RICHARD A. McCORMICK LA TEOLOGÍA MORAL EN EL AÑO 2000: TRADICIÓN EN TRANSICIÓN ¿Cómo ha, de enfrentarse él catolicismo al reto de los 2000? ¿Cómo ha de renovarse la teología moral para responder a las exigencias del Evangelio en un mundo cambiante? ¿Cuáles habrán de ser las notas distintivas de la moralidad cristiana para el milenio que se nos echa encima? Al grito de "re-imaginemos la Iglesia", que parece un eco de aquel "la imaginación al poder", que resonó en el París de mayo de 1968, el conocido teólogo norteamericano Richard A. McCormick, en una conferencia pronunciada en la Universidad Georgetown en febrero de 1991, pasa revista a la situación actual de la teología moral católica y desarrolla diez aspiraciones para el año 2000. Volver a las raíces de la moralidad cristiana, aprovechar el empuje universalizador del Vaticano II; descentralizar los órganos de reflexión y decisión, hacer de la teología moral cristiana una teología personalística, sin ambiciones de infalibilidad, ecuménica, metodológicamente inductiva, pluralistica, comprometida y especializada son las consignas que el teólogo norteamericano lanza, para hacer frente a las necesidades teológicas y pastorales del presente y preparar un futuro de esperanza. Moral Theology in the Year 2000: Tradition in Transition, America, 166 (1992) 31231.8. El título puede parecer redundante. Porque, según ha dicho un teólogo recientemente, una de las notas distintivas de la Tradición viva es su "capacidad para desarrollarse conservando su identidad y continuidad". La Tradición está, pues, siempre en transición. Concebirla de otro modo es confundir Tradición- la fe viva de la muerte- con tradicionalismo -la fe muerta de la vida-. Aprender del pasado sin estar esclavizado a él significa ser capaces de soñar. En algún sentido, actualmente todo el mundo tiene un sueño. El sueño resulta un vehículo útil. Proporciona imaginación y marcha a la teología y esto no es malo. Además, permite barajar ideas que pueden parecer impensables o sorprendentes, sin aceptarlas del todo. Uno puede proponer algo descabellado, sin aferrarse a ello. Al fin y al cabo, "fue sólo un sueño". Sin embargo, los sueños de hoy se convierten a veces en realidades del mañana. ¿Dónde estaríamos sin soñadores? En este sentido, cabe afirmar que es responsabilidad nuestra soñar, o sea, prever posibilidades y opciones para hacer saltar el cerco de las convencionalidades y permitir a los cristianos, no sólo recordar el pasado, sino también crear el futuro, afrontando las necesidades teológicas y pastorales de la comunidad creyente. El obispo de Milwaukee lo expresó con lucidez: "vivimos en una época en que debemos re- imaginar la Iglesia católica. Hemos de examinar nuestras propias convicciones morales, trabajar con ellas a la luz del Evangelio, de forma que podamos aplicárnosles en profundidad". Confieso que eso de "re- imaginar la Iglesia católica" me gusta. Posee aquel optimismo audaz que debería caracterizar a todo creyente. Pero también es un reconocimiento de que colectivamente no andamos bien. Más concretamente: tendemos a enfrentarnos con RICHARD A. McCORMICK los desafíos nuevos apoyándonos en viejos andamios. Somos laudatores temporis acti (panegiristas del pasado). "Re- imaginar la Iglesia católica" suena a radical y revolucionario. Es importante, pues, precisar bien qué significa y qué no significa. No se refiere a un cambio sin rumbo, por ganas de cambiar, que nos deje a la intemperie. Re- imaginar sugiere más bien un uso creativo e imaginativo de todas las piezas de que disponemos. En este sentido, es radical: pretende recuperar las raíces (radices), largo tiempo escondidas bajo un cúmulo de costumbres, hábitos y detritus culturales. "Re- imaginar la Iglesia católica" implica preservar su vigor y vitalidad en medio de los tiempos cambiantes. Y lo mismo respecto a la moral católica. La teología moral se ocupa de las implicaciones morales de nuestro "ser en Cristo". Si este "ser" puede resultar distorsionado o deformado por el