el aguila que se creia gallina

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EL AGUILA QUE SE CREIA GALLINA
Era una vez un granjero sabio y bueno que gustaba de cuidar a las
aves, subir a la montaña y contemplar el vuelo de las águilas.
Un día, al bajar de la montaña, llegó a unas gigantescas rocas. De
pronto, a un lado del camino, encontró el huevo de un águila. Lo
levantó con cuidado y sintió que el cascarón estaba por romperse.
Buscó durante horas a la madre águila o al nido, hasta que llegó la
noche, sin encontrar dónde dejar el huevo.
No podía abandonarlo, pues existía el riesgo de que se lo
comieran los otros animales, él amaba a las águilas; al pensar en
ese ser que se formaba dentro del huevo, recordó con amor que
su hijo pequeño deseaba acariciar y conocer a un aguilucho. Casi
corriendo, llevó el huevo al corral de su granja, para pedir a las
aves que salvaran a ese ser que estaba por nacer.
Despertó a las aves del corral y al ver el huevo se alborotaron.
Unas lo recibieron con alegría y otras, como eran envidiosas, se
pelearon por ser ellas las que lo empollaran.
Una mañana, al salir el sol, nació un lindo aguilucho con todas las
facultades para volar alto, dominar las alturas, los vientos y las
tormentas.
Sorprendidas, las aves veían que el aguilucho era diferente, tenía
las alas bañadas de luz, algunas consideraron que estaba
deforme, otras que alguien se las había pintado y pocas pensaron
que era un don o una cualidad que lo hacía especial, misterioso y
hasta mágico.
Y el aguilucho con alas de luz empezó a crecer. De algunas aves
recibía cariño, pero otras no lo querían; se dispersaban, se
burlaban y lo perseguían.
Al pasar el tiempo y sin desearlo, se volvió igual a las demás aves;
comía, pensaba, hacía lo mismo y se dormía a la misma hora; se
convirtió en una ave de corral.
Al aguilucho le parecía aburrido estar sin hacer nada. Salía a jugar
y saltar muy contento, tenía mucha fuerza y energía, pero sin él
desearlo, esto molestaba a las otras aves, que no entendían su
alegría y actividad.
Cuando el granjero vio al aguilucho correr y brincar, invitó a su
hijo para que jugaran juntos; y compartieran esos momentos de
alegría.
El niño iba todos los días al corral y jugaba con el aguilucho. Un
día, lo vio subir al techo del corral, y se dio cuenta de que lloraba,
entonces supo que el aguilucho sufría mucho.
Una tarde cuando el niño se dirigía a jugar, preguntó a su papá:
-¿Por qué llora el aguilucho todas las noches?
-Porqué él es diferente –contestó el granjero- no nació para ser
ave de corral, no quiere ser como ellas ¡y no debe ser como ellas!,
él es un ser que tiene algo importante qué hacer, fue escogido
para dar amor al mundo.
-¿Y por qué no vuela y se va? –preguntó el niño.
-Es que está confundido porque nació entre seres que sólo
pierden el tiempo, haciendo cosas sin importancia. Aún no
comprende que no es igual a ellos, que él es un águila y que nació
para volar, volar muy alto y amar.
-¡Ayúdalo papá! –dijo el niño.
-¿No importa que se vaya? –preguntó el granjero.
-¡No!, no importa, lo quiero mucho, pero él tiene que aprender a
vivir y a usar sus alas de luz.
-Lo ayudaremos –contestó el granjero-; ahora, ¡vete a jugar!
Un día cuando jugaban, el niño preguntó al aguilucho:
-¿Por qué no vuelas?
Y el aguilucho contestó:
-No vuelo porque está prohibido, sólo uso mis alas a escondidas,
vuelo a lo alto del corral en donde duermen las aves jefes, pero
cuando se dan cuenta, me atacan y tengo que regresar a dormir en
el suelo.
Siguieron jugando, fue cuando el aguilucho le dijo casi al oído:
-No deben saberlo, pero también vuelo hasta el techo del corral en
las noches tranquilas, para contemplar y gozar las estrellas y la
luna.
Empezó a llover. El niño corrió para su casa y el aguilucho se
refugió en el corral.
Después de la gran tormenta, vino la calma y voló al techo. Había
una luna grandiosa, que bañaba el cuerpo y la cara del aguilucho,
y sus alas de luz brillaban como nunca.
Abrió sus enormes alas y para su sorpresa vio su figura reflejada
en un charco de agua. Se contempló a sí mismo. Por primera vez
se conoció, se dio cuenta de que era diferente.
