tu cabeza, Andrés Ciudad… LA MADRE.- ¡No! EL PADRE.- ¡Mentiras, calumnias, blasfemias! ¡¿Quién eres tú para decirme esas cosas que a mi alma lastiman?! FORASTERO.- Yo soy la luz que recogí del ángel que es tu hijo. Por esa luz votiva llegué hasta tu casa para que tu hijo –¡ángel de la luz!saliera a buscar la salvación de sus padres. EL PADRE.- ¡¿Qué dices?! FORASTERO.- Palabra de Dios… Ésta es palabra de Dios… A la edad de ocho años el ángel saldrá de su casa, partirá de su casa a redimir a doscientos, trescientos mil conversos desparramados por la geografía peninsular… ¡Ay, España, España, que culpas no mereces y te abrasas! Partirá el ángel a limpiar la sangre de sus padres y sus abuelos. Éstas son palabras de Dios. ¡Todo converso está sujeto a sospecha! ¡Sólo el ángel de luz honrará las infancias! Conozco ya la luz del ángel tu hijo, Andrés Ciudad; ¡la bebí de sus labios! (Va hacia el niño) ¿Verdad? JUAN.- Sí… (El niño y el forastero se besan de nuevo. Los padres emiten un lamento como quejumbre rota. El hombre retorna a ellos más cordial) 3 FORASTERO.- ¿Podéis darme un poco de agua? (Teresa va comedida por un poco de agua. Al ofrecérsela, separa a su hijo del hombre) FORASTERO.- No… El ángel ya no podrá separarse de mí. Se irá conmigo a iluminar la vida de tanto y tanto miserable de amor, que hay en la vida. EL PADRE.- ¡¿Cómo?! FORASTERO.- Sí… Vuestro Juan será, de ahora en adelante, el ángel conductor que mi barca al mar conduce (Voltea al niño). ¿Verdad, hijo mío? JUAN.- (El niño se separa bruscamente de la madre para asirse del hombre) ¡Sí! (Un forcejeo inevitable se presenta entre el forastero y los padres tratando de recuperar a su pequeño. El hombre dice en tono enérgico:) FORASTERO.- Cuidado en caer en las cenizas de lo que pasa sin pasar, de aquello que descuida las voces de la naturaleza protegiendo a las terribles criaturas. (Transición) Andrés Ciudad, Teresa Duarte: … aquí tienen a su pequeño hijo Juan Ciudad… ¡Deus providebit! He sido capellán de Capilla Real y sé de estas atrocidades. Nos volveremos a ver en la calle de Lucena, en la calle de Ángel Sin Alas habremos de encontrarnos algún día, pues tan cortés homicida amor me mata. El Ángel-niño Juan Ciudad ya no podrá iluminar el camino de la libertad que le han trazado Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo… Sanctus, sanctus, sanctus … (Inicia el mutis) Mariposa he volado y ahora doy a otra parte el vuelo. Mi pecho, ave fénix de amor, habrá de reconocerse victorioso en la lid de cristíferas guerras y batallas de amor. No reducís mis glorias, amados hijos míos. Au revoir. (El hombre abandona la casa y no bien había salido de ella cuando Juan lanza un terrible grito, tras del cual abandona la casa para alcanzar al hombre iluminado. La madre trata de detenerlo, pero el padre a su vez la sujeta para que Juan Ciudad comience el camino de la vida, a la vera de aquel hombre forastero que se alojó en su casa de la misma manera en que tantas veces lo hiciera Jesucristo.) III En la plaza de Evora NARRADOR.- Su padre fue Andrés Ciudad; de su madre nadie dijo nada, ningún testigo dijo el nombre... MUJER 1.- …Porque la honestidad de las mujeres de esta tierra hace que ninguna sea conocida, sino por serlo de su marido… MUJER 2.- Dice San Basilio que no tuvieron falta los que precedieron a la primera culpa. MUJER 3.- Hay unos que por su gentil presencia sola podrían santificarle. MUJER 1.- La virtud de Dios pone en nosotras para sanar cualquier enfermedad que en los hombres hubiere. MUJER 3.- Vuelve el Señor a habitar la casa que fue suya: el vivo vientre materno. MUJER 2.- El siervo de Dios crece en la gracia y amistad del Señor con sus padres de por medio… MUJER 1.- Mas poco gozó el niño de la compañía de sus padres, pues no teniendo más de ocho años, los dejó sin despedirse de ellos, volviéndose peregrino en tierra ajena. MUJER 2.- Así el patriarca Abraham, aunque desigual de edad. MUJER 1.- Salió de la casa de sus padres por gozar de los privilegios de la vista,… MUJER 3.- Sin importarle el abandono de sus padres… MUJER 2.- Lo que la Virgen sentiría con la ausencia de su amadísimo Hijo. Amén. MUJER 1.- Amén. MUJER 3.- Amén. (Entran el Forastero con la cabeza vendada simulando estar ciego, conducido por Juan Ciudad como lazarillo) FORASTERO.- (Cantando) Ah, el arquero de nuestros corazones arroja otra vez las incendiarias flechas contra nosotros y nos consume en llamas. Flechas amargas, mas dulces como la miel, flechas terribles que el enfermo desea. JUAN.- ¡Flechas terribles que el enfermo desea! FORASTERO.- Asaeteado estoy y no puedo arrancarlas. Morir deseo y me clavo una espada, deseo otra herida y abrasarme en el fuego, ¡Oh, dulce sufrimiento entre los sufrimientos! JUAN CIUDAD.- ¡Oh, dulce sufrimiento entre los sufrimientos! FORASTERO.- ¿Qué agua podría apagar esta flama? La amarga flecha, ¿Quién podría sacarla? El agua viva que eres tú y tu palabra ¡Oh, amado mío!, concédeme el remedio. JUAN CIUDAD.- ¡Oh, amado mío!, concédeme el remedio (Transición, pausa breve) FORASTERO.- ¡Haced el bien hermanos! ¡Fate bene, fratelli! JUAN CIUDAD.- ¡Fate bene, fratelli! ¡Fate bene! HOMBRE 1.- ¡Aquí está! (Da una limosna en la olla recaudadora) Sois como Florio y Blancaflor, peregrinos. 4 FORASTERO.- Despierta, dueño mío, despierta el bien amado. Despierta, toma mi cuerpo, esbelto como un ciprés… (Cruza una trotaconventos con sus mercancías) NARRADOR.- La buhona con salero va tañendo cascabeles, ofreciendo las sus joyas sortijas et alfileles; diciéndoles a las gentes: TROTACONVENTO.- ¡Compradme aquestos manteles…! NARRADOR.- Mirárala su comadre… MUJER DE LA GALLINA.- ¡¿Dónde está mi gallina?!, ¡la rubia!, ¡crestibermeja! ¡¿Quién me la hurtó?! ¡Hurtada sea su vida!… FORASTERO.- ¡El placer de los sentidos! Debéis entregaros al placer de los sentidos al itálico modo; dejad que el pecado acabe con nosotros. No habremos de vivir para siempre,… MUJER 1.- ¡No habremos de vivir para siempre! MUJER 2.- ¡No habremos de vivir para siempre! MUJER 3.- ¡No habremos de vivir para siempre! MUJER DE LA GALLINA- ¡¿Quién me la hurtó?! ¡Hurtada sea su vida! TROTACONVENTOS.- ¡Nadie va solo a los cielos!, afirma San Ambrosio… MUJER 1.- ¡San Ambrosio! … MUJER 2.- ¡San Ambrosio! … MUJER 3.- ¡San Ambrosio! … TROTACONVENTOS.- ¡¡Compradme aquestos manteles!! ¡Sortijas et alfileres! FORASTERO.- ¡Nadie va solo a los cielos, o sea: el asunto no es saber a dónde vamos, sino con quién vamos! MUJER 3.- ¡Con quién vamos! MUJER 1.- ¡Con quién vamos! MUJER 2.- ¡Con quién vamos! MUJER DE LA GALLINA- ¡¿Dónde está mi gallina?! La rubia, la de la cabeza bermeja y de la cresta partida; cenicienta escura, cuello de pavo y con la cabeza morada; ponedora de huevos, ¡¿quién me la hurtó?! ¡Hurtada sea su vida! ¿Quién se hizo de ella? ¡Menos se le vuelvan los días de su vida! Mala enfermedad, dolor de costado, rabia mortal, coma… ¡Amén! TROTACONVENTOS.- ¡Los jóvenes! ¡Debéis gozar de todo linaje de placer! FORASTERO.- Los jóvenes, los jóvenes, los jóvenes … ¡Fate bene, frattelli! ¡Fate bene, frattelli! JUAN CIUDAD.- ¡Fate bene, frattelli! NARRADOR.- ¡La buhona por el prado va tañendo cascabeles, ofreciendo las sus joyas, sortijas et alfileles… Diciéndoles a las gentes: TROTACONVENTOS.- ¡Compradme aquestos manteles! Que lo mejor lo fazen los jumentos en el prado… FORASTERO.- La otra parte del placer es el “pago” que el hombre y la mujer ofrecen por gozarlo. ¡No rompamos con Dios! ¡No rompamos con el cielo! TROTACONVENTOS.- Amén de Dios, que el pecado no puede con vosotros… (Todos ríen estrepitosamente) FORASTERO.- El diablo se ha ido de España, El Diablo Cojuelo huyó de la redoma pestífera en que había estado durante ochocientos años. Don Leandro Pérez Zambullo –que soy yo- quité el tapón para que el Diablo Cojuelo saliera de España… MUJER 1.- ¿Hacia dónde? MUJER 2.- Hacia las Indias, mi alma, que allá fundó sus templos y sus linajes. MUJER 3.- Os parecéis a Pandora la habladora: que en el mundo conocido no hay más que dos linajes: el del tener y el del no tener. MUJER 2.- ¡Hala, que vos sois la condesa de la Piojera y duquesa de la Trapisonda; y que no nacisteis de virgen incorrupta! MUJER 1.- Yo soy tu madre, zagala, y tu padre uno de tantos pasteleros gordos que se enriqueció con el bizcocho y que por eso te dicen En ir que ta… “la peineta”… (Todos ríen estrepitosamente) MUJER 2.- ¡Vos sois caballa bien acaballada! MUJER 1.- ¡Y vos sois burra bien aburrada! MUJER 3.- ¡Y vos, labradora bien alabradorada! MUJER 2.- ¡Y vos, mesonera bien amesonerada!, dijo mi padre… MUJER 1.- ¡Y vos sois una pícara bien apicarada, digo yo, como tu puta madre…! MUJER 2.- ¡Titiritera hideputa, mala liendre y mala sarna…! (Se agreden mutuamente) FORASTERO.- Juan Ciudad, llévame para allá que estas frenéticas embisten cruces de piedra… GUARDIA 1.- ¡Hembras castañeteras y turroneras; ¡Malogradas, que las voy a quedar aquí al pie de la letra, si no os estáis…! GUARDIA 2.- Gente de abolengo parlón la mal nacida, con lo aires de la bola entre las piernas… FORASTERO.- ¿Qué con eso del aire de la bola entre las piernas, caballero? GUARDIA 1.- ¡Nada, peregrino, que este par nació con la flauta inserta en el cuerpo! GUARDIA 2.- Estas mujeres del oficio gaitero, mueren en su oficio y su oficio muere en ellas, honorable concurrencia. FORASTERO.- Juan Ciudad, ¿dónde están los jóvenes? Los mancebillos de verdad, que son 5 como los ríos que van a dar a la mar, que es el morir: que por donde pasan, mojan… FORASTERO.- Y moza ardiente, que me retoza la risa en los dientes y el corazón en los hijares. (Todos ríen estrepitosamente) (Les muestra una bolsa con dinero) JUAN CIUDAD.- Aquí llegan, padre mío. (Entran los Jóvenes en tropel coreográfico) FORASTERO.- Llévame con ellos porque me hurten algo en probaduras… JUAN CIUDAD.- Porque os hurten algo en probaduras. FORASTERO.- (A los Jóvenes) ¡Ah, los jóvenes, los mozos, los zagales…! Sois esponja de bienes, escuela de indiscretos, mozos tantas veces plantados, universidad de gaitas, purgatorio de bolsas manirrotas, cuevas encantadas… ¡Ah, los jóvenes, mozos, los zagales, …! JOVEN 1.- ¿Qué hay, caballero Santolaja, Moscón por mejor nombre? ¿Seguís cargado de conceptos y dando a hoz? FORASTERO.- Otra vez te rasco, menorete, como la vez postrera en la cólera primigenia… JOVEN 2.- ¡Hala, matrícula! JOVEN 3.- ¡Matrícula y maricuela del digno, dingo, don! JOVEN 4.- ¿Qué hay de nuevo, guardapecados? FORASTERO.- Aquí, con ustedes… como perrillo de faldas. JOVEN 4.- ¿A este pequeñín le asestas ahora tus coces, Florisel? FORASTERO.- ¡Pardiez, que así me enojáis! JOVEN 5.- Recuerda la culebra, Florisel. Eres igual que culebro, Florisel. FORASTERO.- Contigo me meto en piedra aunque me duela. Así soy. JOVEN 1.- Aún estás en el vientre de tu madre, comadrero. FORASTERO.- Y me gusta la flauta, el tamborino y los sigilos de los maridos. JOVEN 2.- Y te muestran tan liebre como yo libre. FORASTERO.- Cansado quedaré de acuchillarme contigo. JOVEN 2.- ¿Tan enamorado estáis? FORASTERO.- Recuerda que soy graduado de cola en “alcolá”… JOVEN 3.- Entonces, ¿qué con vos, marquesa del Gato? FORASTERO.- Ay, hijo, que soy víctima de la persuasión. JOVEN 2.- ¿Apeteces algún anicete escarchado? FORASTERO.- Contigo me lo juego sin impuestos, que no sólo soy parlona sino también saltadera, brincadera, bailadera, gaitera y demás menesteres de la cofradía por herencia de madre… JOVEN3.- Eres cofrada de la ventorrilla, maritornes. JOVEN 4.- ¿Y por paterna partis? FORASTERO.- Verásme echar muchas veces por lo plantado. JOVEN 3.- Como la pícara Justina. FORASTERO.- Como la pícara Justina, sí señor. JOVEN 4.- ¿Y de la criatura? ¿Qué haremos con la criatura? FORASTERO.- Que se regrese al vientre de su madre. ¡Hala! ¡Vamos todos! JOVEN 5.- ¿Al vientre de tu madre? FORASTERO.- ¡Al Hostal de Romeros que suelo ahí parar! Ja, ja, ja … JOVEN 4.- Y así, en el camino comed lo que hurtáis y, en llegando, hurtáis lo que coméis. (El Forastero se aleja prendido del Joven 4, en situación equívoca y descarada. Juan Ciudad permanece en el zoco y se quedará aislado y solo, viendo cómo el Forastero se aleja para no volverlo a ver) MUJER DE LA GALLINA- (Mientras salen el Forastero y el Joven rumbo al Hostal de Romeros) ¡Ay, gallina mía, gruesa como un ansarón, morisca de los pies amarillos, ¡crestibermeja! En más estima te tenía que las otras dos que me quedaron. ¡Ay, triste de mí! Ahora estaba aquí, ahora salió por la puerta, ahora salió tras el gallo. Ansí salían pollos de ella como estrellas del cielo; tapadera de mis menguas, socorro de mis trabajos, que mi casa, mi bolsa con ella nunca estaba vacía. ¡Señora, de Guadalupe, a ti te la encomiendo; no me desampares ya!! (Antes de hacer mutis, el Forastero, prendido aún del mozo, se vuelve hacia Juan y lo increpa:) FORASTERO.