capricho, el orgullo, la ceguera, la pasión, el antroformismo, y otros ismos por el estilo, de los hombres, también les puede ocurrir lo propio a las implicaciones morales. Nos proponemos trazar el perfil de diez características de la teología moral, que uno desearía encontrar en el año 2000; La tarea de reimaginar comporta toda suerte de actividades humanas: esperar, criticas el pasado y el presente, lamentar, ansiar, soñar. Ninguna de ellas está exenta de caricaturas Es típico de los sueños. Cristocentrismo y caridad Me atrevo a afirmar que la inmensa mayoría de católicos, cuando piensan en la vida moral, se preguntan si algo está bien o mal. 0 sea, que se plantean problemas morales tales como: ¿están siempre mal las relaciones prematrimoniales? ¿qué es lo correcto: mantener o retirar la nutrición artificial de un paciente en coma irreversible? ¿es inmoral la fabricación de armas nucleares disuasivas? ¿decir algo falso está siempre mal? Y así sucesivamente. En una palabra: identificamos la ética con la casuística. Está claro el porqué de esa identificación. Los casos concretos son fácilmente noticiables. Bastan cuatro rasgos para despertar la curiosidad. Y se prestan a la discusión. Además, proporcionan un lugar de encuentro para personas que, de otra formó, no tendrían nada o muy poco en común. ¿Quién no tiene una opinión formada sobre el aborto, las drogas, el uso de las armas nucleares, el apartheid o la fertilización in vitro? ¿Y por qué no va a tenerla? Somos seres morales y ésta es la materia de la moralidad. No del todo. Una ética que se precie de ser teológica tiene sus raíces en Dios. Sus principales puntos de refe rencia han de ser la relación de Dios con nosotros y la nuestra con Dios. El lenguaje más fundamental -no el único- de la ética teológica no trata de si alguna acción en concreto está bien o mal, sino que gira en torno a la bondad o maldad a secas, porque la bondad y la maldad básicamente es vertical y la relación con Dios constituye su médula espinal. En otras palabras: la ética cristiana descansa sobre el hecho de que algo ha sido realizado para- y por nosotros y que ese algo lleva la marca de Jesús. La iniciativa es de Dios, que primero habla y luego reclama una respuesta. RICHARD A. McCORMICK Insisto en esto, porque ha existido y existe todavía la tendencia a concebir la ética cristiana en términos de ,principios y normas deducibles de sentencias de Jesús. Cierto que el NT nos las conserva. Pero reducir la ética cristiana a tales principios y normas es trivializarla. Para el cristiano, pensar en la ética significa. reflexionar sobre lo que Jesús hizo para y por nosotros y, por consiguiente, sobre quiénes somos. A travé s de Jesús conocemos en qué consiste la relación de Dios con nosotros: en una entrega total Y nosotros hemos sido creados a su imagen. Perder esto de vista es salirse del ámbito de la ética cristiana. Ver a Jesús en el centro de la teología moral es afirmar que el amor es su corazón y su alma. Porque Jesús es la encarnación del amor del Padre. Pero es fácil olvidarlo. Hay cuatro factores que contribuyen a ello: la casuística, el recurso a la ley natural, el énfasis en el magisterio y la importancia dada a la ética filosófica. Cada uno de esos factores juega su papel en la elaboración de la ética cristiana. Pero la caridad es el principio que no tiene por encima otro principio. Por esto ha de quedar libre de normas, para ser aplicado después con rigor y coherencia a todas las situaciones, por complejas que sean. De lo contrario, queda a nivel de las generalizaciones, que se usan para todo, pero que no sirven para nada. La ley natural no ha de competir con la caridad por la primacía en la ética cristiana, porque ella sólo marca unos mínimos en las exigencias de la caridad. El magisterio es valorado por los católicos como una fuente privilegiada de enseñanza moral y la filosofía moral aporta claridad y precisión a la reflexión. Sin embargo, ha sido sobrevalorada la importancia de estos factores. En realidad, la