Manifiesto por una conciencia europea

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ZdK
18 del mayo 2000
Manifiesto por una conciencia europea
Declaración de los Presidentes de las Semanas Sociales de Francia y del Comité Central de los Católicos
Alemanes (ZdK)
1. Aufl.
500
Mai 2000
Herausgegeben vom
Generalsekretariat des Zentralkomitees der deutschen Katholiken,
Postfach 24 01 41, D-53154 Bonn, Tel. (+49228) 38 29 70
Telefax (+49228) 38 29 744, E-mail: info@zdk.de
Manifiesto por una conciencia europea
En calidad de presidentes de las “Semaines Sociales de France” y de los “Zentralkomitee der deutschen Katholiken”, dos asociaciones católicas de laicos comprometidos con el debate religioso y cívico, queremos dirigirnos
hoy a las opiniones públicas de nuestros respectivos países y, a mayor escala, de la gran Europa. Nosotros nos
situamos dentro de la tradición francoalemana que opta por contribuir activamente a la construcción de Europa. Asimismo, nos incluimos en el debate que se está desarrollado desde hace algunos años en el seno de la
sociedad civil europea. Nuestra iniciativa está abierta al conjunto de los movimientos de cristianos laicos que
quieren participar en la formación de una conciencia europea.
1 - PRELIMINAR
¿De dónde procede este sentimiento de decepción que invade a los pueblos de Europa? ¿No es inmensa la labor realizada por los artífices de Europa en el transcurso de dos generaciones? Vaclav Havel nos sugiere una
respuesta firme en este sentido cuando dice: «yo no acabo de librarme de la sensación de que estos avances no
son sino el resultado de un proceso de otra época, de otro contexto, y que este proyecto se está dejando llevar sin un impulso realmente nuevo, sin un conocimiento real de los pormenores del mismo. Se diría que la Europa en formación no ha tenido lo suficientemente en cuenta el contexto fundamentalmente nuevo a partir del
cual evoluciona hoy, para intentar pensar de nuevo o, más bien, preguntarse cuál es su esencia”.
En esta perspectiva es en la que se sitúa el presente manifiesto. Queremos contribuir al desarrollo de una conciencia europea de las sociedades que componen la Unión Europea de hoy y del mañana. La herencia de una
historia común no es suficiente para definir esta conciencia de pertenecer a una comunidad del destino. Sólo
una visión global del hombre puede ser el fundamento de esta conciencia, que tiene sus raíces en la tradición
judeocristiana, desde ahora inscrita en la memoria europea más allá de los propios cristianos, y del mundo grecorromano.
Sí, recurrimos al espíritu de la Ilustración con todo lo que ello significa: el sentido de la fraternidad, la elección
de una visión del tiempo como posibilidad de un progreso colectivo en el que cada cual debe tener su sitio, una
vocación vivida universalmente y no con arrogancia sino con humildad, una relación entre lo espiritual y lo temporal que preserva la libertad de conciencia de cada individuo. De aquí se desprenden las consecuencias prácticas abordadas por este manifiesto. Pero aquí se encuentra también el atractivo de la propia Unión para con sus
ciudadanos. A nuestro entender, si Europa no tiene hoy más ingresos, ello no es debido más que a la debilidad
de sus instituciones y también, quizás sobre todo, porque carece de ambición en su proyecto.
Si tomamos la palabra ahora, será debido a la disonancia que creemos que existe entre esta visión y la orientación, o más bien la ausencia de orientación, que en nuestra opinión caracteriza la construcción de Europa hoy
en día. Nuestra inquietud se alimenta de la falta de claridad en las finalidades que se persiguen, en la concepción
minimalista de la espera de los ciudadanos, de la ambigüedad relativa a las fronteras de la Unión futura, de la
incoherencia entre ciertos objetivos fijados y los medios para esperar conseguirlos. La movilización de los ciudadanos, tan esperada, no puede sino ser una realidad.
En realidad, no nos resignamos a lo que Europa se convierta, más una experiencia que una adquisición: en efecto, ¿de qué valen, la experiencia de una institución sin la adquisición de un complemento democrático, la experiencia de una moneda sin la adquisición de cohesión social alguna, la experiencia de la apertura al mundo sin la
adquisición de una responsabilidad conjunta para con el mundo?