- ¡Ah, de la casta bellaca si te apaño; saquéte de ser picaño que andabas roto y desnudo y dite un sayo de paño y te llevas cuanto araño y mal contento y sañudo! Don Refine… (Entra la melodía y van saliendo los personajes de la escena, para que Juan Ciudad pase de niño a ser un adolescente desolado: ambos se abrazan al encontrarse y el niño Juan Ciudad deja la escena para que Juan Ciudad adolescente permanezca, mientras la canción se vale de su melancólica elocuencia) IV Solado en Fuente-Rabía NARRADOR.- El adolescente Juan Ciudad –cuyo padre se llamó Andrés Ciudad, y de su madre 6 ningún testigo dijo el nombre, porque la honestidad de las mujeres de aquellas tierras hace que ninguna sea conocida, sino por serlo de su marido- …El adolescente Juan Ciudad se ocupó en Oropesa cierto tiempo cansino, hasta que fue por solado en la jornada de Fuente-Rabía acompañando el capitán Juan Ferruz, su amo, contra el rey Francisco de Francia. (Pantomima musicalizada:) (Juan Ciudad es armado soldado de España; casco, peto y lanza de habrían de completar las armas sobre el caballo virado con torpeza –Juan Ciudad desconocía el “arte de la guerra”-, por lo que trota y caracolea por el escenario para que venga a tierra y se golpee en la cabeza sobre las piedras y permanecer sin sentido durante un largo tiempo en que estuvo como muerto) (Aparece la Reina de los Ángeles antecedida del hermoso Arcángel San Rafael) (Juan Ciudad recobra el sentido:) JUAN CIUDAD.- Madre de Dios, sed en mi ayuda y favor obligue vuestra piedad a alcanzar a vuestro benditísimo Hijo. Acuérdeseos, Señora, la devoción y deseo que siempre tuve de serviros, para que no permitáis que yo sea preso de los enemigos: no olvidéis la piadosa costumbre vuestra que es socorrer a los necesitados como yo… ARCÁNGEL RAFAEL.- La princesa y Señora nuestra te asiste en su traje pastoril; resplandeciente y hermosa ejercita su caridad y te exhorta a que te esfuerces en el servicio de Dios. JUAN CIUDAD.- (A la Reina de los Ángeles) ¿Quién sois? LA REINA.- Soy aquella a la que tú te encomiendas. Advierte que entre tantos peligros mal seguro caminas sin el arrimo de la oración… Apártate de la guerra y hallarás mi favor, encontrarás el camino para aprender a amar a mi amadísimo Hijo… ARCÁNGEL RAFAEL.- El Señor es mi sostén; no temo nada de cuanto pueda hacerme el hombre. En los atrios de la Casa del Señor, en medio de ti, oh, Jerusalén; cumplirás tus votos al Señor a vista de todo su pueblo. Apártate de la guerra. JUAN CIUDAD.- Señor, siervo tuyo soy, siervo tuyo e hijo de esclava tuya… ARCÁNGEL RAFAEL.- Bienaventurado el hombre que teme al Señor, y que toda su afición la pone en cumplir sus mandamientos. JUAN CIUDAD.- He nacido entre tinieblas… ARCÁNGEL RAFAEL.- Ama al Señor y tendrás el corazón recto, serás misericordioso, benigno y justo… JUAN CIUDAD.- Me cercan las mortales angustias, me embisten los horrores del infierno; me hallo en medio del más agudo dolor, oh sepulcro… ARCÁNGEL RAFAEL.- La árida roca se convirtió en manantial. JUAN CIUDAD.- Boca tengo mas no sé hablar; mis ojos, ¿jamás verán? ARCÁNGEL RAFAEL.- Dios está de tu parte, no lo alejes. Mejor es confiar en Dios que confiar en el hombre. JUAN CIUDAD.- Me advierto en la venda de la iniquidad; se adormece de tedio el alma mía… ARCÁNGEL RAFAEL.- Te amo, Señor y Padre mío, y por eso corro gozoso por el camino de tus mandamientos… (Inicia el mutis) JUAN CIUDAD.- Tengo puesta mi esperanza en las promesas,… de Ti, Señor, y de cuantos a mí se acercan. ¿Cómo alzar mi mano y mi cabeza hacia tus mandamientos; desmayo del dolor…? (Se toma la cabeza entre las manos. El Arcángel y la Virgen han dejado la escena. Muestras de intenso y despiadado dolor de Juan Ciudad diciendo incoherencias:) La ley… Tu Ley… Endereza mis pasos… las calumnias… tus pestíferos decretos… me consumo de dolor… la eterna injusticia… no he olvidado tu ley y estoy abatido… esclavo como torrente al sol del mediodía, llorando esparzo mis semillas… desconozco las gavillas de mis mieses… ¡Aaaaaaaaaaaaaaay…! (Se abate) (Un grupo de soldados compañeros llegan junto a Juan Ciudad tirado con la cabeza entre las piedras, lo reaniman para volverlo en sí y alguno de ellos deposita en sus labios el humo latigante del hashish. Juan reacciona al contacto con el amigo como perverso samaritano; al volver en sí, el soldado lo invita a participar del rito introducido por los musulmanes; Juan acude al llamado de la fantasía) JUAN CIUDAD.- La Virgen estuvo aquí … SOLDADO 1.- Como en todo lugar … SOLDADO 2.- En el cielo, en la tierra y en todo lugar. JUAN CIUDAD.- La Virgen y el arcángel Rafael, mi amigo… SOLDADO 1.- ¡Eso está bien…! JUAN CIUDAD.- …Mi hermano… SOLDADO 2.- ¡Mejor aún! JUAN CIUDAD.- ¡Mi padre!… SOLDADO 1.- ¡Caspita y recáspita!… SOLDADO 2.- Igual que coño y recoño… Ja, ja, ja… SOLDADO 1.- ¡Sí, mi señor Rey, caspita y recáspita, igual que coño y recoño! JUAN CIUDAD.- Como mi padre alado, sabedor de su ausencia. SOLDADO 1.- ¿Qué importa quién? SOLDADO 2.- Sí, ¿qué importa quién?; igual que caspita y recáspita… JUAN CIUDAD.- Bastará que pase un dedo por mis labios para que brote mi sangre… El que busca no debe descansar, no debe dormir… 7 SOLDADO 2.- ¡Que dejéis a tu padre!, te digo, vayamos a la casa de la Solana, ahí hay vino y… ¡venga chorizo, venga tintorro, su señoría!! SOLDADO 1.- Los cuernos que te pone tu mujer, riquirrán, son como los maderos de San Juan y piden pan y piden queso y les dan un hueso que se les atora en el mero pescuezo… Ja, ja, ja… JUAN CIUDAD.- Préstame tus brazos, hermano; préstame tu boca, préstame tu voz… SOLDADO 1.- En la casa del poeta bueno, como en la choza del escribano, crece la hierba santa al infinito. SOLDADO 2.- La hierba santa para la garganta. SOLDADO 1.- Para el cuerno de Pantaleón, siervo de Dios y del demonio alado. SOLDADO 2.- Al lado, ¿de quién? SOLDADO 1.- Al lado de las arrecogías… Hermano Juan Ciudad, ¿conocéis acaso a las arrecogías? JUAN CIUDAD.- Sí…son las víctimas de los héroes… sin nombre. SOLDADO 1.- ¡¿Qué dices?! ¿¡Yo sin nombre!? Yo soy Luis Marliani, soldado de Su Majestad e hijo de doña Luisa “La Pinzona” y del sacrismocho de San Juan de Valga. SOLDADO 2.- (Aclarándole) ¡La concubina del tal cual Juan de la Casa Larga! SOLDADO 1.- ¡Hideputa! SOLDADO 2.- Es más… ¡de la concuputa de Nerón, el perro…! ¡Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía! Ja, ja, ja… SOLDADO 1.- ¡Hideputa de mil y una noches! (Trata de agredirlo) SOLDADO 2.- (Zafándosele) ¡Mírame este baile moruno / que vengo de Cádiz! ¡A la una,…! (Los dos armados) SOLDADO 1.- ¡En los cuernos de la luna! (En circular provocación) SOLDADO 2.- ¡Y a las dos! (Le avienta la cuchillada) SOLDADO 1.- ¡Adiós! (Se la revira) SOLDADO 2.- ¡Y a las tres! (Le asesta un puñetazo) SOLDADO 1.- ¡Ah… cruces de San Andrés! (Cae herido. El agresor se le acerca, afectuoso) SOLDADO 2.- ¡Ea, Juan Juanero… que no ha pasado nada! SOLDADO 1.- Nada más que mi sangre… (Le prende la cabeza y lo atrae hacia su boca. Le prende un beso y estando en él le asesta una puñalada de amor trepidante) (Juan Ciudad se percata de lo sucedido en medio de su desvarío hashishino; va a ellos con ternura, buscando dónde aplicarla. El resto de la tropa se ha percatado de lo sucedido y llega al conjunto del crimen ruidosamente. Viene la gitana con la copla coplera:) GITANA.- Caballos desbocados por la ribera, caballos desbocados en la hondonada, que el niño viene a la tierra, lo mismo en todo que en nada. ¡Ay, la sangre que se entierra! ¡Ay, la sangre derramada! ¡Ay, los muertos que nos pueblan, camino de la hondonada! ¡Vida y muerte que se aterran! ¡Muerte y vida desbocadas! ¡Sangre y canción que me internan puñales, dagas y alfacas! Caballos desbocados por la ribera, Que la muerte cabalga por la hondonada. (Juan Ciudad deambula sin rumbo por el escenario; su viaje es un tránsito de fuego estimulado por el hashish; sufre intensamente y su presencia en el foro es una danza de intensa tortura, que explotará desgarrándose sus vestiduras para quedar desnudo y convulso. Todo esto al ritmo de un fado de manifiesto espíritu mudéjar) V Juan Ciudad se encuentra Jesús Niño NARRADOR.- En 1521 los franceses habían tomado Pamplona; mientras, el rey conquistaba el reino de Nápoles, Ignacio de Loyola había sido herido, y Carlos I, el hijo de Juana la Loca y nieto de sus católicas majestades, se apoderaba del mundo con la conquista de México-Tenochtitlan por el capitán de capitanes Hernán Cortés. Juan Ciudad se tropieza con el Duque de Alba, quien a sus 17 años era un valiente y magnífico soldado. JUAN CIUDAD.- Mi señor sea reconfortado más aún en su preciada juventud. DUQUE DE ALBA.- Me dicen que habéis robado… JUAN CIUDAD.- Fui guardián del botín de vuestro soldados, señoría… DUQUE.- ¿Qué era aquello? JUAN CIUDAD.- Ropas y joyas del campo francés. DUQUE.- ¿Y…? JUAN CIUDAD.- Al despertar del sueño no había nada… DUQUE.- ¿De qué sueño despertasteis? JUAN CIUDAD.- … DUQUE.- ¡Contesta! ¿De qué sueño, mareo o abismo despertasteis, marrano? JUAN CIUDAD.- Del sueño de… Del sueño de la angustia, mi señor… De la pesadilla de la desesperación, señoría… DUQUE.- ¡Hermosos sueños los tuyos…! JUAN CIUDAD.- También del sueño de la soledad… DUQUE.- Tu plegaria es fervorosa y… conmovedora… ¡La soledad! ¡He ahí a un personaje que desconozco! 8 JUAN CIUDAD.- Soy tan devoto de ella como de la Virgen… DUQUE.- ¿Y los amigos? JUAN CIUDAD.- Sólo el arcángel Rafael me asiste y me sostiene… DUQUE.- ¿Por qué? JUAN CIUDAD.- Mi condición,… mi patria portuguesa,…mi estado de ánimo cabizbajo y triste… DUQUE.- ¡Y ¿por qué?! ¡¿Por qué estáis triste, soldado de la guerra?! ¡¿Por qué atardeces ante la invasión y la conquista?! ¿Padeces miedo? JUAN CIUDAD.- Quizás… DUQUE.- ¿A qué? JUAN CIUDAD.- Quizás… a la muerte DUQUE.- ¡Repugnancia! La muerte no existe… sólo cuando vaga asistida de la soledad… JUAN CIUDAD.- Os he dicho que soy solo… Y frecuentemente siento que habré de morir ahorcado… DUQUE.- ¡Qué plegaria tan fervorosa me dictáis! ¡Patrañas!, escaramuzas de la seducción. ¡Ven aquí! JUAN CIUDA.- (Se acerca) DUQUE.- ¿Sabéis que eres hermoso? JUAN CIUDAD.- Para vuestra señoría seré diligente… DUQUE.- Estarás a mi lado sólo un momento, después… te irás del ejército y de mí. JUAN CIUDAD.- ¡Señor!… DUQUE.- Así conviene. Me asomo apenas a la vida y no quiero más violencia que el deseo de reconquistar mi tierra… JUAN CIUDAD.- Soy vuestro siervo por la vida… DUQUE.- No… Tu servidumbre me expone, me arriesga ante los otros… JUAN CIUDAD.- ¿Los otros? DUQUE.- Sí… Mis súbditos y también mis enemigos. JUAN CIUDAD.- ¿Por qué…? Siento que tan pronto ya os amo… DUQUE.- La iglesia me vigila como a nadie. Estarás a mi lado un momento y después partirás. Toma esta parte (Le da un pequeño saco con dinero). JUAN CIUDAD.- Mi señor me confunde. Me abre las puertas del cielo y me las cierra de golpe. Vos sois mi fortaleza. DUQUE.- Y vos, mi riesgo. JUAN CIUDAD.- Sed el cirineo que Dios me ha prometido… DUQUE.- Las puertas del palacio se han cerrado; los corredores han sido enjaulados por la voluntad de mi padre que me acecha. Aquí llega,…¡vedlo!: tiene apariencia tanto de sala castellana como de mezquita árabe. Vete ahora, Juan Ciudad… Y sabe que siempre os recordaré con amor … Besa mi mano… JUAN CIUDAD.- Tus pies y… tus labios, mi señor… Me habéis devuelto la vida… DUQUE.- Adiós, Juan Ciudad… Empiezo a ser un espectro de mí mismo… (Le extiende la mano para que Juan Ciudad la bese con fruición. La presencia del padre se desvanece) JUAN CIUDAD.- Señor… Mi Señor,… NARRADOR.- La puerta del palacio se abrió para cerrarse en un instante. Juan Ciudad queda a mitad de la calle en calidad de doliente bien mostrenco. Su casa, ahora, es la choza de los seres desvelados e infernales, los atados a los muros sordos de lamentaciones y de oraciones corruptas, de aquellos que cantan bajo o maldicen a gritos y en silencio. El montón de paja es lo mismo tálamo que refugio de sus necesidades corporales. Así, Juan Ciudad se topa con un infante hermoso del que pronto se enamoraría. (Juan Ciudad aparece en escena con un haz de leña) LAS VOCES.- ¿Qué es esto, portugués, ya os habéis hecho leñador? No hay quien os entienda. VOZ 1.- Cada día mudáis oficio, Juan Ciudad. No hay quien os entienda. VOZ 2.- Mudáis oficio y manera de vivir. No hay quien os entienda. JUNA CIUDAD.- Hermanos, la vida es el juego de Birlimbao: tres galeras y una nao, o sea: Que mientras más viéredes menos habéis de aprender… VOZ 2.- ¿Birlimbao, dices? JUAN CIUDAD.- Birlimbao, digo. Y muera el cuento. VOZ 2.- Muerto y sepultado. Birlimbao (Se van) JUAN CIUDAD.- Que el que me monta y tapa los ojos, me siembra de espinas y de abrojos. Y no soy el palacio de los Alcaldes del Castillo, que el Rey no me entregó pendón real como a Vasco de Gama… Berlimbao, tres galeras y una nao… (Aparece el Niño Hermoso) NIÑO HERMOSO.- ¡Aquí! ¡Aquí!… Por los campos de Arañuelo… JUAN CIUDAD.- ¡Eh…! ¿Quién es? NIÑO HERMOSO.- ¡Aquí! ¡Aquí! Por los campos de Arañuelo/ el chicuelo se aparece/ el trigo tierno verdece/ por los campos de Arañuelo… JUAN CIUDAD.- ¡Eh! ¿Quién es? ¿Algún predicador de campanillas? ¿Sois Barbarroja? ¿Solimán el crapuloso? ¿Vais a la América o venís de Almodóvar? ¿Bajías o subís de la Sierra Morena? ¡Ea…! NIÑO HERMOSO.