La referencia al pueblo visigodo: algo de luz en el debate sobre el

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Real Monasterio de Santa Maria del Burgo - La referencia al pueblo visigodo: algo de luz en el debate sob
Durante años, se ha especulado por doquier sobre el pasado histórico de Burgohondo y su
comarca, sobre sus fundadores y primeros pobladores, sobre la abadía de Santa María y su
papel en la configuración del territorio de la serranía abulense. En numerosas ocasiones se ha
recurrido, sin crítica alguna, al viejo procedimiento de la repetición de antiguos discursos
aprendidos que relataran las crónicas locales del siglo XIX, a veces sobre la base incierta de
una narración más o menos legendaria.
El profesor Ángel Barrios deja constancia del riesgo de caer en la fabulación o el lirismo, en
atención al punto de partida en el que nos encontramos, a la hora de abordar cualquier
acercamiento al pasado histórico del valle alto del Alberche. Se nos obliga a ser cautos en
nuestras afirmaciones, al tiempo que honestos para reconocer las dificultades que se
encuentran ante la exasperante ausencia de referencias documentales directas. Pero, bien
preguntados, parece que los archivos pueden dar algunas respuestas y los documentos que se
refieren a los hechos fundacionales despertar del sueño de los justos en que se encuentran
sumidos.
Hasta ahora, habíamos podido fechar la primera noticia sobre la abadía de Santa María del
Burgo el 21 de abril de 1179. El papa Alejandro III confirma con esta ocasión, al obispo
abulense Sancho (1160- 1181), todas las posesiones que ya tenía y le concede la plena
potestad a él y a sus sucesores – successoribus canonice substituendis in perpetuum- sobre
las iglesias de los términos de Ávila, Arévalo y Olmedo, y sobre los monasterios de Santa
María de Burgohondo –
Sancte Marie de Fundo
- y de Gómez Román. Nada se menciona todavía sobre la fundación de ambos cenobios y
menos aún sobre el origen de la población de la cuenca alta del Alberche.
Años después, el 15 de junio de 1294, los procuradores del Concejo de Ávila se juntan en las
casas en las que tienen costumbre, y deciden entregar al monasterio de Santa María la primera
torta de pez de cada hornada que se hiciese en todos sus pinares por la deuda que tenían con
él. Dicen que obran así porque “lo fundaron aquellos donde nos venimos et nos somos tenudos
de lo mantener, por fazer bien et onrra a este monesterio e a don Gil, abad de este monasterio,
et a los que uinieren de aquí adelante, para siempre jamás”. Tal vez sea la primera vez que un
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documento menciona la fundación del cenobio burgondeño, pero sin indicar directamente ni el
año ni los autores de tal erección.
Esto nos deja de nuevo ante la inicial incertidumbre y ante la afirmación, que ya se hizo años
atrás, de la repoblación de la comarca por el conde Raimundo de Borgoña con habitantes de
Las Cinco Villas, en la cuenca media del río Najerilla, al pie de la Sierra de la Demanda, en La
Rioja; de Lara, en la burgalesa cuenca media del Arlanza; de Covaleda, al pie de los Picos de
Urbión, en Soria; o de Estrada y los Brabezos, que hacen referencia a gentes procedentes de
los territorios navarros y riojanos.
¿Acaso tienen razón las crónicas decimonónicas que hablan de una inicial despoblación del
Alto Alberche a la llegada de los repobladores de la llamada Castilla primitiva? Una crónica de
la época, que escribe don Antonio Ventura de la Iglesia a finales del siglo XVIII, uno de los
últimos canónigos que viven en Burgohondo, dice: “En un principio eran aquellas montañas un
negro, sombrío y espantoso desierto; retirados en su soledad los que entonces vivían en
comunidad religiosa, sin perder de vista todo lo que podía ceder en utilidad del estado, se
ocupaban continuamente en cantar las alabanzas de Dios; con el transcurso de los años fueron
desmontando las incultas breñas en que vivían y por su diligencia se formaron las aldeas que
componen hoy en día el concexo de dicho lugar”. Nada más lejos de la realidad, me parece.
