Llevamos ya dos años de crisis y parece no haber todavía una luz al final del túnel. Muchos se preguntan si habrá alguien que nos saque de este pozo sin agua. Algunos tienen fe en el líder actual, otros buscan una revolución. Son pocos, sin embargo, los que esperan en Dios y se preguntan: ¿Qué es la crisis según la Biblia? Muchas teorías hay sobre el porqué de esta crisis y como resolverla. Algunos acertarán más que otros, incluso puede que ayuden algo poniendo un parche en la herida; sin embargo, la herida, mientras no se busque la raíz del problema no desaparecerá. Sin duda haríamos bien si buscáramos respuestas en la Biblia; algo de provecho sacaríamos. Tenemos en nuestras cabezas la idea de que la crisis actual viene dada a causa de errores en decisiones políticas en un sistema económico complejo que nadie logra comprender. Sin embargo, por muy complejo que sea el sistema en el que vivimos actualmente, en el fondo, las cosas siguen siendo iguales que hace tres mil años. Podemos ver una y otra vez en la Biblia como Israel sufrió castigos por desobedecer a Dios. Empezando por los cuarenta años en Egipto (algunos no llegaron a ver la tierra prometida), las guerras entre Judá e Israel, la destrucción del templo y “finalmente” las dos diásporas a Babilonia y por todo el mundo; por nombrar algunas. Sin embargo, hoy día, parece que nos hemos olvidado de todo esto. Pensamos que esto es una cosa del pasado, que hoy las cosas funcionan de otra manera. Esta manera de pensar no solo ha calado entre la gente más secular, sino también entre los creyentes. En las iglesias ya no se habla de tales cosas: está mal visto. Y aunque muchos de nosotros quizá lo pensemos tenemos miedo de decirlo. Por lo que todavía nos hace más culpable que los que no conocen mejor. Lo cierto es que nadie quiere escuchar sobre el castigo. Hagamos lo que queramos porque no va a pasar nada; el castigo es solo un impulso neurológico que podemos evitar. Así es como piensan algunas personas. Un pensamiento que viene dado por un concepto erróneo del castigo. Éste no es una simple acción cruel promovida por el odio. Como si Dios no fuera más que un dios o héroe de la antigüedad dejado llevar por el egoísmo, la codicia o la ira. El castigo de Dios no tiene que ver con nada de esto. El castigo es siempre una acción de amor, por mucho que nos cueste creerlo. De igual manera que un padre castiga a su hijo para amonestarlo y llevarlo por el buen camino, de la misma forma el Padre amonesta a sus hijos. Cuando Dios dio las leyes al pueblo de Israel les amonesto de lo que les pasaría si no obedecieran sus leyes; aunque también las bendiciones que tendrían si las llevaran a cabo. Sin embargo, parece, que el hombre siempre está dispuesto a hacer el mal. A mi parecer, el castigo ni si quiera es consecuencia directa de Dios; más bien viene dada por causas naturales; es decir, es un causa-efecto. Comemos demasiado: nos engordamos y enfermamos; corremos demasiado: chocamos; jugamos con el fuego: nos quemamos. Sus leyes son tan perfectas que no tiene ni siquiera que intervenir (aunque también se podría decir que el crear las leyes ya son una intervención en sí). Imaginémonos que no hubiera ningún efecto o castigo, ¿Qué pasaría? Las personas caminarían en tal progresión corruptiva que el mundo acabaría en caos total. Si las personas no hacen más daño del lo que hacen es porque saben que hay ciertos efectos negativos a acciones negativas. Llegados a este punto, no queda otra cosa que preguntarnos: ¿Qué pecados hemos cometido entonces, para merecernos esto? Es tan sencillo como mirar a los diez mandamientos. “No codiciaras” dice el decimo mandamiento. ¿No hemos codiciado? Hemos comprado casas, coches, televisiones, ropas; y con todo no estamos satisfechos. Y bueno, a quien le importa— dicen algunos—mientras la economía marche bien, qué más da. “No tendrás dioses ajenos delante de ti”. ¿No tenemos otros dioses? Adoramos a Mamón (dios del dinero), a Venus (diosa del placer, amor) y a Baco (dios del vino, celebraciones y éxtasis) sin ni siquiera saberlo. No solo hacemos todas estas cosas sino que nos complacemos en ello. “No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano”. ¿Cuántas veces no escuchamos cosas como “me cago en D!@$” Incluso en la televisión ya no hay límite para lo que uno puede decir. En algunos canales puede que te den algún aviso al decir alguna palabrota, pero si insultas a Dios te dan una palmadita en la espalda. “No matarás” ¿No matamos? Desgraciadamente esto es algo que hemos pasado por encima. ¿Es que a caso no sabemos que el aborto es homicidio? Cuando pasaron la nueva ley del aborto, ¿dijimos algo? En esto tenemos que tomar ejemplo de los católicos que son los únicos que hacen algo. Los protestantes estamos demasiado atareados intentando encontrar el favor de la gente. “No cometerás adulterio” ¿Hace falta que diga algo más? Incluso las iglesias están llenas de adulterio, ¿cuánto más en las calles? No hace mucho en España el adulterio estaba penado por la ley, hoy día el adulterio incluso está bien visto. Aunque las relaciones homosexuales no entran en esta categoría, creo que es conveniente mencionarlo aquí. De igual manera que con el aborto el estado paso una ley a favor de la homosexualidad; y, ¿Cuántos de nosotros dijimos algo? La homosexualidad ha crecido de una manera espeluznante, y lo peor es que se ha convertido en un tabú. Hoy día estar en contra de la homosexualidad es lo mismo que ser un Nazi (poco recurrente, hay que decir). “Amaras a tu Dios con toda tu alma” ¿Lo amamos? Si nos callamos cuando tenemos que hablar, adulteramos, tenemos dioses ajenos, codiciamos, hablamos contra nuestro prójimo, ¿Cómo estamos amando a Dios? No nos engañemos, los creyentes somos los más culpables, porque sabiendo lo que debemos hacer (o lo que no debemos hacer), no lo hacemos (o lo hacemos); sabiendo lo que debemos decir, no lo decimos. No vayamos, como hace la sociedad, a culpar a los demás. No olvidemos que Dios siempre va a demandar más de nosotros. ¿Podemos, por lo tanto, después de ver todo esto, decir que no nos merecemos esta crisis? ¿Son solo los líderes los culpables de todo esto? ¿Es el sistema el culpable? ¿No somos a caso nosotros? Dejemos por tanto de sacar pajas de los ojos de los demás; empecemos por admitir nuestros errores y buscar el perdón; todavía que estamos a tiempo de sacar algo bueno de todo esto.