- (Haciéndosele presente a Juan Ciudad) ¡Aquí! JUAN CIUDAD.- ¡Hala! ¿Quién sois vos? NIÑO HERMOSO.- ¿Yo? Tu ángel de la guarda JUAN CIUDAD.- ¡Vamos! ¿Sois persona o tan solo alma divina? 9 NIÑO HERMOSO.- Soy jurídico por la Universidad de Salamanca y teólogo por la de Alcalá. JUAN CIUDAD.- Entonces… ¿quién sois? NIÑO HERMOSO.- Tu ángel de la guarda, que vengo de la fiesta de San Sebastián camino a la procesión del Corpus en Toledo. JUAN CIUDAD.- ¿Te manda Dios conmigo? NIÑO HERMOSO.- No sé ¿Quién lo sabrá? Y ten presente que no todo el monte es orégano… JUAN CIUDAD.- Entonces… ¿quién sois? NIÑO HERMOSO.- Os he dicho que soy tu ángel de la guarda… JUAN CIUDAD.- Debo entender que te quedarás conmigo… NIÑO HERMOSO.- Así es. JUAN CIUDAD.- … ¿Para siempre? NIÑO HERMOSO.- No sé. ¿Quién lo sabrá? JUAN CIUDAD.- Tenéis los pies descalzos… NIÑO HERMOSO.- Ansí deberéis de andar por los caminos… JUAN CIUDAD.- Tomad mil alpargates… (Se los quita y da) NIÑO HERMOSO.- Bueno… (Se los calza y ambos ríen por la desmesura) Tomad… que con estas barcazas no puedo navegar. (Ríen ambos) JUAN CIUDAD.- (Observando los finos pies del niño) Niño bendito y hermoso, si no os sirven mis alpargates servíos de mis hombros que más justo será que lleve en ellos lo que a Dios tanto costó, que la leña tan poco vale si no es para adorar a Dios. (Juan Ciudad baja la cerviz para que el niño suba a sus hombros y así comenzar un gracioso juego con el niño a cuestas) NIÑO HERMOSO.- (Limpiándole el sudor con sus manecitas) Tu sudor es de perlas, Juan Ciudad… JUAN CIUDAD.- ¡Dadme licencia para tomar un poco de agua…! (El niño se apega de los hombros de Juan y mientras éste bebe agua de la fuente, el infante va a un escondite arbolado y le grita mostrándole una granada) NIÑO HERMOSO.- Juan Ciudad,… mirad: ¡Granada será tu cruz! JUAN CIUDAD.- ¡¿Cómo?! NIÑO HERMOSO.- Que Granada será tu cruz, ¡Entendedlo! (le avienta la granada). (Juan Ciudad busca al niño con afán; la música deberá subrayar el dolor de no encontrar el bien perdido; llora intensamente presa de encontrarse de nuevo en la aguda soledad sin compañía. Un fuerte lamento resuena en el rasgarse las vestiduras y quedar desnudo en el ansia soberbia de no aceptar la ausencia. En esto, aparece el arcángel Rafael, su fiel aliado) (La presencia del Arcángel ilumina la escena y es un destino inesperado el que presagia su encuentro con Juan Ciudad. Va hacia él, que permanece exhausto por la pérdida sufrida. El Arcángel lleva un lienzo verde que jamás será echado sobre el rostro de algún muerto. Mientras cubre la desnudez de Juan, dice:) ARCÁNGEL RAFAEL.- ¡Granada será tu cruz!, Juan Ciudad; tan grato a los ojos de Dios como a la misericordia de la gente. Juan Ciudad como candil de la calle, Juan Ciudad como recaudero de la razón, Juan Ciudad, salud de los enfermos… de la enfermedad del amor… (Aparece el atractivo Caballero Cifar, de la caballería andante; entra en escena con la superior elegancia y entre los caracoleos de su cabalgadura enjaezada con primor. A la llegada de Cifar, el arcángel Rafael se desvanece, mientras Juan recupera el sentido) CABALLERO CIFAR.- (A Juan Ciudad, bailoteando a caballo) ¡Hala, zagal! ¿facéis la vía del calatraveño a Santamaría? ¿Cuál es tu dios? ¿Quién es tu reino? ¿Dónde dejaste a tu dama? JUAN CIUDAD.- (Se cubre con el manto verde esmeralda y lo ata con un cordón) CIFAR.- ¿Que denuncia hacéis? ¿Ante qué traición te rebeláis? ¿Qué consuelo seguiréis? ¿Qué empleo te dieron tus padres? JUAN CIUDAD.- Quiero evitar las ruinas de mi memoria; destruir las construcciones que no ofrecen cobijo… CIFAR.- Las ruinas de la ciudad… el campo en ruinas… las almas arruinadas… JUAN CIUDAD.- Dios no reconoce a sus hijos… CIFAR.- Dios restaura, Dios reconstruye, Dios restituye… Dios no castiga en lo físico… ¡Por mi Dios, por mi rey y por mi dama! ¡Cifar, Cifar, Cifar, Ci,…! JUAN CIUDAD.- ¿Y todos estos hombres que contigo trabajan? CIFAR.- Son mis huestes; ¡aquí, aquí, los mis trescientos…! ¡Aquí, aquí, los mis quinientos! JUAN CIUDAD.- Tus huestes del desahucio… ¡huestes de bribones, de viva la-Virgen…! ¡Las huestes de la ignorancia y de la miseria y de la mentira! ¡Las huestes de los pecados capitales que llamamos mortales! CIFAR.- Nuestra Santa Madre Iglesia no reconoce tus palabras vacías… JUAN CIUDAD.- Mis palabras son mi residencia. CIFAR.- Así estima el enemigo. ¿Sois sarraceno? JUAN CIUDAD.- ¡Portugués! ¡Nacido en la Calle Verde…! CIFAR.- ¿Llamóte Furio tu padre…? JUAN CIUDAD.- Voy a la vida a desafío, a rabia y a basilisco… CIFAR.- Vuélvete luego a la vida. 10 JUAN CIUDAD.- ¿Qué ofrece? CIFAR.- Un cuello para mi acero; un cuello para ceñirlo con mis manos… JUAN CIUDAD.- ¿Aún siendo tu caro amigo? CIFAR.- Soy el honor, la corona y la gloria de la oprimida España… ¿Sabéis leer y escrebir? ¡Por mi Dios, por mi Rey y por mi dama! JUAN CIUDAD.- No… me conformo con ver y con escuchar… CIFAR.- Y ¿qué entendéis ansí? JUAN CIUDAD.- Todo… y nada… CIFAR.- Por monstruo de amor te cuento. JUAN CIUDAD.- Ya es algo… CIFAR.- ¿Vendréis a mi cabalgadura? JUAN CIUDAD.- Con amor y piedad. CIFAR.- En eso entiende el romano. JUAN CIUDAD.- ¿En qué? CIFAR.- En estimar al amigo. Subid… JUAN CIUDAD.- (Subiéndose en ancas al caballo de Cifar) No me quiero disfrazar… CIFAR.- A mis fuerzas vais seguro. JUAN CIUDAD.- Premio es para mí tu boca y tus palabras. CIFAR.- Juego armas y lanzo piedras; el arnés es mi defensa. (Los dos van a caballo en graciosos paseíllo. Así entran a Granada) JUAN CIUDADC.- Apetezco lo imposible. CIFAR.- Nielena me afemina, que me quiere disfrazar. Me place ir a pintas solo… JUAN CIUDAD.- Y… ¿por qué solo? CIFAR.- Sois gracioso y tratáis de seducirme. Os haré mi escudero. ¿De qué vivís? JUAN CIUDAD.- De la caridad divina. CIFAR.- Sois graciosos y tratáis de seducirme. Os haré mío cid. ¿De qué vivís? JUAN CIUDAD.- Del amor de la gente. CIFAR.- Ja, ja, ja… Sois graciosos y has conseguido seducirme. Os haré mi dueño. JUAN CIUDAD.- Vos, mi amo y señor… CIFAR.- Nos apearemos aquí… Venid conmigo. (El hostal está al lado de un templo en el que se encuentra, en el uso de la palabra de Dios, fray Juan de Ávila. Al apearse del caballo, Juan Ciudad escucha al arcángel Rafael que, acercándosele al oído, le dice:) ARCÁNGEL RAFAEL.Panem nostrum quotidianum da nobis hodie… Sí, Juan, a ti te envía Dios este pan para que comas… (Es el momento en que aparece en escena el interior de un templo gótico, el púlpito en el que Juan de Ávila dice el sermón y se reúne el coro de feligreses. Mientras el de Ávila habla, el Arcángel introduce a Juan para que escuche la voz del que será su maestro y guía) VI Juan de Ávila en el Campo de los Mártires JUAN DE ÁVILA.- ¡Qué peregrino modo de hallar a Dios, al despreciarse tanto! ¡Portugués y humillarse! causa espanto… In nomine Parti et Filii et Spiritu Sanctus Amados hermanos míos: la Fiesta de San Sebastián, a 20 de enero de mil y quinientos y treintainueve. En este embudo de la tierra como cárcel de cautivos para el sito de Granada. Ved y oíd, escuchad y mirad las voces del corral de cautivos llamado el Campo de los Mártires, ahora bajo el patrocinio del amado hermano San Sebastián -¡Oh, llama de amor viva!/ que tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro! … Escuchad y mirad la Palabra de Dios todos aquellos que escuchan las llamadas inconcretas como presagios de malaventuras. Escuchad y mirad la cita que tenéis con Dios Nuestro Padre, desde este secarral del Campo de los Mártires, y fijaos en las entrañas las Palabras de Dios, cuando baja el monte a la llanura, es decir, de las alturas de su Majestad para asumir la pequeñez de nuestra humanidad lastimada. El señor nuestro Padre –Dios Padre- se quita las vestiduras de su grandeza para ceñirse con la toalla de nuestra humanidad y lavar nuestras miserias y suciedades, Atrévanse a venir a Él los cojos, los ciegos, los miserables, los enfermos todo de las enfermedades del amor al prójimo, al próximo a nosotros… Las enfermedades que nos impiden amar al prójimo como a nosotros mismos. ¿Qué será o qué diremos de los que habiendo bajado Él a dar salud al enfermo, vista al ciego, oído al sordo y la luz de amor a quien la desconoce? … ¡vida al muerto!; ¡siendo cualquiera de nosotros ciego y sordo en la cerrada oscuridad de nuestras vidas, no viniese al Señor ni cobrase salud! ¿Qué diríamos del que estando en poder de los trucos y llevasen para él rescate y no lo quisiese recibir? Pues, hombre, que ama su cautiverio más que a Dios, más que a su prójimo, más que a sí mismo. Cristo bajó del monte de su Alteza para subir al monte Calvario, al monte de la redención por el inmenso amor que nos contagia… ¿Qué miseria es ésta, señores, que nos haya hecho el Señor merced y nos quedemos enfermos? ¡Cosa digna de llorar! Pues yo certifico que si supiéredes qué cosa es llegaros a Cristo, que no huyésedes tanto y os dices más priesa a llegar a él, aunque fuese por el camino de las espinas y de las puntas de las picas… (El discurso ahora se torna fragmentario, distorsionado y en búsqueda de la abstracción de su contenido) 11 ¿¡Qué cosa es llegarse a Cristo y ser discípulo de Cristo!? ¿Qué es el llanto y la pobreza en los discípulos de Cristo? ¿Qué es la risa vuelta dolor en los pobres de espíritu? ¿Qué es la pobreza como única riqueza en los pobres de espíritu? ¿Qué es el mando sino cautiverio en los pobres de espíritu? ¿Qué es el amor al prójimo sino ponzoña en el corazón? El enfermo de amor pone su riqueza en tomar lo ajeno, su alegría en oprimir al prójimo y su contento en los placeres de las bestias. ¡Ah, tú poderoso y miserable señor de las riquezas, materiales, que te sientas al banquete de los poderosos y comes y te satisfaces con el veneno de las culpas…! ¡Las culpas que te matan y abrasan el alma con muerte de pecado, que es la mayor de las muertes! ¡Tus culpas son tu única y tu verdadera miseria! ¡¿Has honrado a tus padres?! ¡¿Has amado al otro como a ti mismo?! ¡Tú el rico en riquezas materiales! ¡Tú el pobre de espíritu! ¡Tú el miserable! ¡Tú el culpable! ¡Tú el enfermo de la enfermedad del amor! ¡Tu el culpable! ¡… deleite de las bestias! ¡… veneno de la culpa! ¡… más miserable que toda la miseria! ¡la honra con pecado no es honra! ¡el enfermo de amor corrompe el agua limpia! ¡aquel ingrato que echa por tierra el desagradecimiento! ¡Ah de aquel que irrumpa por la historia de lo humano! ¡… deleite infame de las bestias! ¡¿Has honrado a tus padres?! ¡Veneno de la culpa…! ¡Infame pecador…! (El discurso es bruscamente interrumpido por el alarido inclemente de Juan Ciudad, que grita desaforado por el templo para llegar a las puertas y rasgar su vestido y quedar en cueros ante el corro atónito y desconcertado) (El padre Ávila ha descendido del púlpito y va hacia Juan, presa de convulsiones, tirado al piso:) JUAN DE ÁVILA.- (Amorosamente) Yo certifico que pasarás de la ciudad del horror a la Ciudad de Dios. Abonaré la tierra de tu alma, hermano mío, hijo mío… como ninguno otro… (Juan se da severos golpes en el pecho) FIN DEL ACTO PRIMERO ACTO SEGUNDO I Mariposa llegabas (En el comedor de Fray Juan de Ávila, el predicador y Juan Ciudad toman los alimentos asistidos por un sirviente) JUAN DE ÁVILA.- Quizá ames el captiverio del pecado, quizá lo único que ames sea el pecado, a ese para cuya destrucción vino Cristo… JUAN CIUDAD.- Tus palabras me perforaron las entrañas… ¿Puedo permanecer a tu servicio…? JUAN DE ÁVILA.- El tiempo que gustes. JUAN CIUDAD.- ¿Ser vuestro edecán en el servicio? JUAN DE ÁVILA.- Mi compañero en el Señor. JUAN CIUDAD.- ¿Vuestro hijo? JUAN DE ÁVILA.- Mi hijo más amado. JUAN CIUDAD.- ¿Y para merecerlo? JUAN DE ÁVILA.- Apartarte del pecado de mentir. JUAN CIUDAD.- Soy verdadero y… peno por serlo. JUAN DE ÁVILA.- No… tu verdad es el amor y es tu destino… JUAN CIUDAD.- ¿Cómo amar? JUAN DE ÁVILA.- Amando a Dios en el otro. JUAN CIUDAD.- ¡Lo amo con todas mis fuerzas! JUAN DE ÁVILA.- Te mientes a ti mismo. Amar a Dios es amarse a sí propio, en servicio del otro, por el otro, con el otro… JUAN CIUDAD.- Así hago… JUAN DE ÁVILA.- No… Te amas a ti mismo, mas tu amor no sale de ti. JUAN CIUDAD.- ¿Cómo? JUAN DE ÁVILA.- Precisa qué quieres ser, qué quieres hacer en la vida, por quién lo quieres hacer. JUAN CIUDAD.- Quiero amar y que me amen… Amoroso y amado quiero ser … JUAN DE ÁVILA.- Eso es bueno. JUAN CIUDAD.- ¿Cómo lograrlo? JUAN DE ÁVILA.- Comenzando por amar a Dios. JUAN CIUDAD.- ¿Dónde está Dios? JUAN DE ÁVILA.- En el cielo, la tierra, en todo lugar, Dios te espera. JUAN CIUDAD.- ¿En quién? JUAN DE ÁVILA.- En ti y en los otros, ya lo dijimos. JUAN CIUDAD.- ¿Quiénes son los otros que me amen y a quien yo pudiera amar? JUAN DE ÁVILA.- Los otros somos todos, dijo el profeta. JUAN CIUDAD.- Vos me confundís, amado padre mío. JUAN DE ÁVILA.- El camino del amor no es fácil. ¿Ha habido una mujer en tu vida? 12 JUAN CIUDAD.- No… JUAN DE ÁVILA.- Y… ¿la habrá? JUAN CIUDAD.