Moviendo y abriendo sus grandes alas se preguntó:
« ¿Para qué tengo estas alas tan grandes y tan pesadas? ¿Para
qué necesito estas garras y este pico?»
En su mente confundida pensaba que era una ave deforme y que
le deberían cortar esas enormes alas, porque en ese corral sólo le
estorbaban, además no le permitían usarlas.
Esa noche comprendió que no era igual a las otras aves del corral.
Él quería pensar, jugar, soñar en ser grande, vivir alegre y volar
hasta el otro lado de la montaña,
Comenzó a no estar de acuerdo con los juegos aburridos y la
manera de vivir de las otras aves. Y comenzaron los pleitos, las
aves de corral no aceptaban que fuera diferente, y las aves jefes
enviaban a sus servidores a que le quitaran las plumas y no
pudiera volar.
El aguilucho sufría mucho. Al principio lo tomó como un juego,
pero cuando lo golpearon y le quitaron algunas plumas atacándolo
tan fuerte hasta herirlo se asustó; se defendió y como era más
fuerte les quitó muchas plumas.
Al llevar la comida el granjero vio plumas en diferentes lugares del
corral. Descubrió al aguilucho escondido, lleno de miedo y herido.
Lo tomó con cariño entre sus manos, y recargándolo en su pecho
se lo llevó a su casa para ayudarlo y curarlo.
El niño, al ver a su amigo herido, lloró de tristeza y lo cuidó con
mucho amor.
El aguilucho tardó en recuperarse, sobre todo para que le
volvieran a salir las plumas en sus bellas alas de luz.
Cuanto estuvo listo, con una mirada de solicitud preguntó al
granjero:
-Dime, ¿quién soy?, y ¿por qué nací en este corral?
El granjero lo miró a los ojos, lo tomó ente sus manos y lo invitó a
encontrar por sí mismo las respuestas a estas preguntas. Después
lo arrojó lentamente al aire diciéndole:
-¡Águila, vuela! ¡Vuela, águila!
El aguilucho, que había volado muy poco, aún tenía tiesas y torpes
sus alas, intentó volar pero cayó al suelo pesadamente.
Después de recuperarse del golpe, preguntó al granjero:
-¿Qué intentas, hermano granjero? ¿Qué es lo que intentas?
El granjero, con amor, le dijo:
-Intento decirte que ¡tú eres un águila! Naciste con cualidades
únicas que hacen que seas valiosa, y además ¡el Creador te dio
una misión importante que hacer! Mientras vivas.
-¿Un águila? –preguntó sorprendido el aguilucho.
-¡Sí! –contestó el granjero-, naciste con facultades que permiten
que vueles hasta las grandes montañas. ¡Tu corazón está lleno de
amor y de voluntad! El ambiente en el que naciste no es donde
nacen las águilas. ¡Tú no eres un ave de corral!
Y con entusiasmo y amor, el granjero terminó diciéndole:
-¡Despierta a un mundo que espera mucho de un ser como tú, que
seas feliz y te comprometas! Y recuerda, ¡tú naciste para ser libre
y volar alto!, la montaña tiene un secreto ¡descúbrelo!
El aguilucho escuchó sorprendido las palabras sabias del
granjero, era algo que no se imaginaba. Sentía que le decía algo
que no le gustaba y que no entendía; ¿por qué afirmaba que el
corral no era su lugar? ¿Dónde estaba entonces su casa?, y
¿quiénes eran sus padres? ¿Por qué le decía el granjero que él era
distinto?, aún no entendía, estaba confundido.
Pero cuando escuchó la campana que anunciaba la hora de comer,
corrió como siempre al corral a buscar su comida. El granjero lo
dejó entrar a comer, seguro de que ya había entendido cuál era la
razón de que volara hacia la montaña.
Esa noche, el aguilucho subió al techo del corral. Cerró sus ojos y
se vio volando, encima de las montañas, fue como si se
encontrara dentro de un gran sueño.
Gozaba de las alturas, el viento y sus alas se deslizaban ligeras.
Sintió la brisa que bañaba su cuerpo. Así, con gran emoción y
alegría logró pararse en la cima de una gran montaña. Ahí
encontró a un águila sabia; el aguilucho le preguntó:
-¿Cuál es el secreto de la montaña?
El águila sabia le contestó con otra pregunta:
-¿Ves esa otra montaña que está a lo lejos, más alta que esta
dónde estamos?
-¡Sí! –Contestó el aguilucho-, ¡sí la veo!
¡Pues ese es el secreto!