casuística puede parar en legalismo minimalista. El respeto al magisterio está expuesto al fundamentalismo conformista. La ética filosófica acaba a menudo en un racionalismo disfrazados Y la ley natural se convierte en una caricatura de sí misma. Cuando esto sucede, el esplendor de la teología moral queda irremediablemente oscurecido. Los árboles no dejan ver el bosque. Pero todavía estamos a tiempo para soñar en una teología moral para el año 2000, capaz de recuperar la esplendorosa simplicidad exigida por el fundador del cristianismo. Universalidad Cuando sueño en el año 2000, pienso en un cristianismo pluricultural. Ya Rahner observó que, a partir del Vaticano II, la Iglesia se había hecho mundial. La aplicación de ese "rasgo universalizador" a la moral da como resultado una moralidad, que, siendo cristiana y teológica, no es ni aislacionista ni sectaria. El aislacionismo rechaza una constante de la Tradición católica: que la auto-revelación de Dios en Jesús, no arrumba todo lo humano, sino que lo ilumina. La ética cristiana es la objetivación de lo que cada persona experimenta en su subjetividad. De alguna forma, la Escritura, la Tradición y la vida cristiana pueden considerarse objetivaciones de la experiencia humana. La Tradición católica ha intentado, muy torpemente a veces, integrar la dimensión universalística de la moralidad apelando a la ley natural. Este intento fallido ha dado pie recientemente a algunos ataques fuera de lugar. Se contrapone una ética construida sobre relatos particulares - la cristiana- a otra de "leyes universales" - moralidad pública basada en la ley natural. Esto falsea la realidad. Uno puede armar que determinados deberes básicos se aplican a la persona como persona, sin dejar de considerar la propia comunidad como su contexto narrativo fundamental. En todo caso, esta dicotomía no RICHARD A. McCORMICK coincide con la lectura y la vivencia católica de la historia. Los cristianos no esperamos que nuestra fe y nuestra comprensión del mundo sea confirmada. por la aprobación de todo el mundo. Pero sí esperamos que las motivaciones cristianas fundamentales encuentren eco en la experiencia universal. En esto y no en otra cosa se basa nuestra confianza en la posibilidad de un discurso moral público. Por tanto, cuando sueño en la ética cristiana del 2000, sueño en que se seguirá manteniendo la confianza firme de comunicarnos de una forma inteligible con una sociedad más amplia que la Iglesia. Subsidiariedad Por lo que me consta, el primero en usar el término "subsidia riedad" fue Pío XI. Y fue en la Quadragesimo anno (1931), a propósito del rol legítimo, pero limitado, del Estado. Cuando ahora lo aplico a la teología moral, lo hago, obviamente, en un sentido análogo. Lo que con el término sugiero es que la autoridad suprema, más centralizada, no debería asumir todas las responsabilidades, sino que debería dejar a las autoridades locales (por ej. la conferencia episcopal) o individuales, su propio ámbito de responsabilidad. Como esto se puede hacer de muchas maneras, para aclararlo, voy a distinguir entre el nivel de principio y el de las aplicaciones concretas: Los Papas anteriores al Concilio extendían la enseñanza pontificia a todo el ámbito de la ley moral, incluidas- las aplicaciones. Con el vaticano II, surge un nuevo enfoque de la cuestión. En la Gaudium et spes sé establece como principio de interpretación de la propia Constitución la referencia a las circunstancias cambiantes, que cada materia, por su misma naturaleza, presenta. En otra parte observa que "sucede a menudo, y también legítimamente, que algunos fieles discrepan de otros -todos con idéntica sinceridad- en una determinada cuestión". Este pluralismo legítimo se apoya también en el hecho de que la enseñanza oficial no tiene respuestas para todo(véase G. S. n° 33). Los Obispos norteamericanos captaron perfectamente esta modestia e hicieron uso de ella, cuando en su carta pastoral sobre la paz (1983) subrayaron la diferencia entre los principios morales