- Tampoco lo sé y… no quisiera investigar la razón … Me abruma el pensamiento de llegar a amar a otra mujer que no fuese la Virgen… La amo tanto … es la única que me comprende, me asiste en los momentos más desesperados … me calma … me fortalece … me ayuda a vivir … Ella y el arcángel Rafael, … Los dos están conmigo… Aquí están ahora. (Juan Ciudad se ha apartado de la mesa e integra una Piedad con la Virgen, asistidos ambos por el arcángel Rafael. Juan de Ávila se pone en pie presente en el misterio y se santigua, conmovido. Un cuadro de intensa ternura preside la escena. Después de esta revelación, Juan de Ávila va hacia Juan Ciudad y la imagen se desvanece) miran! ¡Ah, Dios, que habréis de ser saltarrostros! ¡Que es culebra pintada! ¡San Miguel que venció al diablo! ¡San Jorge que mató la araña! ¡San Rafael que mató al pez! ¡San Daniel que venció a los leones! ¡Santa Catalina y Santa Marina, abogadas contra las bestias fieras!… ¿Dónde huiré? (Cae convulsionado en el suelo) (El Arcángel y J. de A. lo levantan del suelo y lo conducen a otro aposento. Es la imagen del Cristo sostenido por dos amorosos cirineos. Cambio de escena.) II El hospitalillo real JUAN DE ÁVILA.- Vamos, hijo mío… JUAN CIUDAD.(Dando muestras de perturbación) En el pecho habita la misericordia, hermano… JUAN DE ÁVILA.- Así es… JUAN CIUDAD.- ¿Quién sois? JUAN DE ÁVILA.- Quien te ama… Vamos… JUAN CIUDAD.- No… El amor está en los charcos del camino … En la cuesta de Gomérez, entre charcas y ranas, está el amor … Vamos a encontrarlo… JUAN DE ÁVILA.- Ahora vendrá… JUAN CIUDAD.- No… Está perdido en el bosque de Antequeruela. Baja… ahí me espera… Vamos… JUAN DE ÁVILA.- Ahora vendrá… JUAN CIUDAD.- Yo pecador… yo miserable… yo insecto… yo vendaval… yo huracán… ¡Madre mía, salvadme!… (Retornan la Virgen y el Arcángel. Juan Ciudad deambula sin rumbo) ¡Borrico,…! ¡Borrico! ¡Jo, jo, jo…! ¡Que mi padre era de Montemayor y no jodío…! ¡Jo, jo, jo…! JUAN DE ÁVILA.- (Reza en latín para alejar al demonio) JUAN CIUDAD.- ¡Borrico! ¡Borrico!, como cualquiera de los siete sabios… Que en el camino a Oropeza comimos lo que hurtamos y hurtamos lo que comimos… ¡Borrico! ¡Borrico! ¡Jo, jo, jo, jomento… que bailáis la zarabanda de la putería…! (Al público) ¡Éste piensa que soy quien piensa! ¡Engáñase! ¡Jo, jo, jo, jomento…! (Ahora rebuzna, ahora se tira al suelo y croancha como cerdo) ¡Que yo no soy hijo de Virgen incorrupta! Y si no puedo vivir honradamente, por lo menos la pasaré hornadamente,… (a Juan de Ávila) ¡Las vuestras son consejas y jeroglifos…! Y ¿esas espadicas para qué son? ¿Y esas guadañas segadoras de oro? ¡Empujos de melesina de hideputa, que a mí nadie me hincha las narices! ¡Y vamos al humilladero…! ¡Ay, Dios, al rostro me JUAN DE ÁVILA.- Los libros que trataban de caballerías y cosas profanas, hacíales con las manos muchos pedazos, y con los dientes; los que vean de vidas de santos y buena doctrina, dábalos libremente a la destrucción. OBISPO.- ¿Y qué grita? JUAN DE ÁVILA.- ¡Misericordia! ¡Pide a Dios misericordia! OBISPO.- ¿Corréis riesgo…? JUAN DE ÁVILA.- No… monseñor… Tranquilo es dulce y suave… Vivamente amoroso… OBISPO.- ¿Entonces…? JUAN DE ÁVILA.- En otras ocasiones se araña la cara, se abofetea y golpea… OBISPO.- … JUAN DE ÁVILA.- Pide con furia perdón a sus pecados. ANTÓN RODRÍGUEZ.- Está chiflado. Lo vide en la iglesia mayor de Ilora rodeado de mucha gente y dando voces, pidiendo misericordia a Dios y dándose muy grandes golpes en la cara y pechos… ¡Desnudándose todo! JUAN DE ÁVILA.- Siempre hay personas honradas movidas a compasión que lo levantan del suelo… Y lo besan con profusión. OBISPO.- Pero… ¿por qué se desnuda ante la gente? JUAN DE ÁVILA.- Es pecador. Mas unos dicen que es un santo y otros que está loco. OBISPO.- Eso es grave… JUAN DE ÁVILA.- Espera la cita con Dios. OBISPO.- ¿Dónde? ¿En el manicomio? ANTÓN RODRÍGUEZ.- En el manicomio dicen que está cuerdo y tiene salero. OBISPO.- ¡Callad, insolente! ANTÓN RODRÍGUEZ.- Perdone, Su Señoría… JUAN DE ÁVILA.- En cada luna se torna en una piltrafa humana, quizás un loco frenético. OBISPO.- ¡Y en la calle! ANTÓN RODRÍGUEZ.- ¡Cierto, un loco anda suelto por Granada!, dice la gente… 13 JUAN DE ÁVILA.- Los delirios cada vez más frecuentes… ANTÓN RODRÍGUEZ.- ¡Al loco! ¡Al loco! ¡Al loco!… Como en un himno. OBISPO.- ¿Me dijisteis que habéis vivido con él? JUAN DE ÁVILA.- Así fue, monseñor. OBISPO.- ¿Durante cuánto tiempo? JUAN DE ÁVILA.- Tres meses, monseñor. No soporta el cautiverio: Preso por loco y para Dios tan cuerdo; azotado, escupido y afrentado; que sobra a todo a Dios, donde Dios cabe… (Cruza el escenario una carreta en la que va enjaulado Juan Ciudad rumbo al hospital. El Obispo, J. de A. y AR se acercan a observarlo) OBISPO.- Es hermoso y fiero. Como una bestia suelta en el camino. JUAN DE ÁVILA.- Una bestezuela que arrebata de ternura a la gente. ARCÁNGEL RAFAEL.- Cuando no le gritan: ¡Al loco! ¡Al loco! (Aquí comienza un coro antisolemne con: ¡Al loco! ¡Al loco! … que sigue a la carreta rodeándola de siniestra algarabía) OBISPO.- Igual que a Juan Ramón sobre Platero… Y ¿Cuánto tiempo tratará la cura? JUAN DE ÁVILA.- No se sabe, monseñor, los físicos están inciertos: unos dicen que serán muchos días, otros que algunos meses… No se sabe, monseñor… ANTÓN RODRÍGUEZ.- Su señoría… la locura de atar es incurable… OBISPO.- Lo dices con conocimiento de caso, Antón… (Los tres ríen de la gracejada. A J. de A:) Tenedlo bajo severa vigilancia y cuando dé signos de curación, avisádmelo presto. Tenemos que rescatar una alma ansí, para el servicio de Dios. JUAN DE ÁVILA.- Volverá a mi casa, monseñor. OBISPO.- Vendrá a mi palacio, fray Juan. Las moradas, como los caminos del Señor, se facilitan, en las alturas. Quizás sean más fáciles de comprender. JUAN DE ÁVILA.- Está impuesto Juan Ciudad a los hábitos de su modesta morada y en ella escucha y reflexiona en torno de las Palabras del Señor… OBISPO.- Obedecía, fray Juan, las Voces del Señor las filtra la sabiduría del episcopado. Obediencia, fray Juan, no hagáis lo que los sarracenos de Vandalucía (Inicia el mutis) Juan Ciudad vendrá a mi palacio a una temporada en la que habrá de ser rescatado de las furias y los azotes del demonio. (A AR:) Vamos... JUAN DE ÁVILA.- (Besa la mano del obispo) Su Excelencia… III Juan Ciudad en el Manicomio Real GUARDIÁN.- Es un recomendado del Obispo. Aún ahora sufre remordimientos y no admite ropaje o lienzo alguno… JUAN DE ÁVILA.- Y el físico, ¿qué dice? GUARDIÁN.- Que es un caso como tantos, con la gravedá de que si se le deja solo mucho rato… se desangra a arañazos o se ahorca. No come ni siquiera un mendrugo de los que le corresponden… JUAN DE ÁVILA.- Debo verlo. GUARDIÁN.- Como gustéis, señoría. (Recibe algunas monedas). Dios te dé más, fray bondadoso, pozo de la eterna sabiduría… (JUAN DE ÁVILA en otra área del escenario; cerca, un grupo de enfermos se espulgan y llenan de muecas el ambiente) JUAN DE ÁVILA.- Juan… Juan Ciudad… JUAN CIUDAD.- (Como venido del pasado y esforzándose por reconocer a JUAN DE ÁVILA) Padre… Padre mío… JUAN DE ÁVILA.- Juan Ciudad… mi hijo más amado… JUAN CIUDAD.- Aquí… JUAN DE ÁVILA.- Estoy contigo… estoy cerca de ti… estoy en ti… JUAN CIUDAD.- (Se prende ávido de sus manos)… JUAN DE ÁVILA.- Me han dicho que pronto saldrás de aquí… JUAN CIUDAD.- … JUAN DE ÁVILA.- Pronto… Muy pronto… JUAN CIUDAD.- Tu voz… hermano y padre mío… JUAN DE ÁVILA.- Tu voz, Juan Ciudad… hermano e hijo mío… JUAN CIUDAD.- Sacadme de aquí… JUAN DE ÁVILA.- Pronto… Muy pronto… JUAN CIUDAD.- Ya… Ahora… JUAN DE ÁVILA.- Eres mi hijo más amado y velaré por ti… JUAN CIUDAD.- Tuya es mi esperanza, mi corazón, mi cuerpo lastimado… JUAN DE ÁVILA.- Caíste en el fuego y saliste victorioso. JUAN CIUDAD.- Arrojaron tormento sobre mí… JUAN DE ÁVILA.- Es la fuerza siniestra del demonio… Abominaré al que perdiga el derrumbe de tus muros. JUAN CIUDAD.- Soy un vestigio de piedad entre tus brazos… JUAN DE ÁVILA.- En el puño de Dios frente a la garra de Satanás. JUAN CIUDAD.- ¿Acaso la locura es mi consuelo? ¿Acaso los vicios y los pecados habrán de ser mis murallas derrumbadas? 14 JUAN DE ÁVILA.- Escaparás de la locura tomado de mi mano. Es mi amor, Juan Ciudad, el que me ha hecho encontrarte y decir tú eres yo mismo. Amo al prójimo, como a mí mismo… JUAN CIUDAD.- Amo al prójimo, como a mí mismo… JUAN DE ÁVILA.- Te has convertido en una espina azul en mi garganta. El que se escuda en el Señor, tendrá más ánimo. JUAN CIUDAD.- ¿Quién es mi prójimo? JUAN DE ÁVILA.- El que piensa y siente como tú. Así está en el Libro de la Ley. JUAN CIUDAD.- No sé leer ni escribir. JUAN DE ÁVILA.- Leerás por mis ojos; escribirás con mi mano. Seré tu cirineo. El samaritano que unja tus heridas con saliva y aceite. Aprenderás a amar sin culpa… JUAN CIUDAD.- ¿Cómo? JUAN DE ÁVILA.- descubriendo a tu prójimo y luego amándolo… JUAN CIUDAD.- …amándolo como a mí mismo… Mas yo me desprecio, me detesto, no me amo… JUAN DE ÁVILA.- Así es, pues no has descubierto a tu prójimo, no has pensado con él, no has sentido con él… JUAN CIUDAD.- …Me confundes… JUAN DE ÁVILA.- No, solamente te amo como a mí mismo. JUAN CIUDAD.- Entonces… ¿cómo aprender tu amor, cómo conocerlo, en qué consiste amar? JUAN DE ÁVILA.- En encontrarte y decir: tú eres yo mismo… ¿El ladrón es tu prójimo? JUAN CIUDAD.- He robado… JUAN DE ÁVILA.- Habrás de dejar de hacerlo… El ladrón ya no será tu prójimo… JUAN CIUDAD.- … JUAN DE ÁVILA.- Tampoco el traidor es tu prójimo… ni el desleal, ni el infiel es tu prójimo… El que no es generoso no es tu prójimo… ¿Eres tú generoso? JUAN CIUDAD.- Busco dar más de lo que tengo… JUAN DE ÁVILA.- ¡Cuidado! JUAN CIUDAD.- ¿Por qué? JUAN DE ÁVILA.- Porque no teniendo nada, ¿cómo puedes dar algo? ¡Cuidado! El que da lo que le sobra, tampoco es tu prójimo… JUAN CIUDAD.- Me confundes… JUAN DE ÁVILA.- Tú puedes darle el color a las flores… Tu hermano providente de pensamientos y palabras y emociones es tu prójimo… Aprende a pescar y luego dale un poco de tu pescado a tu hermano y, sobre todo, enséñale a pescar. JUAN CIUDAD.- Me aquietan tus palabras… JUAN DE ÁVILA.- Podrían ser las voces del Señor: ¡Cuídate de las emboscadas en el torrente!, y piensa siempre que la acción que nos ahoga, por la boca se desfoga. (Transición. Vienen los físicos…) (Llegan los físicos del Protomedicato con toda la parsimonia de costumbre. Al frente de ellos viene Desfonandrés, médico de la Corte, importado de Francia. Llevan instrumentos que los exhiben notoriamente) JUAN DE ÁVILA.- Doctores… Soy el predicador Juan de Ávila… Mi paciente… DESFONANDRÉS.- (Interrumpiéndolo) Hermano en Dios y en el saber del conocimiento de las almas. Dadme la vuestra mano (Se la besa y luego se inclina para auscultar a JUAN CIUDAD. Marcado movimiento entre el equipo de médicos, durante la auscultación), Primo, monseñor, habrá que evangelizarle la panza del supradicho, que no es precisamente de los que volvieron con Esdras de Babilonia. Secondo: sacarlo del humilladero y darle abluciones en el río Alhama que es la corriente acuosa que el corresponde por maldito y endemoniado. Y Tertio: como Sechenías y Pharós, Athalías y Selometh… pensemos, ¿qué es el hombre para que Dios se manifieste en él? Pensemos, reflexionemos en eso… Reconozcamos que al demonio le disgustan las incomodidades: las azotaínas seguidas de baños helados alternados con otros muy calientes… Luego, viento, viento, viento, que hace hablar la selva de los nervios… viento, viento, viento… que de noche hace llorar con sufrimiento. Todo esto bajo el signo de la Cruz: los ojos totalmente a los lados, como de ave, y uno más arriba que el otro; la nariz partida en dos y los labios sumamente gruesos, como de negro y el pelo rojizo y de humores corruptos… Locura pecox seguida de ataxia locomotriz seguida de unturas mercuriales mezcladas con bálsamo católico… También es fácil distinguir las locuras simples de las virulentas: las primeras sobrevienen a los que no están acostumbrados a beber cerveza ni a montar a caballo o a los que exceden en el uso de las mujeres del deseo o a los que usan lavativas heméticas; todo aquello que se adquiere por el comercio con una persona dañada con signos evidentes de acrimonia y virulencia. Para estos casos, se usaron en el paciente, inyecciones de viviente de lechuga, de adomideras negras, de lino y del beleño blanco, de mucílago en las aguas de solano, de llantén, de agua de rosas; añádanse trochíscos blancos de rasis. O estotra: inyecciones de zumos depurados de verdolaga, solano y siempre viva, tres claras de huevo, dos cápsulas de plomo… JUAN DE ÁVILA.- Doctor… DESFONANDRÉS.- …de raíz de aristotélica redoma, de hojas de llantén, dos onzas de miel rosada con mercurio, agua de cal, litargirio de planta de albayalde, un escrúpulo de alcanfor, de pulpa de casia, de jalapa y diagridio … (Durante este discurso JUAN DE ÁVILA se lleva a JUAN CIUDAD seguido del arcángel Rafael) 15 DESFONANDRÉS.