-El secreto es que solamente volando alto conoces más el mundo
en que vives y descubres que siempre hay nuevas montañas por
conquistar.
Al despertar de ese sueño comprendió por fin que su lugar no era
en el corral sino en las montañas, que eso era lo que le decía el
granjero, no se pudo contener y lloró, lloró mucho.
En la madrugada se preguntaba:
«¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo volar, si no sé hacerlo?»
Escuchó su voz interior que le dijo:
«Todavía puedes superarlo, hay muchos que pierden su libertad,
no piensan ni estudian y se dejan llevar por los demás; se vuelven
flojos, peleoneros, egoístas, viven aburridos y enojados. ¡Tú no
puedes quedarte aquí! Estarías en contra de ti mismo. ¡Sal de este
corral! Usa tu valor y tus alas y vuela alto».
Al escuchar eso, el aguilucho adquirió valor y desde lo alto del
techo del corral, abrió sus alas bañadas de luz e intentó volar; por
instinto empezó a descender moviendo rápidamente sus alas, se
mantuvo un momento en el aire pero no lo logró porque la primera
corriente fuerte lo arrojó hasta el suelo.
Al reponerse del golpe lo volvió a intentar varias veces. Cuando
salió el sol, el aguilucho se veía cansado, pero seguía en su
intento de volar.
Cuando estaba a punto de darse por vencido por el cansancio y
los golpes, escuchó otra vez a su voz interior que con firmeza le
dijo:
«¡Águila, inténtalo! Tú puedes llegar a la cima de la montaña».
Al ver que el aguilucho no respondía, su voz interior le preguntó:
« ¿Tus alas te pesan, verdad?
El aguilucho contestó:
-Mucho, están tiesas, pesadas y no sostienen mi cuerpo.
Su voz interior le contestó:
« ¿Sabes por qué no tienen fuerza para volar?»
-¡No!, no lo sé –contestó el aguilucho.
Su voz interior le respondió:
«Porque en tu corazón no has colocado la esperanza, el valor y la
confianza en ti; llénate de amor, abre tu corazón. ¡No olvides que
tienes las alas de luz! ¡Águila, inténtalo otra vez! Por favor
inténtalo, no debes quedarte aquí».
El aguilucho decidió intentarlo otra vez, estaba ilusionado, quería
volar hacia la montaña más alta. Antes de hacerlo recordó las
palabras del granjero que le había dicho que tenía el don de
ayudar y dar amor, y para eso el Creador le había entregado sus
alas de luz.
Por un momento reprimió su deseo de volar, al ver que el granjero
y su hijo volvían. El niño lo quería como a un hermano. También lo
admiraba porque había recibido de él mucho amor. El niño cargó
al aguilucho cariñosamente y salieron del corral camino a la
montaña.
Con brillo en sus ojos el aguilucho agradecía las caricias y el calor
del corazón de sus amigos. Confiaba en que ellos le ayudarían a
volar.
El niño preguntó:
-¿Papá, tú crees que ya esté listo para volar solo?
-¡Sí! –Contestó el granjero-. Estoy seguro de que aceptó que es un
águila, comprendió que tiene las cualidades que Dios le dio para
volar alto y dar amor a todos los seres.
Y el niño volvió a preguntar:
-¿Y crees, papá, que llegará a la cima de la montaña?
-Estoy seguro –contestó-. ¡Creo en él!
-No sabrá qué tan alto puede volar hasta que use sus alas. En sus
ojos veo que ya entendió, que sólo su valor y sus alas lo llevarán
hasta la cima de la montaña. Y que cuando aprenda a gozar de su
vuelo, y entrenar sus alas, tendrá la fuerza para luchar contra los
vientos y las corrientes en lo alto de las montañas.
Llegaron a la cima de una pequeña montaña. Al filo de un risco, el
granjero tomó al aguilucho con delicadeza entre sus manos y le
puso la cara frente al sol. Después, se escuchó como un mandato
la voz fuerte del granjero que lleno de entusiasmo gritó:
-¡Cumple con tu destino! ¡Vuela, vuela!
Y con amor lo arrojó al vacío.
El aguilucho comprendió su momento; majestuoso y digno abrió
sus bellas alas de luz y emprendió lentamente su vuelo hacia la
cima de la montaña más alta. Iniciando su gran aventura, vivir
comprometido con su existencia para dar amor.
¡Era su momento! ¡Ahora era una verdadera águila de luz! ¡Llenaría
de amor al planeta!
Alfonso Lara Castillo
Sólo queda tiempo para amar....
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