universales y sus aplicaciones. Sobre éstas últimas advierten que no sólo las circunstancias pueden cambiar, sino que pueden ser diversamente interpretadas por personas honestas y sinceras: De ahí que concluyan que sus juicios morales sobre aplicaciones concretas deben ser tomados- en consideración; pero no son vinculantes. La aplicación de los principios morales exige una pericia especial y un amplio conocimiento de las circunstancias. Por esto debería confiarse a expertos. Cuando la autoridad superior en su propio nivel, por ej., la Congregación para la Doctrina de la fe (CDF) o el obispo local, pretende asumir este rol, nos encontramos ante una violación de la subsidiariedad. La Iglesia queda privada de la riqueza de experiencia y de pensamiento que pueden aportar algunos de sus miembros Por esto el Concilio urge al laicado a, ejercer su propio rol. Así, los físicos pueden contribuir mucho a la reflexión moral sobre temas de su especialidad. Si los especialistas no lo hacen, ¿quién lo hará? Esto es lo que entiendo por subsidiariedad en teología moral. RICHARD A. McCORMICK Persorialismo Uso este término en sentido específico -y en un contexto muy restringido. El contexto es la determinación de lo que está bien y lo que está mal. Y el sentido es el de la persona humana en todos sus aspectos y dimensiones, como criterio de lo que está bien y lo que está mal. Esto se contrapone al empleo de una sola dimensión. No es temerario afirmar que algunas concepciones católicas han caído en esta trampa. Para J.C. Murray, éste era el caso de la. " interpretación biologista", que confunde lo "primordial" en sentido biológico con lo natural. Así, el P. Hürth, consejero de Pío XI y de Pío XII, hacía hincapié en la facticidad biológica. "La intención de la naturaleza -afirmaba- está inserta en los órganos y funciones". Y concluía: "Uno sólo puede disponer del uso de estos órganos y facultades de acuerdo con el fin que pretendió el Creador en su formación. Este fin es doble: la ley biológica y la ley moral. La ley moral obliga al hombre a vivir de acuerdo con la ley biológica". Por esta razón los teólogos J. C. Ford y G. Kelly escribieron en pleno Concilio (1963): "No se puede exagerar la importancia que se atribuye a la integridad física del acto mismo ni en los documentos pontificios ni, en general, en la teología". El Vaticano II fue más allá de esa integridad física cuando propuso como criterio "la persona íntegra y adecuadamente considerada". Menciono el personalismo como componente de mi sueño, porque, mientras en algunos documentos oficiales recientes recibe todos los honores (véase, por ej., la Instrucción Donum vitae de la CDF de 1987 sobre las tecnologías reproductivas), muchos creemos que reaparece el biologismo de antaño, siempre que se trata de conclusiones y de aplicaciones específicas. Modestia y provisionalidad También Karl Rahner tuvo su sueño. Se imaginaba al Papa hablando así: "El magisterio ordinario del Papa, al menos en el pasado e incluso en épocas muy recientes, quedó a menudo envuelto en el error respecto a sus decisiones doctrinales auténticas. En cambio, Roma está acostumbrada a ma ntener dichas decisiones y a insistir en ellas, como si no hubiese duda sobre su acierto y como si cualquier discusión ulterior sobre ellas le quedase vetada al teólogo "católico". Este no es ciertamente el estilo de la curia romana. Parece ser una tentación perpetua de los constituidos en autoridad, a la vez jurídica y doctrinal, la inclinación a prescribir y proscribir urbi et orbi (para la ciudad -Roma- y para el orbe -católico-) con certeza absoluta y para siempre. Como si sólo hubiese que tomar en serio las enseñanzas que se proponen para todos los tiempos. Así, por ej., en el documento de la CDF sobre la ordenación de la mujer (1976), se afirma que la norma de no ordenar a mujeres se ha de observar "porque se ha considerado conforme al plan de Dios para su Iglesia". Esto viene a ser un lock-in (cierre) teológico. Creo que uno puede oponerse a la