- Ahora que para desprender sacar o extirpar, evacuar arrancar expulsar al gálico modo, los intoxicantes humores sanguíneos, será menestar con todo cuidado limpiar y purgar con licores dulces sobresaturados. Pero previo al acto, encuentro indicado, prescribir ligeros emplastos. Remedios que por anodinos son refrigerantes en lo detergivo, y que en mezcla irán con tres emolatos, a saber: prusiato, glucopercolato, y pirofosfato Acto seguido y muy diluido el formaldehído como profilaxis del acto fallido… Sarna. (Coro).- que encarna. DESFONANDRÉS.- Roña. (Coro).- La cruel carroña. DESFONANDRÉS.- Fiebre (Coro).- del requiebre. DESFONANDRÉS.- Gota. (Coro).- La pierna flota. DESFONANDRÉS.- Viruela. (Coro).- Por la locuela. DESFONANDRÉS.- Rubéola (Coro).- como las olas. DESFONANDRÉS.- Sarampión. (Coro).- ¡La tentación! DESFONANDRÉS.- ¡Ah, fuerzas poderosas de la gran pomada del orvietán! (Cambio de escena) IV El retorno al palacio del Obispo Don Gaspar JUAN DE ÁVILA.- Juan Ciudad, Su Señoría, quitando el velo del empacho, se acerca a vos con la humildad y el amor que le son proverbiales. OBISPO.- Bienvenido sea, pues tiene confianza en Dios, lo mismo en Ceuta, que en Fuente-Rabía, que en Gibraltar. JUAN DE ÁVILA.- La Nao Santiago, de que era capitán don Fernando de Mendoza, padeció naufragio en el bajío que llaman de la India, y a no ser por las oraciones de Juan Ciudad, hubieren todos perecido, yendo a remo a buscar la tierra de Mozambique. OBISPO.- Conozco la priesa y la diligencia de Juan Ciudad. Su entrega a Dios presagia que puede ser sujeto de amor y de milagros. Debiera ser mercader de librillos devotos, cartillas e imágenes de papel que le aproximen a Dios y así ir por los lugares comarcanos. JUAN DE ÁVILA.- No sabe leer ni escribir. OBISPO.- No es menester que lo sepa. En esta España nuestra, solamente la madre Teresa de Jesús y el hermano Juan de la Cruz saben leer y escribir… Esos librillos a que el vulgo llama curiosos por estar en latines nebrijensis… Mas todo esto lo digo para allanarle el camino a Juan Ciudad de loar a Dios… JUAN DE ÁVILA.- ¿Y de dónde obtendría la divina mercancía? OBISPO.- Del único lugar que es capaz de procurarla: el obispado de Granada. Buscará a Dios para sí y compradores para los libros. Pero… me entero que no sabe leer ni escribir y, me pregunto, ¿tampoco sabe hablar…? JUAN DE ÁVILA.- (Va hacia Juan Ciudad y lo anima a expresarse) JUAN CIUDAD.- (Aproximándose al obispo) Su Excelencia… OBISPO.- ¡Oh… muy buen timbre de voz! Acercaos, hijo mío, advierto en tu voz una sed notoria de acercarse a Cristo… JUAN CIUDAD.- El celo que muestran los soldados de Cristo para azotar a los miserables… como este humilde siervo… OBISPO.- Hijo mío, los Reyes Católicos ante que grandes rentas nos han dejado grandes deudas… Tu locura y la de tus hermanos son una de nuestras deudas mayores… JUAN CIUDAD.- He empezado a sufrir por amor a Jesucristo… Sino es Dios, nadie se acuerda de los miserables. OBISPO.- Nadie, si sabe pedir pidió o alcanzó, ni dejará de alcanzar si persevera pidiendo. JUAN DE ÁVILA.- Se ha hallado sin posada y sin ración: desde Fueteovejuna a Montilla, desde Oropesa a Sevilla… OBISPO.- Aquí está su videncia… Desde ahora mismo deberéis comenzar por lamer llagas… La caridad puede llegar a enfermar… No tuvo asco el hijo de Dios de tomar sobre sí la hediondez de nuestras culpas… Tened siempre a Dios nuestro Señor delante de vuestros ojos. Y ten presente que permite Dios la tentación porque vencida no da corona y vencedora disculpa… JUAN CIUDAD.- La Virgen de Guadalupe y san Juan Evangelista bajaron del altar para ponerme corona de espinas en la cabeza. OBISPO.- ¿De espinas o… de flores?, hijo mío tan amado. JUAN CIUDAD.- De espinas… OBISPO.- Y… ¿por cuál camino os vais? ¿Por el de las flores o el de las espinas? JUAN CIUDAD.- Anhelo conocer el de las flores… 16 JUAN DE ÁVILA.- (Trata de interrumpir la conversación) Monseñor… OBISPO.- Trabajos y espinas, dijo el Señor, rosas y claveles serán para mí… JUAN DE ÁVILA.- ¡Su Señoría…! OBISPO.- Dejarnos solos, fray Juan… Nuestro amigo pernoctará esta noche en mullido lecho de rosas y claveles… Dejadnos solos, fray Juan… (JUAN DE ÁVILA sale de la escena, contrariado) (a Juan Ciudad): ¡Ven… te trataré como la tierna madre que tanto esperas! Mi misión en la tierra es cumplir un proyecto de inteligencia. Sois tan débil. ¡Cuidado con los raptos homicidas! Anima mea desiderabit te in nocte… El Duque de Sessa, mi amigo, me ha dicho que eres diestro en las lides del corazón abierto… JUAN CIUDAD.- Dice fray Juan que ser amigo es entregarse al mismo destino, sin preguntas y sin condiciones… OBISPO.- Así es: ¿pierdo los deudos? , tengoos a vos, ¿pierdo la salud?, tengo en vos, amigo, médico y sanidad. Sin ti, he probado los gustos y son disgustos; he probado los deleites sin ti y son espinas. Sin ti, he visto penar al que goza, someterse al que gobierna… ¿Entonces? JUAN CIUDAD.- Entonces… OBISPO.- ¡Que el corazón mande! (Inicia el mutis llevándose a Juan Ciudad) ¿Eres hombre libre o promiscuo? (Se hace presente Antón Rodríguez) JUAN CIUDAD.- Recordad, Señoría, que todos estamos en las orillas del Jordán… OBISPO.- Así es… pero contigo Dios ha puesto ángeles a la medida de tu paso. JUAN CIUDAD.- Contemplo a mis redentores siempre en medio de dos cautivos: el uno blanco y el otro negro. OBISPO.- ¿Y…? JUAN CIUDAD.- …como esclavos infieles. OBISPO.- Los redentores siempre caerán a manos de los sarracenos. JUAN CIUDAD.- El cuerpo exige caridades que el espíritu obliga. OBISPO.- El demonio no quiere misericordias… JUAN CIUDAD.- El demonio me acosa, me victima al paso de los ángeles, En cuanto me aparto de fray Juan, el demonio me hiere sin importarle mi sangre… OBISPO.- Dios me guarde si por alguna cosa, dejara yo de regalarte… (Al ujier) Servid vino con polvos de tranquilidad… (El Obispo conduce a Juan Ciudad a su cámara privada) El asunto de los libros te ayudará. El contacto con los libros calmará tus angustias. Los libros dan su gracia y su favor a quien ama y quiere que lo amen. Los libros quedarán en tu lugar como el más preciado esmalte de tus acciones misericordiosas. ARCÁNGEL RAFAEL.- (Canta acompañándose de un laúd:) Ah, el Arquero de nuestros corazones arroja otra vez las incendiarias flechas contra nosotros y nos consume en llamas. Flechas amargas, mas dulces como la miel, flechas terribles, que el enfermo desea. Asaeteado estoy y no puedo arrancarlas. Morir deseo y me clavo una espada, deseo otra herida y abrasarme en el fuego. ¡Oh sufrimiento entre los sufrimientos! ¿Qué agua podría apagar esta flama? La amarga flecha, ¿quién podría sacarla? El agua viva que eres tú y tu palabra. (Cambio de cuadro) NARRADOR.- Juan Ciudad es ahora un librero portugués aposentado en Puerta Elvira. Intuía que en los libros se guardaba el Sermón de los Mártires que había escuchado de labios de fray Juan de Ávila. El obispo don Gaspar lo tenía como huésped preferido en su palacio y en esto llevaba más de tres o cuatro meses. En los libros, cuyo contenido no entendía, adivinaba que su vida transcurrida iba de unos padres oscuros, algunos años de pastor, después soldado, peregrino, peón de albañil, buhonero, al fin librero estable; en camisón y alpargates, descalzo y lleno de barro, la cara de lágrimas, los ojos febriles… Ahora… preferido del obispo don Gaspar, con el asco de la inconformidad hasta la coronilla… Siempre rodeado de muchachos y gente común en el negocio de la librería. GENTE 1.- Sois loco fijo, Juan Ciudad… JUAN CIUDAD.- Así es… GENTE 2.- Sois el tonto del barrio de la Puerta Elvira, que así deambula como camina… GENTE 3.- Saca tu cruz que llevas bajo el capuz… GENTE 4.- ¡Juan de la Cruz/ está en la luz! ¡Juan Ciudad/ está en el pus! GENTE 1.- ¡Juan Ciudad/ Juan Ciudad, bésame el pancho/ por piedad! GENTE 5.- ¡Que trompique, Juan Ciudad! GENTE 6.- ¡Tantos muchachos y gente de mal vivir! Vea usted… GENTE 7.- Malquistado con la caridad/ vende libros Juan Ciudad… GENTE 8.- ¡Denle grito al loco!/ ¡Vea usted: con mucha paciencia y alegría goza de su locura! GENTE 9.- ¡Él se conoce su cuento! GENTE 10.- ¡Se lo conoce, se lo mata y se lo sepulta! ¡Muerto y sepultado! JUAN CIUDAD.- ¡¡Arrojadme lodos, no piedras, por el amor de Dios!! 17 GENTE 2.- Aquí llega don Pedro Aziz de Venegas. (Moro converso, don Pedro será el auxilio que rescatará a Juan Ciudad de las fauces del obispo don Gaspar. Don Pedro es un apuesto caballero que habría de estar dispuesto a ayudarle a Juan Ciudad a abrir su primer hospital en la calle de Lucena) DON PEDRO.- (A la chusma) ¡Hala, dejad en paz al librero! ¡Hala, para allá…! (Les avienta una pequeña bolsa con dinero y la chusma se entretiene pleitando por quedarse con ella. A Juan Ciudad:) ¿Qué, sois el famoso librero de la Puerta de Elvira? JUAN CIUDAD.- ¡El loco! ¡El loco! ¡El loco! DON PEDRO.- Fingís bien esta locura de la librería. JUAN CIUDAD.- No sé leer, ni escribir. DON PEDRO.- Entonces… JUAN CIUDAD.- Mi señor… Mi señor el obispo don Gaspar… DON PEDRO.- Ah… lo comprendo todo… El generoso y poderoso señor, como león a las puertas de la Alhambra… JUAN CIUDAD.- (En un arrebato) ¡Quitadme de él, mi señor! ¡Quitadme de sus brazos y su boca! ¡Sacadme de librero y ponedme a pedir limosna, mi señor! ¡Sé curar la locura…! ¡Sé curar cualquier enfermedad…! DON PEDRO.- Y… ¿dónde aprendisteis a curar… locuras? JUAN CIUDAD.- En el hospital de locos, mi señor… DON PEDRO.- Oh,… JUAN CIUDAD.- Enfermos de toda índole de dolencias… DON PEDRO.- Eres loco… de alcurnia, por lo que veo… ¿Y los libros… y don Gaspar? JUAN CIUDAD.- Se los daré a los pobres… DON PEDRO.- Como librero y loco sois famoso, vuestra fama corre por las ondas del Guadalquivir… (Intermitentemente se acercan dos o tres de la chusma, piden limosna y murmuran malintencionados) ¡Hala! ¡hala! ¡Iros de aquí!, ¡hala! (a Juan Ciudad) Y ¿por qué tan sucio, Juan Ciudad? JUAN CIUDAD.- Soy pecador… Son los lodos del pecado… También yo estoy enfermo… DON PEDRO.- ¿Vos enfermo? JUAN CIUDAD.- Sí… Enfermo de locura… enfermo de amor al prójimo… DON PEDRO.- ¿Qué decís? JUAN CIUDAD.- Que busco a mi prójimo como a mí mismo. DON PEDRO.- A tu prójimo como a ti mismo… ¿Para qué? ¿Por qué? JUAN CIUDAD.- Para amarlo… DON PEDRO.- Por Dios, Juan Ciudad, que en verdad esta época no sabe qué hacer con los locos… JUAN CIUDAD.- Yo sé qué hacer con los locos… DON PEDRO.- ¡Decídmelo! JUAN CIUDAD.- ¡Amarles…! Los locos estamos enfermos de amor, ¡ya os lo dije! DON PEDRO.- (A otros que se acercan para mirar los libros) ¡Hala! ¡Hala! ¡Para allá…! (En un arrebato, Juan Ciudad comienza a tirar los libros a la chusma) JUAN CIUDAD.- (Aventándoles libros y papeles como si fueran panes) ¡Aquí… Aunque no sepáis leer ni escribir, comed y bebed de estos libros… La cita es con Dios y Dios está con ellos…! (Se arma el barullo, llegan los de la guardia y don Pedro se lleva a Juan Ciudad a su palacio. Cambio de escena, y ahora don Pedro y Juan Ciudad están ricamente ataviados a la manera morisca) DON PEDRO.- Aquí vivirás contento sabiendo que no te faltará sustento… Buscaremos ambos la forma de poner un hospital… JUAN CIUDAD.- ¿Vos también seréis mi maestro? DON PEDRO.- No… simplemente tu amigo… tu compañero en la locura de amar… JUAN CIUDAD.- Viviré con vos el resto de mis días… DON PEDRO.- Todo Granada nos observa y espía por órdenes de don Gaspar… JUAN CIUDAD.- ¿Ha ordenado mi muerte? DON PEDRO.- Ja, ja, ja... tu rescate solamente, que es algo peor que tu muerte. Aunque le he enviado una limosna que lo hará olvidar el incidente… JUAN CIUDAD.- Desde tu palacio, mi señor, haré mi cita con Dios. El me espera,… El arcángel Rafael me lo ha dicho. DON PEDRO.- Y… ¿dónde encuentras al arcángel Rafael?, ¿hablas con él? JUAN CIUDAD.- Continuamente. DON PEDRO.- ¿Dónde lo ves? ¿En dónde se encuentra? JUAN CIUDAD.- ¿Ahora? (Entra el Arcángel Rafael) DON PEDO.- Sí… JUAN CIUDAD.- Aquí… aquí a mi lado… DON PEDRO.- … JUAN CIUDAD.- ¿Lo veis? DON PEDRO.- (Acercándose al supuesto visitante y siguiendo el juego) Sí… Sí… ¡qué hermoso es! JUAN CIUDAD.- (Al Arcángel) Jesucristo te traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger a los pobres y a los faltos de juicio, y servirles como yo deseo… 18 DON PEDRO.- (Asiste al misterio) Bello… Muy bello… JUAN CIUDAD.- ¡Ésa es mi cita con Dios! ¡Mi encuentro con Dios! DON PEDRO.- (Musitándolo) El manicomio… Juan Ciudad… JUAN CIUDAD.- Sí, mi amo,… DON PEDRO.- (Atrayéndolo hacia sí y estampándole un intenso beso) Dios te espera, Juan Ciudad… (La chusma los rodea en el interior del palacio y murmura) (Las luces bajan indicando el cambio de escena) V ¡Fate Bene, Frattelli, Fate Bene…! (Juan Ciudad va armando con dos capachas canastos a los lados, voceando su grito que será su lema de batalla: ¡Haced el bien, hermanos! ¡Haced el bien!) GENTE 1.- ¡Ved al loco, ahora se muestra tranquilo y sosegado! GENTE 2.- Le ha dado por hacer el bien… GENTE 1.- Es el rufián del príncipe moro don Pedro de Aziz… GENTE 3.- ¡Mi señor el dueño de Granada! GENTE 1.- ¡Ay, España, España, que culpa no mereces y te abrasas! GENTE 4.- Antes lo fue de don Gaspar, el obispo… GENTE 2.- Pues que ha quedado bien con Dios y con el Diablo… GENTE 3.