INTRODUCCIÓN Los dos primeros libros de J.T. LeRoy, Sarah y El corazón es mentiroso, figurarán, con el tiempo, entre las obras más influyentes de la literatura norteamericana de los últimos diez años. Esto no se debe a que su lectura y comprensión estén al alcance de todo el mundo, sino a que son rabiosamente leídos y amados por miles de jóvenes sensibles que creen que J.T. habla en su nombre. Habla en su nombre, y lo hace sin percatarse de ello, con extraña y perfecta elocuencia. J.T. comparte con Denis Johnson, Raymond Carver y Thom Jones la capacidad de partir de lo más profano y miserable para convertirlo en exquisito. Los mundos que nos muestran son inhóspitos y en apariencia impíos, pero consiguen que disfrutemos del tiempo que pasamos en ellos. ¿Cómo lo hacen? La respuesta radica en las palabras que eligen para describir el infierno. No escogen las palabras habituales, y es ahí donde surge el placer. Cuando empezó a rondar por el barrio en aquel grande y viejo Pontiac plateado, todos creían que era un poli antivicio. Se asomaba por la ventanilla y su mirada iba pasando de uno a otro como quien observa los caballos de la hoja de apuestas. Lucía el típico corte de pelo de los policías, peinado hacia atrás, rematado en una corona de rizos estilo César; el rostro impenetrable de los polis; la mirada de desolación de un frustrado defensor de la ley. Hacia la segunda semana, siempre que veíamos aquel buque ancho y bajo doblando la esquina, todos saltábamos del muro y nos alejábamos a toda prisa. Alrededor de la tercera semana, y dado que nadie ha sido detenido, la mayoría hemos llegado a la conclusión de que se trata de un trabajador social. De manera que cuando aparca el coche en el callejón, apaga el motor y baja del vehículo, se ve súbitamente rodeado de gente, como los blancos ricos en las películas de la selva. Hace regalos al enjambre de críos. A mi espalda, Daisy, el pitbull de Serenity, emite un lento y sordo gruñido. Gotti la mira de reojo y me propina un codazo. -¿No es ese el poli que ha estado siguiéndonos? Sin esperar respuesta, se desenrolla la boa del cuello y la guarda en la mochila. Crayon baja su mascota, una rata, del hombro, y la mete en la chaqueta militar. Serenity se desata la correa de la cintura y la ata al collar de Daisy. Nos ponemos en guardia, listos para emprender la huida. -¿Por qué iba a estar un poli repartiendo condones? -pregunta Gotti echándose hacia atrás las largas trenzas negras mientras observamos cómo el hombre rebusca en su bolsa. Todos nos encogemos de hombros. Crayon convierte sus manos en unos anteojos. -A ese hijo de puta le sigue toda una comitiva, ¿lo veis? -No se ha metido con nadie -dice Serenity acariciando distraídamente a Daisy para que deje de gruñir. No queremos vernos obligados a salir pitando; estamos en el muro de la esquina, un lugar que suelen reclamar como propio los mayores, pero esta noche hace frío y los que disponen de buenas falsificaciones del documento de identidad se han refugiado en la sofocante calidez de los bares gay. Vuelvo a encogerme de hombros. Vemos que el hombre se dirige a nosotros. Le escrutamos para ver de qué palo va: asistente social o antivicio. -Es un poli -dice Crayon señalando los zapatos, que no son los mocasines gastados propios de los trabajadores sociales, sino esos negros brillantes y burocráticos de puntera redonda a los que los polis son tan aficionados. Además está el abrigo negro, ceñido en torno a una barriga prominente, como si fuera un albornoz. Casi puede distinguirse la placa de detective colgando del bolsillo interior. Todos asentimos y nos disponemos a despegar cuando Gotti sacude la cabeza y dice, casi a gritos: -Hay demasiada gente a su alrededor para que se trate de condones. ¿Qué coño les está dando? A medida que se acerca veo que en sus manos hay largos envoltorios de plástico. -Quizá esté regalando bolis. -¿Bolis? -dice Crayon-. ¿Para qué mierda va a repartir bolis? Ni que estuviéramos en una puta convención. -Lo que está claro es que no reparte tampones -replica Gotti con un bufido. Vemos que el hombre se acerca: va encorvado por el peso de la bolsa, pero sus manos sueltan regalos como si fueran palomas. -¡Oh, mierda! -Serenity se pasa las manos por los cabellos color violeta-. ¡Ese cabrón está repartiendo jeringuillas! -¡No jodas! Gotti aplaude. Abro mucho los ojos. Él nos mira, y nos sonríe desde su rostro abotargado como si fuéramos viejos conocidos. -Un poli no repartiría jeringuillas, ¿verdad? -susurro. -Exacto. Crayon saca la rata del bolsillo y el tema queda zanjado: se trata de un nuevo trabajador social que intenta impresionar al personal repartiendo jeringuillas ilegalmente. Ha corrido la voz por la calle Polk y ahora todos los yonquis vienen hacia aquí, tambaleándose como difusas siluetas en la tormenta. -¿Alguien quiere una aguja hipodérmica? -pregunta él. Su sonrisa rígida se queda fija y su mirada flota sobre nosotros. Serenity ha soltado la correa de Daisy y el pitbull se apresura a saltar, apoyando las pezuñas en la ingle del tipo. Un poli nunca habría tolerado un ataque a las pelotas sin defenderse a golpes, de manera que damos un paso atrás y observamos con atención cómo se agacha. Daisy le lame la cara con entusiasmo. -No es un poli. Crayon sacude la mano, como si bendijera al hombre. Asentimos. Serenity tira de Daisy. -Un perro simpático -comenta el hombre levantando la cabeza para mirarnos; resulta difícil creer que hayamos podido considerarle de la pasma. Acaricia a Daisy-. Buen chico, buen chico -gorjea. -Chica -corrige Gotti-. Se llama Daisy. El hombre baja la cabeza para mirar la parte baja del pitbull y se ríe. -Lo siento, Daisy. ¡Eres una chica preciosa! -Es una colby con pedigrí -dice Serenity dándole una palmada en el lomo. -¡Vaya! -dice él incorporándose-. ¿Así que puedes trazar todo su árbol genealógico? -Sí. ¿Te suenan los colby? -pregunta Serenity. El hombre asiente con una sonrisa. -Una boa enana, ¿verdad? -Tiende la mano hacia la serpiente de Gotti, pidiendo permiso antes de tocarla. Gotti mueve la barbilla: adelante. -Bertha, mezcla de colombiana y surinamesa. Él acaricia con una mano la brillante piel de la boa mientras con la otra, sin prestar demasiada atención, va extrayendo objetos de la bolsa para dárselos a la multitud que nos rodea. -No estás con los del intercambio de agujas, ¿verdad? -Crayon abre la mano para recibir un paquete. -No, me llamo Larry. He pensado que no teníais por qué esperar. -Le da la jeringuilla a Crayon y acaricia a la rata. -Mildred -le dice Crayon-. Parece boba, pero es una auténtica siamesa marrón oscuro. -Se guarda la jeringuilla en el bolsillo trasero.