Hoy quiero referirme a un nuevo texto, que añade un dato ciertamente significativo e ilumina
de alguna manera el estado en que se encuentran los estudios sobre la comarca y en especial
sobre la fundación del monasterio de Santa María. Lo he encontrado inserto en otros
documentos del siglo XVI en el marco de diferentes cartas del rey Felipe II, que ya he dado a la
imprenta, en las que confirma su patronazgo personal, y el de sus sucesores, sobre el cenobio,
en atención a que fue fundado y dotado, directamente, por el rey Alfonso VI. Se puede resumir
con palabras del propio monarca: “Es este monasterio fundación y dotación rica y opulenta de
los reyes de Castilla y particularmente del señor rey don Alfonso VI, por cuya concesión tiene y
posee los términos y otros derechos y rentas, desmembradas del patrimonio y corona real”. No
se me escapa la más que habitual utilización de recursos de este tipo por los monarcas
castellanos para legitimar ciertos derechos y prerrogativas, tantas veces sobre referencias no
muy contrastadas de documentos anteriores. Pero lo cierto es que el dato parece coincidir bien
con lo que la historia general nos dice sobre el monarca leonés.
En este caso, el monasterio ya tendría un padre: el rey Alfonso VI; y una fecha: la que va
desde la toma de Toledo, en 1085 al 1109, en que muere. Este dato, de ser cierto, adelantaría
en más de setenta años la fecha que nos daban las referencias anteriores, como decimos
arriba, datadas en 1179. Pero no queda ahí la cuestión, ya que al referir al propio Alfonso VI la
fundación del monasterio de Santa María se nos permite avanzar un poco más en el estudio
sobre los primeros pobladores permanentes del valle, superadas las etapas celta y romana de
las que sólo podemos hacer conjeturas más o menos aventuradas. Los datos concuerdan con
las insinuaciones que dejó redactadas el propio Ángel Barrios, aunque su desaparición le
impidiera demostrarlas. No parece complicado entender que el rey Alfonso VI, en sus frecuentes visitas a Toledo, al
paso por las Parameras de Ávila, pueda haber conocido a los antiguos y diseminados
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pobladores cristianos del valle. A pesar de las dificultades que habrían sufrido con la conquista
musulmana de la Península Ibérica a partir del año 711, estas poblaciones habrían resistido,
ciertamente arabizadas, desestructuradas, en los seguros recovecos que se abren a lo largo de
toda la Cordillera Central, a la caída oriental de la sierra de Gredos. Estos hombres, sin duda,
habrían utilizado en otro tiempo las tumbas excavadas en la roca que todavía hoy se conservan
en el cerrillo de San Marcos, en Navaluenga, o en San Pedro, en Navarrevisca, o junto a la
ermita del desaparecido poblado de Los Santos, hoy jurisdicción de
Hoyocasero
.
Alfonso VI habría erigido un monasterio mitad defensivo mitad estructurador del territorio y
organizador de la población. Habría elegido el enclave actual de Burgohondo por hallarse bien
protegido de las incursiones sarracenas así como del viento cierzo, con agua abundante y con
un clima más benigno para el cultivo de huerta que las agrestes sierras en que pastaban sus
rebaños los antiguos moradores del valle. Tampoco descarto la presencia de algún tipo de
eremitorio mozárabe ubicado en este lugar, en atención al carácter religioso de la fundación así
como a la peculiar condición de los clérigos de san Agustín, que llegan en lugar de los monjes
cistercienses, que hubieran resultado más acordes con los tiempos del monarca leonés.
Sánchez Albornoz, que había hablado de despoblación total en el valle del Duero a partir de
mediados del siglo VIII, no se atreve a decir lo mismo para esta comarca y él mismo llama la
atención sobre la pervivencia, todavía en nuestro siglo, de numerosos rasgos visigodos
–germánicos- entre los habitantes del valle.
Serían aquellos pastores arabizados, restos poblacionales de la antigua cultura visigoda,
aquellos eremitorios mozárabes de cristianos sometidos a las superiores disposiciones de los
reyes de Al Ándalus, los primeros pobladores de los nuevos lugares, el motivo que provocaría
la intervención del rey. Alfonso VI habría pretendido ordenar el terrazgo, vertebrar la vida social
y económica de las viejas poblaciones visigodas, con la instalación de un centro monástico
entregado a una comunidad de clérigos de san Agustín, probablemente los más adecuados
para este tipo de misión, como de hecho se consolidó en el transcurso de los años. José Antonio Calvo Gómez
Monasterio de Buenafuente del Sistal, 23 de agosto de 2006 --------------[De acuerdo a la naturaleza de esta página web y a la filosofía de su autor, los materiales de
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