- Los diablimochos, los diablipozos, los diablipícaros, los diblilindos, los diablimocosos, los barbidiablos… GENTE 5.- Igual que Garcilaso, que Boscán, Castiglione y tanto otros… GENTE 6.- Amén de Dios, que el pecado no puede con vosotros… GENTE 7.- Sois peores que en las pueblas de Montalbán, De Calatrava y de los Ángeles. GENTE 8.- Para mí que el agua baña el prado con sonido/ alegrando la vista y el oído… GENTE 9.- Pues sí: que Juan de la Cruz/ está en la luz/ y Juan Ciudad/ está en el pus… GENTE 10.- Ahí, con las mujeres del deseo –las izas, rabizas y colipoterras… GENTE 2.- Y los rufianes del placer: maricuelas y padrotes del viva-la-Virgen. GENTE 4.- ¡Es un demonio de dueños y escuderos…! (Celebran con risotadas la ocurrencia. Mientras tanto, Juan Ciudad deambula por la escena con su grito de bondad y se topa con un hombre en sudario que acaba de morir en medio de la calle. Junto del muerto, su viuda implora auxilio) VIUDA.- (En fuerte dolencia) ¿Dónde está mi marido? ¡El rubio, el de la cresta bermeja!, ¿quién me lo hurtó? ¡Hurtada sea su vida! GENTE 2.- ¡Acordaos de un olvidado que por vos está pelado! GENTE 3.- ¡Larga es la cofradía de los jumentos! VIUDA.- ¡Maldita sea tal vida que me hurta el marido! ¡Maldita la vecindad que no mira mi dolor! ¡¿Qué no es una señora de tener un marido?! ¡¿Llamad a la madre trotaconventos, la hideputa, a buscar la resurrección de mi marido?! ¡Que vaya de casa en casa, de burdel en burdel, buscando a mi marido, el rubio, el de la cresta bermeja! ¡Quién me lo hurtó! ¡Hurtada sea su vida! ¡Muerto entre las lenguas viperinas! GENTE 2.- ¡Pena tal, que mejor hubiéredes hurtado moneda al rey, cosa que yo pudiera callar; que yo no puedo dejar de dar parte a la Inquisición, porque si no estaré descomulgado..! VIUDA.- ¡¿Inquisición?! (Tiembla visiblemente) ¿Pues yo he dicho algo contra la fe? GENTE 2.- ¡Eso es lo peor!, y no os burléis de los inquisidores, decid que fuisteis una boda o una loca y que os desdecís, y no neguéis la blasfemia y el desacato… VIUDA.- Pues yo me desdigo, pero dime tú por qué, que yo aún no lo sé… Mira que me moriré si me veo en camino de la Inquisición… GENTE 2.- ¡Tanto ruido porque se murió tu marido!, ¿te parece poco? Por la muerte de un capón, ¿escandalizáis por tan poco? Eso sólo las mujeres sarracenas,… ¿Sois sarracena? ¡Habrás de jurar ante la Inquisición…! VIUDA.- ¡Ay, marido mío…! ¡Desde que te me hurtaron agora todo es guerra! GENTE 3.- ¡¿Contra quién es la guerra?! VIUDA.- ¡Contra todo el mundo!, desde que te me hurtaron… ¡Una caridad para los funerales de mi marido, el rubio, el crestibermejo…! GENTE 5.- Ya hiede… GENTE 2.- Qué, ¿vais o no vais a la Santa Inquisición, señora Berdeja? VIUDA.- ¡La que se va es tu madre!, que yo estoy a la vera de mi marido muerto… ¡Su causa es más justa que la balanza de San Miguel! GENTE 2.- ¡Mi madre era tan rica como la reina de Saba, cuando vino a visitar al rey Salomón! ¡La tuya –la vuestra, Signora Marraneta- era la concuputa de Nerón, el perro del Duque de Alba! (Se trenzan en un pleito colectivo) GENTE 3.- ¿Por qué cuecen y comen a sus hijos los padres, madre? GENTE 4.- Porque no ponen gran cuidado a las puertas de su casa… (Entra Juan Ciudad con su grito de batalla) 19 JUAN CIUDAD.- ¡Fate bene, frattelli!, ¡fate bene…! (La viuda lo descubre y va a su encuentro) VIUDA.- ¡Ah…! ¡Juan Ciudad! ¡Ah, Juan de Dios! Que sois un papagayo de las Indias, con dos diamantes por ojos… JUAN CIUDAD.- ¿Qué pasa, hermana? VIUDA.- ¡Que éste –que es un pícaro del adufe y del rebenque– se ha obstinado en llevarme a jurar a la Inquisición! GENTE 2.- ¡Ha blasfemado contra la fe! VIUDA.- ¡¿Qué he blasfemado contra la fe?! ¡Escalfafulleros! ¡Trueca burros! ¡Espabilogordo! ¡Buen hijo de tu madre, la ramera, palatina y lloradera! GENTE 2.- ¡Que la mato, viuda con chirimías que trae inserta la flauta del difunto! ¡¡Depositaria!! JUAN CIUDAD.- Vamos, que os pongáis de las puertas adentro y a ensillar la yegua… Que aquí estoy yo para coser las rayas… y bajaré la voluntad de Dios. A ver… VIUDA.- Amén de Dios. GENTE 2.- Bueno… Amén de Dios… JUAN CIUDAD.- Acordaos de un olvidado que por vos está pelado… ¿Qué os pasa, mujer, con este muerto? VIUDA.- ¡Que me le ha hurtado la vida, Juan Ciudad…! ¡Juan de Dios! ¡Que me lo han quitado y me daba de comer y de almorzar la muela! Ahora no me han dejado ni para su sudario… JUAN CIUDAD.- ¡Déjate de parlerías, mujer de Dios, y hacedme acá este muerto…! VIUDA.- El rubio, el crestibermejo, bien nacido y mejor dotado para el verso y la prosa… (Todos llegan a las puertas de un mercader en telas) JUAN CIUDAD.- ¡Buen hombre, en el mundo todos somos locos; los unos de los otros! MERCADER.- Tal te dé Dios… JUAN CIUDAD.- Mirad, hermano, que los garbanzos negros vienen de Etiopía… y que los enojos, y amarguras y pesares no vienen para que vuestra alma sea salvada… MERCADER.- Pío, pío, pío… JUAN CIUDAD.- ¿Cómo? ¿Habéis dicho: pío y os olvidáis que ansí es el Papa y las cabezas de la Iglesia? MERCADER.- ¡No, por Dios! JUAN CIUDAD.- No veáis, entonces, como el almirante terror de Francia en Fuente-Rabía… MERCADER.- No, por Dios… JUAN CIUDAD.- Y ahora su pobre viuda… GENTE 1.- …de bizarros bigotes, la barragana… (Todos celebran la ocurrencia) JUAN CIUDAD.- Y ahora su pobre viuda no tiene para devolverlo a la tierra… Y tú sí… MERCADER.- No, por Dios… JUAN CIUDAD.- Y tú sí tienes, mercader de paños y abalorios, que le ha dado al infierno sus mayores entradas… MERCADER.- No, por Dios… JUAN CIUDAD.- Y ahí te lo dejo, ¡a la puerta de tu casa! GENTE 3.- Y hiede… JUAN CIUDAD.- ¡Hala, vamos todos…! ¡Vente, mujer! ¡A la puerta de tu casa, para que tú lo entierres…! ¡Y no os ahoguéis en poco agua, como los regidores del alcalde…! ¡Cofrade de la puñeta! (Cambia la escena) VI Las mujeres y los rufianes del deseo OBISPO FUENLEAL.- Oídme, Juan, siervo de Dios, que tomo la palabra de San Ambrosio: No hay quien se contente de ir solo al Cielo, sino que todos se desvelan por entrar en él acompañados de alguien. JUAN CIUDAD.- Queréis decirme que lo importante no es saber a dónde vamos, sino con quién vamos… OBISPO F.- Hermano, Nos sabemos que es mayor la conversión de un pecador que la resurrección de un muerto. Considerad, entonces, que la situación social es siempre consecuencia del buen o mal gobierno,… y la debilidad moral – quiero decir: la debilidad de la fuerza de la fe– es un peligro para la supervivencia política, la Iglesia y… del rey… Cuidado, Juan Ciudad, de los raptos homicidas. JUAN CIUDAD.- No entiendo de política, señoría. OBISPO F.- ¿Conoces la brutal fuerza de la mentira? JUAN CIUDAD.- La padezco en carne propia… OBISPO F.- Pues la mentira de Estado se inventó para extremar los odios en la aldea de Dios… JUAN CIUDAD.- … OBISPO F.- Sí, para bestializar al pueblo de Dios… Y alguien debe tomar la defensa del hombre… JUAN CIUDAD.- Siento una fuerza que me obliga a ello, señor. OBISPO F.- Sacar el género humano del oscurecimiento de las voluntades. JUAN CIUDAD.- Soy del grupo de los vencidos… En mi voz no existen gritos ni votos de guerra. Estuve en la guerra… Es muy dura mi esclavitud a la concupiscencia… 20 OBISPO F.- Tu discurso es de oro caldeo JUAN CIUDAD.- Me veo hablando en la plaza sin que nadie me haga caso. Siento que mi servidumbre no tiene final, que no tengo derecho a la palabra divina del amor… OBISPO F.- Más vale ser sabio que fuerte, siervo de dios que dueño de los hombres… Esto está escrito. No hay guerra santa, ninguna guerra es santa, no es santa muerte alguna por la guerra; sólo la vida es santa. Babel caerá tarde o temprano… JUAN CIUDAD.- Tu palabra lastima, monseñor; tu palabra penetra en las entrañas como una lanza inclemente. OBISPO F.- Aparta el nombre de Dios de la guerra. Derrama el oro y sembrarás el terror en las almas y en los rostros… sembrarás la guerra… JUAN CIUDAD.- Descendí a los infiernos… OBISPO F.- ¿Y? JUAN CIUDAD.- Ahí encontré residuos de belleza y virtud… Me dominaron los vicios y las perversas aficiones… OBISPO F.- ¿Y? JUAN CIUDAD.- Dime a Dios… OBISPO F.- ¿Y…? JUAN CIUDAD.- Fui más pronto a dar que a recibir. Fui víctima fingida de mis necesidades. OBISPO F.- Me dicen que frecuentáis a las mujeres del deseo, a sus hombres rufianes… que te solazas con los maricuelas con atavíos de mujer… JUAN CIUDAD.- Todos somos hijos de Dios… OBISPO F.- Sí, aunque no todos herederos de su gloria… Me dicen que frecuentáis las cárceles y los hospitales de locos … JUAN CIUDAD.- De una cárcel de locos salí a veros, monseñor. OBISPO F.- Tenéis los brazos siempre extendidos… JUAN CIUDAD.- Siempre… OBISPO F.- Es gente tocada por el Diablo Mayor o Diablo Máximo; el Diablo les ha puesto la mano encima, en medio de las piernas les ponía sus manos Lucifer… JUAN CIUDAD.- Así es, su Señoría. Escogí el día viernes, que es el día en que el Señor se mostraba más misericordioso con todos los locos de la comarca; esas casas donde, con publicidad de Dios, se propaga el pecado de la carne demoníaca. OBISPO F.- Infeliz la ciudad cuyo príncipe es un niño… El mundo es un inmenso prostibulario… JUAN CIUDAD.- Es por eso que pienso que en todas las puertas me necesitan. Además, platico frecuentemente con mi arcángel y él me persuade de que mi pueblo me necesita, que está oprimido y sufre por las palabras corruptas de sus engañadores… El cuerpo de mi pueblo está llagado, está enfermo de falta de amor de parte de los que lo gobiernan. OBISPO F.- ¡Cuidado, Juan Ciudad!, ¿de dónde habéis sacado tales conclusiones? JUAN CIUDAD.- De mi padre Juan de Ávila, de su excelsa beatitud… Dios nos dice que el rey ha manchado el rostro de los pobres, que lo ha lacerado… OBISPO F.- El Inquisidor Real no opinaría lo mismo. JUAN CIUDAD.- Todos tenemos hambre, todos tenemos hambre del cuerpo y el espíritu. OBISPO F.- Os desconozco, Juan Ciudad, ahora habláis como esclavo de tu concupiscencia. JUAN CIUDAD.- Monseñor, creo que la sangre derramada ha sido baldía. OBISPO F.- ¿Habéis aprendido a leer y a escribir, Juan Ciudad…? JUAN CIUDAD.- Aún no, su reverencia. Mi alma y mi cuerpo siguen ayunos de amor al prójimo… OBISPO F.- Entonces, ¿cómo queréis curarte?, ¿cómo queréis curar al prójimo? JUAN CIUDAD.- Aprendiendo el amor. OBISPO F.- ¿En los prostíbulos? ¿En las cárceles? ¿En los hospitales de locos? JUAN CIUDAD.- Ahí mesmo. OBISPO F.- Cuidado, Juan Ciudad… Juan de Dios… JUAN CIUDAD.- Monseñor, lavando los pies de un miserable, al besárselos vi la señal de un clavo y conocí ser Jesucristo que me decía: (Aparece el arcángel Rafael y le dice en voz alta) Juan, lo que se hace por el pobre, por mí se hace… (La escena se reduce como tal: un pobre tirado al piso, permite que Juan Ciudad lave sus pies y al final los bese, asistido por el arcángel) JUAN CIUDAD.- Ahora, di conmigo, hermano y padre mío: (El pobre irá repitiendo) Creo en Dios Padre, Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, creo en Jesucristo … ARCÁNGEL RAFAEL.Así en las piedades Juan, adolescente se anima, ligero se persuade y avaro se califica. Sediento de pobres anda su deseo, y le precisa con ligereza buscarlos para vaciar su avaricia. En todo enfermo que encuentra al punto se regocija, diciendo: JUAN CIUDAD.- Aquí hallé la joya en esta oveja, que es mía. (Finaliza el Acto II, con Juan Ciudad próximamente convertido en Juan de Dios, rodeado de una muchedumbre de pobres) FIN DEL ACTO II 21 ACTO TERCERO I Antón Martín y Pedro Velasco NARRADOR.- Juan de Dios, es ahora el curandero de cuerpos y de almas de la aturdida Granada. Los nobles le pedían que persuadiera a Antón Martín de perdonar a Pedro Velasco –a quien estaban a punto de ahorcar– por la muerte de un hermano de Antón. (Juan de Dios, en las puertas de la cárcel de Granada, acompañado de un séquito de miserables) EL CANCERBERO (a Juan Ciudad).- Os habéis convertido en un defensor de oficio, sin frases ni sutilezas… GENTE 1.- Para grandes conversiones, sabe Juan divinas letras… JUAN CIUDAD.- (Ante Antón Martín) Antón ¿veis esta espada de fuego que te amenaza de muerte? ANTÓN MARTÍN.- ¡Vete! ¡No quiero tus voces! JUAN CIUDAD.- ¡Ve este rayo de lumbre que pronto caerá sobre de ti! ¡Pronto caerás como difunto al suelo! ¡Ved la soga en tu garganta! ANTÓN MARTÍN.- ¡Veo a mi hermano en la fosa! Y fuera mejor vengado… cuando muerto no lo viera… JUAN CIUDAD.- ¡Ligera cruz me habéis dado, dulce Jesús en Granada…! ANTÓN MARTÍN.¡No vine yo a Granada de Requena, movido por la muerte de mi hermano, para volverme con la misma pena…! ¡Matóle la traición…! JUAN CIUDAD.- ¡Matóle por amor, él me lo ha dicho! El demonio fue un siniestro cirineo… ANTÓN MARTÍN.- Yo sabía de esa pasión, mas no entiendo cómo por amor se mate… JUAN CIUDAD.- Así matamos a Cristo, día con día… ANTÓN MARTÍN.- ¡Juan de Dios, nos revolvéis el mundo! ¡Volveréis a Juan Ciudad! JUAN CIUDAD.- Haced como cristiano y caballero… ANTÓN MARTÍN.- ¿Cómo? JUAN CIUDAD.- Mirando al mensajero de Dios a mi lado… (Se refiere al arcángel Rafael. Al descubrirlo Antón Martín, se escucha un rumor entre el populacho) ANTÓN MARTÍN.