ordenación de las mueres - no es mi caso- por razones distintas de ésa. Hemos de ser muy conscientes de la complejidad real de muchos problemas morales humanos. Por esto sueño en que el reconocimiento de esa complejidad contribuya a que RICHARD A. McCORMICK se adopte la forma de una modestia y una provisionalidad que estén en su punto, tanto en la enseñanza auténtica de la Iglesia como en la reflexión teológica. Ecuménica Cabría suponer que; en nuestros 78Richard A. McCormick días, el ecumenismo en moral, es un hecho. Pero he de expresar una sospecha que me ronda. La actitud ecuménica se adopta siempre que no se trate de casos en que la Santa Sede haya tomado autoritativamente una posición en el pasado. En estos casos - y todos sabemos cuáles son- se escoge como consultores á los que de antemano consta que defienden dicha posición. Esto constituye una amenaza para el diálogo ecuménico y atenta a la credibilidad de la Iglesia y a su capacidad de comprensión y de testimonio. Por esto sueño en que la teología moral del 2000 sea auténticamente ecuménica. Inductiva Esto, naturalmente, se refiere al método y es consecuencia, del personalismo. En épocas anteriores al vaticano II el método deductivo estaba todavía a la orden del día. Esto se ve claramente en el proceso de transformación que ha experimentado la enseñanza social de la Iglesia, en el que cabe distinguir tres etapas distintas. En una primera etapa, representada por la Rerum novarum (1891), la enseñanza social estaba dominada por la "filosofía cristiana" y por un método rigurosamente deductivo. Esto tuvo dos consecuencias inmediatas: no quedó espacio para las ciencias -economía, sociología, ciencias políticas-y la elaboración doctrinal corrió a cargo exclusivamente de la jerarquía, siendo los laicos meros ejecutores. La segunda etapa, que cubre los pontificados de Pío XI y Pío XII, es el de la "doctrina social": La Quadragesimo anno (1931) estrena este término, que se refiere aun cuerpo orgánico de principios universales todavía rigurosamente deducidos de la ética social. Con todo, hay un mayor énfasis en el momento histórico - y. en las aplicaciones de los principios a la práctica, y de ahí que se inicie una re-evaluación del papel de los laicos en el proceso. La tercera etapa comenzó con Juan XXIII. Es él quien pasó del método deductivo al inductivo: puso como punto de-partida el "momento histórico", considerado desde el Evangelio. Esto desembocó en la total reevaluación del papel del laico en la enseñanza social, que realizó el Vaticano II: Los laicos no son simples ejecutores de la enseñanza social, sino que deben participar en su misma elaboración. Este es un desarrollo interesante. Una cosa es clara: un desarrollo así no se ha realizado en todas las áreas de la teología moral, por ej., en la moral sexual y familiar. Si desde Juan XXIII el método social ha evolucionado de forma que se diese entrada a las ciencias y a la experiencia laical, ¿por qué- no ha de pasarlo mismo en otras áreas de la enseñanza de la Iglesia? Por el momento esto no es así y, por consiguiente, forma parte de mi sueño. RICHARD A. McCORMICK Pluralística Hay un "algo'' en el espíritu católico que parece sentir la necesidad de una aquiescencia a pie juntillas, incluso en las más mínimas aplicaciones- de los principios morales. Creo saber en qué consiste. Es el lastre de la práctica inveterada de antaño, que ponía por todas partes los puntos sobre las íes y luego lo imponía como certeza inamovible. Cuestionar públicamente tales prácticas era considerado como fuera de lugar. Una uniformidad así, impuesta, hizo suponer que la unidad católica no toleraba el pluralismo. Existe todavía una minoría -exigua, pero ruidosa- que sigue pensando que no puede haber desacuerdo sobre la fertilización in vitro realizada entre marido y mujer o sobre la alimentación artificial de un paciente en coma irreversible, sin echar a perder nuestra unidad católica básica. En los EE.UU. estas actitudes se simbolizan en el caso Curran, el cual ha