2 – ¿QUÉ ES LO QUE NOS UNE?
¿Para qué invitamos a los pueblos y naciones de la Europa Central y del Este, a los que hemos propuesto que se
reúnan hoy con nosotros? Esta cuestión del “ethos” -es decir, de la base moral del proyecto europeo- es decisiva para nosotros. ¿Qué idea de Europa surge de ella misma? ¿Cuál será la contribución conceptual de Europa a
la configuración de un orden político mundial? Nosotros estamos muy seguros de ello: la base moral del proyecto europeo es la que apoya la próxima ampliación de la Unión, no se debe hacer más que una. Esta exigencia
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es aún más firme hoy puesto que ni la lengua, ni la cultura, ni la religión son comunes para todos nosotros. Lo
que nos une no puede ser por tanto sino la base de todo ello.
Por consiguiente, no podemos dejar escapar una reflexión profunda sobre estos valores fundamentales y sobre
los principios de organización que se derivan de ellos respecto a las sociedades de Europa. Tanto los unos como los otros reflejan una visión del hombre, como ser personal y social, al tiempo que han constituido los cimientos de todo lo que fue el principio de los acontecimientos pasados de la Unión Europea. La paz, emblema
de esta Unión, no es sino el fruto de estos valores. Esta paz, que busca precisamente todo nuestro tacto político, no se va a conseguir así porque así: requiere que se construya, que se elabore para siempre. Tal es, por lo
menos, la experiencia de la construcción de Europa después de la Segunda Guerra mundial.
Esta es la razón por que nos parece importante establecer los valores de la base y los principios que constituyen el fundamento del proyecto de Europa:
1 - La libertad y la subsidariedad.
Un orden político construido sin la libertad no puede sino desembocar en el totalitarismo; se privará del mismo
golpe de potencial constituido por la reflexión autónoma de cada individuo. La subsidariedad es, en el terreno
colectivo, lo que la libertad en el terreno personal.
2 – Responsabilidad y solidaridad.
En la toma de responsabilidad por parte de los individuos y en su deseo de justicia es donde se reconocen las
sociedades verdaderamente humanas. El principio que corresponde a la organización social es la solidaridad,
que aparta a la sociedad de un individualismo que disuelve.
3 – Tolerancia y pluralismo.
El espíritu de tolerancia sigue siendo, en el terreno personal, la primera condición para evitar que prosperen
aquellos conflictos potenciales que se nutren de las diferencias étnicas, culturales o religiosas.
El principio de organización social correspondiente descansa en el reconocimiento de la pluralidad y de la diversidad en el seno de nuestras sociedades: el intercambio mutuo, el respeto a los otros, la reconciliación en situaciones adversas, constituyen de hecho las condiciones indispensables para la preservación de la paz.
Como cristianos que somos, tenemos la convicción de que estos valores y principios pueden a la vez cristalizar
un consenso sobre los valores de la gran Europa, y ofrecer criterios prácticos para orientar la acción colectiva.
Asimismo, estos valores y principios básicos son necesarios para la transparencia y el progreso de la idea de
Europa. No hay que perder de vista su finalidad, lo que implica poner en práctica, de forma coherente, los criterios correspondientes a los diversos dominios prácticos de la política. Solamente de este modo los cociudadanos percibirán que Europa no constituye una amenaza en la actualidad, sino más bien un instrumento político
que deberá asumir los desafíos del futuro y vencer los temores y la incertidumbre que conlleva el progreso de
nuestras libertades.
La elaboración de una carta europea de los derechos fundamentales puede servir aquí a la necesidad de fundar
una identidad europea, siempre y cuando su implicación jurídica fuera garantizada. Esta carta debería recoger
los principios generales de una democracia europea, y debería asimismo ser aprobada solamente por los pueblos que la componen (por sufragio directo, o por los representantes del pueblo, según la tradición de cada
país). En nombre de estos principios la Unión podría, llegado el caso, poner en guardia a tal o cual de los países
miembros, contra las desviaciones que aparecieran en los países cuyos responsables políticos sintiesen la tentación de aislarse, por ejemplo, profiriendo declaraciones racistas, xenófobas o antisemíticas.