- ¡Dejadme, padre mío, no quiero que con él me descomponga! JUAN CIUDAD.- ¡Escuchadle! ARCÁNGEL RAFAEL.- Antón Martín, cuida que la sangre en tropel se te interponga… ANTÓN MARTÍN.- A traición le ha matado… ARCÁNGEL RAFAEL.- Y vos, ¿cómo habéis muerto a Cristo? ANTÓN MARTÍN.- ¡Yo no he muerto a Cristo! Os engañaron, que soy honrado caballero hidalgo… No desciendo de hebreos, y en mi linaje moran varones santos. ARCÁNGEL RAFAEL.- La muerte a Cristo la da quien no es su amigo y demuestra que no lo ama… ANTÓN MARTÍN.- Dios es Dios y yo soy hombre… JUAN CIUDAD.- (Saca de su manga un crucifijo) ¡Y vedle aquí clavado! ¡Perdón, te implora a quien mató a tu hermano, y a su vez te lo da por nuevo hermano tuyo, ya que tanto le amó…! ANTÓN MARTÍN.- ¡Lindo hermano que tendré…! JUAN CIUDAD.- ¡Evita el ahorcamiento! ¡María, Madre de Dios… Madre de los Pecadores…! (La chusma repite en eso la invocación) (Aparece la Virgen María en traje de pastora) GENTE 2.- ¡En los Alcázares regios tanto el eco penetró que la Pastora María llena de piedad bajó! ARCÁNGEL RAFAEL.- Hermano Pedro Velasco/ y su hermano Antón Martín:/ os convoca muestra Madre al perdón en su jardín/ Divina y bella Pastora/ os consuela en su aflicción/ y de su preciosa mano/ os dará suave licor… JUAN CIUDAD.- Sacad A Pedro Velasco/ y se haga la comunión del amor al prójimo, que la Virgen Pastora propició, (Traen a Pedro Velasco de la cárcel poniendo a uno frente del otro:) Éste es el nuevo hermano que la Virgen te procura. Si él te quitó un hermano, él mismo se te propone como tal. Daos un abrazo y surja el amor que nos contente… Seréis, ambos a dos, mis cirineos… LA CHUSMA.- (Cantando) Todos los niños desnudos a San Juan de Dios que acudan, pues todas las roperías que hay en Granada, son suyas… (El numeroso grupo gira en su propio eje y ahora está frente al obispo don Sebastián Ramírez de Fuenleal, Obispo de Tuy y presidente de la Real Cancillería de Granada, quien le da el hábito a Juan Ciudad y le confirma en el renombre de Juan de Dios.) OBISPO F.- Juan, con tu saco de pedir, favoreces a los pobres enfermos pobres, a los heridos, a los ciegos y tullidos y mancos, a los hombres y mujeres de la mala vida, a los hashishinos y otras expresiones del demonio… 22 pon en tu heroico pecho este hábito, ya que a la Cruz la pretendes por esfera y la joya que les has dado fue tu corazón flechado y te confirmo en el renombre que el propio Niño Jesús te diera, a tu retorno de las tormentas que sufristeis en la mar de Gibraltar, para que de ahora en adelante dejéis de llamaros Juan Ciudad y seáis reconocido y renombrado como JUAN DE DIOS, por los siglos de los siglos… De tu admirable dominio todo el asunto es milagro, por Dios, por Corona y Cruz, que lo juro y lo declaro. In nimini Patri, et Filiis, et Spiritu Sanctus. GENTE 1.- ¡Por el vuelo de tu fama/ en tus provincias y estados/ Ni el enfermo más remoto/ desdeña ser tu vasallo!/ ¡Primicias del Instituto/ que tienes fundamentado! (Un fondo musical suave y envolvente favorecerá el cambio de escena, para el cuadro plástico del burdel y los prostíbulos, reproducción lo más fiel posible del cuadro de Berruecos. Instalado el cuadro de las mujeres del deseo, Juan aparece con el torso descubierto y en su mano derecha un crucifijo. El arcángel Rafael dirá el soneto al público con afinada naturalidad, sin declamación alguna) II De Venus y Cupido Profesoras De Venus y Cupido profesoras estas veldades torpes y lacivas de su incendio voras las llamas vibras eran de todo el orbe abrasadoras. Mas Juan (su bien mirando a todas oras) les dize al berlas d su amor captibas: sabe numero vil que te derribas si deste inmenso Amor no te enamoras. Deja los torpes vicios infernales con que tu propia perdición áclamas hullendo de los bienes Celestiales. O Caridad de Juan; mucho las amas, pues pasó tu fervor por los ramales porque, ellas no andubieran por las ramas. JUAN DE DIOS.- Vosotras sois mujeres tocadas por el Diablo Mayor, por el Diablo Máximo que, poniéndole la mano encima, os ha convertido en diablipozas, quiero decir: en diablesas en el pozo mismo del deseo. GENTE 1.- ¿Qué hace Juan de Dios con cuatro putas? GENTE 2.- Ministrándoles sustento espiritual GENTE 3.- Su obsesión consiste en confundirse con la carne del mundo, con la fuerza total que ejerce el atavismo del mundo, desde el corazón oprobioso del demonio. JUAN DE DIOS.- En esta casa, Dios Nuestro Señor es ofendido con publicidad, por viles precios… Vengo a esta casa del deseo, el día viernes, que es el día en que el Señor se manifiesta más misericordioso… (A la prostituta:) Por eso quiero enumerarte mis pecados, para que tú, precisamente, intercedas ante Dios y me perdone… PROSTITUTA 1.- Hermano, mira a quien dais… JUAN DE DIOS.- Yo, como tú, lo pido por amor de Dios… PROSTITUTA 2.- Amén de Dios, que blasfemas… JUAN DE DIOS.- No, mira que el Señor dice: A nadie volverán mi casa, pues la casa de Dios es también tu casa y la mía… PROSTITUTA 3.- Mira, hermanito, que tú con tus palabras puedes echarnos encima la salación… PROSTITUTA 4.- La propia maldición de Dios. Pero, ¿qué hace Juan de dios con las colipoterras? PROSTITUTA 1.- Parecéis carnerillo de velo tan sedoso. PROSTITUTA 2.- ¡Que un beato se meta en el laberinto de las mancebías, es cosa del Santo Tribunal! ¡Y que yo no lo entiendo! PROSTITUTA 3.- Estamos en las calores y en esto hasta los santos lo sufren. PROSTITUTA 4.- ¡Nada, que para mí son las netas ganas locas! JUAN DE DIOS.- …por lo que yo creo que ustedes la han venido equivocadas. PROSTITUTA 1.- Vos, como beato, tenéis las consecuencias del getafe. Y ve ahuecando el ala, que éste no es lupanar de castidades. JUAN DE DIOS.- Vosotras os quemáis en el más puro fuego lento de la sensualidad. Desconocéis el gozo de los cuerpos de los bienaventurados. Quemáis los cuerpos y las almas hermosas con vuestra lasciva… PROSTITUTA 2.- Os tituláis de cabra, santo padre… JUAN DE DIOS.- Decid lo que queráis, no aspiro elogios de vosotras. PROSTITUTA 3.- ¿Entonces…? JUAN DE DIOS.- Apelo a que salgáis de las llamas del infierno. PROSTITUTA 4.- Venid y abridme mis corales, beato de mi castidad, ja, ja, ja… JUAN DE DIOS.- Hija, lo que otro te pudiere dar, y aún más te daré yo, porque en tu aposento me entendáis… PROSTITUTA 1.- Demuéstranos tus razones, monseñor… JUAN DE DIOS.- Mis razones son éstas… (Saca un cilicio de su capacha y empieza a golpearse a sí propio) 23 PROSTITUTA 2.- ¡Dejad, hombre de Dios, que a mí me da grillimón con esos golpes! PROSTITUTA 3.- …y con ese cuerpecito tan entornado… ¡Dejad! (Van hacia él tratando de arrebatarle el cilicio) PROSTITUTA 1.- Pero, ¡dónde estáis mujeres de la banderilla! ¡Dejadlo, que mientras más se golpea más se me vuelve la porla! PROSTITUTA 2.- ¡A callar tú, la “costarica”! ¡Y vos, la “angustia penada”, a callar! ¡Que ese hombre de mis beatitudes es beato de vuestro beaterío que está sufriendo por vos y eso yo no permito! PROSTITUTA 3.- Venid, padre mío que yo os curaré de este martirio… (Juan de dios sigue golpeándose) PROSTITUTA 2.- ¡Dejadlo, que yo os lo digo, barbajanas, hideputas y recontraputas! ¡Dejadlo! PROSTITUTA 4.- ¿Qué? ¿No se puede poner una contenta? PROSTITUTA 1.- ¡Aaaay…! ¡Se me caen todas las partes de mi cuerpo! PROSTITUTA 3.- ¡El que siga su negocio y nosotras el nuestro! Y se acabó… que me voy a las costas del Mediterráneo… PROSTITUTA 2.- ¡Hale! ¡Se acabó! ¡Largáos de este lugar, que de ahora en adelante habrá de ser ermita de pecadores! PROSTITUTA 3.- ¡Vaya… que la “Hermana Pinzona” se nos volvió abadesa! ¡Quién lo dijera…! PROSTITUTA 2.- (Yendo sobre la 3, se entabla un lío de araños y de voces) ¡Marrana, que no necesito ayuda de artistas italianos! ¡Toma! PROSTITUTA 3.- ¡Sarracena! ¡Marrana! ¡Puta y recontraputa! (Del fondo aparece una pareja de jóvenes semidesnudos, que han interrumpido su quehacer amoroso por el escándalo. Él es un joven apuesto de nombre Don Fernando, quien, asomado a la escena, llega con Juan de dios después de deshacer el pleito) DON FERNANDO.- Hermano Juan de Dios, os he escuchado desde la cámara donde me encontraba con esta mujer. Y ha sido tan grande la pena que extendido por vos, que he decidido sumarme a tu empeño de rescatar a la gente del dominio de los vicios y las perversidades. Acepta mi compañía, que yo sabré seros fiel… JUAN DE DIOS.- Bienvenido, hermano don Fernando; conocía de vos y sabía que tarde o temprano llegarías a mi encuentro… DON FERNANDO.- Dejaos ya de lastimaros… (Le quita el cilicio y comienza a aplicarle su salva por la espalda lastimada de JD) JUAN DE DIOS.- Seréis uno más del grupo compasivo. PROSTITUTA 2.- Padre Juan de Dios, llevadme con vosotros… JUAN DE DIOS.- Venid… (Un coro sonoro de carcajadas cambia la escena. En el cambio, se escucha la siguiente grabación del Obispo con Juan de Dios:) OBISPO.- Mirad que me dicen que mantenéis a rufianes e malas mujeres izas y rabizas, e también a vagamundos… JUAN DE DIOS.- Ellos me piden por Amor de Dios… OBISPO.- ¿Y si te mienten o engañan? JUAN DE DIOS.- Ellos viven como me lo piden, que así propios se engañan, no a mí: que yo por Dios lo doy a todos… OBISPO.- Hermano, mira quien dais… JUAN DE DIOS.- Dios dice: A nadie volverás tu casa. NARRADOR.- El asno de Juan no merecía regalo; el jumento de Juan, el limosnero y loco, que comenzó a internarse en los barrios de la putería, que en Granada tenía sabor corrupto de tomillo y mejorana con hediondez de hashish, entre desplantes de izas, rabizas y colipoterras, variedad sinfín de vulpejas enanas y gigantas en el frutero podrido de la sexualidad desbordada. La zona roja de Granada era reputada –por así decirlo- como la mejor de la grande España: el arco tenso de la putería granadina cubría desde la Puerta Bib-Almazda a Bilitaubín, y de la Puerta Real hasta la Plaza Bibarrambla, con la puta madre Celestina como auxiliadora. Apellidaban a Juan de Dios y le decían muchas injurias y le inflamaban que aquello lo hacía con otra intención. (Cambio de escena) III La Zona Roja Granadina (En primer plano, un burdel de la época. Juan de Dios, Antón Martín, Pedro Velasco y don Fernando van en grupo misionero, recibiendo lo mismo limosnas que equívocos de aguafuerte goyesco. Gran conjunto) GENTE 1.- ¡Hola con el cuarteto/ que aquí está la mercancía! ¡Cuarteto deshonesto!/ ¡que si lo otro o aquesto! GENTE 2.- ¡Fijaos bien en la medida del bodoque entrepernando…! GENTE 3.- ¡Carne de beato para el asador! ¡Alabado sea el señor…! GENTE 4.- ¡Que es lo mesmo rey que reina de corazones! GENTE 5.- Predicadme que deseo pasar a santo… GENTE 6.- …y por ende, a ángel de la guarda… GENTE 7.- ¡Que sí, porque sí, porque sí/ que aquí se baila/ con la luz de candil! 24 GENTE 8.- ¡Ay! De los pelos de la Justina/ ¡rubios o negros son mi melecina!/ ¡Ay! De los pelos de don Pepión/ ¡lacios o sucios para el jamón! GENTE 9.- ¡Que vengo de Cádiz/ para esta ciudad/ que en España tiene/ la prioridad!/ ¡Que en España tiene/ la prioridad/ en tocino y carnes de felicidad! GENTE 10.- ¡Ay, España, España,/ que culpa no mereces/ y te abrazas! GENTE 11.- ¡Que prefiero los labios de un galán moro, señoras y señoras! GENTE 12.- El sarao y la zarabanda más granadinos/ en ca de lo caliente del ñor Rufino/ Por el camino angosto/ de la libertad/ vamos a las Indias/ a evangelizar. GENTE 13.- ¡Ay la bota de vino!/ ¡Ay gota de tintorro!/ que mis labios abrazan/ unido al corro. GENTE 14.- ¡Que sí, que sa!/ ¡que se me pega la santidá! GENTE 15.- ¡Adminístrame, beato, el beaterío,/ y dame la lujuria del caserío! GENTE 16.- ¡Ay, que soy del oficio/ catedralicio/ y anhelo pececillos/ de pontificios! GENTE 17.- ¡Suenen denarios/ lluevan denarios/ que aquí compensan tamaños/ extraordinarios! GENTE 18.- ¿Qué busca el beato de mis apetitos!/ GENTE 19.- Encontrar la yegua con su borriquillo…/ GENTE 20.- ¡Deja la bota! ¡Deja la bota!/ Y tómame en tus brazos/ ¡gota por gota! GENTE 21.- ¡Hala, zagales!/ ¿Acaso venís aquí con la lengua de fuera? GENTE 22.- ¡Que sí, que no!/ ¡Que en la entrepierna guardo/ un berenjón! GENTE 23.- Que sea luterano/ o que sea cristiano/ que sea sarraceno/ que sea bereber/ no me importa mucho,/ y lo voy a ver/ ¡que pago por ver! GENTE 24.- Que de cuatro carnes/ se come el poblano:/ la carne del puerco,/ la carne cochino,/ la carde del cerdo,/ la carne marrano… GENTE 25.- Y que sí/ y que sa/ que salgo a las Indias/ a evangelizar… GENTE 26.- ¡Que te olfateo el ombligo!/ ¡Que te lamo el sobaco!/ ¡Que en el fornique encuentras/ mi gordo lado flaco! GENTE 27.- ¡Los hermanos Pinzones/ fueron unos mari… neros,/ se embarcaron con Colón,/ que tenía tufos/ de maricón…/ y los indios morcillones/ les cortaron la retirada…! GENTE 28.- ¡En las bodas de Camacho/ llegó el pobre cargado como un macho/ y tiene tan crecido ya el penacho/ que ya no puede entrar/ si no lo agacho! GENTE 29.- Anda tú, maricuela del alma mía… GENTE 30.- ¡Voy mi alma,/ que soy como la ciruela/ locuela, locuela y sa/ que me parto a la América/ a sacrificar…/ y voyme a la color en fundamento/ pues me chala el badajo de mi jumento! GENTE 31.