afirmado repetidamente que sus diferencias con las declaraciones oficiales se caracterizan por: 1) referirse a materias periféricas, alejadas del núcleo de la fe, 2) que dependen en gran manera del soporte de la razón humana, 3) y que poseen tal complejidad y exigen tal grado de especialización, que lógicamente no pueden reclamar para sí, una certeza absoluta. No es éste el lugar para replantear ahora este caso. Pero lo que sí deseo es hacer una llamada al pluralismo. El pluralismo en estas materias, más que un valor, es un hecho. Un hecho que hay que aceptar, especialmente en una Iglesia que no quiere ir a la zaga en su confianza en la presencia del Espíritu en sus miembros. En la década que tenemos por delante los problemas morales se harán cada vez más difíciles y complicados. Por esto sueño en una teología moral que sepa vivir humilde y gozosamente en medio de un pluralismo que es condición indispensable para el progreso del conocimiento. Comprometida Ha de seguir siendo objetivo de la teología moral el planteamiento y solución de los problemas. Que una conducta esté bien o mal no deja de tener importancia. Pero centrarse exclusivamente en esto puede restar valor a otros aspectos muy importantes de la moralidad. Hay que distinguir entre una ética de mínimos y una ética exigente y comprometida. La primera es una ética estándar, interesada solamente en lo negativo y en las sanciones. Pero, si leo correctamente los "signos de los tiempos", hay mucha gente que desea más y que aspira a una ética exigente, positiva, centrada no tanto en lo que hay que hacer, como en lo que se puede llegar a ser. Espero que la teología moral del 2000 atienda mucho más a las "cuestiones de las tres de la madrugada", las preocupaciones que nos carcomen cuando estamos en un duermevela. No se trata de las lindezas de una antología de cuestiones éticas ni de los detalles de la agenda de mañana. Se trata de cuestiones acuciantes, como la culpa, la integridad personal, lo que está siendo de mi vida, Dios en mi vida, el amor y la fraternidad auténtica y el límite de nuestra mortalidad. Son cuestiones comprometidas. No son una obligación, sino que nos exigen adoptar una postura en la vida. RICHARD A. McCORMICK Especializada El teólogo moral omnicompetente ha pasado a la historia. Cada aspecto de la vida tiene su especialista. Y para serlo se requiere toda una vida profesional. Mi punto de vista, que no tiene nada de sensacional, es que, si la teología moral del 2000 ha de influir de veras y ha de ser fermento de la vida contemporánea, debe tener especialistas bien formados, que puedan alternar de igual a igual en el mundo de los especialistas. Esto significa una seria limitación en el área de trabajo de. cada teólogo. No se puede ser especialista en todo. Y para ser un especialista de prestigio hay que dedicar toda la vida al campo de la propia especialidad, llámese bioética, ética social o política, ética de la sexualidad o de la familia. Conclusión Todo esto es lo que yo sueño para la teología moral del año- 2000. ¿Cómo conseguirlo? El mero hecho de preguntárnoslo supone que todavía estamos lejos. Soluciones rápidas no existen. Pero hay algo que vuelve una y otra vez en mi sueño. En un mundo en que todo va tan deprisa y en una Iglesia en que los cambios rápidos resultan tan traumáticos ¿no resulta anacrónico celebrar un concilio ecuménico cada cien años? Más, si la Comisión teológica y el Sínodo de los obispos no han sido lo que se esperaba de ellos. Qué es lo que una asamblea conciliar, por ej., cada diez años podría hacer para lograr que nuestras estructuras reflejen fielmente una Iglesia de dimensión auténticamente mundial, es materia de otro sueño. Pero no hay duda de que esto afectaría profundamente a la teología moral. Entretanto, lo mejor que pueden hacer nuestros teólogos es afanarse con humildad y coraje, como si mi sueño fuese realidad. Así acelerarán el día en que esto sea un hecho. Y estarán al servicio de una Tradición en transición. Tradujo y condensó: MARIO SALA