3 - LA IDENTIDAD DE EUROPA ES UNA IDENTIDAD SOCIAL
Dentro de la tradición cristiana, al igual que en el patrimonio del pensamiento humanista, el individuo no consigue su libertad segregándose de la sociedad. La plenitud de su personalidad se desarrolla dentro de una relación
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completa con los demás, hecha a base de reciprocidad y de dones. De esto se deriva, para toda la sociedad entera, que la paz no puede ser duradera si no hay justicia social, todo ello sabiendo que, según los países y el grado de evolución económica, la concepción de la justicia social podría diferir. Sin embargo, la exigencia de una
justicia social para crear un desarrollo económico estable y duradero es irreversible. Esta convicción está tan
profundamente enraizada en nuestras respectivas historias, que no nos podemos imaginar una identidad europea que la ignore, hoy y en el futuro.
Los responsables de las asociaciones y de los sindicatos, y además los responsables activos más numerosos que
militan en nuestras asociaciones, son testigos de tal convicción en la vida cotidiana: la eficacia de la economía, la
aceptación de la concurrencia y la creatividad que se derivan de ello, no son de ninguna manera incompatibles
con la pregonada búsqueda de la justicia social. Esta todavía es una realidad en el contexto actual de la mundialización que vivimos.
En nombre de nuestra propia experiencia y de la inspiración cristiana que la anima, queremos subrayar la importancia de cuatro condiciones prácticas para establecer una fructífera tensión entre lo económico y lo social:
La primera se refiere al lugar otorgado a las comunidades, grupos e individuos más pobres en nuestras sociedades, o a aquellos que se encuentran en éstas amenazados con ser excluidos. El reconocimiento, y por tanto, la
inserción de estos grupos sociales (parados sin trabajo durante mucho tiempo, sin domicilio fijo, enfermos, emigrantes e inmigrantes, solicitantes de asilo) es una necesidad de supervivencia para todos. Esta implica que unos
recursos suficientes, ya sean públicos o privados, les deber ser principalmente consagrados a ellos. Pero esto
no basta. Las estrategias más fructíferas de reinserción social en Europa son las que dan prioridad a los “derechos participativos”. Estos derechos participativos tienden a establecer un vínculo entre los derechos y los deberes de los grupos que reciben ayuda, al tiempo que asignan al conjunto de la sociedad la responsabilidad que
posibilita esta participación con toda libertad.
La segunda condición, que está profundamente ligada a las tradiciones del modelo europeo de sociedad, opta
por la calidad del diálogo social. Hoy, el diálogo social europeo constituye un marco indispensable, cuando no
un punto de paso obligatorio, para los avances sociales en el plano nacional. Ahora bien, resulta decepcionante
más allá de las apuestas que están en juego. Las razones no son institucionales sino políticas. Queremos animar
a las instancias confederadas de nuestros países, patronos y sindicatos, a intensificar la cooperación con sus
homólogos de otros países con el fin de reforzar el diálogo social a nivel europeo. Nosotros les invitamos a
tener una presencia fuerte en su propia iniciativa; las obras ya no son necesarias.
La tercera condición afecta a la competencia de la normativa sobre la igualdad de derechos en el seno de la
Unión. La competencia que se desarrolla en Europa produce innovación e incita a la creación de actividades
novedosas. No obstante, la resistencia con la que se choca está igualmente justificada por la insuficiencia de la
normativa en la que se realiza. Este marco ya no tiene la calidad que tenía la anterior a escala nacional. En particular, la negativa a establecer un marco de convergencia fiscal incita a una competencia desleal y aumenta la
desigualdad, favoreciendo a los ingresos financieros en detrimento del empleo por una mano de obra menos
cualificada. Esta negativa constituye un factor de paro estructural.
La cuarta condición se refiere a la manifestación de los nuevos principios de justicia social. El equilibrio y el dinamismo que hemos conocido a lo largo de muchos decenios tras la Segunda Guerra mundial se han debido en
gran parte al enriquecimiento de nuestras constituciones por la instauración de los derechos sociales, es decir,
de los derechos individuales garantizados por la colectividad. Sobre la base de las adquisiciones, pero también
de los límites, del Estado-providencia, estos derechos sociales deben ser renovados y actualizados. La carga de
su contrapartida debe incumbir no solamente a las diferentes colectividades públicas, sino también a la responsabilidad directa de los ciudadanos, conforme al principio de subsidariedad.