- Y que me voy de aquí/ para hacer la América. GENTE 32.- Y tu barriga llena, trueca burros. GENTE 31.- Y que me voy de aquí/ para hacer de las aguas en la América, ¡digo! GENTE 32.- Anda, suripanta pegadiza… GENTE 33.- ¿La mirona? GENTE 34.- ¡No, la escalfafulleros! GENTE 35.- Acordaos de este pelado que por vos está penado. (Fuertes risotadas que se interrumpirán con el incendio del hospital) MARCOS EVANGELISTA.- ¡Ah, mala gente! ¿No sabéis que los idólatras no heredarán el reino de Dios? ¿No sabéis que los fornicarios ni los adúlteros ni los afeminados, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los maldicientes heredarán el reino de Dios? Ved cómo incendiáis vuestra vida con la aparente prosperidad; la vida aparente de la aparente abundancia. Advertid que todo es causa del buen o del mal gobierno. ¡Cómo os han envilecido vuestros gobernantes! ¡Cómo os han sentado en medio de los caminos para prostituiros, para que contaminarais la tierra con vuestras maldades y fornicaciones en medio del camino! ¡Cómo os entregáis a los pasajeros del amor en medio de los caminos de primavera aparente! ¡Te sentáis en medio de los caminos, tú, hembra o varón, de aparente primavera de amor, para exaltar al pasajero de amores sedientos! ¡Vosotros que ejecutáis toda suerte de crímenes que les dicta el mal gobierno, sentado en el banquete de los poderosos! ¿Bajo de cualquier árbol generoso os prostituís? ¿Venís a que os adoren las tierras mutiladas, los montones talados por la incuria de los poderosos, los lagos vueltos letrinas pestíferas? ¿Acaso habréis de estar siempre envilecidos? ¿Acaso no cesarán los poderosos de hacer toda clase de crímenes? ¡Pueblo del demonio, prevaricador y adúltero! ¡Os han dado los tiempos libelo de repudio, reconoce tu infidelidad, pueblo maldito que no ha aprendido a amar a su prójimo como a sí mismo, pues os habéis vendido y prostituido a los dioses extraños, debajo de los árboles de su propia tierra! ¡He aquí el castigo! ¡Contemplad vuestras propias entrañas contraídas de dolor y de congoja…! MENSAJERO DEL PUEBLO.- ¡El demonio ha tomado el hospital de Juan de Dios como aposento! ¡Que es la casa del demonio el hospital de Juan de dios, en la calle de Lucena, junto a la pescadería! ¡El hospital que llenó de pobres enfermos pobres Juan de Dios, llevándolos a cuestas! ¡Esa casa llena de hombres y mujeres vergonzantes! ¡Castigo de Sión, castigo de Dios, Castigo de Dios,…! ¡Ardido el hospital! ¡Arde Granada del Albaycín a la Alhambra! 25 (Viva acción en la que la gente corre con cubos tratando de apagar el incendio. Juan de Dios, Antón, Pedro y don Fernando conducen el rescate) CLERO 11.- ¡Aaaay, los maderos del artesonado! CLERO 12.- ¡Que las mujeres preñadas y los niños se retiren por los temores a la artillería! MARCOS.- ¡Castigo de Dios, castigo de Dios…! CLERO 13.- ¡Esto es por Juan de Dios andando por las ramas! CLERO 14.- ¡Esto por Juan de Dios en los tejados de las mancebías! CLERO 15.- ¡Esto por Juan de Dios buscando suripantas y rufianas, maricas y vulpejas en el cieno! ¡Por su culpa! CLERO 16.- ¡Que yo lo vide bajo de un cerdo comiéndole las vergüenzas! CLERO 17.- ¡Por su culpa, por su gravísima culpa! Marcos.- ¡Castigo de Dios, castigo de Dios…! (Aparece Juan de Dios con un enfermo a cuestas; lo ha rescatado del fuego y saliendo ilesos ambos a dos. Puente musical en el que la gente del pueblo le rodea asombrada) NARRADOR.- Todos le miraban y cercaban, dando gracias a Dios por ver cómo el fuego no le había empecido ni hecho daño alguno y estaba libre, salvo las pestañas y cejas chamuscadas. ARCÁNGEL RAFAEL.- Qual espantable fue de alsofar plubio aquel antiguo Naptunal estrago devido golpe al despreciado amago, a 3 Atropas se executa en el dilubio, si en el Hospital el Siempre rubio Elemento Toraz, de incendios lago, Seaze Horrible en Granada á quien en pago de un descuido Combierte en cruel Besubio y de pobres la republica espantada de Gozes, pero en Juan cualibio tapa entrando por el fuego á la llamda Barca fue en la borrascá viento en popa mucho hizo Juan pero en el fuego nada pues quel supo tanbien guardar la rropa. IV Exaltación de Juan de Dios GENTE 1.- ¡Milagro, milagro! GENTE 2.- ¡Yo lo vide, yo lo vide! GENTE 3.- Que el hospital tenía los maderos tan grandes, de pinos enteros… GENTE 4.- Las brasas encendieron el mayor fuego que en Granada se ha visto… GENTE 5.- ¡Ah, España, España/ que culpa no mereces y te abrasas! GENTE 1.- No sirvió de mucho echar pregones. GENTE 2.- Los enfermos de bubas y los del mal gálico, fenecieron casi todos… GENTE 3.- Los inocentes, los locos y los haschichinos corrieron la misma suerte… GENTE 4.- ¡Traje a mi madre a ver el fuego y lo vimos! GENTE 2.- A mí me consta que ninguno murió… GENTE 3.- Eterno entre las llamas y el hábito no le ardió. GENTE 4.- Bendito limosnero, como un santo… MENSAJERO.- Lo amo… GENTE 1.- Lo amo… GENTE 2.- Yo lo amaba desde tiempo atrás… GENTE 1.- Subió tanto el fuego que le costó la vida… y ahora resucitó… GENTE 3.- Lo había abrasado el fuego tanto, como yo ahora. GENTE 2.- Sin se caer, sin se quemar… GENTE 5.- ¡Deus providebit, Deus providebit! ¡Quisiere morir queriendo y en Dios esperando! ¡Milagro, milagro! ¡Santo, santo, santo…! ¡En esta vida cuitada/ el buen vivir es la llave/ de aquel que robarse sabe/ que lo otro todo es nada La Virgen María/ es nuestra protectora/ nuestra defensora, no hay nada que temer! ¡Milagro, milagro! (Entra un Clérigo) UN CLÉRIGO.- Hermano Juan de Dios, os llama a su palacio monseñor el arzobispo Guerrero. Venid conmigo… (Juan y el Arzobispo) JUAN DE DIOS.- ¡Señor y padre mío…! ARZOBISPO.- Amado Juan de Dios… Nos consideramos que el incendio ha sido un aviso del cielo… (Se va reuniendo el sínodo de obispos, para juzgar a Juan de Dios amablemente. De este juicio habría de salir su beatificación) JUAN DE DIOS.- Así parece ser, padre mío. OBISPO GUERRERO.- Habemos informes de que pagáis a las mujeres del deseo porque os permitan oíros… JUAN DE DIOS.- Sí… OBISPO GUERRERO.- A las suripantas, a las prostitutas y a los prostitutos: los íncubos, los síncubos… OBISPO 2.- …Los sodomitas, los gorromitas,… OBISPO 3.- …los sarracenos, los marranos, los barraganes y barraganas … los orates irredentos… OBISPO 4.- …los réprobos, los hashishinos… y todo género de delincuentes… JUAN DE DIOS.- Soy de estirpe suplicacionera, monseñor. 26 OBISPO GUERRERO.- Andabáis roto y desnudo y loco. Vuestra libertad de acción está preñada de amenazas a la Santa Madre Iglesia. OBISPO 2.- Hermano Juan de Dios, hemos sabido… OBISPO 3.- Vuestro hospital era refugio de hombres que podrían laborar en menesteres dignos, en vez de holgazanear y vivir de las bragas… OBISPO 4.- Y luego esas mujeres llamadas “malmiradas”. OBISPO 5.- Y aquellos vuestros amigos que entornan mórbidamente sus ojos… JUAN DE DIOS.- Sí, ilustrísima… OBISPO GUERRERO.- Por lo que, hermano Juan de dios, limpiad el hospital de semejantes personas. JUAN DE DIOS.- Monseñor, yo soy humilde a vuestra palabra divina… Pero de toda esa gente que habéis enumerado, yo sólo soy el malo y el incorregible y sin provecho… El hospital es la Casa de Dios… OBISPO 2.- Precisamente… JUAN DE DIOS.- El único pecado que hay en esa gente es la pobreza… Dios sufre a los buenos y a los malos. OBISPO GUERRERO.- Dios da el sol cada día. Y vuestro amor a toda esa gente es tan paternal como maternal. Cuidado, Juan de Dios… OBISPO 2.- Os señalan mucho por vuestro gusto de pasar muchas horas en la orilla del río… JUAN DE DIOS.- El Guadalquivir lleva la fama, sí, pero el generoso Geníl aporta el agua… OBISPO 3.- Os señalan que os tendéis tanto en los campos baldíos como en los lodaceros… Que muere mal quien mal vive. JUAN DE DIOS.- Quiero alcanzar a Dios en el abismo… que es mi sangre y corazón. OBISPO 4.- Os señalan gustos zoofílicos, coprofágicos… Dejasteis que un cerdo os lamiera y os comiera en el propio lugar del pecado… JUAN DE DIOS.- Soy un caldero ardiente, monseñor; soy puente de cinco arcos, soy lago y ciénaga al lado de la Alhambra. OBISPO 5.- Os acusan de que tenéis tratos secretos con los árabes… OBISPO 2.- Que los volvéis locos con vuestra ternura enloquecida. JUAN DE DIOS.- Soy agua que discurre sin sobresaltos. Soy oficial de obra gruesa, alarife de mis suelos… OBISPO 3.- ¿Habéis pensado en ingresar al convento de los basilios? JUAN DE DIOS.- Creo en Dios Padre Todopoderoso. No. La moneda que habría de pagar un pobre es de piedra. OBISPO 4.- Os amo, hermano Juan de Dios. OBISPO GUERRERO.- Hijo nuestro tan amado, que Jesucristo os vea y hable con vos… Escuchad sus palabras. JUAN DE DIOS.- Éstas tengo yo guardadas, desde que entré en batallas con el mando… Como un arriero cura y mantiene un animal para servirse del… OBISPO GUERRERO.- Os amamos, Juan de Dios, os bendecimos y glorificamos… JUAN DE DIOS.- Soy el capitán andrajo y de monjes espantajo. OBISPO GUERRERO.- A Jesucristo imitas cuando afirmas: Si quieres ser amigo de Dios/ perdona a tu enemigo. JUAN DE DIOS.- Dios como padre nunca tarda. OBISPO GUERRERO.- Que goce tu alma de inmortal bonanza. JUAN DE DIOS.- Tres cosas, perlado santo, y dignísimo arzobispo de Granada me dan pena. OBISPO GUERRERO.- Dígamelas, hermano mío… JUAN DE DIOS.- La primera es el no haber a nuestro Señor servido estando tan obligado por tan altos beneficios. La segunda son mis pobres y mujeres que han salido de pecado. Y la tercera, mis deudas, mis deudas digo, porque para sustentarlas las hice por Jesucristo. Todas las cuales están escritas en este libro. (Saca un libro del pecho) OBISPO GUERRERO.- En lo que toca no haber como vos decís, servido a Dios, confiad en él. Lo que toca a vuestros pobres, a mi amparo los recibo, y desde aquí al hospital iré a tenerlos por hijos. De las deudas me hago cargo, que siendo por Jesucristo yo las pagaré por Él como están en este libro. JUAN DE DIOS.- Quitados estos cuidados, señor, bien puedo pediros que descansen mis deseos… (Antón Martín, Pedro Velasco y Don Fernando se acercan a Juan de dios para auxiliarlo) ANTÓN MARTÍN.- Venid con nosotros, padre, hermano e hijo nuestro… JUAN DE DIOS.- Que descansen mis deseos. Antón, Pedro, don Fernando llevadme de aquí. PEDRO VELASCO.Que tan varias sensaciones o tapan ojos y oídos… JUAN DE DIOS.- Son trabajos muy gustosos los de la pobreza… Ya no miro lo que veo; no siento lo que pienso. Pienso sólo en lo que siento. DON FERNANDO.- Sois voto y sois devoción. JUAN DE DIOS.- Un galgo con manta de jerga corre por los cielos como si fuera campo… ANTÓN MARTÍN.- No os esforcéis, padre mío. JUAN DE DIOS.- Lindo humor tenéis, amado Antón o amado Pedro ¿Quién es quién? ¿Vos lo sabéis, don Fernando? ¿Quién sois vos don Fernando? ¡Con qué descuido se viene la muerte tan callando! ANTÓN MARTÍN.- Aquí es tu cama de rosas. JUAN DE DIOS.- ¿Yo cama de rosas? ¿Cama de rosas en mi aposento? 27 PEDRO VELASCO.- Que en verdad está llena de rosas… JUAN DE DIOS.- ¡Ya viene,… ya viene! ¡Nuestra Señora de Guadalupe de Campo de Mártires, me acompaña y tiende las mantas de mi lecho cubierto de rosas! DON FERNANDO.- ¡Ay, ay, ay,…! TELON (La Virgen viene escoltada por el arcángel Rafael y por san Juan Evangelista. Es un trío radiante y luminoso) Juan ahora está en su lecho de muerto. JUAN DE DIOS.- ¡Madre… dadme virtud y tu gracia… para el disfrute de Dios… Tú que en mi lugar quedas, Antón, cuida de mis pobres…! ANTÓN MARTÍN.- ¡Ah, baluarte de diamantes! PEDRO VELASCO.- Eres de Dios, porque de Dios es quien tanto imitarle puede. JUAN DE DIOS.- Pedro, tú mis hospitales multiplicarás… PEDRO VELASCO.- ¡Aguarda, espera, acorta el paso!, amado padre nuestro de dulce visión tan presto. JUAN DE DIOS.- Voyme vencido… PEDRO VELASCO.- Por ti seguiré viviendo en tu recuerdo, padre, hermano, amado… JUAN DE DIOS.- Quiere mi madre hablarme… Dejadme presto… (Mutis de los tres amigos amados que dejan sólo a Juan de Dios con el trío divino) JUAN DE DIOS.- Madre… con tus purísimas manos, mi sudor conviertes en rocío… LA VIRGEN.- Mira que soy tu enfermera, hijo Juan, y que te digo que a tus hijos y a tus pobres daré mi especial auxilio. ARCÁNGEL RAFAEL.- La espada empuñas, y diestro en la milicia de Cristo, de rodillas a la cumbre vas muy fuerte, muy rendido. SAN JUAN EVANGELISTA.- Los olores, que respira tu santo cadáver, finos, dicen la gloria que gozas por los siglos de los siglos. (Juan de Dios sale de su cama y se coloca a un lado, de hinojos y con un crucifijo en sus manos, Aparece el Narrador. Campo triunfal) NARRADOR.- Las campanas de Montemor alegres se tocaron en el nacimiento de Juan de Dios, ya ahora doblan lamentables las de Granada. Quedó su cuerpo de rodillas con el Cristo en las manos. Mientras su alma se esparcía como aroma de rosas, subió al cielo acompañada de ángeles y querubines, un viernes –el día dedicado a los pobres para socorrerlos– entre doce y una de la mañana, a ocho de marzo de 1550, a los cincuenta y cinco años de su dolorosa y felicísima edad… (Pausa) Digno es de ser llorado… 28