En estas condiciones, la elaboración de una carta europea de los derechos humanos fundamentales, exigente en
los nuevos derechos sociales, constituiría una referencia simbólica útil, tanto por el desarrollo ulterior de la
Unión como por su identidad internacional.
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4 - LA RESPONSABILIDAD DE EUROPA HACIA LA PAZ Y LA JUSTICIA EN UN
MUNDO GLOBAL
Al principio de los grandes descubrimientos geográficos que prefiguraban la mundalización de hoy en día y de
los conflictos más sangrientos de la historia de la Humanidad, Europa parece un retrato de ese movimiento
titubeante en el que emerge un mundo global donde la interdependencia, el riesgo pero igualmente la solidaridad cobran cada vez más fuerza. Por otro lado, Europa redescubre, con asombro y falta de preparación, la inestabilidad en las puertas de su propio territorio y la guerra, pues conviene nombrar a los acontecimientos de los
Balcanes.
Si Europa desea atribuirse los medios políticos para asumir sus responsabilidades internacionales al servicio de
la paz y de la justicia, debe actuar con decisión en tres direcciones:
Primeramente, profundizar en el derecho de los pueblos y construir un orden internacional que lo
organice. En particular, debe contribuir a definir los criterios y las condiciones según las cuales las intervenciones de carácter humanitario estén justificadas en aras de la protección de los derechos del Hombre. La experiencia de estos últimos años muestra también que, si el uso de la fuerza aparece como último recurso, debe ir
acompañado río arriba de medidas preventivas y de sanciones preliminares y, río debajo de planes de acción
destinados a permitir la implantación de un Estado de derecho y de la formación de una sociedad civil. Así, el
pacto de estabilidad en los Balcanes debe ser concebido desde la perspectiva de una futura adhesión de los
países de la Europa del Este a la Unión Europea. Esta es una de las mejores garantías de una paz duradera en
nuestro continente y una prueba de la capacidad de la Unión de actuar con eficacia a favor de la paz.
Sin duda se necesitará una gran determinación para construir juntos una verdadera política extranjera y de
seguridad común para una Unión que se halla hoy en día en estado embrionario. Quizás esto sólo será posible
al principio con una parte de los estados miembros. Lo importante es que Europa sea actor y no espectador de
su propio destino, al servicio de la seguridad de los pueblos.
Seguidamente, no renunciar a la lucha contra el subdesarrollo. La tentación de replegarse en sí misma
está ahí, como testigo de la disminución regular del flujo de ayuda a estos países, y se alimenta de la falsa idea
de que una inserción eficaz en los mercados mundiales liberalizados es suficiente para resolver los problemas
de los países subdesarrollados. Sin duda alguna, la mundialización es una adquisición para el desarrollo pero no
puede excusarse replegándose en la solidaridad, pues no todos los países la abordan con las mismas oportunidades, ya que la mundialización también produce desigualdades. La Unión debe por tanto mantener sus esfuerzos actuales persiguiendo mejorar la eficacia, a través de la capacidad de expresión de una sola voz dentro del
cerco de las competencias multilaterales, el respeto a la eficacia de las estructuras de cooperación bilaterales
entre los Estados que se han agrandado hasta la actualidad, y más aún, la capacidad de desarrollo de los organismos no gubernamentales. La suscripción firme de las políticas de cooperación propugnadas por la Unión a
aquellos medios que garanticen que estas ayudas servirán efectivamente para luchar contra la pobreza, y que
los estados que beneficiándose de ellas progresen hacia el respeto de los derechos del hombre y de la democracia, es también importante en este sentido.
Finalmente, actuar por la buena diligencia de la globalización. Todas las crisis internacionales recientes, las que se refieren a la seguridad alimentaria, a la estabilidad macrofinanciera, a la protección del medio
ambiente, al desarrollo del elevado índice de criminalidad, ilustran el creciente desfase que existe entre los
mercados de bienes, de servicios y de capital, de las organizaciones privadas, de los medios de comunicación
que se despliegan a escala mundial, y de las instituciones internacionales de regulación que, creadas después de
la guerra, no han revisado sus normas de funcionamiento, o que ya no existen más.
Jean Boissonat
Président des Semaines Sociales de France
Prof. Dr. Hans Joachim Meyer
Präsident des Zentralkomitees der deutschen
Katholiken
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